viernes, 3 de septiembre de 2021

HAROLD LLOYD, EL MUCHACHO DE LAS GAFAS

 




                                                       ...y esos ojos azules que me abren rascacielos.

                                                                                          Rafael Alberti




   Harold está siempre elegante, puede tener problemas, incluso graves problemas económicos, pero siempre lleva puesto con elegancia su terno y unos anteojos que lo identifican como el bigotito a Charlot. Es un muchacho decidido a abandonar Great Bend, su pueblo. Está cansado de la pequeñez, es amante de las aventuras y un aventurero de emociones, pero también quiere mejorar su vida, ofrecerle una seguridad plena a Mildred, su novia, la pequeña de los bellos ojos azules: ella se lo merece todo. En definitiva, el muchacho de los anteojos está en verdad enamorado y lo tiene decidido: viajará a la gran ciudad: más gente, más automóviles, más tiendas, más casas, más edificios, algunos se alzan hacia alturas inimaginables, rascacielos los llaman, por ellos los ascensores suben y bajan como lo hace el mercurio por los termómetros, son pequeños viajes por la columna vertebral de estas gigantescas construcciones, mucho más altas que los campanarios de las catedrales.

   En un día soleado, esplendoroso, Harold se despide de su novia y de la madre. Los tres han acudido a la estación del tren, hay abrazos, besos, promesas, juramentos: cuando todo le vaya bien enviará por ella para casarse en la gran ciudad. Está algo triste, quizá preocupado, pero lleva con él sueños y muchas esperanzas.

   Luego de un largo viaje en tren, Harold está en la ciudad desde hace varios meses. Siempre le escribe cartas a Mildred y le cuenta que tiene un buen puesto de trabajo y un gran sueldo, por eso le envía regalos, alguno de ellos muy costoso. La pequeña de los bellos ojos azules está feliz, es como si el Sol solo tuviera para ella unos colores especiales, plenos de alegría, no sospecha para nada que su novio es un simple vendedor en De Vore, una gran tienda cuyo local es un rascacielos donde el señor Stubbs, el supervisor de ventas, un cara de palo insoportable, le hace la vida imposible, tampoco sabe que su amado comparte una pequeña habitación con un albañil, “Limpy” Bill, un amigo cuyos bolsillos están siempre limpios como los vidrios de las ventanas de los edificios de la gran ciudad, no imagina, no sospecha a su novio junto a Bill escondiéndose de la casera porque no pueden pagar el alquiler de la habitación.

   Está decidido, no hay marcha atrás, la pequeña Mildred, aconsejada por la madre, viajará a la ciudad, quiere darle una sorpresa a Harold, ¿qué podría reprocharle? Al contrario, se alegrará, hace tanto no se ven. Total, para un gerente la vida tiene horizontes halagüeños, la seguridad del dinero los proporciona: a los dos juntos ahora la vida les tiene reservada un largo camino con sonrisas inextinguibles…

   Podría continuar, pero me detengo pues estoy ya en camino de hacer un spoiler (si no lo es ya) de Safety Last! (El hombre mosca, estrenada en 1923) una película de alguien que se ha tornado injustamente en el gran desconocido de ese trío mayor de la comedia del cine mudo integrado por Charles Chaplin, Buster Keaton y…, efectivamente, Harold Lloyd, el estudiante de las gafas eternas. Anteojos que se convirtieron en su marca personal, la marca indeleble del personaje como lo son el bigotito y la seriedad de piedra o palo de Charlot y Keaton, respectivamente.







   ¿Cómo llegué a Safety Last!?, o mejor dicho, ¿cómo llegue a Harold Lloyd? No fue a través de sus películas, en realidad fue por un poema de Rafael Alberti. Había comprado en una librería de viejo una edición de Seix Barral de 1977 donde se hallaban dos de los libros que más aprecio de este poeta: Sobre los ángeles y Sermones y moradas (los otros son Marinero en tierra y Cal y canto). Junto con ellos, un puñado de poemas escritos en 1929 reunidos bajo el título Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (título tomado de una obra de Pedro Calderón de la Barca: La hija del aire).





