sábado, 28 de noviembre de 2015

UNA PELÍCULA, UNA CIUDAD Y UN POEMA DE PESSOA





                                                           La vida es como una sombra que pasa sobre un río…
                                                                                                             Fernando Pessoa





I.



   Hace ya  unos diez años que visioné por vez primera La piel suave, película de Francois Truffaut filmada en 1964. Desde entonces, cada que puedo la vuelvo a ver y me queda la seguridad (salvo que ocurra algo inexorable) que no será la última vez que la vea. Debo confesar que dos cosas me deslumbraron al verla en esa lejana mañana de invierno del año 2005: la mirada de la protagonista y una ciudad misteriosa. Hablo de Francoise Dorléac y de Lisboa, la hermosa capital de la pequeña Portugal.











   Francoise, joven talentosa, portadora de un ángel y del fuego de los que pronto partirán, poseía una mirada enigmática, diría profundamente misteriosa, que parecía presagiar su temprana y terrible muerte. Muerte de la que me enteraría luego de ver la película: efectivamente, la curiosidad me llevó a querer saber cómo estaría cuarenta años después de la filmación de esa joya de Truffaut. Pero no, ella es de ese grupo de los signados a permanecer eternamente jóvenes. Quién lo diría, apenas tres años después del estreno de La piel suave, fallecería dentro del carro que luego de salirse de la pista ardería en llamas. Así partió con veinticinco años quien en apenas siete u ocho años filmó como veinte películas, algunas de ellas con los más grandes directores (René Clair, Roman Polanski, Jacques Demy, el mismo Truffaut).











   Su hermana Catherine Deneuve diría de ella, muchos años después, recordándola: “Su cara, su pequeña nariz, sus pecas, su risa, su voz. Sobre todo su voz. Cuando la oigo aparece en mí inmediatamente. La voz de Françoise es como un perfume, es algo realmente muy tenaz, que cada vez reabre una herida que jamás se cerrará por completo”. Para la hermana es la voz; para mí, su mirada, su profunda mirada con una enigmática tristeza que no se me borra del recuerdo.











   La piel suave cuenta la historia de un escritor llamado Pierre Lachenay  (Jean Desailly), hombre maduro, casado y con una hija. En un viaje que este hace a Lisboa para dar una conferencia sobre Honorato de Balzac, conoce a una bella y misteriosa azafata cuyo nombre es Nicole (Francoise Dorléac), el azar hace que se encuentren en el ascensor del hotel donde los dos por coincidencia están hospedados y esa misma noche salen a cenar y se quedan conversando hasta el amanecer, al salir del restorán, el maduro escritor y la joven azafata se enfrentan a la belleza silenciosa de las angostas y ondulantes calles lisboetas. Fascinante. Las calles empedradas, el tranvía, todo se confabula para quedar hechizado por esa ciudad encantadora. Es el inicio del amor entre los dos; pero también, de una historia trágica, que como entenderán, no contaré, pues el asunto es ver la película y disfrutar a plenitud de ella.












II.




   Lisboa, la ciudad de Pessoa, el más grande poeta portugués y uno de los mayores de todo el mundo. Fernando Pessoa, ese insondable poeta habitado por una multitud, por muchas máscaras que lo llevan a escribir de manera incansable (se dice que dejó en un mítico baúl unas 25 000 hojas que son motivo de estudio y de una indesmayable labor por ordenarlas) hasta ese 30 de noviembre de 1935 en que partió como casi siempre vivió, solo, pero aún muerto, Pessoa es un escritor que sigue publicando, y a veces más que escritores vivos. Paradójico.










