sábado, 19 de diciembre de 2020

CUARENTA AÑOS YA

 


                                                          Soy yo mismo perdido entre mis voces.

                                                                                           Xavier Abril



I.

   ¿Cuándo escuché por primera vez a The Beatles? Tendría yo unos 9 o 10 años cuando una tía llegó a casa muy entusiasmada: había comprado un pick-up; o sea, un tocadiscos portátil de color plomo claro. Tenía la apariencia de un maletín. Se desmontaban sus parlantes y aparecía el tornamesa, esos viejos aparatos que reproducían los discos de 45 rpm o los 33 rpm a distinta velocidad. Con el aparato le vinieron unos vinilos 45 de regalo, uno de ellos era de The Beatles, aún lo recuerdo, tenía una etiqueta de dos colores (amarillo y naranja encendido) de la disquera Capitol. La primera canción de ellos que escuche con plena conciencia fue I Saw Her Standing There en la voz de Paul McCartney. “¿Quiénes son?” pregunté entusiasmado. “Son los Beatles”, respondió mi tía. Estaba fascinado con las voces, las guitarras y esa batería que aceleraba mis latidos.





   No sé cuántas veces le pedí a mi tía que volviera hacer sonar el disco, fueron tantas que aprendí cómo se manejaba el aparato. A veces mi tía dejaba el tocadiscos en casa, no sé por qué, pero aprovechaba esas oportunidades para, a escondidas y con temor, prenderlo y escuchar esa canción que tanto me emocionaba.





   Pasaron los años, mis intereses musicales se dispararon por varios caminos. He de decir que siempre procuré escuchar todos los ritmos posibles y para ello tenía un aparato antiguo en casa, una oscura radio de baquelita, marca Zenith, que había sido de mi padre cuando soltero. Como todavía no teníamos televisor, todas las noches escuchábamos maravillados y absortos varias radionovelas: aventuras en lejanas haciendas o selvas peligrosas e intrincadas, peripecias increíbles en islas ubicadas en mares completamente desconocidos, parajes remotos que amparaban laberínticos amores torturados y torturantes, un inacabable mundo de historias que llenaron mis horas nocturnales y mi imaginación de fantasía, de aventuras imposibles de vivir a un pequeño mortal barranquino como lo era yo entonces. El resto del día prácticamente el aparato lo manipulaba yo. Con esta pequeña y pesada radio y accionado por mi curiosidad pude captar emisoras de otros países y completamente admirado escuchaba voces lejanas en misteriosos idiomas (chino, japonés, alemán, portugués...). Pero sobre todo escuchaba música, mucha música.





   Hasta que me llegó los dieciséis años y redescubrí la música de The Beatles. Era, para entonces, un muchacho tímido (hasta ahora), observador, lector voraz, melómano sin límites como sin límites era y es mi admiración por la música de los Fab Four. Recuerdo que en ese entonces estaba a la cacería de sus canciones, las que grababa con un tocacintas pequeño y pesado como un yunque, esas grabaciones hoy vergonzantes capturaban micro en mano no solo la música, también los ladridos lejanos de los perros, las voces de los vecinos o transeúntes, el sonido de algún claxon, mi respiración agitada por la emoción. Ya después vendrían los long play que hasta ahora conservo como un preciado tesoro, testigos de aquellos horizontes musicales que se abrían no solo ante mis oídos. Tiempos de adolescencia sumergida no solo en canciones sino en discos, en discos completos como propuesta estética, eso lo aprendí con ellos.





   Nunca podremos experimentar esa intensidad sísmica con que era aguardados y recibidos cada nuevo disco de estos cuatro muchachos que nunca se repitieron, que crecieron musicalmente y se anticiparon a tantas cosas. Jamás lo sabremos, esas son experiencias de un momento, de una época que llevaba consigo una pureza por nosotros desconocida, ajena a nuestra vida signada por el vértigo de lo fugaz y pasajero, de lo inmediato y perecedero.






