domingo, 24 de marzo de 2013

PAISAJE DE INVIERNO




                                                                               Reinante el día estuoso.
                                                                                         José María Eguren




   No lo voy a negar, extraño el invierno, la delicadeza amenazante de su frío nada comparable al europeo o norteamericano. El verano de Lima me es desagradable: su calor cargado de humedad, el bochorno que me aplasta y me aturde. Sé muy bien que cometo una herejía, que los amantes de la playa y del surf me mirarán como un bicho raro, extraño, en un territorio bañado por las aguas del “sempiterno” Océano Pacífico. Pero qué le vamos a hacer, se me hace inaguantable este sol abrasador y sofocante, metete.




   Por estos días de fiebre estival, me puse a revisar viejos archivos, papeles antiguos cuya edad se han perdido en mi memoria, de pronto me topé con pequeños textos que si un valor tienen es el de dejar sentada mi posición entre las dos estaciones. Pero no quiero extenderme en manifestar mi fastidio por el verano. Quiero, más bien, presentar algunos de esos textos, he seleccionado cuatro de ellos, escritos hace algunos años sin ninguna intención que no sea expresar este gusto singular por el invierno y todo lo que se relacione a él: el frío, la lluvia fina que aquí llamamos garúa, la niebla, el calor familiar a puertas cerradas, las tazas de café, la costumbre de visionar películas de madrugada en un absoluto silencio, mis chalinas de colores serios, en fin.




   Vayan pues estos textos y mi esperanza en la pronta llegada del siempre esperado invierno barranquino, habitante esquivo, por estos días, de este territorio frente al mar.




  
INVOCACIÓN

Querido invierno, te extraño. Detesto al verano, al sol que se inmiscuye desde temprano, que deja al mar, al cielo, a las calles, a los transeúntes tan evidentes, que desnuda todo (o casi todo) y les hace perder el saludable misterio. Estoy cansado ya de esta luz entrometida, se me hace insoportable el calor que me apabulla, me aplasta el bochorno, me hace doler la cabeza, estallar mis ojos, crispar mis manos. ¡Oh, amado invierno, aproxima tu cuerpo a mi morada! Reviste todo nuevamente de ese misterio que extraño, que los hilos de lluvia dancen sobre el asfalto y sobre las veredas, que el viento frío golpee suavemente mi rostro y haga escribir extraños mensajes a las ramas de los árboles. Ah, detestable verano, aléjate y permite que vuelva la bruma a difuminar el paisaje, a poblar este territorio de fantasmas.




INVERNAL

Hablo de nuestro invierno, ese que vivimos desde la infancia, el soportable, el que nos permite ser transeúntes de un territorio irreal, donde no se definen sino ciertos contornos, algunas realidades ambiguas: la silueta de un árbol que recibe entre sus brazos la música escondida del mar en la bruma; alguna casa que intenta descubrir la alegría tímida de sus puertas y ventanas; esa calle agazapada, estática, que cobija los pasos inseguros de alguien que se pierde no en los aires. Hablo de ese invierno que nos devuelve los ecos pálidos y difusos de ciertos nombres grabados en los muros; donde la lluvia apenas asoma y sus agujas de plata no se atreven a serlo; donde el frío dibuja un paisaje escondido más allá de nuestras manos y de nuestros ojos.




GARÚA

Transito por las calles tímidas de Barranco y alegre recibo el galope de tu llanto por mi rostro.




NOCHE DE INVIERNO

En estos momentos, ¿puede haber algo mejor que estar sentado junto a Rita, conversar, tomar una taza de un negro café, oscuro como las noches que envuelven a Barranco, mientras escuchamos "Revolver", ese maravilloso y sicodélico disco de The Beatles? ¡Sí! Por ejemplo: estar sentado junto a Rita, conversar, tomar una segunda taza de negro café, oscuro como las noches que envuelven a Barranco, mientras escuchamos, por segunda vez, "Revolver", ese maravilloso y sicodélico disco de The Beatles. 