   Otra curiosidad, el apellido Pessoa traducido al castellano es “persona”. Pero en realidad en Pessoa hubo muchas personas, una multitud como lo dije líneas atrás. Según algunos, aproximadamente unos ciento treintaiséis heterónimos habitaron en el poeta, cada uno con su propia personalidad, su propia biografía. Incluso el mismo Fernando Pessoa se carteaba con algunos de ellos, intercambiaba opiniones, discutía como si realmente fueran otras personas, de carne y hueso, como se dice. Entre los más conocidos heterónimos se encuentran Bernardo Soares, y los grandísimos poetas Ricardo Reis, Alberto Caeiro y Álvaro de Campos. Este último pergeñó allá por 1928, 15 de enero de 1928, un largo poema titulado Tabaquería (Tabacaria, en portugués), uno de los grandes poemas del siglo XX: alguien observa a través de una ventana a la calle, en ella a la gente, a una carreta, a todo lo que en ella sucede y a dos personajes: el dueño de la tabaquería y a Esteves. El mundo cotidiano visto con desasosiego, la realidad (¿real?) percibida desde una ventana con aparente certeza pero también con incertidumbre que lleva a cuestionar lo que sus sentidos “aparentemente perciben”, ¿está viendo realmente lo que cree ver o todo no es más que producto de su pensamientos o de sus sueños?   










     El gran escritor Antonio Tabucchi escribió alguna vez que la lectura de ese poema le cambió la vida, estas son sus palabras: “Cuando yo era estudiante de primer curso de Filosofía y Letras en la Universidad de Pisa, mi propósito inicial era el de licenciarme en filología románica o incluso en literatura española, porque era una literatura que me atraía mucho; por aquel entonces, en realidad, conocía bien poco de Portugal. Pero aquel verano, durante un viaje a París, compré en un bouquiniste un pequeño libro que se titulaba Bureau de tabac de Fernando Pessoa, es decir, el poema “Tabaquería”. Era una traducción francesa, sin el texto original, de un poeta que era para mí desconocido. Leí el libro en el viaje de tren que me llevó desde París de vuelta a mi casa y me entusiasmé con aquella lectura. Después, acabado el verano, cuando comencé el segundo año de universidad, decidí, cambiar la orientación de mis estudios, al comprobar que en mi imaginación seguía presente el reclamo y la idea de ese desconocido y curioso poeta portugués que me había seducido.”










   Álvaro de Campos, futurista, metafísico, sensacionalista, viajero, polemista, irónico, desengañado, aburrido, en fin, varias máscaras más dentro de una máscara. En una carta de 1935, el mismo Fernando Pessoa le escribe a Casais Monteiro y le cuenta cómo “nació” Álvaro de Campos: “Y, de repente... como una derivación contraria a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. De un golpe, y a máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la ‘Oda Triunfal’ de Álvaro de Campos... Nació en Tavira, el día 15 de octubre de 1890 (a la 1:30 de la tarde, según Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está correcto). Como sabe, Campos es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa, inactivo”.










   He aquí este maravilloso poema, en su versión original y en traducción de Rodolfo Alonso, que es la que más he leído.



TABACARIA




Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.


Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe quem é
(E se soubessem quem é, o que saberiam?),
Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por gente,
Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,
Com a morte a por umidade nas paredes e cabelos brancos nos homens,
Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.


Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta casa e este lado da rua
A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.


Estou hoje perplexo, como quem pensou e achou e esqueceu.
Estou hoje dividido entre a lealdade que devo
À Tabacaria do outro lado da rua, como coisa real por fora,
E à sensação de que tudo é sonho, como coisa real por dentro.


Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
Desci dela pela janela das traseiras da casa.
Fui até ao campo com grandes propósitos.
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
E quando havia gente era igual à outra.
Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei de pensar?


