En vano
será igualmente que vayan de un lado a otro llamando: “¡Atoj! ¡Atoj!”.
Edgardo Rivera
Martínez
Ocurrió que una tarde, hace algunos años
atrás, mi abuelo llegó a casa de mis padres. Habíamos terminado de almorzar
cuando mi padre decidió (algo extraño en él) abrir un par de botellas de
cerveza. Es en ese instante que llegó el abuelo y recuerdo nítidamente una
expresión suya al ver las cebadas
sobre la mesa: “Parece que me hubiera avisado mi zorro”. No entendí. Luego
pregunté a mi madre a qué se había referido el abuelo al decir ello. “Es una
frase de la sierra, respondió mi madre, es como decir que una voz te avisa de
algo bueno que te va a ocurrir”. El zorro. Raposa la llaman en otros países; en
algunas zonas de los Andes del Perú, atoj.
Desde muy niño había leído y escuchado historias de zorros, todas ellas
de origen europeo. Pero llegó el día en que a mis manos llegó una vieja edición
de Fábulas Quechuas cuyo recopilador
fue Adolfo Vienrich. Allí descubrí parte de la riqueza de la narrativa oral del
Perú. Entre esas fábulas, un puñado de historias cuyo personaje protagónico era
el zorro o atoj. Algunas de ellas eran
de origen prehispánico. Pero en todas ellas un sabor ingenuo se percibía y ese
era (y es) uno de sus encantos. Como en el caso de las historias de zorros de origen
europeo, en estos relatos quechuas el zorro (símbolo de la astucia, de la
trampa, de las malas artes) siempre termina perdiendo. Curioso.
Me
digo que quizá los incas, a través de estas sencillas historias, querían
advertir al escucha que tuviera cuidado, que una conducta como la del zorro
podía llevarle a terminar como él: aleccionado si es que no adolorido y hasta
quizá muerto. Recordemos, son fábulas y su carácter didáctico es indudable, varios de estos relatos tienen su moraleja:
En una de las maravillosas historias de Dioses y hombres de Huarochirí, libro que recoge parte de la cosmovisión del
hombre de los Andes, se cuenta la historia de Cuniraya Viracocha quien enamorado
hasta no más va tras de Cavillaca y su hijo, preguntando a todo aquel que se cruza si no los ha visto pasar. En un tono que recuerda a ciertos
pasajes de la Biblia encontramos estas líneas:
Para un zorro sabihondo hay un sapo malicioso. (De: El zorro y el sapo)
El jactancioso hablador por su boca se condena. (De: El puma y el zorro)
Esto nos enseña que uno debe estar satisfecho con aquello que la naturaleza le otorga. (De: La huachua y la zorra)
“Luego se encontró (Cuniraya Viracocha) con un
zorro, y el zorro le dijo: “Ella ya está muy lejos; no la encontrarás”. Cuniraya le contestó:
“A ti, aun cuando camines lejos de los hombres, que han de odiarte, te perseguirán; dirán:“Ese
zorro infeliz”, y no se conformarán con matarte; para su
placer pisarán tu cuero, lo
maltratarán”.
Pobre
zorro, condenado hasta por los viejos dioses del antiguo Perú.
Con
la llegada de los conquistadores, el zorro no es un personaje ajeno a los
comentarios de los cronistas. Pensemos en el hiperbólicamente llamado “Príncipe
de los cronistas”, aquel de la frase feliz que decía algo así como (cito de memoria): “Mientras mis compañeros de armas descansaban, yo cansaba mi brazo escribiendo”. Sí, me
refiero a Pedro Cieza de León, quien pergeñó estas líneas sobre los zorros:
“Y lo que más se
ve es
algunas raposas, tan engañosas, que aunque haya gran cuidado en
guardar las cosas, adondequiera que se
aposenten españoles e indios han de
hurtar, y cuando no hallan qué, se llevan los látigos de las cinchas de los caballos o las riendas de
los frenos”.
