El suelo se estremeció bajo sus
pies…
Heinrich Von Kleist
"Sentí por primera vez en mi vida un temblor. Fue aquel tan famoso
por sus desastres que destruyó por completo Tacna y Arica. La primera sacudida tuvo
lugar a las seis de la mañana: duró dos minutos. Me desperté sobresaltada y
casi fuera de mi lecho. Creía estar todavía a bordo, mecida por las olas y no
tuve miedo. Pero enseguida la negra se levantó gritando: "Señora,
¡temblor, temblor!". Abrió la puerta y salió al patio en donde me
precipité tras de ella... Los movimientos eran tan violentos que nos vimos
obligadas a echarnos al suelo para no caer. Todos los esclavos estaban en el
patio de rodillas, rezando, petrificados y como resignados a morir". Aún
asustada escribió la famosa Flora Tristán luego de experimentar por vez primera
un movimiento sísmico, esto fue en Arequipa, en el ya lejano 18 de setiembre de
1833. Agregó después: "Hay que haber habitado los países en donde son
frecuentes esos temblores para tener una idea justa del terror que inspiran y
de las desgracias que ocasionan, cuando estas espantosas convulsiones remueven
la tierra en todo sentido, la hacen ondular como las olas o la entreabren como
los abismos".
Los temblores, los terremotos, tan presentes
en nuestras vidas, la de los peruanos, digo. Tanto así que incluso hubo una
deidad en el antiguo Perú cuyo nombre fue Pachacámac, el dios creador de la
tierra, el señor de los temblores, cuyo gigantesco santuario al sur de Lima fue
el más importante de la costa del Perú.
Allá por 1655, un 13 de noviembre ocurrió un
terremoto en Lima, la destrucción de la capital del virreinato fue casi total, una
de las pocas paredes que resistió el sismo fue un muro de adobe (ubicado en el
barrio de Pachacamilla) donde un esclavo angoleño pintó un Cristo crucificado
cuatro años antes. Este hecho fue tomado como un milagro. Se le empezaron a
atribuir milagros, cosa que no era muy del agrado de las autoridades de entonces, fue así como por órdenes del virrey Conde de Lemos se intentó borrar la
imagen, cosa que no se pudo y también se tomó el suceso como hecho milagroso. La fama y el prestigio del muro fue creciendo.
El 20 octubre de 1687 ocurrió otro terremoto
en Lima, inmediatamente se ordenó hacer una copia al óleo de la imagen del
muro, una vez terminado se sacó en procesión, desde entonces cada mes de
octubre sale en multitudinaria procesión, por las calles de Lima, la imagen del Señor de los Milagros, también conocido
como Cristo de Pachacamilla: Pachacamilla, Pachacámac, no son simples
coincidencias. Ambos tienen que ver con los temblores, con los terremotos, sincretismo
le llaman.
¿A qué vienen estas líneas sobre temblores y
terremotos?, se preguntará el lector. Bueno la explicación viene a
continuación. En octubre de 2011 colgué una entrada donde expresaba mi pasión
por el cine y cómo un terremoto me arruinó la sana costumbre de ir en matiné al
glorioso y desaparecido cine Raimondi. He aquí las líneas: “Mis citas con el cine eran impostergables. Recuerdo dos
anécdotas. La primera ocurrió en mayo de 1970. Ese día me había atrevido a
seguir a una procesión, no por un asunto de fe, sino por ver a la banda musical
que acompañaba a la procesión de la Cruz. Lo tengo claro, ya se acercaba la
primera función de cine de ese domingo 31 de mayo, así que regresé a mi casa,
estaba a punto de ingresar a ella cuando mis ojos se clavaron en una pequeña
cáscara seca de naranja, no sé por qué pero era como si mis ojos la hubieran
buscado. Entré a casa, me acerqué a mi papá y, como de costumbre, le pedí
permiso para ir al cine. Cuando mi padre empezó a buscar el dinero para la
entrada el suelo empezó a moverse espantosamente, era el terremoto de 1970 que
provocaría la destrucción y desaparición de pueblos enteros como Yungay y
Ranrairca, en el departamento de Áncash. Recuerdo muy bien que salimos
disparados de la casa, mi madre gritaba asustada, aterrorizada (no era la
única, por cierto) mientras mis ojos descubrían cómo la cáscara seca de
naranja, que unos minutos antes viera, saltaba en el suelo como si fuera una
pelota. Ante tamaño desastre nacional todo se suspendió. No hubo funciones de
cine, de teatro, de nada. Asustado (muy asustado) y apenado me resigné a que
ese domingo no podía ir al cine”. Sí, pues, un terremoto provoca destrucción
material y grandes frustraciones, como ese lejano 1970 en que niño aún me quedé sin
cine.
Muchos años después, el 14 de noviembre
de este año, día importante pues se presentaba Donde mi calle acaba, mi quinto libro, un temblor casi malogra la
presentación. Estaba en el gran patio y jardines de Casa Tupac, esperaba la
llegada de los invitados y de los presentadores. Juan Pablo Mejía, el editor,
ya había llegado hacía unos minutos, yo conversaba amenamente con mi cuñada y su
esposo cuando a eso de las 7:30 p. m. el suelo se empezó a estremecer, los
vitrales de la casa, que son muchos, empezaron a sonar de tal manera que el miedo nos invadió,
cuando ya todo hacía suponer que regresaba la calma, un segundo movimiento
sacudió todo y se llevó de encuentro lo poco de calma que conservábamos. 4.8 de
intensidad tuvo ese largo temblor. Días después, algunos de los que no
asistieron se disculpaban arguyendo que el temblor les había hecho desistir.
Pero no pasó a
mayores, se quedó en susto y la presentación se realizó con tranquilidad,
aunque el poeta Omar Aramayo, uno de los presentadores, tuvo que pedir prestado
un libro mío, pues el suyo, el que le obsequié y se lo dediqué, por efectos del sismo, lo
dejó olvidado en el taxi en el que vino a Barranco.
Por estas tierras milenarias signadas por los temblores y
terremotos, ocurren cosas como a mí me ocurrieron. No soy el único. Recordemos
que los sismos y su presencia acechante incluso determinaron los materiales de
nuestra arquitectura: materiales livianos, extremadamente perecibles como el
barro, la caña, el yeso, la madera, sobre todo en la colonia y en los primeros
tiempos de la república (pienso en las majestuosas iglesias coloniales, en las
mansiones republicanas). Así ha sido y así será. Habitamos un territorio donde
Pachacámac gobierna y nuestras vidas (y nuestras muertes) muchas veces están
determinadas por los sismos. Como alguna vez escuché a un viejo barranquino: “Son
cosas de temblores y terremotos”.
Continuará…
Morada
de Barranco, 30 de noviembre de 2014.