sábado, 11 de junio de 2022

LAS BRUMAS DEL POETA EGUREN

 


                                                                              En la bruma hay rostros desconocidos...

                                                                                                  José María Eguren



   En una entrada anterior escribí sobre la llegada del invierno. La estación invernal tiene sus particularidades por estas antiguas tierras. Los barranquinos sabemos de la humedad permanente en la que vivimos o con la que vivimos: por poco los peces no pasan por nuestro lado tranquilamente. Junto a esa humedad persistente, la niebla es parte del paisaje invernal, un paisaje difuminado, fantasmal, casi como una pintura abstracta de un territorio que conforme se va desdibujando se vuelve misterioso, poético. Me permitiré esta comparación, neblina de por medio: Barranco es una pequeña Londres o si se quiere, Londres es un Barranco mucho más grande.





   El distrito de Barranco es conocido como la Ciudad de los Molinos porque a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, si algo llamaba la atención de este balneario del sur de Lima, era la gran cantidad de molinos de viento que permitían obtener agua del subsuelo. Hablamos de épocas donde no había tuberías para llevar agua potable a las casas (los encantadores ranchos barranquinos). Solucionado el problema del agua, desaparecieron los molinos, pero se quedaron en el sobrenombre y en algunas viejas fotos.





   Barranco, Ciudad de los Molinos y también, agrego, de la neblina, ha sido y es residencia de muchos intelectuales, artistas, escritores, poetas. Si nos referimos solo a estos últimos, José María Eguren, Juan Parra del Riego, Abraham Valdelomar, Martín Adán, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Juan Ríos, Magda Portal, Blanca Varela, Carmen Ollé, son algunos de los poetas de notable importancia en la poesía peruana que han vivido (y viven) en este pequeño territorio junto al mar. De todos ellos, me quiero detener en José María Eguren.





   Con Eguren se inaugura la moderna poesía peruana. Cuando aparecieron sus poemas publicados en diarios, revistas y posteriormente en libros, no fueron entendidos y muchas veces despertaron comentarios negativos. Acostumbrados a una poesía declamativa, exteriorista, contundente, anecdótica, la poesía de Eguren aparecía incomprensible, oscura, difícil: la ambigüedad, la ausencia de anécdota, los adjetivos inusitados, el empleo recurrente de la sinestesia, la música delicada de sus versos eran espacios desconocidos por la poesía en el Perú, por ello mismo, la crítica miope de entonces desconoció a este poeta o intentó desconocerlo (Ventura García Calderón, por ejemplo, lo ignoró olímpicamente).





   Pocos percibieron que la insularidad de esta poesía era una reacción a la retórica y grandilocuencia del novomundista José Santos Chocano, muy pocos supieron ver en las atmósferas irreales de su poesía, no el mundo exterior, epidérmico y muchas veces insustancial sino la expresión de su mundo privado, interno. La misma actitud de este humilde y tímido poeta para con los lectores es otra: ya no la búsqueda del aplauso, la popularidad y el reconocimiento público sino la soledad creativa, el silencio, el apartamiento. Manuel González Prada, Abraham Valdelomar, José Carlos Mariátegui fueron algunos de los que supieron ver las cualidades de esta nueva poesía. Luego César Vallejo, Carlos Oquendo de Amat, Xavier Abril, Martin Adán, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Gamaliel Churata, Enrique Peña Barrenechea, Alberto Hidalgo, leyeron y admiraron la poesía de Eguren.





