miércoles, 30 de septiembre de 2020

UNA SIRENA DIFERENTE

 


                                                              ...en sus cavernas escuché lamento de sirenas…

                                                                                                       Arturo Corcuera




   En una anterior entrada comenté que la sirenas no fueron siempre imaginadas como nosotros las pensamos. Los griegos, por ejemplo, le dieron cuerpo de ave con rostro de mujer. Ya en la Edad Media y en El Renacimiento, fueron tomando la apariencia que le atribuimos a estos seres mágicos: la mitad del cuerpo de mujer y la otra mitad (inferior) de pez. En ambos casos siempre relacionadas con la música, con el canto hechicero que llevaba a los marinos a enloquecer y dirigir sus naves a la isla donde les esperaba la muerte: nadie que escuchó su canto pudo sobrevivir. Salvo uno, mejor dicho, dos: Odiseo (Ulises) y Orfeo.










   Aquí, en el Perú, territorio milenario y espacio de grandes culturas, se cuentan muchas historias de seres que remiten a las sirenas. Se cuenta de un personaje mítico cuyo nombre es Tunupa, quien a veces aparece como emisario del dios Viracocha y como ente civilizador, también relacionado con la lluvia, con la fertilidad y como dios del rayo y de los volcanes. Por donde iba civilizaba a los pueblos, en ese su largo peregrinaje llegó al altiplano que comparte el Perú con Bolivia, allí, a orillas del lago Titicaca, se enfrentó a otra divinidad conocida como Copacabana (palabra de origen aimara), dios del lago.








   Tunupa estaba encargado del ordenamiento del mundo, muchos, incluso, lo confunden con Ticsi Wiracocha, el hacedor de la cosmovisión andina. Suelen describirlo en compañía de Tarapacá y Taguapacá, entes que lo ayudaban en este ordenamiento. Tunupa también estaba relacionado con los volcanes y los rayos, ejercía su poder sobre las aguas e incluso controlaba los huaicos. Muchas veces se le ha asociado con otros nombres, esto ocurre porque Tunupa habría sido en realidad dos dioses en uno; es decir, un Tunupa del mundo de arriba (el rayo y la lluvia) y un Tunupa del mundo de abajo (la lava de los volcanes, los ríos, los puquios). Esta dualidad era común en la cosmovisión andina, al llegar los españoles con su mentalidad renacentista, occidental, europea, simplemente no entendieron esta nueva realidad y se le describió a Tunupa a la manera de los dioses occidentales, error que se cometió al describir a las autoridades y a las sociedades andinas.








   Este dios Tunupa conoció en el lago Titicaca a dos hermanas con apariencia de sirenas (mitad mujeres, mitad peces): Umantuu y Quesintuu con quienes tuvo relaciones sexuales. Este antiguo relato parece ser influyó mucho en los artistas indígenas y mestizos del Virreinato del Perú, pues por estas tierras se prodigan representaciones de sirenas, casi siempre en pareja (¿en alusión a Umantuu y Quesintuu?) en frontis de templos, en retablos, en orfebrería, etc. En el Cusco, cerca a Ollantaytambo,  se cree que en la montaña de la foto se encuentra perennizado el rostro de Tunupa.








   El tema de las sirenas en el Perú es amplio. Hasta el día de hoy se dice que hay puquios, ríos, lagunas, caídas de aguas, que están habitados por estos seres fabulosos y que son un peligro para los varones solitarios que se atrevan acercarse: nunca más se les volverá a ver, pues hechizados por estas, son arrastrados a su “mundo” para siempre. En otros lugares se habla de como músicos dejan a orillas de estos manantiales, lagunas, etc., sus instrumentos musicales y al día siguiente aparecen afinados como nunca: las sirenas pusieron sus mano en ellos. Esa mentalidad mágica heredada de las antepasados todavía nos gobierna a los peruanos del siglo XXI.








   Tengo entendido que en la selva, territorio de ríos, lagunas (cochas) también se cuentan muchas historias de sirenas. Pero hay una que hace unos días encontré al buscar material de lectura para mis alumnos, un relato recogido por Ciro Alegría, el novelista de El mundo es ancho y ajeno. En el breve cuento de origen popular y reescrito por este maese de la narrativa, nos habla de una sirena particular, una sirena diferente, no de las aguas, sino una sirena de tierra, o como dice él: “Una sirena del bosque”, habitante de los árboles (como las legendarias ninfas de los mitos grecorromanos)Este es el relato, un ejemplo claro de la maestría narrativa de Ciro Alegría y de esa disposición que tenemos los peruanos para crear y creer relatos fantásticos. Sé que les gustará.






LA SIRENA DEL BOSQUE


   El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente hermosos de la selva amazónica, “tiene madre”. Los indios selváticos dicen así del árbol al que creen poseído por un espíritu o habitado por un ser viviente. Disfrutan de tal privilegio los árboles bellos o raros. La lupuna es uno de los más altos del bosque amazónico, tiene un ramaje gallardo y su tallo, de color gris plomizo, está guarnecido en la parte inferior por una especie de aletas triangulares. La lupuna despierta interés a primera vista y en conjunto, al contemplarlo, produce una sensación de extraña belleza. Como “tiene madre”, los indios no cortan a la lupuna. Las hachas y machetes de la tala abatirán porciones de bosque para levantar aldeas, o limpiar campos de siembra de yuca y plátanos, o abrir caminos. La lupuna quedará señoreando. Y de todos modos, así no hay roza, sobresaldrá en el bosque por su altura y particular conformación. Se hace ver.

   Para los indios cocamas, la “madre” de la lupuna, el ser que habita dicho árbol, es una mujer blanca, rubia y singularmente hermosa. En las noches de luna, ella sube por el corazón del árbol hasta lo alto de la copa, sale a dejarse iluminar por la luz esplendente y canta. Sobre el océano vegetal que forman las copas de los árboles, la hermosa derrama su voz clara y alta, singularmente melodiosa, llenando la solemne amplitud de la selva. Los hombres y los animales que la escuchan quedan como hechizados. El mismo bosque puede aquietar sus ramas para oírla.

   Los viejos cocamas previenen a los mozos contra el embrujo de tal voz. Quien la escuche, no debe ir hacia la mujer que la entona, porque no regresará nunca. Unos dicen que muere esperando alcanzar a la hermosa y otros que ella los convierte en árbol. Cualquiera que fuese su destino, ningún joven cocama que siguió a la voz fascinante, soñando con ganar a la bella, regresó jamás.

   Es aquella mujer, que sale de la lupuna, la sirena del bosque. Lo mejor que puede hacerse es escuchar con recogimiento, en alguna noche de luna, su hermoso canto próximo y distante.





   Continuará…



                                   Morada de Barranco, 30 de setiembre de 2020.