   El tiempo fue pasando, corrían los últimos días de 1980, fue una mañana de diciembre, un 9 de diciembre, para mayor precisión, caminaba al lado de mi padre por la avenida Grau en Barranco, serían 6:30 a. m., aproximadamente. Lo tengo claro, cuadra cuatro de esa avenida, mis ojos de pronto se posaron sobre un paquete de periódicos (recuerdo que en esa cuadra se repartían lo diarios que los canillitas luego distribuirían por todo Barranco), y leí el titular del diario Expreso: “Mataron al ‘beattle’ John Lennon”, así, con errata incluida, me enteré de la muerte de alguien a quien admiraba hasta alturas insospechadas. Fue un golpe duro, durísimo. Lloré su muerte todo ese día, una tristeza cuyo manto me hizo conocer el dolor por perder a alguien que nunca conocí en persona, cierto, pero era más cercano que muchos que estaban alrededor mío: este, a final de cuentas, no era asunto de distancias físicas sino emocionales. Ya en la noche, mi madre me dijo: “Deja ya de llorar y guarda lágrimas para cuando yo me vaya”, ni así dejé de hacerlo, pues esa herida iba más allá de la percepción de los sentidos.






   Han pasado cuarenta años desde ese día, día en el que confirmé la inmortalidad de alguien que acababa de morir injustamente, sí, pero que desde entonces habitaba los predios reservados a los elegidos, los señalados por los dioses, eternamente.







II.


   Corrían los lejanos inicios de la década del 80 (hace cuarenta años) cuando conocí a un grupo de amigos, con ellos compartí experiencias, vivencias que me marcaron, que no he podido olvidar. Tenía entonces 17 años, varios de ellos eran unos años mayores, pero eran mis compañeros, mis amigos de ruta. Uno de ellos fue Wilfredo Ricardo Justo Huamán, el Chino, para los amigos. Alto, atlético, buen futbolista, su presencia se imponía en el campo de juego. De mirada pícara, aparentemente callado, aparentemente, cuando había confianza hablaba más y siempre le afloraba el humor, la chispa,  recursos aprendidos en las pistas, esa escuela del peloteo y la palomillada. Estar con el Chino, con José Pantigoso, Tito Guardia, Elio Cáceda, Arturo Magán, Norman Bernabé, Hugo Gentile, José del Rímac, Alberto, era reír a más no poder.





   Jóvenes como éramos, transitamos algunas o muchas calles, había que conocer el mundo, un horizonte amplio se nos abría: Lima, la enorme urbe era territorio donde dejaríamos nuestras huellas y ella en nosotros. Cómo olvidar esas reuniones donde disfrutábamos conversando de cualquier cosa, la emoción con que vimos en la casa de José Pantigoso (en su televisor a colores) el partido de visita de la selección de fútbol del Perú contra Colombia para el Mundial del 82, los lamentos en que nos abandonamos cuando Cubillas perdió un penal y los gritos y abrazos que nos dimos cuando La Rosa hizo el gol de empate, ahí estaba el Chino, el querido Chino, grandazo y con un corazón de las mismas dimensiones. Ya noche, salimos a recorrer las calles para celebrar el resultado.





   Días después, en una cevichería de la calle Arenales, surgió la idea de viajar a Trujillo. Arturo y Elio eran trujillanos y primos, este último se compromet a hospedarnos en su casa, allá en Chiclín. Y viajamos, viajamos parados como ocho horas, pues tomamos el carro no en la agencia. Creo que esa noche nadie durmió en el ómnibus, nos la pasamos riendo como condenados. Qué experiencias por esas tierras, una semana perdidos en la plena aventura (Casagrande, Huanchaco, Chicama, Sintuco...), la juventud obligaba. Y el Chino ahí, siempre observando, casi diría, cuidándonos.





   La foto siguiente es una de las tres que conservo de una fiesta en el Centro de Convenciones del Hotel Crillón. Terminada esta, en taxi recorrimos una Lima que nos recibió en sus brazos oscuros y misteriosos a las 3 de la mañana, una Lima que no sospechaba el desastroso gobierno de Alan García y el terrorismo de unos años después, un país cayéndose a pedazos. Luego de comer en algún restorán, de conocer a algunos personajes nocturnos y surrealistas, por invitación del Chino fuimos a su casa de Breña a dormir lo que restaba de la noche...