   Libro desconocido para mí, de título extenso para un libro breve: apenas trece poemas. El cine y los poetas, el cine y la poesía. En un poema de Cal y canto, Alberti escribió este verso de admiración y orgullo: “Yo nací -¡respetadme!- con el cine”. Este orgullo y admiración se manifiesta en Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos: Charles Chaplin, Buster Keaton, Laurel y Hardy, Harry Langdon, Harold Lloyd.., todos actores cómicos del cine mudo, aparecen en sendos poemas dedicados a ellos. Son poemas marcados por la influencia vanguardista: en ellos son evidentes el rechazo por las formas tradicionales como la métrica y la rima, el empleo del absurdo y el sinsentido, las jitanjáforas, el humor, la presencia de elementos oníricos es constante, y la vida urbana con su tecnología aparece a través de automóviles, ascensores, bicicletas.





   No me atrevería a decir, como algunos lo han hecho, que este libro y los otros son surrealistas: Alberti nunca fue surrealista (como sí lo fueron Luis Buñuel y Salvador Dalí en sus respectivos campos), quizá podría decirse que hay en ellos un aire surrealizante como ocurre con algunos libros de Cernuda, Lorca, Aleixandre. Son, digamos los aires de la época capturados por las antenas de estos poetas, hablo en sentido figurado, obviamente. Algo parecido sucedió con algunos vanguardistas peruanos, pienso en algunos libros de Carlos Oquendo de Amat (quien solo publicó un libro), Emilio Adolfo Westphalen, Enrique Peña Barrenechea, incluso del mismo Xavier Abril.





   He de ser sincero, salvo uno que otro poema y algunos versos aislados de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos llamaron mi atención. El afán por los experimentos verbales creo que contribuye a que este libro presente altibajos, algo que no sucede con Sobre los ángeles o con Sermones y moradas (muy admirado por Julio Cortázar): libros sólidos, plenos, maduros, cimas de la producción poética de Alberti. El poema dedicado a Charlot es el que más me gustó, pero el que me interesa mostrar es el dedicado a Harold Lloyd.






HAROLD LLOYD, ESTUDIANTE

(poema representable)


¿Tiene usted el paraguas?

Avez-vous le parapluie?


No, señor, no tengo el paraguas.

Non, monsieur, je n'ai pas le parapluie.


Alicia , tengo el hipopótamo.

l'hippotame para ti.

Avez-vous le parapluie?

Oui.

Yes.

Si.

Que, cual, quien, cuyo.

Si la lagarta es amiga mía,

evidentemente el escarabajo es amigo tuyo.

¿Fuiste tú la que tuvo la culpa de la lluvia?

Tú no tuviste nunca la culpa de la lluvia.

Alicia, Alicia, yo fui,

yo que estudio por ti

y por esta mosca inconsciente, ruiseñor de mis gafas de flor.


29, 28, 27, 26, 25, 24, 23, 22.

2πr, πr2

y se convirtió en mulo Nabucodonsor

y tu alma y la mía en un ave real del Paraíso.


Ya los peces no cantan en el Nilo.

ni la luna de pone para las dalias de Ganges.


Alicia,

¿por qué me amas con ese aire tan triste de cocodrilo

y esa pena tan profunda de ecuación de segundo grado?

Le printemps pleut sur Les Anges.

La primavera llueve sobre Los Ángeles

es esa triste hora en que la policía

ignora el suicidio de los triángulos isósceles

mas la melancolía de un logaritmo neperiano

y el unibusquibusque facial.


En esa triste hora en que la luna viene a ser casi igual

a la desgracia integral

de ese amor mío multiplicado por X

y a las alas de la tarde que se dobla sobre una flor de acetileno

o una golondrina de gas.