Leo y
releo y me es inevitable sonreír, la última línea es graciosísima. Es de
imaginar a los zorros desesperados por comer, y al no encontrar nada para
saciarse hurtan hasta las correas y los látigos de cuero: tremendo hambre el de
los zorros. También imagino la desazón de los españoles: sus caras, las maldiciones que les deben haber echado a los astutos zorros. Y no se me termina de borrar la sonrisa.
Sin
embargo, conforme iban llegando libros que recopilaban narraciones orales del
Perú, fui descubriendo que también había historias donde el atoj sale bien parado, triunfador, ¿cómo
explicar ello? Difícil. ¿Identificación con el eterno perdedor? Vaya uno a
saber. Pero allí están las historias donde por fin el astuto vence, como muchas
veces sucede en la realidad. Y la verdad, para qué negarla, eso me pone
contento, por fin el pobre atoj se
sale con la suya.
Hubo un tiempo en que iba a la cacería de historias de zorros, adonde llegaba (Canta, Tarma, Concepción, Jauja, Arequipa...) preguntaba si alguien sabía de una historia que no conociera. Incluso ahora que mencioné a mi querido abuelo memorioso, recuerdo que un día le pregunté si sabía alguna historia de zorros y me contó La princesa Sumaccttica, vieja leyenda cusqueña que se cuenta en Lucre y donde uno de los personajes se llama Atoj Rimachi (cuya probable traducción sería: zorro hablador).
Hubo un tiempo en que iba a la cacería de historias de zorros, adonde llegaba (Canta, Tarma, Concepción, Jauja, Arequipa...) preguntaba si alguien sabía de una historia que no conociera. Incluso ahora que mencioné a mi querido abuelo memorioso, recuerdo que un día le pregunté si sabía alguna historia de zorros y me contó La princesa Sumaccttica, vieja leyenda cusqueña que se cuenta en Lucre y donde uno de los personajes se llama Atoj Rimachi (cuya probable traducción sería: zorro hablador).
Pero
la intención de esta entrada no es hacer un recorrido exhaustivo sobre la
presencia del zorro en la historia y en la literatura del Perú. Supongo que llegará el momento en que profundicemos este tema. Estas líneas
son solo una introducción para mostrar un pequeño grupo de relatos orales peruanos del
querido zorro, el viejo atoj.
Sirva,
pues, esta entrada como motivación para acercarnos un poquito más a este animalito,
milenario personaje de tantas historias que se cuentan en estas tierras frente al Mar del Sur.
EL
ZORRO Y EL QUIRQUINCHO
Un
día hicieron sociedad el zorro y el quirquincho.
El
zorro dio su chacra al quirquincho para que la sembrara a medias.
Como
el quirquincho tiene fama de ser poco inteligente, pensó el zorro que se
aprovecharía de su trabajo, y le dijo:
-Este año, compadre, será para mí todo lo que den las plantas arriba de
la tierra y para usted lo que den abajo.
-Bien, compadre-, contestó el sembrador.
El
quirquincho sembró papas. Tuvo una magnífica cosecha y al zorro le toco una
cantidad de hojas inservibles.
Al
año siguiente el zorro, molesto por el mal negocio, le dijo a su amigo:
-Este año, compadre, como es justo, será para mí lo que den las plantas
debajo de la tierra y para usted lo que den arriba.
-Bien,
compadre, será como usted dice.
El
quirquincho sembró trigo. Llenó su granero de espigas y al pobre zorro le tocó
una cantidad de raíces inútiles.
-No
me dejaré burlar más- pensó el zorro. Y le dijo al compadre:
-Este año, ya que usted ha sido tan afortunado con las cosechas
anteriores, será para mí lo que den las plantas arriba y debajo de la tierra.
Para usted será lo que den en el medio.
-Bien, compadre, ya sabe que respeto su opinión.
El
quirquincho sembró maíz. Sus graneros se llenaron nuevamente de magníficas
mazorcas y al zorro le correspondieron las flores y las raíces del maizal.
El
zorro tuvo que vivir en la última miseria. Ése fue el castigo por su mala fe.
Anónimo
LA
ZORRA Y EL JAGUAR
El
jaguar hizo todo lo posible para realizar todos sus propósitos. Día y noche
acechó a la zorra por los lugares en que ella solía cazar, dormir y caminar. Nunca
consiguió caerle encima.
