jueves, 5 de agosto de 2021

CAFÉ PARA TODO EL MUNDO

 


                                                                                    ...para todo el mundo.

                                                                                                                                Ribeiro Couto



   Hay en casa algunos libros de literatura del Brasil, ese gigante tan cercano al Perú y tan desconocido. Algunas novelas, no muchas en realidad: Jubiabá y la famosa Gabriela, Clavo y Canela de Jorge Amado; Gran Sertón: Veredas, de Joao Guimaraes Rosa; El enfermo Moliere, de Rubem Fonseca; Macunaima, de Mário de Andrade. Como puede verse, hay algunos ausentes, entre ellos Joaquim Machado de Assis, Nélida Piñón, Clarice Lispector… Una deuda que espero saldar pronto.








   Ahí donde ordeno los libros de cuentos (entre las obras de Anton Chéjov, Guy de Maupassant, Julio Ramón Ribeyro, Jorge Luis Borges, Heinrich Von Kleist, Edgar Allan Poe, por mencionar a algunos) fulgura una breve antología del cuento brasileño en el que, joven universitario aún, releí hasta casi desgastar las páginas donde estaban impresos Felicidad clandestina y Mejor que arder, inolvidables cuentos de la inquietante Clarice Lispector quien solía escribir en los límites del abismo y del misterio. 





   Ya en otro espacio de uno de mis libreros, en el que coloco los libros de poesía, se encuentran varios libros delgados, de pastas llamativas por su diversidad de colores, que forman parte de una colección de poetas brasileños que el Centro de Estudios Brasileños publicó aquí en el Perú hace algunos años. Bellos libros, en edición bilingüe, que cuentan con prólogos y traducciones de poetas peruanos como Carlos Germán Belli, Antonio Cisneros, Javier Sologuren, Manuel Moreno Jimeno, Washington Delgado, entre otros.





   Y continuamos con la literatura de Brasil. Por estos días invernales, fríos y muy húmedos, he venido releyendo algunos números de la Revista de Cultura Brasileña, publicación editada por la embajada de Brasil en España allá por la década de los setenta y a inicios de los ochenta. Son revistas que compré hace muchos años al inolvidable Muñoz, un librero de viejo cuyo pequeño, pequeñísimo local, se encontraba muy cerca de la iglesia de los Huérfanos, en la calle Azángaro, donde ahora está un gigantesco parque en homenaje a Luis Alberto Sánchez, frente al Parque Universitario.





   En el ejemplar que lleva el número 52, que corresponde al mes de noviembre de 1981, se encuentra una sección de bellas hojas amarillas que recoge una pequeña selección de poemas cuyo tema es el café, producto tan relacionado a ese país. Esta breve muestra lleva el título de Versos al café. Allí, entre los textos de Guilherme Figueiredo, Saulo Ramos, Mário de Andrade, Cassiano Ricardo, hay dos poemas de Ribeiro Couto. Del que quiero hacer un breve comentario es el titulado precisamente Café, uno de los poemas del libro Provincia, publicado el año 1933. El texto es el siguiente:


CAFÉ


Sabor de antigamente, sabor de família,
Café que foi torrado em casa,
Que foi feito no fogão de casa, com lenha do mato de casa,
Café para as visitas de cerimônia,
Café para as visitas de intimidade,
Café para os desconhecidos, para os que pedem pousada,
para toda a gente.

Café para de manhã, para de tardinha, para de noite,
Café para todas as horas do riso ou da pena,
Café para as mãos leais e os corações abertos,
Café da franqueza inefável,
Riqueza de todos os lares pobres,
Na luz hospitaleira do Brasil.








   He preferido a la traducción que en la revista aparece y que no menciona al traductor una traducción mía. Este atrevimiento mío es el siguiente:    


CAFÉ


Sabor de tiempos antiguos, sabor de familia,

Café tostado en casa,

Que se hizo en la cocina de casa, con leña del huerto de casa.


Café para las visitas formales,

Café para las visitas entrañables,

Café para los desconocidos, para los que piden posada,

para todo el mundo.


