viernes, 9 de septiembre de 2022

DOS APUNTES DE ESTOS DÍAS

 


I.


                                                                         Del alba en la marea, por la costa bravía,

                                                                         oí unas voces hondas de melancolía.

                                                                                                    José María Eguren




   En la entrada anterior comenté dos cosas: mis largas y relajantes caminatas por el malecón de Barranco y cómo había quedado en el recuerdo el mes de agosto como el mes de las cometas. Las caminatas han continuado. En tanto conversamos y nuestros ojos por momentos se abandonan a la amplitud del paisaje marino, aprovecho y tomo fotos, muchas fotos (¿qué rancho barranquino estaré viendo por última vez?).









   Se van acumulando en la cámara fotográfica innumerables testimonios de un Barranco que de manera acelerada va transformando su perfil arquitectónico: imágenes de calles (encantadora calle Doméyer), casonas (viejos ranchos de adobe, madera, quincha y yeso), árboles (eternos ficus de sombras acogedoras), los cada vez más numerosos modernos edificios, el cielo perlado (“panza de burro”, decía Sebastián Salazar Bondy), el mar misterioso cuyos límites se diluyen entre la bruma...









   Ya en casa, veo las fotos en la pantalla de la computadora, muchas de ellas (no solo del mar) con imágenes de contornos difuminados por la neblina, fantasmales. En efecto, las imágenes invernales capturadas por mi cámara me muestra paisajes inquietantes, pareciera escapados de los poemas de José María Eguren, quien supo ver esta geografía no solo con los ojos. La neblina aposentada en las calles, parques y plazuelas tornan a este pequeño territorio junto al mar en territorio propicio para las sospechas.









   En una de mis últimas caminatas, mis ojos se posaron en el larguísimo muro bajo que separa a la vereda de los jardines que van hacia el acantilado. Un viejo e interminable muro de piedra, en algunos sectores carcomidos por la erosión. Lo primero que pienso es en como l as piedras de este muro han sido testigos de parte de mi infancia, de mi adolescencia… y ahora de mi madurez. No m iento ni exager o .










   Algunas de las experiencias que marcaron mi vida ocurrieron en el malecón de Barranco: mi asombro de niño al ver por primera vez el mar, las salidas nocturnas con mis amigos de adolescencia para escapar un poco del control de nuestros padres , las confidencias esperanzadas o angustiantes por los primeros amores…, ahora último, ya en el otoño de mi vida , estas caminatas inolvidables salpicadas de entrañables conversaciones junto a Rita. Y ese muro perimetral siempre como testigo.










   Cuando niño, solía trepar (mucha palabra para tan bajo muro) y lo recorría a veces corriendo largos trechos con amigos o solo en tanto el viento golpeaba mi rostro . El punto de partida era a la altura del Parque Castilla y de ahí hasta donde mi resistencia me lo permitiera, hacia el norte, hasta el Malecón Paul Harris. Ahora, lo reconozco ya resignado, con cierta dificultad trepo e inmediatamente bajo d el murito, no vaya ser un mal calculo o movimiento acarree alguna consecuencia.









   En la adolescencia, el muro ya no era pista de carreras, a hora se había transformado en banca,una banca que siempre mira ba hacia el mar. Entre cigarrillos (que abandonécon aciertohace muchos años) y atardeceres, mis amigos y yo nos explayábamos en largas conversaciones,mientras nuestras miradas se perdían en épicas puestas de sol y cielos de leyenda. Han transcurrido los años,y el muro que ya no trepo continúa siendo una banca donde junto a Rita recuerdo aquellos años en que fui feliz e indocumentado.












II.



                                                                Sube, sube / la cometa / por la lírica nube…

                                                                                              José María Eguren




  A gosto ha concluido hace muy poco. Setiembre ha iniciado con algunos días luminosos, anuncio de la primavera que se a vecin a. El mes de los vientos concluyó , así era llamado agosto en el pasado, justamente por la presencia de esos vientos era temporada de cometas, hoy lamentablemente ausentes. Viejos tiempos donde los niños se divertían con muy poco, pienso en la canga hecha con un humilde palo de escoba, el teléfono elaborado con latas de leche y una cuerda, las cometas de carrizo o de sacuaras que alegraban el cielo gris de Lima, juguetes todos ellos fabricados por las mismas manos de los niñoso jóvenes.






   Las cometas… las comprabas o las fabricabas. Fabricar cometas entonces, no solo era contar con un juguete que te aseguraba horas de diversión, también podía prodigar algunos ingresos para ayudar en casa con algunos gastos. Los muchachos de esos años solían realizar r arduas expediciones a los cañaverales de Surco oa los pantanos de Chorrillos: era necesario contar con el carrizo o la sacuara, materiales primordiales para el esqueleto de las cometas . Obtenidos algunos de estos dos elementos, con pabilo, papel de cometa y el engrudo ( una cola artesanal elabor ada con harina y agua) se fabricaban con esmero y mucha imaginacion los coloridos barriles, pavas, estrellas, aviones…, hablo de los modelos mas comunes de las cometas.






   Un recuerdo especial. Quien no contaba con esos materiales para fabricar cometas o porque simplemente no sabía hacerlas, se fabricaba una cometa muy humilde, sin armazón: con una sencilla hoja de cuaderno e hilo de coser se contaba con el “cambucho” y con él a extender la alegría con su vuelo.






   Algunos jóvenes se especializaron de tal manera en la fabricación de las cometas ligeras, que las hacían en serie con una creatividad, rapidez y perfección asombrosas. Fabricadas en cantidad, las vendían para la diversión de los hijos de sus vecinos o las llevaban a los mercados y algunos comerciantes de juguetes se las compraban en cantidad (los jóvenes fabricantes, obviamente regresaban a sus casas con pingües ganancias).






   La fama de estos chicos llegaba hasta lugares alejados de sus casas, no era raro ver algunos automóviles lujosos estacionados en las puertas de sus humildes casas: miraflorinos o sanisidrinos acudían para comprar lo que sus manos no podrían hacer. Horas después, esas cometas alegraban el cielo de esos distritos vecinos de Barranco.






   Quienes vivimos esas épocas, ¿acaso podemos olvidar las competencias en el vuelo de las cometas? Se competía por ver quién las  volaba más alto o por ver quién triunfaba en las peleas de cometas en “las ciegas alturas”, como decía Eguren. Otra imagen inolvidable: la de las cometas que nunca se pudieron recuperar y enredadas en los cables de luz o en los postes. Ahí quedaban meses envejeciendo, lentamente, deteriorándose de a pocos hasta desaparer, hasta volverse nada…





   Recuerdos. Pasos que damos (no solo metros más o metros menos) mientras conversamos y nuestros ojos se complacen en paisajes urbanos, marinos, muchas veces brumosos: geografía que habitamos y nos habita: incursiones hacia aquellos espacios cuyos fantasmas cálidos afloran y pueblan estos primeros días de setiembre, todavía fríos, sí, pero ya inolvidables.







   Continuará…




                                            Morada de Barranco, 9 de septiembre de 2022.