Que sei eu do que serei, eu que não sei o que sou?
Ser o que penso? Mas penso tanta coisa!
E há tantos que pensam ser a mesma coisa que não pode haver tantos!
Gênio? Neste momento
Cem mil cérebros se concebem em sonho gênios como eu,
E a história não marcará, quem sabe?, nem um,
Nem haverá senão estrume de tantas conquistas futuras.
Não, não creio em mim.
Em todos os manicômios há doidos malucos com tantas certezas!
Eu, que não tenho nenhuma certeza, sou mais certo ou menos certo?
Não, nem em mim...
Em quantas mansardas e não-mansardas do mundo
Não estão nesta hora gênios-para-si-mesmos sonhando?
Quantas aspirações altas e nobres e lúcidas -
Sim, verdadeiramente altas e nobres e lúcidas -,
E quem sabe se realizáveis,
Nunca verão a luz do sol real nem acharão ouvidos de gente?
O mundo é para quem nasce para o conquistar
E não para quem sonha que pode conquistá-lo, ainda que tenha razão.
Tenho sonhado mais que o que Napoleão fez.
Tenho apertado ao peito hipotético mais humanidades do que Cristo,
Tenho feito filosofias em segredo que nenhum Kant escreveu.
Mas sou, e talvez serei sempre, o da mansarda,
Ainda que não more nela;
Serei sempre o que não nasceu para isso;
Serei sempre só o que tinha qualidades;
Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de uma parede sem porta,
E cantou a cantiga do Infinito numa capoeira,
E ouviu a voz de Deus num poço tapado.
Crer em mim? Não, nem em nada.
Derrame-me a Natureza sobre a cabeça ardente
O seu sol, a sua chava, o vento que me acha o cabelo,
E o resto que venha se vier, ou tiver que vir, ou não venha.
Escravos cardíacos das estrelas,
Conquistamos todo o mundo antes de nos levantar da cama;
Mas acordamos e ele é opaco,
Levantamo-nos e ele é alheio,
Saímos de casa e ele é a terra inteira,
Mais o sistema solar e a Via Láctea e o Indefinido.


(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de estanho,
Deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)


Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
Mas ao menos consagro a mim mesmo um desprezo sem lágrimas,
Nobre ao menos no gesto largo com que atiro
A roupa suja que sou, em rol, pra o decurso das coisas,
E fico em casa sem camisa.


(Tu que consolas, que não existes e por isso consolas,
Ou deusa grega, concebida como estátua que fosse viva,
Ou patrícia romana, impossivelmente nobre e nefasta,
Ou princesa de trovadores, gentilíssima e colorida,
Ou marquesa do século dezoito, decotada e longínqua,
Ou cocote célebre do tempo dos nossos pais,
Ou não sei quê moderno - não concebo bem o quê -
Tudo isso, seja o que for, que sejas, se pode inspirar que inspire!
Meu coração é um balde despejado.
Como os que invocam espíritos invocam espíritos invoco
A mim mesmo e não encontro nada.
Chego à janela e vejo a rua com uma nitidez absoluta.
Vejo as lojas, vejo os passeios, vejo os carros que passam,
Vejo os entes vivos vestidos que se cruzam,
Vejo os cães que também existem,
E tudo isto me pesa como uma condenação ao degredo,
E tudo isto é estrangeiro, como tudo.)


Vivi, estudei, amei e até cri,
E hoje não há mendigo que eu não inveje só por não ser eu.
Olho a cada um os andrajos e as chagas e a mentira,
E penso: talvez nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem cresses
(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada disso);
Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente


Fiz de mim o que não soube
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para provar que sou sublime.


Essência musical dos meus versos inúteis,
Quem me dera encontrar-me como coisa que eu fizesse,
E não ficasse sempre defronte da Tabacaria de defronte,
Calcando aos pés a consciência de estar existindo,
Como um tapete em que um bêbado tropeça
Ou um capacho que os ciganos roubaram e não valia nada.


Mas o Dono da Tabacaria chegou à porta e ficou à porta.
Olho-o com o deconforto da cabeça mal voltada
E com o desconforto da alma mal-entendendo.
Ele morrerá e eu morrerei.
Ele deixará a tabuleta, eu deixarei os versos.
A certa altura morrerá a tabuleta também, os versos também.
Depois de certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta,
E a língua em que foram escritos os versos.
Morrerá depois o planeta girante em que tudo isto se deu.
Em outros satélites de outros sistemas qualquer coisa como gente
Continuará fazendo coisas como versos e vivendo por baixo de coisas como tabuletas,


Sempre uma coisa defronte da outra,
Sempre uma coisa tão inútil como a outra,
Sempre o impossível tão estúpido como o real,
Sempre o mistério do fundo tão certo como o sono de mistério da superfície,
Sempre isto ou sempre outra coisa ou nem uma coisa nem outra.