   La vida es así, conoces gente y de pronto la dejas de ver, le pierdes el rastro. Así pasó con el Chino y con los otros. Hace unos meses reencontré a uno de esos viejos y entrañables amigos, Norman Bernabé. Él me dio el dato del Facebook del Chino. No sé explicarlo hasta ahora por qué fui postergando el reencuentro, hubo una alegría de saber de él después de varios años, pero fui postergando el contactarme con Wilfredo, cosa que lamento enormemente: había tanto por conversar, mucho que recordar... 





   Por el mismo Norman me enteré hace unas semanas que el Chino, el querido y viejo amigo había partido. Una tristeza sin fondo me dominó, no podía creerlo, es más, no lo asimilo todavía, queda una sensación de partida prematura, de que hay gente que no debería irse todavía, que la generosidad de corazón que gobernó sus vidas les deberían asegurar una larga permanencia. Deseos, deseos que se quiebran ante los designios de la vida.





   Sin embargo, la muerte de mi querido amigo me dejó una increíble sorpresa: descubrir que una de sus hijas había sido mi alumna ocho años atrás y ella ni yo nunca lo supimos hasta ahora. El mundo es un pañuelo...





   Querido Wilfredo, Chino, descansa en paz. Los que aquí quedamos, continuaremos la brega y llevaremos tu recuerdo siempre presente. Un abrazo entrañable, espiritual y el agradecimiento por todo aquello que aprendí a tu lado hace ya cuarenta años.






   Continuará…



                                       Morada de Barranco, 19 de diciembre de 2020.





sábado, 28 de noviembre de 2020

HISTORIAS DE TSURUS

 

                               


                                                                                    A cierta distancia / miro la grulla.

                                                                                      Yosa Buson



   Corría el año 2004, desde febrero trabajaba como corrector de estilo en la editorial Bruño. Eran tiempos duros para mí: muchas horas fuera de casa en un lugar muy alejado. Salía a las 6:30 de la mañana y regresaba agotado ya en la noche, más allá de las 8:00 p. m. La imágenes de Rita y de mi entonces pequeña hija acudían a mí constantemente, nunca había estado tan lejos de ellas, nunca me sentí más alejado que entonces. Recuerdo que daban las 7:00 p. m. y salía, literalmente, disparado, quería llegar a casa, abrazar a mi esposa, a mi hija, eran muchas horas lejos de ellas.




   Pero si un recuerdo grato guardo de Bruño es el de haber hecho muchos amigos, sobre todo entre el personal de cómputo, los digitadores, gente joven, entusiasta, alegre, laboriosa. Compartí con ellos muchos momentos fantásticos de conversación y de risas, de proyectos que lamentablemente quedaron como tales, hoy lo recuerdo, los recuerdo a cada uno.





   Era el mes de julio, aproximadamente, había entrado a la “congeladora”, así le llamábamos al espacio amplio y refrigerado para evitar el calentamiento de las muchísimas computadoras que ahí habían. Entré para verificar algunas correcciones en pantalla junto a Carla. De pronto, mis ojos se posaron en una pequeña figura de papel plegado, de un anaranjado intenso que contrastaba con la computadora blanca donde reposaba.





   “Es un tsuru”, me dijo Carla al ver la atención con que lo miraba. “¿Un tsuru?”, pregunté sumido en la más absoluta ignorancia. “Sí, o sea, una grulla, dicho en japonés”. Yo sabía que ella tenía raíces japonesas, incluso alguna vez me prestó un libro con bellas leyendas del Japón que le agradecí mucho y no he olvidado el impacto que causó en mí y en Rita esos relatos. “¿Lo hiciste tú o es un obsequio?”, pregunté sin quitar los ojos al tsuru. “Me gusta hacerlos, el origami es un pasatiempo que me relaja”. Lo tomó con cuidado y me lo alcanzó. Deslicé mis dedos suavemente sobre la grulla y disfruté de su delicadeza, de la precisión de sus pliegues...