Hasta que un día el jaguar, después de pensar mucho, dijo:
-Me
voy a fingir muerto, los animales vendrán a ver si es cierto, la zorra también
vendrá y entonces la atraparé…
Todos los animales, al saber que el jaguar había muerto, fueron a su
cueva, entraron en ella, y viéndolo tendido de largo a largo, decían:
-El
jaguar ha muerto; gracias sean dadas a Tupa (dios de la selva), ahora ya
podemos pasear…
La
zorra también fue a la cueva, pero no entró y sí preguntó desde afuera:
-¿Ya
estornudó?
Los
animales le respondieron:
-¡No!
Entonces la zorra les advirtió:
-Yo
sé que un difunto, al morir, estornuda tres veces.
El
jaguar la oyó, y sin darse cuenta de las intenciones de la zorra estornudó tres
veces.
La
zorra se rió y dijo:
-¿Quién ha visto que alguien estornude después de muerto?
Y se
fugó, lo mismo que todos los animales.
Y
hasta ahora el jaguar no ha podido atrapar a la zorra, porque es muy astuta.
Anónimo
EL
ZORRO Y EL HUAYCHAO
Hace
muchísimos años el zorro tenía la boca menuda y no era chismoso. Un día andaba
de paseo y vio un huaychao que cantaba sobre un cerro. Éste era pequeñito como
un zorzal y tenía el plumaje gris claro y al cantar movía alegremente las
plumas blancas de su cola.
El
zorro se quedó mirando el pico largo y aflautado del ave y le dijo mañosamente:
-¡Qué hermosa flauta amigo huaychao, y qué bien tocas! ¿Podrías
prestármela sólo por un momento? Yo la tocaré con mucho cuidado.
El
ave se negó, pero el zorro zalamero insistía tanto que al fin el huaychao le
prestó su pico, recomendándole que para tocar se cosiera el hocico a fin de que
la flauta se adaptara mejor.
Y
así, sobre el monte, el zorro se puso a cantar soplando la flauta. Después de
un rato, el huaychao reclamó su pico, mas el zorro se negó. Decía el ave:
-Yo
sólo la uso de hora en hora y tú la tocas sin descansar.
El
zorro no entraba en razones y soplaba y soplaba incansablemente para un público
de pequeños animales que se habían reunido en torno suyo.
Al
ruido se despertaron unos añases y salieron de sus cuevas, subieron al cerro en
animada pandilla, al ver al zorro tocando se pusieron a bailar y bailaron con
ellos todos los animales del campo. El zorro no pudo guardar la seriedad por
mucho tiempo y de pronto rompió a reír y al hacerlo se le descosió el hocico
mucho más de la medida y éste le quedó grande y rasgado de oreja a oreja.
El
huaychao antes de que el zorro se recuperara de la sorpresa, recogió su pico y
echó a volar.
Desde entonces, según cuentan, se quedaron los zorros con la boca enorme
castigo de su abuso de confianza.
Recopilado
por José María Arguedas
EL
RATÓN Y EL ZORRO
Érase una vez un rey y este rey castigaba
duramente a su hortelano, cada vez que al ir a su jardín encontraba que las flores
habían sido arrancadas. Le decía el rey al hortelano:
-¿Por qué no cuidas bien el jardín?
-Su
Majestad- le respondía el hortelano-, no dejó de cuidar el jardín ni un solo
día. No sé qué animal arranca las flores.
Entonces, el hortelano todos los días esperaba en el jardín para
averiguar qué animal arrancaba las flores; hasta que un día, al estar
observando el jardín, sorprendió a un ratón que se dedicaba a arrancar las
flores, pero no pudo atraparlo ni hacer nada.
¿Qué hizo entonces el hortelano? Pues armó
una trampa con un tejido embadurnado de brea, y la colocó en el hueco por donde
salía el ratón.
De
esta manera, un día lo atrapó sobre el tejido con brea; pero no lo mató al
ratón, sino más bien le dijo:
-¡Hola ladronzuelo! Conque tú eras el arrancaba las flores de las
plantas del rey. ¿No?
