lunes, 20 de diciembre de 2010

UNA HISTORIA DE PELÍCULA

                                   Pero las losetas del patio tienen todos los colores del baile.
                                                                                                  Xavier Abril

   Recuerdo que hacia 1978, cuando se despertó la fiebre por los Bee Gees, sucedió un hecho que ahora que lo recuerdo sonrío. Aunque en ese momento no fue nada grato que sucediera. Aconteció que la película “Fiebre de sábado por la noche” iba a ser proyectada por primera vez en el cine Raymondi. Yo ya había tenido la oportunidad de ver la película en un cine miraflorino ya desaparecido (si no me equivoco era el cine Alcázar), pero el afán de volver a verla me llevó al recordado cine Raymondi (también desaparecido). Cuando llegué a la boletería encontré una cola inmensa. Qué cantidad de gente, algo pocas veces visto. Un loquerío. De pronto de entre la multitud y el bullicio alguien me llamó, volteé y vi que era Miguel "Cara de rata" Vegas, compañero de salón, que estaba en la cola muy cerca de la boletería (ésta, por cierto, todavía estaba cerrada), él era el décimo, más o menos, y me dijo: “¿Vas a  ver la película?”, le respondí que sí e inmediatamente me dijo: “Entonces cuídame mi sitio porque tengo algo que hacer (no recuerdo qué), ya regreso”, y me quedé en su lugar. Feliz, porque eso suponía que sería uno de los primeros en adquirir mi entrada.
   Pero Miguel se demoraba algo más de lo pensado. Mientras, la cola (que crecía descomunalmente) era algo desesperante, todo el mundo se empujaba y mantener el sitio era difícil. A la menor distracción eras expulsado y era imposible regresar a tu sitio. De pronto, en medio de la bulla y casi trifulca,  aparece el “tío” Guizado (ese era el apellido del empleado del cine que recibía los boletos), y dice: “Carajo, mucho laberinto, todo es un desorden, hagan otra fila acá” y señaló al otro lado de la ventanilla. Si bien yo era uno de los primeros, me dije, mejor me paso al frente y ya no soy el décimo o duodécimo sino el primero o segundo de la fila. El asunto es que me salgo de la cola junto con varios y formamos una nueva, y como lo había previsto ahora era el segundo de la nueva cola. Así estuve un rato, digamos feliz, y Miguel que no regresaba, cuando en eso, la boletería se abre y veo que la señora boletera extrañada asoma su cabeza y al ver dos colas le pide al policía que estaba por allí que la fila nueva desaparezca, puta, no lo podía creer, la nueva fila se desarmó y cuando esa gente (entre los que estaba yo) intentó pasar a la fila antigua desde donde habíamos salido, no nos dejaron entrar, nos empujaban e insultaban. Es allí que Miguel apareció y al verme fuera de la fila, fuera de su sitio, le dio una crisis de nervios inolvidable y no me dejó explicarle y me largó con una voz rotunda, con una cólera que parecía que lo ponía de todos los colores y otros nuevos. Intenté explicarle, intenté decirle qué había pasado, que el culpable era el “tío” Guizado, pero Miguel estaba hecho una fiera, no entendía razones. Sólo alcancé a ver que empujando y alegando no sé qué argumentos recuperó su lugar.
   No tuve otra que regresarme a casa, fastidiado por el malentendido. Nunca más hablamos de esta experiencia, nunca le pude explicar qué pasó esa malhadada noche de hace treinta años, recién ahora toco el punto, y si Miguel está leyéndolo, pues ya sabe qué ocurrió en esa noche ya lejana de fiebre por los Bee Gees.
   Recuerdo que con esa fiebre por los Bee Gees yo había comprado el álbum de la película en el desaparecido “Ficus” (sucursal de Monterrey en Barranco). Pero como se me malogró una de las canciones de uno de los LPs, intenté venderlo. Tengo en la memoria los comentarios de Miguel Sánchez Cueto sobre las canciones de la película, recuerdo que él decía que la mejor canción de la película y de los Bee Gees era "More than a woman", entonces pensé que él era el indicado para comprarme el álbum. Recuerdo que insistí mucho para que me lo comprara. Recuerdo, también, que su hermana se había interesado por dicho álbum hasta que un día por la mucha insistencia que imponía, Miguel me dijo que su hermana ya estaba harta de mi ofrecimiento, que ya no lo quería, que ya estaba bueno de tanta joda. Entonces busqué otro probable comprador… y quien me compró el álbum fue Ricardo Pacheco Arancibia, el popular “Huevo”. En realidad nunca terminó (ja, ja, ja…) de pagarme. Lo que no olvido es que él llevaba su tocadiscos (pic up) al colegio y lo enchufaba en el salón en las horas libres y ponía los LPs de “Fiebre de …”, y la gente pasaba varios minutos vacilándose con esa música. ¿Qué será de la vida de “Huevo”? No lo veo hace más de diez años.
   En el año 1978, había un programa de radio que batía record de sintonía, era Inca Radio (que por entonces no difundía tecnocumbia), que pasaba unos especiales diarios de música de Barry, Robin y Maurice a las 5:00 p. m. y en AM, eran otras épocas donde nos permitíamos escuchar música no importándonos la calidad del sonido.
   Recuerdo que con Johnny Lezama Palma discutíamos sobre quiénes eran los mejores, The Beatles  o los Bee Gees. Él defendía a estos últimos, yo a los primeros. Incluso recuerdo que el finado Espino, que a veces llevaba su guitarra y cantaba algunas canciones de Roberto Carlos, opinó que no había punto de comparación y recuerdo que una tarde dijo: “Me quito el sombrero ante la música de The Beatles”. Pero con Johnny no se podía discutir, era un fanático acérrimo, hasta hoy… y confirmado, dice tener una colección impresionante de los Bee Gees, incluso su esposa y sus hijos son amantes de la música de este trío.
   Una cosa que tampoco olvido es que cuando estábamos en 5to B, en la fila pegada a las ventanas y puerta del salón que daba hacia el patio, nos sentábamos en la primera carpeta “Kike” Torres y Bustillos, en la segunda carpeta Lezama y yo, en la siguiente carpeta Martel con Vallejo (la “Vieja”) o con Gutiérrez, creo…, recuerdo que Lezama se desternillaba de risa al escuchar cómo “Kike” imitaba exageradamente el falsete de Barry Gibb en la canción “Tragedy”, y Lezama le pedía que lo hiciera una y otra vez porque se cagaba de risa, y “Kike” accedía haciendo algo que no sé si todavía ahora lo podrá hacer: era que se levantaba la camisa y mostrando su abdomen y tórax,  escondía de pronto su vientre entre sus costillas, era una cosa impresionante, la primera vez que le vimos hacer nos quedamos boquiabiertos, patidifusos, meditabundos y es que se le hacía literalmente un hueco en la barriga porque todas las vísceras se las subía al pecho, por lo menos esa era la apariencia que te dejaba. Un mate de risa. Todo ello hace treinta años.

Continuará...

                                           Morada de Barranco, 20 de diciembre de 2010.

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