sábado, 9 de julio de 2022

DE LECTURAS POSTERGADAS

 


                                                                             ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!

                                                                                         Francisco de Quevedo




   Nos adentramos a la segunda mitad de este año. La sensación del tiempo transcurriendo a una velocidad impresionante, como si este de nuestras manos se resbalara (parafraseo el maese Quevedo), cada vez es más acentuada, sobre todo cuando uno va ingresando al otoño de la vida. Lo digo sin pesimismo alguno, sin tristeza ni melodrama. Pasan los años y uno va percibiendo algunos asuntos con mayor claridad: hay cosas que si no las hacemos ya, no habrá otra oportunidad para hacerlas. Es, entonces, tiempo de saldar cuentas, de ya no ir postergando en la confianza de quien en “lozana juventud se fía”.





   En entradas anteriores escribí sobre lecturas postergadas, postergaciones de años, por cierto. ¿La razón? No una, varias. Dominado por el desgano, la decepción o el aburrimiento abandonaba los libros: “Después los leeré”, me decía, casi como consuelo. También he pensado, mozalbete de 18 o 20 años como era, que quizás no era su momento, que su momento apropiado llegaría indefectiblemente. Y han venido llegando esos momentos, quizás con la presión de saber, como ya lo expresé, que tal vez no habría otra oportunidad. En algunos casos han sido largas, larguísimas esperas: veinte, treinta años... Pienso en eso… me inquieta, tiemblo: libros que tuve en mis manos cuando adolescente o en la universidad y hoy, hombre maduro, recién los leo.






   Sin embargo…, sin embargo… me ocurre que abordo un libro como Los cuadernos de Malte Laurids Brigge del cuasi etéreo Rainer María Rilke, libro que intenté en diversos años leerlo, terminarlo. Fueron como cuatro o cinco veces y me daba siempre por vencido, alguna vez con sensación de derrota, sobre todo las últimas veces. El año pasado pude lograrlo, ahora puedo decir: ¡Lo he terminado!, llenarme de vano orgullo, pero, sinceramente, el libro no ha sido campo fácil. Es una obra que se me resiste. Lo he terminado, sí, pero no podría decir con seguridad que lo disfruté plenamente. Infinidad de veces me sentí perdido entre sus páginas, ¿será acaso solo un problema mío? Supongo que habrá otra oportunidad en que vuelva a leerlo y podré decir con entusiasmo otras palabras. Ahora no.





   Otro caso. Me ocurrió con una novela que está precedida de prestigio y fama, hablo de La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, uno de esos eternos candidatos al Premio Nobel de Literatura. Dos o tres veces intenté leer el libro, me quedaba en las primeras páginas. Los comentarios positivos, incluso de personas cercanas, sobre esta novela me inquietaban. Todos (o casi todos) hablaban (y hablan) bien de ella. Tenía que sacarme esa espina, era necesario. Hace dos años lo terminé, en plena cuarentena. Sinceramente no me dijo nada. Pero cuidado, no digo que el libro sea malo, debe ser un problema mío. Por último, en mi libertad de lector está la posibilidad de que me guste o no la obra. Total, el valor de esta se encuentra en la obra misma y no en mi opinión. Lo tengo claro.





   En lo que va del año he leído, aparte de otras obras (libros de cuentos, novelas, biografías, ensayos, poesía…), quince novelas que desde hace muchos años reposaban en los estantes de mi biblioteca, como lo dije, incluso desde muchos años atrás. Esos libros parecían mirarme con reproche, mis ojos pasaban sobre sus lomos y una sensación de deuda conmigo mismo me invadía. Estas son las quince novelas cuya lectura se imponía (debo comentar que no encuentro disculpa o justificación valedera para no haber leído antes algunas de ellas):