   Leer los poemas de Eguren nos enfrenta a un mundo hermético que sugiere ambientes y paisajes parecieran fantasmales (“las ciegas alturas”, "país amarillo de arenas claras", “la región atea”, “la noche quemadora de la mente”, “la ciudad que duerme parda”, "la mansión de las señales"), colores que rompen la lógica (“oro azulinas”, “negro marfil”, “celeste dorado”, "azul flava"), personajes salidos de los sueños o las pesadillas (“el dios cansado”, "infantes oblongos", “un caballo muerto en antigua batalla”, “el capitán difunto”, "mudos rojos", "un dominó vacío, pero animado"), una fauna particular (“acéfalos caballos”, “ánade implume”, “libélulas fantasmas”, “insecto militar”, “mariposas de corcho”, "ave selenita", "difuntos delfines", "saltamontes dorados", "luciolas galantes", "pájaros ateos", “mariposas cubistas”), sorprendentes sinestesias que acentúan la ambigüedad del poema (“al brillar del perfume”, "suelos rubios de aroma", “oigo tu aliento frío”, “un olor de cielo”, “con luz melodiosa”, "amarillo frío"), digamos, geniales anticipos a los logros estéticos, por ejemplo, del surrealismo, sino leamos estos tres versos: “camina sin reposo / tras los inventos / y pensamientos”).





   Eguren intentaba a través de sus versos “materializar” sus visiones originales, de raigambre onírica, misteriosa (como en sus pinturas y en sus diminutas fotos); dueña de su propia música inusual, delicada, sutil, cargada de significados que lo alejaban del lugar común y reiterado. La poesía de Eguren era a todas luces una nueva experiencia estética, pero sus primeros lectores, desconcertados, la tildaron de indescifrable, por decir lo menos. No vieron o no tuvieron la capacidad de ver lo original de esta poesía esencial sino la dificultad a la que no estaban acostumbrados. Apelaron ante su limitación a las etiquetas (“oscura”, “difícil”, “incomprensible”) que solo mostraban la incapacidad de percibir el nuevo camino que se abría para la poesía del Perú.


  




   Comentaba al iniciar esta entrada sobre la niebla invernal de Barranco. Esta niebla no está ausente en los poemas de Eguren, constantemente aparece y ayuda a hacer más ambiguo el paisaje irreal de los poemas. Esta presencia se explica porque el poeta vivió desde 1897 hasta la década del treinta en Barranco; es decir, conoció muy bien esta atmósfera que debió influir en su escritura: En la niebla del lago”, "yerma noche de las brumas", “en la bruma hay rostros desconocidos”, “en el pasadizo nebuloso”, “era un pesar en la neblina”, “cuando se obscurecen las brumas erguidas”, “en el hall de las neblinas”, “bajo brillante niebla”, "en la sala ceñida de brumas", "la bruma empantalla / los faroles del mar", "en la bruma de la pesadilla", "¡qué triste la bruma / cautiva de invierno!"…





   Me he permitido una pequeña selección de algunos de los poemas de José María Eguren, aquellos textos a los cuales vuelvo en una constante lectura. Mi experiencia personal me permite asegurar que la poesía de Eguren es un permanente descubrimiento, una permanente sorpresa. Valga, entonces, la lectura de este puñado de poemas como una  invitación para frecuentar esta poesía que es una de las primeras piedras fundacionales de la gran tradición poética peruana, una de las mayores del continente americano.






EL CABALLO


Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.


Sus cascos sombríos…
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.


En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.


Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas
y por ruinosas plazas.



LA TARDA


Despunta por la rambla amarillenta,
donde el puma se acobarda;
viene de lágrimas exenta
la Tarda.

Ella, del esqueleto madre,
al puente baja, inescuchada;
y antes que el rondín ladre
a la alborada,
lanza ronca carcajada.

Y con sus epitalamios rojos,
sus vacíos ojos
y su extraña belleza,
pasa sin ver, por la senda bravía,
sin ver que hoy me he muerto de tristeza
y de monotonía.

Va a la ciudad, que duerme parda,
por la muerta avenida,
y
sin ver el dolor distraída
la Tarda.



SYHNA LA BLANCA


De sangre celeste
Syhna la blanca,
sueña triste
en la torre de ámbar.

Y sotas de copas
verdelistadas
un obscuro
vino le preparan.

Sueños azulean
la bruna laca;
mudos rojos
cierran la ventana.

El silencio cunde,
las elfas vagan;
y huye luego
la mansión cerrada.