   Continuará…


                                           Morada de Barranco, 24 de mayo de 20013.


lunes, 11 de marzo de 2013

EL CINE SE HA HECHO PARA VERSE EN EL CINE


    

                                          

                                             U n  n i ñ o  e c h a  e l  a g u a  d e  s u  m i r a d a
                                                                           Carlos Oquendo de Amat




   Quien pudiera, con el solo deseo, regresar a aquellos tiempos donde bastaba con salir de casa y, entre los muchos cines, escoger uno donde proyectaban no las películas recién estrenadas sino aquellos filmes que volvían a cartelera porque había la buena costumbre de los reestrenos. Hoy se ha perdido eso. También los cines. Ya no existen los antaño conocidos cines de barrio, esos cines del pueblo donde se podía ver como la cosa más natural del mundo alguna joya fílmica. Hasta la televisión (no hablo del cable) ha perdido la sana costumbre de pasar grandes películas, hoy su programación está plagada de programas descartables, lo que se dice televisión basura. Una lástima.




   Lejanos los días en que los canales competían por ver quién pasaba programas que captaran el interés de la teleaudiencia ofreciendo, las más de las veces, programas de calidad. Hoy es el puro “rating” sin importar a costa de qué. Todo este comentario viene a raíz de lo siguiente: amante del cine como soy, debo reconocer que muchas de las películas que he visionado no han sido en los cines sino en la televisión. Tiempos en los que uno podía toparse en las pantallas en blanco y negro con películas como: El hombre quieto; Moby Dick; La noche del cazador; El hombre de Río; El salario del miedo; Algo para recordar; Fugitivos; Te querré siempre; El trompetista; Imitación a la vida; Matar un ruiseñor; Los pájaros; La semilla del mal; Raíces profundas; ¿Qué fue de Baby Jane?; El apartamento; y un largo etcétera.




   En esos cada vez más lejanos tiempos, la televisión se había convertido en un saludable complemento de las salas de cine. Sin embargo, el cine se ha hecho para verse en el cine. Nada puede compararse a la atmósfera de una sala de proyección (a los más antiguos escuché decir cinema), ni siquiera la tranquilidad de la casa podría competir: ya de por sí, el tener frente ti a una pantalla reducida le resta méritos a lo que fueras a ver, y no hablo, obviamente de la calidad de aparatos ni de los filmes, hablo de dimensiones, de espacios y lo que a su alrededor gira.




   Los tiempos nuevos han cambiado muchas cosas, incluso ir al cine: para la mayoría se ha vuelto un acto casi mecánico en el que no importa qué se va a ver con tal que la película ofrezca persecuciones con carros (o sin ellos), balas por doquier, explosiones para todos los gustos, sangre (mucha sangre), muertos en cantidades industriales, todo esto sazonado con una grandísima fuente con pop corn y vasos con bebidas gaseosas. En otras palabras, la gente asiste a los cines a comer y para abandonarse a aquellas películas vertiginosas de cámaras nerviosas que aturden. Como leí hace poco en un blog amigo: últimamente a la gente “les gusta las películas, pero no el cine”. Estoy completamente de acuerdo.




   Si algo desearía que ocurriera por estos días es que algún cine, de esos antiguos que todavía por allí sobreviven, programe la proyección de ciertas películas (por mencionar solo las del cine sonoro) que son entre mis preferidas las que más amo. Que no quepa duda que religiosamente cumpliría con ese ya casi olvidado rito de ir al cine y estaría en primera fila para visionar emocionado, nervioso, películas como:




1. Entre muchas de John Ford (pienso en Centauros del desierto, Las viñas de la ira o ¡Qué verde era mi valle!) una en particular: El hombre quieto, imagino ya a mis ojos extraviados entre los verdes de Innisfree y el rojo cabello de la bellísima y temperamental Maureen O’hara.




2. Dos películas de Jean-Luc Godard: Al final de la escapada y Pierre, le fou. Una en blanco y negro (¡ah, esa aparición de Jean Seberg con el cabello corto anunciando al New York Herald Tribune en Champs Elysées!), la otra en colores destellantes envolviendo la figura de una de las grandes musas de la nouvelle vague: Anna Karina, la de los bellos ojos almendrados.







3. El espíritu de la colmena de Víctor Erice, conmovedora película que resulta una maravillosa exploración, dentro de un pueblo desolado en la meseta castellana, de cómo el cine marca a una niña (Ana Torrent) a través de un personaje como el monstruo de Frankenstein en las duras épocas de la posguerra española. La soledad atormentada y contenida que gobierna las vidas de los personajes habla, en realidad, de espacios compartidos pero cargados de fracturas.




