sábado, 2 de abril de 2022

LECTURAS POSTERGADAS PARA ESTE INVIERNO

 


                                                                                Se ven sombras capuchinas

                                                                                en el hall de las neblinas.

                                                                                             José María Eguren




   El verano terminó. Aunque todavía hay días de sol, ya se van sintiendo las bajas temperaturas, sobre todo en las tardes y noches de un otoño tímido. Siempre lo he dicho, prefiero al calor agobiante y al bochorno de Lima, el frío. Para mí, este último funciona  como  una invitación a los espacios reducidos, a la intimidad de la casa: bien abrigado y de preferencia saboreando una taza de café recién pasado, oscuro y misterioso como la noche, como los días de invierno.





   Siempre he celebrado la atmósfera poética y llena de misterio que ofrecen los días invernales aquí en Barranco. Mil veces prefiero las calles cubiertas por la neblina o a merced de la garúa que de a pocos y con paciencia va humedeciendo todo. Esos días invernales (amables si lo comparamos con los de otras latitudes) sobre los que alguna vez escribió ese adolescente genial que fue Martín Adán cuando con dieciséis años, y todavía en el colegio, escribió esta joya vanguardista llamada La casa de cartón: “Ya ha principiado el invierno en Barranco; raro invierno, lelo y frágil, que parece que va a hendirse en el cielo y dejar asomar una punta de verano...”. Ah, el invierno, mi estación preferida, el de las lecturas permanentes (y no hablo solo de libros).





   Transitar entre calles que apenas dejan columbrar siluetas hace de nosotros y de los otros, fantasmas, sombras imprecisas en medio de la neblina: descifras y eres descifrado. Es en esos días invernales cuando nos sentimos invadidos por una extraña sensación de que en cualquier momento nos toparemos por alguna calle barranquina con el caballo muerto en antigua batalla o con ese dios cansado de barba verde, quizás con la Tarda que viene desde donde el puma se acobarda o con Syhna y su sangre celeste, tal vez con Peregrín que mira desde las ciegas alturas o con cualquier otro personaje de la poesía del delicado y puro José María Eguren que tanto y tan bien conoció estos espacios, estas atmósferas.





   Hablo de los inviernos cálidos en Barranco. Suena contradictoria la expresión, pero obviamente no hablo de temperaturas. El invierno por estos lares, como lo dije, siempre lo he visto como una invitación para habitar en confianza espacios reducidos, íntimos, abrigados, por ejemplo, por una conversación (con Rita y Kathia), que es también una casa querida o para abandonarse plácidamente a la lectura; es decir, perderse en las páginas de un libro cuya otra realidad te permite experiencias imposibles en la realidad “real”: ¿Dickens?, ¿Maupassant?, ¿Chéjov?, ¿Zweig?, ¿Tolstoi?, cualquiera de ellos o de algún otro no mencionado: Marcel Proust, Benito Pérez Galdós, Sándor Marai, Edgardo Rivera Martínez o Arthur Schnitzler, por ejemplo. Pocas cosas como el de estar arrellanado en casa en compañía de un libro.








   Si de lecturas se trata, debo comentar que en lo que va del año, he leído ya veinte libros, sobre todo novelas (un par de libros de cuentos como El desierto de Horacio Quiroga y La caza espiritual de Miluska Benavides). De todos estos libros, apenas una relectura (Buenos días, tristeza de Françoise Sagan). Salvo libros recientemente adquiridos, cuatro o cinco, los demás están en mi biblioteca desde hace mucho, incluso más de treinta años. Son obras que intenté leer en el pasado, algunas de ellas en varias oportunidades. En estos tres meses transcurridos de 2022 me propuse saldar viejas cuentas, abordar algunos de esos libros y concluir su lectura tantas veces postergada.








   Con ese propósito llevo ya leídas obras como La conjura de los necios de John Kennedy Toole (del que había ya leído las dos terceras partes en oportunidad anterior), La modificación de Michel Butor, La náusea de Jean Paul Sartre, El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, Almas muertas de Nikolai Gógol, Infancia. Adolescencia. Juventud de León Tolstoi, Carlota en Weimar de Thomas Mann, Grandes esperanzas de Charles Dickens y Bel Ami de Guy de Maupassant, son algunas de esas novelas que por extrañas circunstancias no terminé de leer y quedaba una sensación como de espina clavada cada vez que mis ojos se topaban con sus lomos. Aunque si algo tengo claro es que nada obliga a leer. Tal vez cuando por primera vez las empecé no había llegado su hora y en estos días sea ya su tiempo. Lo quiero ver así.








   Decía Jorge Luis Borges en una entrevista de 1979: “Creo que la frase ‘lectura obligatoria’ es un contrasentido; la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¡Felicidad obligatoria! La felicidad también la buscamos. Yo he sido profesor de literatura inglesa durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y siempre les aconsejé a mis estudiantes: si un libro les aburre, déjenlo; no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo; aunque ese libro sea el Paraíso Perdidopara mí no es tedioso— o el Quijoteque para mí tampoco es tedioso—. Pero si hay un libro tedioso para ustedes, no lo lean; ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad, de modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores de mi testamento —que no pienso escribir—, yo les aconsejaría que leyeran mucho, que no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando una felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer.”





   Tengo en mi biblioteca un buen puñado de novelas por leer (como lo decía: viejas deudas conmigo mismo). Espero, mejor dicho, estoy seguro que este invierno me permitirá hacerlo. Me esperan novelas como Esplendores y miserias de las cortesanas de Honoré de Balzac, Orgullo y prejuicio de Jane Austen, El idiota de Fédor Dostoievski, Los monederos falsos de André Gide, El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, Germinal de Emil Zolá, La serpiente emplumada de D. H. Lawrence, Jane Eyre de Charlotte Brontë, La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, Las palmeras salvajes de William Faulkner, La regenta de Leopoldo Alas “Clarín”, La montaña mágica de Thomas Mann, Yo el supremo de Augusto Roa Bastos, Gran Sertón: Veredas de Joao Guimaraes Rosa, entre otros títulos.








   El invierno no ha llegado aún, oficialmente comienza en estas latitudes el 21 de junio. Estamos, entonces, a casi tres meses para que en nuestro paisaje se instale y se empiece a difuminar, se torne predio fantasmal del misterio y de la sospecha donde se pierden mis miradas hacia dentro. Espero el invierno... y cuando llegue, lo disfrutaré más con alguno de los libros mencionados, los de lectura pendiente, postergada.









   Continuará…



                                                    Morada de Barranco, 2 de abril de 2022.