Luego lo colgó con un cordel de una viga para el que el rey lo vea. En
seguida el hortelano fue a avisar al rey. Y cuando llegaron con látigo para
castigar al ratón, en lugar de él encontraron colgado de la viga al zorro.
Cuando el ratón estaba colgado, el zorro pasaba por allí y le dijo:
-¡Oye Diego! ¿Qué haces allí colgado?
-¡Oye tío!- le contestó Diego-. Si yo te contara lo que me ha pasado.
Y
luego el ratón le contó al zorro:
-Solamente
porque no quiero casarme con la hija del rey, me han colgado aquí en esta viga.
Tal vez tú quisieras casarte con la hija del rey.
-¡Qué sonso!- exclamó el tío-. ¿Y por qué no quieres casarte con la hija
del rey? Bien, te voy a desatar. ¡Bájate! Ahora yo voy a subir. Tú me amarras y
yo me casaré con ella.
Luego el zorro se hizo amarrar de la viga. Cuando el rey y el hortelano
llegaron, éste le dijo:
-¡Hola! Conque te has convertido en un zorro cabeza larga- y lo azotaron
allí mismo. El zorro comenzó a gritar:
-¡Sí,
voy a casarme! ¡Sí, voy a casarme! ¡Sí, voy a casarme!
El
rey seguía golpeándole diciendo:
-¿Y
con quién te vas a casar?
El
zorro se puso a gritar más:
-¡Con tu hija me voy a casar! ¡Ya no me pegues tanto!
A
duras penas el zorro logró escapar, cuando ya estaba a punto de morir. Una vez
que escapó dijo:
-¿Dónde encontraré al Diego ése? Donde lo encuentre lo voy a comer.
Con
grandes ganas de comérselo, el zorro buscaba al ratón, con un hambre que ya se
moría. Por fin, lo encontró a Diego en una pampa con yerba muy menuda y le
dijo:
-¡Conque tú me engañaste diciendo que no querías casarte con la hija del
rey! ¿No? Ahora pues te voy a comer.
Entonces Diego rogó al tío:
-Todavía no me comas pues, hermanito, yo te voy a llevar a un sitio
donde hay mucho que comer.
De
esta manera, Diego se lo llevó a tío a un gran banquete.
-Cuidado con que los perros me muerdan- le advirtió el zorro al ratón.
-Te
meterás pues muy a escondidas- le dijo el ratón.
Entonces
entraron al lugar del banquete, pero los perros salieron y desgarraron las
carnes del tío. Para entonces el ratón ya había huido. El zorro se desprendió
con dificultad de la boca de los perros y escapó; y, ahora sí, se puso a buscar
a Diego con unas ganas tremendas de comérselo. Lo estaba buscando terriblemente
enojado y, por fin, lo encontró al ratón
apoyado sobre una pared y sosteniéndola con
mucho empeño. El astuto y travieso ratón le dice al pobre zorro:
-¡Todavía no me comas! Te contaré una cosa antes. Esta pared está por
desplomarse y aplastar al mundo, y con él a todos nosotros. Así le dijo el
ratón al zorrito sonso.
-¡Ay, Diego!- exclama el zorro-. Estoy que me muero ya de hambre.
Tráeme pues de algún sitio algo de
comer. Mientras tanto yo estaré sosteniendo esta pared para que no nos aplaste.
Entonces, Diego se fue dejando al zorro apuntalando la pared. Y al irse
todavía advirtió al zorro:
-No
te vayas a mover ni siquiera un poquito. Porque si no, se cae la pared y
moriremos aplastados.
El
zorro estuvo sosteniendo la pared sin moverse nadita, ya casi muerto de hambre.
Llegó al atardecer, y el zorro seguía apuntalando el muro. Llegó la noche, y
seguía sosteniéndolo, ya casi vencido por el sueño, temeroso de que el muro se
desplomara, pero la pared no se movía ni una nadita. El astuto ratón, después
de haber arruinado en todo al zorro, se había ido por ahí en busca de comida.