   Recuerdo que me dijo que en el Japón se solían regalar tsurus en muestra de amistad y de buenos deseos. Me encantó. Un día después, sorpresivamente Carla se acercó a mi escritorio y puso en mi mano un pequeño tsuru de papel blanco. Agradecí el detalle, el bello gesto que tampoco he olvidado. Debo decir que conservo hasta el día de hoy ese tsuru: se encuentra en un lugar especial de mi biblioteca, los años han dejado su huella en el papel, pero siento que los buenos deseos de Carla están todavía allí, me acompañan. ¿Qué será de ella? No la volví a ver, nunca más supe de ella, espero que ahí donde esté le vaya bien.




   Pero no es el único tsuru que me acompaña, unos años después, doce o trece años, una alumna que por coincidencia se llama Carla, me obsequió un par de tsurus: más grandes, por cierto: uno anaranjado (como el tsuru de la Carla de Bruño) y otro rosado. Ellos están también en mi biblioteca. Recuerdo que cuando me entregó el primero de ellos me dijo que completara la serie con 999 tsurus más para que se me cumpliera un deseo. Así fue que me enteré del Senbazuru, así se le llama a una antigua leyenda del Japón que dice que si uno hace mil tsurus de papel, es decir, grullas de origami, se le cumplirá un deseo. Ardua labor, soy sincero, que no sé si algún día emprenderé. Por lo pronto lo veo difícil, pero...








   La grulla es un ave sagrada en el Japón, pero ¿por qué se le da las atribuciones que posee? Una página titulada todosignificados.com lo cuenta de inmejorable manera: Según las leyendas japonesas, un tsuru puede vivir hasta mil años. Por esta razón, el ave está asociada con la longevidad. Y la longevidad en el sentido de una estancia prolongada en un mundo tan complicado es un signo de salud, razón por la cual se suele hacer otra asociación con el tsuru.

   La longevidad y la salud son requisitos indispensables para una vida de felicidad, el tsuru es el ave de la felicidad, de la buena suerte, de la fortuna. También es considerado un pájaro de paz, y esto tiene al menos dos explicaciones, y una no necesariamente excluye a la otra.

   La primera versión acerca de que el tsuru es el ave de la paz vino de la pura observación del ave. Esta observación no se limitó a una persona, sino que se debió al elevado número de personas que señalaron la misma sensación al mirar al ave, lo que influyó en la llegada de esta conclusión. Que mirar al tsuru trae una sensación de paz, relajación, calma.

   La segunda versión, por otra parte, se basa en la documentación histórica, una historia real que ha sensibilizado a la opinión pública mundial. Nos referimos a Sadako (historia que compartiremos al final).

   Como pájaro longevo, la leyenda del tsuru en Japón todavía cuenta que estos pájaros harían compañía a los ermitaños buscando un lugar remoto y aislado, lejos de la humanidad por unas pocas horas, días, meses o años para dedicarse a un profundo período de meditación. Se cree que el tsuru tiene capacidad, poderes sobrenaturales que evitan el envejecimiento, lo que sería una explicación del porqué los viejos sabios ermitaños vivan tanto tiempo y una de las razones para refugiarse en tales lugares.

   Otro aspecto de la leyenda del tsuru tiene que ver con el deseo y las matemáticas. La leyenda dice que si mil tsurus están doblados y enfocados, la atención se centra en cada tsurus doblado a la milésima para cumplir un deseo, se realizará.

   Inicialmente, el tsuru fue utilizado, reproducido, solo con fines decorativos, ya que es natural querer decorar la casa con símbolos sociales populares, conocidos por gastar buena energía, estar asociados a la buena fortuna, la salud, la suerte, la felicidad, es todo lo que queremos y queremos dar y recibir de nuestros amigos, vecinos y familiares. Especialmente en ocasiones de celebración.

   Es por eso que el tsuru es muy popular en las fiestas de fin de año, bodas y cumpleaños en Japón. Posteriormente, al representar tantos aspectos positivos en la vida de las personas, comenzó a ser utilizado en el ámbito religioso, para ser asociado a las oraciones y a las peticiones de protección.”