4. Hay dos películas de Eric Rohmer a las que acudo siempre transido de emoción y me gusta visionarlas bajo dos condiciones: al amanecer y en invierno, ¿por qué?, no sabría decirlo con precisión, solo sé que así las disfruto mucho. Las películas a las que me refiero son El rayo verde y La rodilla de Clara (por allí cerca, merodeando están Mi noche con Maud y Cuento de otoño). Estas dos películas (como todas las de Rohmer) siempre me han sorprendido porque son muestra palpable de cómo hacer un magnífico cine con economía de recursos.







5. La mirada de Ulises, bello título de una película de Theo Angelopoulos, las indagaciones y la larga marcha del protagonista, “A” (magnífico Harvey Keitel), por hallar las bobinas de una película en un territorio (los Balcanes) dominado por la violencia y la muerte: el cine como metáfora de las eternas búsquedas del hombre habitante de las periferias.




6. En 1950, Luis Buñuel filma una película que muestra el otro rostro de México, no el de charros y canciones, sino el real, el de las grandes desigualdades, el de los adolescentes y niños sobreviviendo en medio de una urbe fragmentada, agresiva, violenta: Los olvidados arranca máscaras y nos muestra aquella faz terrible que la revolución mexicana no había solucionado.




7. Hitchcock filmó muchas películas, de todas ellas escojo una, Vértigo (podría agregar cuatro o cinco películas, pienso en La ventana indiscreta, Con la muerte en los talones, Rebeca, Los pájaros, Notorius). Vértigo es una película que ofrece con precisión, el turbador mundo de un policía retirado y obsesivo: John Scottie Ferguson (James Stewart) en su relación con Madeleine (Kim Novak) y su posterior intento de reencarnar en una segunda muchacha al amor perdido. Intensa como pocas, Vértigo es la metáfora de la recuperación del amor de entre los muertos.




8. Krysztof Kieslowski, el gran director polaco, filmó un puñado de películas misteriosas, poéticas como Tres Colores: Azul, Blanco, Rojo o El Decálogo, este último un proyecto de diez capítulos basado en los Diez Mandamientos (aunque hecho para televisión). Pero la película que quisiera ver es La doble vida de Verónica, film donde la poesía visual de Kieslowski se despliega para contarnos la historia de dos muchachas (Irene Jacob en el doble papel de Weronika en Polonia y Veronique en París) que no solo guardan un físico idéntico sino gustos afines que las acercan a pesar de las distancias.




9. Las alas del deseo o también conocida como Cielo sobre Berlín, del alemán Wim Wenders, es una película donde un ángel rebelde renuncia a su inmortalidad por amor a una trapecista, pero la historia no solo es la de este ángel inconforme sino también aborda temas cuyo espectro es más amplio, los aspectos sociales y políticos sobre el destino trágico de una Alemania fragmentada, separada por un muro.




10. Probablemente el mejor western de todos los tiempos sea Río Bravo de Howard Hawks, este es un film cuya historia sencilla indaga sobre el poder de la amistad y como esta se robustece para enfrentar el  peligro constante: el asedio a la comisaría por parte de una gavilla de delincuentes que quiere liberar al hermano menor del jefe. A diferencia de las películas de John Ford, la historia de Río Bravo se desarrolla en escenarios mínimos (un pequeño pueblo de Texas, una calle, el hotel, la comisaría), suficientes para expresar a este gran western con plenitud.




11. La piel suave de Truffaut, es una de las películas que más he visto y cada vez me gusta más, su sencillez puede resultar engañosa, sin embargo es de esas películas que expresa con madurez la ingobernabilidad del hombre por algunos anhelos y obsesiones. Jean Desailly y Francoise Dorléac en estado de gracia (sobre toda esta última: inolvidable su mirada cargada de tristeza) construyen con sus personajes (Pierre y Nicole) una historia de amor e infidelidad cuyo final terrible no deja nunca de asombrarnos.







   Podría agregar algunas películas más a esta breve selección, por ejemplo: Laura, Ser o no ser, ¡Qué bello es vivir!, Sed de mal, Viaje a Italia, Algo para recordar, El fantasma y la señora Muir, Cantando bajo la lluvia, M, La mamá y la puta, Persona y muchas más. Probablemente en otras ocasiones y bajo otras circunstancias los títulos seleccionados variarían y es que, como decía un personaje bastante conocido por estos lares, “las grandes películas nos hablan, pero no siempre las escuchamos con la misma actitud o interés”.






   Continuará…


                                                 Morada de Barranco, 11 de marzo de 2013.