Después de dos o tres días, el zorro, dándose valor, dio un salto lejos del
muro y éste no se desplomó. ¿Por qué habría de desplomarse? Ni siquiera dio
señal alguna de caerse. El zorro se fue indignado en busca del ratón. Por fin,
lo encontró en una pampa. El ratón estaba cavando un hoyo. Entonces el tío le
dijo:
-¡Oye Diego! Esta vez sí te tengo que matar, te tengo que comer.
-¿Qué dices tío? –le preguntó el astuto ratón-. Me han dicho que ya no
tarda en caer una lluvia de fuego. A todo el mundo, a toditos, nos va a quemar.
Por eso estoy haciendo este hueco, quizá podré escapar metiéndome en él.
Y el
zorro le dice a Diego:
-Entonces ayúdame a hacer un hueco para mí, puesto que soy grande.
Con
gran empeño primero hicieron un hueco grande para el zorro; y éste en seguida
se metió y se midió en el hueco cuidadosamente, y viendo que cabía en él le
dijo a Diego:
-Ahora hazme el favor de taparme.
¿Y
qué hizo el astuto Diego? Le echó tierra y unas cuantas piedras encima. También
acomodó algunas espinas en los bordes del hueco y se marchó rápidamente. El
pobre tío estuvo metido cuatro o cinco días dentro del hoyo, temeroso de la
lluvia de fuego. Casi muerto de hambre, dio un manotazo hacia fuera sobre las
espinas y dijo:
-Verdaderamente está lloviendo fuego.
El
zorro se quedó así en el hueco asustado con la lluvia de fuego. Cada vez que
sacaba la mano, las espinas lo hincaban y seguía repitiendo:
-Es
verdad que está cayendo una lluvia de fuego.
Casi
muerto de cansancio, empujado por el hambre, el zorro, recogiendo todas sus
fuerzas, dio un salto, y allí, afuera, descubrió que la lluvia de fuego eran
sólo espinas. ¿Y que hizo el pobre tío? Terriblemente enojado se encaminó en
busca de Diego para devorarlo por todas las trastadas que le había hecho. Por
fin, lo encontró en cierto lugar comiendo tranquilamente un pedacito de papa.
Diego, sorprendido, se tiró de costado aparentando estar muy decaído y a punto
de morir, a fin de que el tío de compasión no se lo comiera. El tío le habló
así:
-¡Oye Diego! ¿Por qué me haces tantas bromas? ¿Por qué pues me das
tantos maltratos? Ahora sí, con todo gusto te voy a comer.
Entonces, Diego se postró de rodillas ante el tío y le imploró su perdón
con toda el alma:
-¡Padrecito, niñito, hermanito! No me comas pues. Ahora mismo te llevaré
a un sitio donde he visto que hay comida.
Entonces, el tonto tío le dice:
-Bueno, pues, te perdonaré así. Pero en seguida debes llevarme a ese
sitio donde hay comida, que ya me estoy muriendo de hambre.
Luego Diego le explicó al tío:
-Espera por favor hasta que se ponga bien oscuro. A la luz del día, el
dueño de casa te puede atrapar y matar.
-¡Ay! Ya no puedo aguantar el hambre hasta que anochezca –le dijo el tío
a Diego.
-Aguanta no más tu hambre. Si vamos de día te atrapará el dueño y sus
perros te morderán –le dijo Diego.
-Bueno, pues. Así esperaré hasta que oscurezca –dijo el tío.
Cuando anocheció, Diego llevó al tío a una casa cercana y allí le dijo:
-No
entres. Todavía están comiendo. Hay una pareja de viejos y también un borrego.
Espera que yo ya te avisaré.
El
zorro se puso a esperar detrás de la casa muy hambriento. Mientras tanto el
ratón ya estaba comiendo una mazamorra de leche del plato de los viejos,
quienes ni se daban cuenta de ello. Después de terminar de comer, la vieja le
dijo al viejo:
-Te
guardaré esta mazamorra de leche para que comas mañana antes de salir a pastar
a las ovejas.