De este puro amor mío tan delicadamente idiota.

Quousque tandem abutere Catilina patentia nostra?


Tan dulce y deliberadamente idiota,

capaz de hacer llorar a la cuadratura del círculo

y obligar a ese tonto de D. Nequaqua Schmit a subastar públicamente esas estrellas

              propiedad de los ríos

y esos ojos azules que me abren rascacielos.


¡Alicia, Alicia, amor mío!

¡Alicia, Alicia, cabra mía!

Sígueme por el aire en bicicleta,

aunque la policía no sepa de astronomía,

la policía secreta.


Aunque la policía ignore que un soneto

consta de dos cuartetos

y dos tercetos.





   Fue por este poema, como lo mencioné antes, que me enteré de la existencia de este actor. Algunos personajes como Charles Chaplin y Buster Keaton ya los conocía (es, digamos, imposible no conocerlos), pero ¿Harold Lloyd? Nunca había escuchado de él, pero el nombre me era agradable, eufónico. Sondeé y hallé cosas interesantes que despertaron aún más mi curiosidad y mi sorpresa. 





   Así fue como me enteré de un terrible accidente ocurrido en la promoción de una película suya, allá por 1919, donde Harold terminó perdiendo dos dedos (el pulgar y el índice) de la mano derecha e incluso quedó ciego. Aparentemente su carrera promisoria en el cine terminaba, pero logró recuperarse, recuperó la visión y usó desde entonces un guante especial que hacía ver su mano con los dedos completos. Cuatro años después del accidente, Harold filmaría la película que fue un éxito rotundo en el mundo, film que motivó esta entrada para expresar mi admiración.





   El hombre mosca es un largometraje cuya capacidad de sorprender y agradar no se han perdido: es fresca, ágil, divertida, cargada de suspenso. Siento que el tiempo no la ha envejecido, no le ha pasado la factura. Hace poco la vimos en casa y lo disfrutamos plenamente, hasta hace un par de años les hacía ver a mis alumnos y nunca han olvidado esa experiencia. Hoy puedo verla cuantas veces quiera, ventajas de la tecnología. Lejanos los días en que para volver a visionar un film había que esperar la santa voluntad para que la reprogramaran por algún canal de televisión o la repusieran en algún cine de barrio, a veces la espera era en vano.





   Este clásico tiene una de las escenas más famosas no solo del cine mudo, sino del cine en general, una secuencia de imágenes entrañables en las que Harold queda colgado de la aguja de un inmenso reloj de un rascacielos, es una de esas escenas de antología ubicadas al mismo nivel del ojo rasgado por una navaja, la mano que acuchilla a la chica en la ducha, la sombra alargada y amenazante del vampiro, el vagabundo y el niño con el policía detrás de ellos…: vemos esas escenas, inmediatamente pensamos en el cine, son imágenes icónicas que nos acompañarán siempre a los que amamos no las películas sino el cine, como decía un amigo español.

















   El cine mudo, la comedia muda en particular, aún nos puede brinda mucho, diversión, por ejemplo, que no es poco. El cine mudo no es un cine prehistórico, superado, anacrónico, aburrido. Son ideas equivocadas, prejuicios, este cine desarrolló su propio lenguaje, un cine donde lo primordial eran la imágenes. Me maravillo al pensar cómo lograron desarrollar fascinantes historias sin casi emplear la palabra: unos genios realmente. La gran tragedia de este cine maravilloso fue la aparición del cine sonoro, lo sabemos. Pero podemos volver a esas imágenes silenciosas en blanco y negro, pasar grandes momentos no solo con Safety Last! (para mí una de las grande comedias de todos los tiempos), también están Grandma’s Boy, Girl Shy, The Freshman o The Kid Brother, todas ellas grandes y divertidas películas de Harold Lloyd, el genio injustamente olvidado.





   Continuará…



                                       Morada de Barranco, 3 de setiembre de 2021.