   Un tiempo después me enteré de la bella y triste historia de Sadako, un conmovedor hecho de la vida real relacionado con los tsurus, estos bellos seres delicados de papel. Pero quiero compartir esta historia a través de la palabra de Álex Pler quien en 2013 publicó en el blog llamado Haiku (como esos breves poemas japoneses cargados de iluminación) estas palabras sobre la inolvidable Sadako:


«Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo.»

   Solo era una vieja leyenda. Pero su amiga Chizuko se la contó con tanta convicción mientras le arreglaba la almohada, que Sadako acabó por sonreír.

   «Aquí tienes tu primera grulla», le dijo Chizuko antes de irse. Depositó una figura de origami entre las manos de su amiga. Sadako pestañeó. Era un pájaro dorado. Se marcaban los pliegues torpes en el papel de regalo, las alas estaban torcidas y la cabeza apenas erguida. «Gracias», dijo Sadako. «Es la grulla más bonita del mundo».

   Aquella noche, moviéndose en silencio para no despertar al niño que compartía habitación con ella, Sadako se levantó de la cama. Sobre la mesita de noche, había un el bote de medicamentos y usó su etiqueta para doblar una grulla de papel. Tomó la de su amiga como modelo. No le costó descifrar cada paso que debía dar. Satisfecha con el resultado, pensó que solo le quedaban 999 grullas por doblar.

   Siguió doblando a lo largo de la noche, cada grulla un poco más fácil que la anterior. Por la mañana, le enseñó todas las que había hecho, una docena, a su compañero de habitación. «Quiero volver a correr», dijo Sadako, «y los dioses me concederán ese deseo. ¿Por qué no te animas a doblar grullas conmigo? Seguro que tú también quieres curarte».

   El niño negó con la cabeza. Un movimiento apenas perceptible, pero después de varios meses juntos, Sadako ya se había acostumbrado a los gestos débiles de aquel niño de ojos grandes. «Sé que moriré esta noche», dijo él. Y así fue. Los médicos se lo llevaron de madrugada. Para no ver la cama vacía, Sadako se quedó mirando a través de la ventana. Al empezar un nuevo día, los rayos de sol fueron iluminando las ruinas de su ciudad.

   ¿Cuántos niños enfermos debía de haber en toda Hiroshima? ¿Y en todo el mundo? Sadako decidió ampliar su deseo: doblaría mil grullas por la paz y por la curación de todas las víctimas del mundo. No quería que ningún niño dejara de correr, como le había pasado a ella. Les pidió a las enfermeras que le trajeran papeles de colores y dedicó las semanas siguientes a doblar una grulla tras otra sin moverse de la cama de hospital.

   El 25 de octubre de 1955, una enfermera entró en la habitación. Traía un zumo de naranja para Sadako, como cada mañana. Pero al ir a despertar a la niña, comprobó que esta había fallecido. Otra víctima de leucemia. O, como la llamaban entonces en Japón, «enfermedad de la bomba A», pues la causaba la radiación de las bombas atómicas que cayeron diez años antes sobre Hiroshima y Nagasaki.

   Sadako había tenido energías suficientes para doblar 644 grullas. Llenaban de colores toda la habitación: un arcoiris de pájaros en la mesita, en el lavamanos, en el alféizar, en el armario abierto. Sus compañeros de colegio doblaron las 356 grullas restantes para cumplir el deseo de su amiga.

«Si doblas mil grullas de papel, los dioses te concederán un deseo.»





   Continuará…




                                      Morada de Barranco, 28 de noviembre de 2020.




jueves, 29 de octubre de 2020

ESTOS TRECE DE LOUISE GLÜCK

 



                                                     Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.

                                                                                                     Louise Glück




   No voy a escribir mucho en esta oportunidad. Quiero solo expresar la agradable sorpresa (y ahora admiración) que fue descubrir la poesía de Louise Glück, la reciente ganadora del Premio Nobel de Literatura. Reconozco mi absoluta ignorancia con respecto a su obra hasta que sucedió lo del premio. Desde entonces, cargado de curiosidad y afanes por adentrarme en su obra, empecé a buscar poemas suyos, información bibliográfica, biográfica, fotos, en fin, todo aquello que me hiciera conocerla más.