Diego estaba oyendo lo que decían los viejos y cuando ellos se fueron a
dormir, cerrando la puerta de la cocina, Diego hizo pasar al tío hacia la
cocina por la puerta del corral de las ovejas y le dijo:
-Esta es la olla con mazamorra de leche. Come rápido.
El
zorro se comió la mazamorra de un golpe; para eso había metido la cabeza en la
olla y cuando terminó no la pudo sacar de ella.
-¡Oye Diego! -llamó al ratón-. Alcánzame alguna cosa. Mi cabeza no puede
salir de la olla.
Luego le alcanzó un terroncito.
-¡Oh! ¿Cómo me alcanzas esto? -dijo el tío- Con esto no voy a partir la
olla. Dame algo grande con qué romperla.
Pero
Diego le alcanzó un pedazo de coronta.
-¡Oye! ¿Por qué me alcanzas esto? -dijo el tío- Con esto o voy a romper
la olla.
Entonces Diego le dijo al tío:
-Será mejor que vayamos a una piedra grande y blanca. Allí golpearás tu
cabeza.
Y lo
llevó adonde estaba la piedra, pero ésta no era una piedra de verdad sino la
cabeza del viejo, sus pelos eran blancos como la fibra de cabuya. Diego llevó
al tío a esa “piedra blanca” para que golpeara su cabeza contra ella. El tío
con toda su fuerza dio un golpe con la olla, y ésta se hizo añicos en la cabeza
del pobre viejo, que se rompió en cuatro o cinco partes. Los viejos se
despertaron asustados y en la confusión el viejo comenzó a golpear a la vieja
diciéndole:
-¡Conque habías guardado la mazamorra diciéndome que era para tu inca!
¿No?
La
cabeza del viejo chorreando leche y sangre no le permitía ver. Mientras tanto
el zorro se robó una oveja y así finalmente pudo saciar su hambre con toda una
oveja.
Recopilado
por Max Uhle
Traducido
por Edmundo Bendezú
De: Literatura quechua.
EL OSO
Y EL ZORRO
Había una vez en el monte una familia de osos. En la casa vivían el
marido, la mujer y una hija. Un día pasó por allí el zorro Pascual y pidió
trabajo. El oso aceptó. Y lo trataba muy bien, como si fuera su compadre.
Cierta vez que estaban yendo a trabajar al campo, el oso le pidió al
zorro:
-Compadre, lleve estas dos lampas, por favor.
Pero
el zorro vivo no las llevó. Cuando ya habían caminado un buen trecho y estaban
lejos de la casa, el oso percatándose del olvido, preguntó:
-¡Compadre! ¿No has traído las lampas?
A lo
que el astuto Pascual contestó:
-No,
compadrito. No las traje, pero no se preocupe, regresaré y traeré las dos.
Entonces, retornó presuroso a la casa donde la osa y su hija se encontraban
solas. Y el zorro gritó:
-¡Compaaadreee! Me estás haciendo regresar por las dooos, ¿no es cierto?
A lo
que el oso, gritando también, respondió:
-¡Sí! ¡Por las dooos!
El
muy ladino de Pascual se aprovechó y le hizo el amor a ambas: a la mamá y a la
hija. Después que hubo terminado cogió las dos lampas y tranquilamente fue a
reunirse con el oso.
Todo
el día trabajaron en la chacra. Y ¡todo el día pasaron hambre! Porque la osa no
apareció con la comida.
Por
la tarde, al finalizar las labores, debieron volver a casa, pero Pascual
pretextando algo, se quedó en el campo, en tanto el oso muy hambriento, inició
el regreso.
Al
llegar, modestísimo, inquirió:
-Oye, mujer, ¿por qué no trajiste la comida?
-Y
tú, ¿por qué ordenaste que el zorro “se atreviera” con las dos?- replicó ella
también muy enojada.
-¡No! ¡No es verdad!- se sorprendió el oso y enterándose por su esposa
de lo ocurrido, salió indignado corriendo tras el zorro tramposo.
Entonces, lo fue a buscar al cerro.
-Voy
a ir a su cueva y lo voy a esperar ahí dentro- mascullaba vengativo.