1. La conjura de los necios de John Kennedy Toole.

2. La modificación de Michel Butor.

3. La náusea de Jean-Paul Sartre.

4. El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez.

5. Almas muertas de Nicolai Gógol.

6. Infancia. Adolescencia. Juventud de León Tolstoi.

7. Carlota en Weimar de Thomas Mann.

8. Grandes esperanzas de Charles Dickens.

9. Bel Amí de Guy de Maupassant.

10. Jane Eyre de Charlotte Brontë.

11. La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne.

12. La casa de los siete tejados de Nathaniel Hawthorne.

13. El zorro de arriba y el zorro de abajo de José María Arguedas.

14. Bouvart y Pecuchet de Gustave Flaubert.

15. Evaristo Buendía, candidato de José Félix de la Puente.





   Me detengo brevemente sobre dos libros de la lista. El primero, Grandes esperanzas de Charles Dickens. Novela en cuyas páginas podemos tomar contacto con algunos aspectos (económicos, morales, educativos...) de la sociedad inglesa de la primera mitad del siglo XIX, pero sobre todo vivimos la historia de Phillip Pirrip desde los siete años hasta que cumple los treintaicinco años de edad. A esta obra se le puede ubicar en el universo del Bildungsroman, palabra alemana para designar a las “novelas de aprendizaje” o “novelas de formación”; es decir, novelas donde el protagonista es un(a) niño(a) o joven en su camino hacia la madurez. La novela de Dickens es compleja, un universo de personajes entrecruzan sus vidas y tejen una historia que deja en evidencia la gran capacidad narrativa del narrador inglés. ¿Algún otro comentario? Sí, lamento mucho no haberla leído antes.





   La segunda novela es Jane Eyre de una de las hermanas Brontë: Charlotte (las otras dos son Emily y Anne, también novelistas). En esta obra nos topamos con un personaje entrañable que da nombre a la novela. La protagonista es una joven que desde siempre debe enfrentar una vida signada por el abandono infantil, la injusticia de los desposeídos, la incomprensión por ser mujer. Una obra donde se muestra el espíritu de una Jane Eyre que tiene el temple suficiente para luchar dentro de una sociedad que pareciera querer aplastarla. Novela de la resistencia, apasionada y apasionante, de gran intensidad presente en todas sus páginas, esa intensidad que la ha convertido en una de las mayores novelas del romanticismo inglés. Lo que no es poco decir.





   Pero no fueron las únicas novelas que me sorprendieron. También están Bel Ami del francés Guy de Maupassant, las dos novelas de Nathaniel Hawthorne (por cierto, autor de un cuento asombroso como Wakefield): La letra escarlata y La casa de los siete tejados. Una obra con la que me divertí mucho fue La conjura de los necios de John Kennedy Toole y las tantas veces postergada (hasta ahora me pregunto por qué) Bouvard y Pecuchet, esa novela inconclusa del francés Gustave Flaubert, autor de Madame Bovary y La educación sentimental.





   Esperemos que la lectura de obras postergadas no se detenga, pero aún hay muchos libros en compás de espera. Veo los anaqueles de mi biblioteca y ahí están La regenta de Leopoldo Alas “Clarín”, Esplendor y miseria de las cortesanas de Honoré de Balzac, Los monederos falsos de André Gide, El empleo del tiempo de Michel Butor, El obsceno pájaro de la noche y Casa de campo de José Donoso, Terra Nostra y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, Germinal y La bestia humana de Emil Zolá, Paradiso de José Lezama Lima, Gran Sertón: veredas de Joao Guimaraes Rosa, El idiota y Los endemoniados de Fédor Dostoievski, América de Franz Kafka, Los novios de Alessando Manzoni, Las palmeras salvajes, Sartoris y Luz de agosto de William Faulkner y paramos de mencionar, que de lo que se trata no es de elaborar una interminable lista.













   En estos días de frío invierno, según mi parecer de los más fríos en los últimos años, aprovecho los fines de semana en que no trabajo, me levanto muy temprano, cuando la oscuridad de la noche todavía no ha partido. En una suerte de rito impostergable, mientras un silencio impecable gobierna en casa, salgo del dormitorio bien abrigado, me dirijo a la cocina y me preparo una taza de humeante y negro café (nunca está demás), luego me siento en el lugar acostumbrado, abro uno de esos libros de los que he venido hablando e inicio el viaje; es decir, me abandono al calor de la lectura que es una buena forma de enfrentar estos fríos y húmedos amaneceres.






   Continuará…




                                                      Morada de Barranco, 9 de julio de 2022.