   Y la encontré, hay mucha información sobre ella y sobre su poesía. Louise Glück, como es obvio, no es una poeta que recién se inicia, tiene una sólida obra poética expresada en los once o doce (no lo tengo claro) libros de poemas, parte de su obra está traducida al castellano, incluso hay algunos peruanos que se abocaron a esa labor (pienso en Eduardo Chirinos Arrieta, Miluska Benavides o Eduardo Urdanivia). El reciente premio me ha hecho descubrir a una (nunca tan pertinente la expresión) gran poeta. Algo que agradezco.









   Debo decir que su poesía me entusiasma, cada texto suyo es un deslumbramiento en el que me rindo ante su palabra de aparente sencillez. Entre otras cosas me sorprendo cuando nos habla de su mundo cotidiano, interno, privado, ventilado en palabras que nos conducen hacia algo mayor que nos atañe a todos, por eso siento que en su poesía me reconozco. Alguna vez ella escribió: "Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”. 









   Fue Octavio Paz quien alguna vez escribió: “Todos, o casi todos, nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. (…) El artista trasmuta su fatalidad (personal o histórica) en un acto libre. Esta operación se llama creación; y su fruto: cuadro, poema… Toda creación transforma las circunstancias personales o sociales en obras insólitas. El hombre es el olmo que da siempre peras increíbles”. Es lo que sucede con la poesía de Louise Glück.








   Quiero, para terminar, mostrar una breve selección de trece de sus poemas para conocer algo más (o mucho más) a esta brillante poeta.





CONFESIÓN



Decir que no tengo miedo

No sería verdad.

Temo a la enfermedad y a la humillación.

Como cualquiera, tengo mis sueños.

Pero he aprendido a ocultarlos,

A protegerme

Del éxito: Toda felicidad

Atrae la ira de las Parcas

Son hermanas y son salvajes

Al final, no tienen

Emociones sino envidia.


(Traducción de Eduardo Urdanivia)





ENCRUCIJADA



Cuerpo mío; ahora que sé que no viajaremos juntos mucho tiempo más

empiezo a sentir una ternura nueva hacia ti, cruda y casi desconocida,

como aquello que recuerdo del amor cuando era joven



amor que era con frecuencia tonto en sus objetivos

pero nunca en sus opciones ni en su intensidad.

Exigiendo en demasía por adelantado, cosas que no podían prometerse.



Mi alma ha sido tan temerosa, tan violenta:

Perdona su brutalidad.

Como si fuera esa alma, mi mano te recorre con cautela,



sin querer ofenderte

pero ansiosa, finalmente, de alcanzar expresión como sustancia



no extrañaré la tierra

sino a ti.



(Traducción de Eduardo Urdanivia)





NIEVE DE PRIMAVERA



Mira el cielo nocturno:

en mí poseo dos personas, dos clases de poder.

Estoy aquí contigo, en la ventana,

observando tu reacción. Ayer

la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.

Hoy la tierra brilla igual que la luna,

como materia muerta, encostrada de luz.

Ahora puedes ya cerrar los ojos.

He escuchado tus llantos, también

los llantos anteriores a los tuyos,

y he sido sensible a sus demandas.

Te mostré lo que querías:

no la convicción sino el sometimiento

a la autoridad, que descansa en la violencia.


(Traducción de Eduardo Chirinos Arrieta)




LAMIUM



Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.



El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.



No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.



Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.


(Traducción de Eduardo Chirinos Arrieta)




MAITINES



Perdóname si digo que te amo: a los poderosos
se les engaña siempre, los débiles
son siempre manejados por el miedo. No puedo amar
lo que no puedo concebir, y tú no revelas
virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,
siempre la misma cosa en el mismo lugar,
o a la dedalera inconsistente, que brota primero
como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,
y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves
lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia
en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable
rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar
que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres
que pensemos? , ¿lo que explica el silencio esta mañana,
los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos
que en el patio no pelean?