Efectivamente, así lo hizo. Al ubicar la casa del zorro penetró al hueco
y esperó echado al fondo en completo silencio.
Al
rato, llegó Pascual, quien sospechando que el oso pudiera estar cerca, empezó a
decir frente al cerro unas cuantas frases a modo de saludo:
-¡Estoy viniendo a mi casa de roca! ¡He llegado a mi casa de roca!- y
como nadie le respondiera, en voz alta continuó- ¡Qué raro que el cerro no me
haya contestado como siempre: “Ven hijo nomás, entra”. ¡Algo extraño está
sucediendo! ¡Probemos otra vez!- y de nuevo se puso a repetir- ¡Estoy viniendo
a mi casa de roca! ¡Ya llegué!
Y el
oso que había estado calladito, deseando no ser descubierto, no pudiendo más,
desde dentro contestó:
-¡Ven hijo nomás! ¡Entra a tu casa de roca!
Pascual riendo se burló.
-¡Ajá, compadre! ¡Así que estabas aquí durmiendo!- y echó a correr a
toda velocidad hacia otra loma.
El
oso salió disparado de la cueva jurando:
-¡Ahora sí lo voy a atrapar!
Lo
buscó por todas partes, pero el zorro había desaparecido. Hasta que un día en
que Pascual se asoleaba tumbado en unos pajonales, lo agarró.
-¡Compadre! ¡Vamos a la casa!- le exigía.
-¡No! ¡No puedo ir, compadre! ¡Está muy lejos!- argumentaba el zorro.
-¡Tiene que venir! ¡Tiene que venir!- continuaba insistente el oso.
-¡No! ¡No! ¡Está muy lejos! Nos vamos a cansar caminando.- Y como el oso
persistiera, aunque de mala gana, Pascual aceptó- Bueno. Iremos. Pero mejor
vayamos por arriba, volando.
-¡Imposible!- exclamó el oso- ¡Nosotros no sabemos volar!
A lo
que el zorro replicó:
-¿Ve
usted esas avecillas, los lequechos? Ellos están caminando por los aires, tal
como yo les enseñé. Entonces, iremos por lo alto.
Y arrancando
unas pajas, se las amarró a los brazos y empezó a aletear.
-Si
usted quiere, compadre, vaya a pie. Yo iré por delante volando.
El
oso temiendo cualquier cosa si el zorro llegaba antes, se animó y aceptó volar.
Entonces, el zorro amarró también pajas a sus brazos, diciéndole.
-Vamos a subir hasta la punta de esa loma. De allí lo empujaré para que
vuele. Yo volaré por detrás suyo.
El
oso efectivamente trepó el cerro y el Pascual, retrocediendo, tomó gran impulso
y le dio un tremendo empujón.
¡El
compadre oso no voló! Sino que cayó en el barranco y se murió.
El
zorro se las ingenió para quedarse con su mujer y su hija, y siguió viviendo
así nomás.
De: Cuentos de nuestros abuelos quechuas
Recopilado de comunidad campesina por Cecilia Granadino.
EL
ZORRO Y EL CÓNDOR
Un
cóndor contemplaba el paisaje de la cordillera nevada, de pie en un peñasco.
Estaba feliz, porque con la primavera le había brotado un hermoso plumaje.
Al
verlo, el zorro se le acercó y luego de saludarlo le dijo:
-¡Qué linda su espalda, tío! ¡Blanca como la nieve!
El
orgulloso rey de los andes apenas le hizo caso y con desgano le respondió:
-¿Te
gusta?
-Mucho, tío… Yo quisiera que mi espalda fuera igual.
-Es
fácil- le respondió el cóndor-. Si quieres te ayudo.
En
la noche subieron hasta la cumbre de una montaña, donde la nieve era abundante.
-Si
quieres que tu espalda sea blanca, tienes que echarte sobre el hielo, boca
arriba-, le dijo el cóndor.
El
zorro, feliz porque su deseo se cumpliría, se tumbó de espaldas sobre el hielo.