Mas um homem entrou na Tabacaria (para comprar tabaco?)
E a realidade plausível cai de repente em cima de mim.
Semiergo-me enérgico, convencido, humano,
E vou tencionar escrever estes versos em que digo o contrário.


Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.
Sigo o fumo como uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é uma consequência de estar mal disposto.


Depois deito-me para trás na cadeira
E continuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando.


(Se eu casasse com a filha da minha lavadeira
Talvez fosse feliz.)
Visto isto, levanto-me da cadeira. Vou à janela.
O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o; é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.













TABAQUERÍA




No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(Y si supieran quién es, ¿Qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constantemente por gente.
Hacia una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres.
Con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
Con el destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.

Estoy vencido hoy, como si supiese la verdad.
Estoy lúcido hoy, como si estuviese por morir,
Y no tuviera más hermandad con las cosas
Que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
La hilera de carruajes de un convoy, y un silbato de partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al salir.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
A la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro. 
Fracasé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
La enseñanza que me dieron,
Descendí de ella por la ventana de detrás de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí encontré sólo hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueño genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni uno,
Ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos pensativos con tantas certezas!
¿Yo, que no tengo ninguna certeza, soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas bohardillas y no-bohardillas del mundo
No hay a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas,
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas,
Y hasta realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que Napoleón.
He apretado a un pecho hipotético más humanidades que Cristo.
He hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la bohardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta,
Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello,
Y el resto que venga si viniere, o tuviera que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero lo miramos y es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo
Indefinido.
 
(Come chocolates, pequeña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates.
Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y, al tirar el papel de plata, que es hoja de estaño,
Echo todo al suelo, como he echado la vida.)

Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico partido para lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el ademán ancho con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin orden, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
Diosa griega, concebida como estatua que fuese viva
Patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
Princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
Marquesa del siglo dieciocho, escoltada y distante,
Cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
No sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, que seas, ¡si puede inspirar qué inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como los que invocan espíritus me invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo los paseos, veo los carros que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena a la deportación,
Y todo esto es extraño, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca vivieses ni estudiases ni amases ni creyeses
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan la cola
Y que es cola para acá del lagarto revolviéndose.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era equivocado.
Me tomaron luego por quien no era y no desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la tiré y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba ebrio, y no sabía vestir el disfraz que no había tirado.
Acosté fuera a la máscara y dormí en el guardarropas
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quién me diera encontrarte como algo que yo hiciese,
Y no quedase siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Calcando a los pies la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete en que un ebrio tropieza
O una espuerta que los gitanos robaron y no valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal doblada
Y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, y yo dejaré versos.
A cierta altura morirá el letrero también, y los versos también.
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como letreros,
Siempre una cosa enfrente de la otra,

Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me yergo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
Y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez fuese feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Me dijo adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.











   Este es Fernando Pessoa, o mejor dicho Álvaro de Campos (o algo de él). Fernando Pessoa, poeta portugués universal, genio ubicado allí donde pocos han llegado, poeta esencial, del calibre de T. S. Eliot, Ezra Pound, Paul Celan, César Vallejo y un puñado más; es decir, cimas, alturas a las que cualquiera no llega y permanece.















   Aquí terminamos esta entrada cuando ya diciembre y sus fiestas están próximas, cuando las clases ya están por terminar y el trabajo y la presión aumentan, pero quiero hacerlo con unos versos de este maese de las letras que son una muestra de ese interminable viaje en torno a sí mismo que fue siempre su poesía, su eterna poesía. Hasta la próxima.


Si, después de morir, quisieran escribir mi biografía,
No hay nada más simple.
Tiene solo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra cosa todos los días son míos…







    







   Continuará… 








                                            Morada de Barranco, 28 de noviembre de 2015.






domingo, 22 de noviembre de 2015

UN VIEJO LIBRO Y ALGUNOS POEMAS DE FERNANDO PESSOA





                                                                        El poeta es un fingidor…
                                                                              Fernando Pessoa







   Allá por los ochenta, en la primera mitad de esa década, ocurrió que mis ojos se toparon con la pasta de tres libros de poemas. El primero de ellos era Paroles, o sea Palabras, el mítico poemario de Jacques Prévert, el siguiente era una Antología Poética de Saint-John Perse, el tercero era Poemas de Pessoa (tal y como aparece en la pasta). Los tres editados en la Argentina por la Compañía General Fabril Editora.