(Traducción de Eduardo Chirinos Arrieta)





EL TRIUNFO DE AQUILES



En la historia de Patroclo
nadie sobrevive, ni siquiera Aquiles
quien era casi un dios.
Patroclo se parecía a él: usaban
la misma armadura.

Siempre en estas amistades
uno sirve al otro, uno es menos que el otro:
la jerarquía
es siempre aparente, aunque las leyendas
no pueden ser confiables;
la fuente es quien sobrevive,
quien ha sido abandonado.

¿Qué importarían los barcos griegos en llamas
comparados con esta pérdida?

En su tienda, Aquiles
se lamentaba con todo su ser
y los dioses observaban

que era ya un hombre muerto, víctima
de la parte que más amaba,
una parte mortal.

(Traducción de Miluska Benavides)



MÚSICA CELESTIAL



Tengo una amiga que aún cree en el cielo.
No es tonta, incluso con todo lo que sabe, literalmente habla con Dios.
Piensa que alguien escucha en el cielo.
En la tierra es inusualmente competente,
valiente también, dispuesta a enfrentar la adversidad.

Encontramos en el suelo una oruga en agonía: las hambrientas hormigas trepaban sobre ella.
Me conmueve siempre el desastre, siempre dispuesta a resistirme a la vitalidad,
aunque también con timidez, lista para cerrar los ojos;
mientras mi amiga podía esperar y dejar que los eventos pasaran
según la naturaleza. Para mi consuelo, ella intervino
quitando algunas hormigas encima del animal caído, y la puso
al lado del camino.

Mi amiga dice que yo cierro mis ojos a Dios, que solo eso explica
mi aversión a la realidad. Dice que soy como un niño que entierra su cabeza en la almohada
para no ver, el niño que se dice a sí mismo
que la luz produce tristeza.
Mi amiga es como la madre. Paciente, exhortando a
que me despierte adulto como ella, una persona osada.

En mis sueños, mi amiga me reprocha. Estamos yendo
por el mismo camino, aunque ahora es invierno;
me está diciendo que cuando uno ama al mundo escucha la música celestial:
mira arriba, dice. Cuando miro arriba, no hay nada.
Solo nubes, nieve, un blanco movimiento en los árboles
como novias saltando a gran altura.
Entonces temo por ella; la veo
atrapada en una red puesta intencionalmente sobre la tierra.

En la realidad, nos sentamos al lado del camino, viendo el sol caer;
de rato en rato un canto de pájaro atraviesa el silencio.
En este momento ambas tratamos de explicar el hecho de
que estamos en paz con la muerte y la soledad.

Mi amiga dibuja un círculo en la tierra; dentro, la oruga no se mueve.
Siempre está tratando de hacer algo definitivo, hermoso, una imagen
que exista separada de ella.
Nos quedamos muy calladas. Es muy tranquilo sentarse aquí, sin hablar, la composición
fija, el camino que se vuelve oscuro de repente, el aire
que se enfría, aquí y allá las rocas brillan y relumbran.
Esta es la quietud que ambas amamos.
El amor de la forma es el amor de los finales.

(Traducción de Miluska Benavides)




PRIMER RECUERDO



Hace mucho me hirieron. Viví

para vengarme

de mi padre, no

por lo que fue

sino por lo que era yo:

desde el principio de los tiempos,

en la infancia, pensé

que el dolor significaba

que no era amada.

Significaba que yo amaba.



LA DECISIÓN DE ODISEO



El gran hombre le da la espalda a la isla.
Su muerte no sucederá ya en el paraíso
ni volverá a oír
los laudes del paraíso entre los olivos,
junto a las charcas cristalinas bajo los cipreses.

Da comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez
ese latido que es la narración
del mar, al alba cuando su atracción es más fuerte.
Lo que nos trajo hasta aquí
nos sacará de aquí; nuestra nave
se mece en el agua teñida del puerto.

Ahora el hechizo ha concluido.
Devuélvele su vida,
mar que sólo sabes avanzar.





MADRE E HIJO


Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.

Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.

Soñamos; no recordamos.

La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.

Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.

Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.

Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.

Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:

¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?