EL DOMINÓ


Alumbraron en la mesa los candiles,
moviéronse solos los aguamaniles,
y un dominó vacío, pero animado,
mientras ríe por la calle la verbena,
se sienta, iluminado,
y principia la cena.

Su claro antifaz de un amarillo frío
da los espantos en derredor sombrío
esta noche de insondables maravillas,
y tiende vagas, lucífugas señales
a los vasos, las sillas
de ausentes comensales.

Y luego en horror que nacarado flota,
por la alta noche de voluptad ignota,
en la luz olvida manjares dorados,
ronronea una oración culpable llena
de acentos desolados
y abandona la cena.



EL DIOS CANSADO


Plomizo, carminado
y con la barba verde,
el ritmo pierde
el dios cansado.

Y va con tristes ojos,
por los desiertos rojos,
de los beduinos
y peregrinos.

Sigue por las obscuras
y ciegas capitales
de negros males
y desventuras.

Reinante el día estuoso,
camina sin reposo
tras los inventos
y pensamientos.

Continúa, ignorado
por la región atea
y nada crea
el dios cansado.



PEREGRÍN CAZADOR DE FIGURAS


En el mirador de la fantasía,
al brillar del perfume
tembloroso de armonía;
en la noche que llamas consume;
cuando duerme el ánade implume,
los órficos insectos se abruman
y luciérnagas fuman;
cuando lucen los silfos galones, entorcho
y vuelan mariposas de corcho
o los rubios vampiros cecean,
o las firmes jorobas campean;
por la noche de los matices,
de ojos muertos y largas narices;
en el mirador distante,
por las llanuras;
Peregrín cazador de figuras
con ojos de diamante
mira desde las ciegas alturas.



LOS REYES ROJOS


Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.

Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.

Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.

Por la luz cadmio,
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.

Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.


LA NIÑA DE LA LÁMPARA AZUL


En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.


FAVILA


En la arena
se ha bañado la sombra.
Una, dos
libélulas fantasmas...

Aves de humo
van a la penumbra
del bosque.

Medio siglo
y en el límite blanco
esperamos la noche.

El pórtico
con perfume de algas,
el último mar.

En la sombra
ríen los triángulos.


MARGINAL

En la orilla contemplo
suaves, ligeras,
con sus penachos finos,
las cañaveras.

Las totoras caídas,
de ocre pintadas,
el verde musgo adornan,
iluminadas.

Campanillas presentan
su dulce poma
que licores destila,
de fino aroma.

En parejas discurren
verdes alciones,
que descienden y buscan
los camarones.

Allí, gratos se aduermen
los guarangales,
y por la sombra juegan
los recentales.

Ora ves largas alas,
cabezas brunas,
de las garzas que vienen
de las lagunas.

Y las almas campestres,
con grande anhelo,
en la espuma rosada
miran su cielo.

Mientras oyen que cunde
tras los cañares,
la canción fugitiva
de esos lugares.


LIED I


Era el alba
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban tristísima luz.

Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la música azul.

Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino,
señales de muriente dolor.

Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la joven canción.

Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor doliente en el jardín.

Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que contemplan el árbol morir.


DIOSA AMBARINA


A la sombra de los estucos
llegan viejos y zancos,
en sus mamelucos
los vampiros blancos.
Por el templo de las marañas
bajan las longas pestañas;
buscan la hornacina
de la diosa ambarina;
y con signos rojos,
la miran con sus tristes ojos.
Los ensueños de noche hermosa
dan al olvido,
ante la Tarde diosa
a dormitar empiezan,
y, en su idioma desconocido
le rezan.


CANCIÓN CUBISTA


Alameda de rectángulos azules.
La torre alegre del dandy.
Vuelan mariposas fotos.

En el rascacielo
u
n gallo negro de papel
s
aluda la noche.

Más allá de Hollywood,
e
n tiniebla distante
l
a ciudad luminosa,
d
e los obeliscos
d
e nácar.

En la niebla
l
a garzona
e
strangula un fantasma.



   Continuará…



                                         Morada de Barranco, 11 de junio de 2022.