   El hecho ocurrió en la librería de viejo del señor Laguna, entonces uno de los paraísos de los amantes de los libros, ubicada en el jirón Puno, en el zaguán de la vieja casona del presidente más joven que había tenido el Perú, me refiero a Felipe Santiago Salaverry, padre del poeta romántico Carlos Augusto Salaverry, militar que muriera fusilado en Arequipa. Aún lo recuerdo, los libros estaban en el estante de la izquierda y ni bien los vi procedí a comprarlos. En esos años, los libreros de viejo no te "sacaban un ojo" por alguno de sus libros. Hallabas joyas y estaban asequibles, al alcance del bolsillo de un joven universitario ansioso de lecturas.









   De los poetas Prévert y Saint-John Perse ya había leído algunos de sus textos, sobre todo en algunas antologías, entre las que recuerdo mencionaré al inolvidable librito titulado Poesía del siglo XX (Centro Editor de América Latina S. A., del año 1969) donde aparecen, entre varios vates, los dos primeros poetas mencionados. Revisando ahora esas antologías, algunas bastante antojadizas por cierto, caigo en la cuenta que en ninguna de ellas aparece Fernando Pessoa. Cosa bastante previsible entonces, Pessoa era por esos años el secreto mejor guardado de Portugal.










   Sin embargo, no fue en este libro de pasta verde donde leería por vez primera los poemas de Fernando Pessoa, recuerdo que por esos años publicaron en un número de El Caballo Rojo, suplemento cultural del diario Marka dirigido por el poeta Antonio Cisneros, un poema del portugués titulado Al volante… (“Al volante del Chevrolet por la carretera de Cintra…”), ese fue mi primer contacto con su poesía y el despertar de mi curiosidad por saber más sobre el personaje y leer la poesía "oculta" de Pessoa.














   Luego de muchos años, debo reconocer que Poemas de Pessoa no me decepcionó, todo lo contrario, fue una magnífica puerta de ingreso al “mundo de Pessoa y sus máscaras: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis”, sus heterónimos más conocidos. El libro satisfizo mi afán por leer más poemas de Pessoa y desde esos cada vez más lejanos años he conservado en la memoria, yo que la tengo tan mala, algunos de los versos de este poeta extraño (¿qué gran poeta no lo es?) y que cada que puedo los repito: “No tengo ambiciones ni deseos / Ser poeta no es una ambición mía / Es mi manera de estar solo” o “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.” o “Una vez amé, pensé que me amarían, / Pero no fui amado. / No fui amado por la única gran razón: / Porque no tenía que ser...”.














   Incluso, pasadas ya tantas lunas, aún suelo guardar todo artículo periodístico o de revista sobre el poeta lusitano, también he procurado comprar libros con las diversas traducciones de su poesía (tengo por ahí incluso un suplemento del diario La República con versiones de Octavio Paz) y a su poesía siempre que puedo acudo como quien lo hace a una vieja casa amiga: Pessoa es uno de mis poetas predilectos, un poeta de cabecera cuyos escritos siempre me sorprenden.














   Justo el día de hoy, en la preparación de esta entrada, encontré en la revista virtual Letras. s5 un artículo titulado Pessoa(s), de Rodolfo Alonso, el señor mencionado es el traductor de la poesía de Pessoa en el libro que me acompaña algo más de treinta años, entre las líneas de ese texto, el autor dice: “Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo ‘descubierto’.  O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara su consagración, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa (1888-1935) en América Latina.






   Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: ‘Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta.’






   Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973) siendo yo tan joven me ofreció, a fines de 1959, seleccionar y traducir una amplia antología de Fernando Pessoa, recuerdo que fue arduo convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba…”. Joyita la que tengo en casa.