De
rato en rato, el rey de los andes le preguntaba si sentía frío, y el zorro le
decía que no. ¡Tan grande era su deseo de tener una espalda blanca que negaba
sentir frío! Porque en verdad estaba tiritando.
Las
horas fueron pasando. A la madrugada, el cóndor le volvió a preguntar. Y el
desventurado zorro apenas le dijo un débil no. Al amanecer ya no le contestó.
El pobre hacía rato que se había muerto.
Cuento tradicional ancashino
Marcos Yauri Montero
EL
ZORRO Y EL DILUVIO
En
tiempos remotos, el mundo estuvo a punto de desaparecer. Resulta que un llama
se enteró que el mar había decidido inundar todo. El llama lloraba y lloraba.
Cuando su dueño lo escuchó llorar, lo golpeó muy enojado porque no encontraba
razón alguna para sus lágrimas. Entonces el animalito como humano empezó a
hablar:
-Durante cinco días el mar inundará todo y todo perecerá.
El
hombre asustado, inmediatamente alistó comida como para cinco días, cogió su
llama y con su familia se fueron hasta un lugar muy alto: el cerro Huillcacoto.
Grande fue su sorpresa al ver que en la punta de este cerro estaban apiñados el
puma, el huanaco, el cóndor, la serpiente, el zorro y todos los otros animales.
Al
poco tiempo el agua empezó a caer y caer y los animales y hombres apretados se
aferraban a la vida en la punta del Huillcacoto, ellos sabían que allí el agua
no les alcanzaría. A pesar de todo, sí hubo uno que se mojó. El asustadizo
zorro por más que trepaba, incluso sobre los otros animales, resbalaba, volvía
a subir y resbalaba. Preocupado en no caer dejó su rabo colgado hasta que el
agua logró tocar el extremo de su cola y lo mojó, por esa razón se volvió
negra.
Después de cinco días el agua bajó y secó. El mar había matado a todos
los hombres y animales, salvo los que estuvieron en la punta del Huillcacoto
(entre ellos el descuidado zorro). Ellos se encargaron de poblar nuevamente el
mundo.
Versión anónima tomada de Dioses y hombres de Huarochirí
El título del fragmento es
del compilador
LA
ZORRA Y LA PARIGUANA
Dicen que antiguamente hablaban los
animales y las plantas, en ese tiempo una zorra que recién había retenido sus
crías, viendo los hijos de la pariguana en colores quiso que sus hijos sean
parecidos, por lo que fue a preguntar a la pariguana ,cómo hace para que sus
hijos sean de tan bonitos colores, a lo que la pariguana respondió , que eso
era fácil y que si desea puede hacer un horno de terrones como para la huatia
de papa, tendría que atizar hasta que el horno esté bien caliente, luego lo
pone allí a sus hijos y lo tapa con tierra, y debe esperar que reviente tres
veces, y cada reventón significaba una figura. Así esperó hasta que reviente
tres veces destapando los terrones encontró que sus hijos estaban
achicharrados, entonces llorando se fue en busca de la pariguana para vengarse,
merodeó por las orillas del lago donde estaba la pariguana, pero no pudo entrar
al agua, entonces pensó que tomando todo el agua podía atrapar a la pariguana,
a lo que por tanto tomar agua se le abultó tanto su estómago, por lo que estuvo
correteando, y como allí había muchas espinas decía.-Pinchamë paja bravas,
pínchame espina, a lo que al momento al pasar por las chilliwas se pinchó con
una espina por lo que se reventó el estómago del animal muriendo al instante.
Nunca seamos envidiosos ni ambiciosos.
Narrado
por Gumercinda Sahua
LA ZORRA Y LA LUNA
Para las manchas de la Luna decían (los
incas) otra fábula. (…) Dicen que una zorra se enamoró de la Luna viéndola tan
hermosa, y que, por visitarla, subió al cielo, y cuando quiso echar mano della,
la luna se abrazó con la zorra y la pegó
a sí, y que desto se le hicieron las manchas.
De:
Comentarios Reales de los Incas
Inca Garcilaso de la Vega
Continuará…
Morada de Barranco, 30 de noviembre de 2012.