(Traducción de Mirta Rosenberg)




LA CANCIÓN DE PENÉLOPE


Pequeña alma, siempre desvestida,
haz esto que te ordeno, trepa
por los estantes de las ramas del abeto;
aguarda en la copa, atenta, como un
centinela o un vigía. Pronto llegará a casa;
te corresponde a ti ser
generosa. Tampoco tú has sido del todo
perfecta; con tu problemático cuerpo
has hecho cosas de las que no deberías
hablar en los poemas. Así que
llámalo a través del mar abierto, del mar resplandeciente
con tu canción oscura, con tu avariciosa,
forzada canción: apasionada,
como María Callas. ¿Quién
no te desearía? ¿A qué apetito
demoniaco no corresponderías? Pronto
regresará de allí por donde transcurra su viaje,
bronceado por el tiempo fuera de casa, reclamando
su pollo asado. Ah, tendrás que darle la bienvenida,
tendrás que sacudir las ramas del árbol
para captar su atención,
pero con cuidado, con cuidado, no sea
que desfiguren su hermoso rostro
demasiadas agujas al caer.


(Traducción de Andrés Catalán)



ANTES DE LA TORMENTA



Habrá lluvia mañana, pero esta noche el cielo está despejado,
brillan las estrellas.
Aun así, se acerca la lluvia,
quizás suficiente para ahogar las semillas.
Hay un viento que empuja a las nubes desde el mar;
antes de verlas, sientes el viento.
Mejor miras los campos ahora,
observa cómo se ven antes de que se inunden.

Luna llena. Ayer, una oveja escapó al bosque,
y no cualquier oveja: el carnero, el futuro entero.
Si lo vemos de nuevo, veremos sus huesos.

La hierba se estremece un poco; tal vez el viento pasa a través de ella.
Y las nuevas hojas de los olivos tiemblan del mismo modo.
Ratones en los campos. Donde cace el zorro,
habrá sangre mañana en la hierba.
Pero la tormenta, la tormenta la lavará.

En una ventana, hay un chico sentado.
Lo mandaron a dormir, en su opinión, demasiado temprano. Así que se sienta junto a la ventana;

ahora todo está resuelto.
Donde estés es donde dormirás, donde despertarás la mañana siguiente.




UN MITO SOBRE LA INOCENCIA


Un verano sale al campo, como de costumbre,
se para un momento en el estanque donde suele
mirarse para ver si detecta algún cambio.
Ve a la misma persona, la túnica horrible
de su condición de hija aún sobre sus hombros.

En el agua el sol parece estar al lado.
Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía.
Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente.
Piensa: Nunca estoy sola
y hace del pensamiento una plegaria.
La muerte viene así, como respuesta a una plegaria.

Nadie puede ya entender lo hermoso que él era.
Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí,
delante de su tío.
Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos.

Eso es lo último que recuerda claramente.
Después el dios oscuro se la llevó.

Recuerda también, de un modo menos claro,
la terrible intuición de que ya jamás podría
vivir sin él.



(Traducción de Ruth Miguel Franco y Abraham Gragera)




NOSTOS*



Había un manzano en el patio --

esto habrá sido

hace cuarenta años -- detrás,

solo praderas. Montones

de crocus en el pasto mojado.

Yo me paraba junto a esa ventana:

fines de abril. Flores

de primavera en el patio vecino.

¿Cuántas veces el árbol floreció,

de verdad, para mi cumpleaños,

el día exacto, no antes,

ni después? Sustitución

de lo inmutable

por lo que cambia, por lo que evoluciona.

Sustitución de la imagen

por la tierra implacable. ¿Qué

es lo que sé de este lugar?

El papel de ese árbol confundido por

décadas con un bonsai, las voces

subiendo desde las canchas de tenis –

Los campos. Olor a pasto crecido, recién cortado.

Lo que se espera de un poeta lírico.

Miramos el mundo una sola vez, en la infancia.

El resto es memoria.


(Traducción de Claudia Toro)


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*Nostos:( Griego:νόστος) (pl. nostoi) Regreso al hogar.










   Continuará…




                                     Morada de Barranco, 29 de octubre de 2020.