   Por coincidencia, hace unos días, más precisamente el miércoles 18, al desarrollar la clase de Poesía moderna con los chicos de 5to, leímos algunos poemas de Pessoa y sus heterónimos. Percibí en varios de mis tutoriados un interés particular por la poesía del portugués: debo suponer que terminaron no solo sorprendidos sino también conmovidos. Encontrarse, por ejemplo, con Poema en línea recta donde con un lenguaje sencillo, coloquial, una voz les habla desde el mismo centro de sus preocupaciones e inseguridades, debió ser fascinante para ellos. Varios percibieron y notaron que la lectura se tornó no solo en sorpresa sino en descubrimiento y también compañía: Pessoa (con ese poema y otros) se volvió en uno de los suyos, porque solo uno de los suyos hubiera sido capaz de expresar esa sensación de incomprensión, inutilidad, imperfección y postergación que muchas veces invaden los días de los adolescentes. Bien por este encuentro, lo celebro. La poesía del gran Pessoa, para cualquiera, es siempre una magnífica estancia del propio descubrimiento y del reconocimiento de esas máscaras que nos habitan.















   Quiero compartir esos textos que me permitieron ver, complacido, algunos gestos en los rostros de mis alumnos que me demostraban que a medida que leían algo estaba sucediendo en ellos. Esta experiencia es, digamos, uno de los hechos que hacen impagable la labor de profesor: ver a los jóvenes ingresar a nuevos espacios que les permita la reflexión, el autoconocimiento y por qué no el soñar. He aquí los tres poemas de esa bella experiencia con mis alumnos.

  













POEMA EN LÍNEA RECTA



Nunca conocí a alguien que se hubiera dado un porrazo.
Todos mis conocidos han sido campeones en todo.

Y yo, tantas veces grosero, tantas veces cerdo, tantas veces vil,
yo tantas veces incontestablemente parásito, indisculpablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para darme un baño,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he pisoteado públicamente las alfombras de la etiqueta,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido insultos y callado,
que cuando no he callado, he sido más ridículo todavía;
yo, que he resultado cómico a las criadas de hotel,
yo, que he sentido los guiños de los mozos de carga,
yo, que he hecho vergüenzas financieras, pedido prestado sin pagar,
yo, que cuando la hora del golpe sonó, me agaché
esquivando la posibilidad del golpe;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
yo verifico que no tengo igual en todo esto en este mundo.

Toda la gente que yo conozco y que habla conmigo
nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió un insulto,
nunca fueron sino príncipes —todos ellos príncipes— en la vida...

¡Quién me concediera oír de alguien la voz humana
confesando no un pecado, sino una infamia;
contando, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que una vez fue vil?,
Oh príncipes, hermanos míos,

¡Arre, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente de este mundo?

¿Entonces solo soy yo el que es vil y está equivocado en esta tierra?

Podrán las mujeres no haberlos amado,
pueden haber sido traicionados: ¡pero ridículos nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo hablar con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

















SI YO MURIERA JOVEN…

Si yo muriera joven,
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
No se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.

Aunque mis versos nunca sean impresos
Tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
Porque las raíces pueden estar bajo la tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera joven, oigan esto:
Nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
De una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
no procuré hallar nada,
Ni hallé que hubiese más explicación
Que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.

No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
Al sol cuando había sol
Y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(Y nunca la otra cosa)
Sentir calor y frío y viento,
Y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
Pero no fui amado
no fui amado por la única gran razón:
Porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
Y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
Como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.




















AUTOPSICOGRAFÍA


El poeta es un fingidor.
Finge tan profundamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.


















   Es el enigmático Pessoa y sus múltiples máscaras quien con el misterio y el encanto de su poesía, de su palabra, va atrayendo sin proponérselo, a cuentagotas, a sus devotos lectores del mundo entero. Fiel a sus palabras, Fernando Pessoa, hasta el día de hoy y creo que para siempre, ha de seducir con lo que hay en su silencio. Él lo dijo, y se está cumpliendo.


















   Continuará…







                                           Morada de Barranco, 22 de noviembre de 2015.