Café para la mañana, para la tarde, para la noche,

Café para todas las horas de risa o de pena,

Café para las manos leales y los corazones abiertos,

Café de franqueza inefable,

Riqueza de todos los hogares pobres,

En la luz hospitalaria del Brasil.





   Un poema que nos habla con sencillez y transparencia sobre la presencia del café en la vida diaria: el café como símbolo de fraternidad, de convivencia, de hospitalidad, de diálogo, del compartir junto a él o con él de momentos entrañables, únicos: café “para toda a gente”, como dice en el poema. Cuando releí, después de muchos años el texto del poeta Ribeiro Couto, inmediatamente supe de qué iba a escribir en esta entrada de este frío mes de agosto: el infaltable café, el café de todos mis días.





   Un proverbio turco anónimo dice: “El café debe ser negro como el infierno, fuerte como la muerte y dulce como el amor.” No sé si sea cierto, pero si algo es cierto es que sobre el café se ha escrito mucho. Muchos escritores, músicos, pintores, filósofos se han referido a él con palabras que han llegado a nosotros. Quiero recordar a tres personajes, por ejemplo, a Inmanuel Kant que dijo alguna vez: La amistad es como el café, una vez frío nunca vuelve a su sabor original, aún si es recalentado." Contundente. Decía Voltaire con ironía propia en él: "Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo."








   Pero quien quizás se lleve las palmas sea Honoré de Balzac, gran maese del realismo, quien consumía ingentes tazas de café para soportar jornadas largas de trabajo que llegaban hasta las quince horas. Fue el más extremado consumidor de esta bebida aromática de la que alguna vez escribió: “El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla, el combate empieza, los recuerdos se despliegan como un estandarte. La caballería ligera se lanza en un soberbio galope, la artillería de la lógica avanza con sus razonamientos y sus encadenamientos impecables. Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan. La pluma se desliza por el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta negro como un auténtico campo de batalla que se oscurece en una nube de pólvora”. En realidad la lista de personajes que opinan sobre el café es larga, pero ya habrá oportunidad para escribir sobre estas otras opiniones.




   Por mi parte, diré que uno de los más gratos recuerdos relacionados con el café es de hace casi dos años. Habíamos viajado a Ayacucho mi madre, mis hermanos, Rita, Kathia. Hacía muy poco, dos meses, había fallecido mi padre, queríamos tomar nuevos aires, pensar en otras cosas, recuperarnos de ese golpe duro. Un viaje inolvidable a pesar del vacío. La experiencia a la que hago referencia ocurrió la última noche que pasamos en esa ciudad, a pocas horas de nuestro retorno. Habíamos salido a caminar por un Ayacucho nocturno, iluminado, curiosamente colorido, alegre. Entramos todos a un café que habíamos descubierto la noche anterior.





   Ubicado en uno de los portales de la plaza mayor, el lugar nos agradó mucho: no muy grande, pocas mesas, las paredes cubiertas con muchos pensamientos referidos al café y con motivos propios de la región. No era bullicioso ni había una música ensordecedora que apagara todo intento de conversación. Lo que sí vimos fue mucha gente joven, probablemente universitarios. Nos sentimos bien desde el primer momento. Bebimos un café delicioso producido en la selva de Ayacucho, lo acompañamos con unas galletas artesanales mientras fluía una conversación cálida, cargada de recuerdos y de humor, ese que solemos emplear y disfrutamos cuando nos reunimos todos en casa de mis padres. Inolvidable: la luz, el calor de mi padre estaba con nosotros. 






   Luego vino una breve caminata por la hermosa plaza mayor a manera de despedida, quizás nos animáramos a venir el próximo año, pero quién podía sospechar que cinco meses después empezaría esta pesadilla de la pandemia. Luego de transitar por su portales nos sentamos en una de las bancas de la plaza. Desde ahí disfrutamos de la alegría de su gente, de su cielo nocturno estrellado, de la belleza pétrea de sus portales, de los campanarios de la catedral alzados cual brazos ansiosos por atrapar algo de esa noche andina inolvidable.





   El café. La verdad es que soy un asiduo consumidor de esta bebida, muy afecto a su color que me recuerda al misterio de la noche. Su amargor acaricia mi paladar y me hace pensar en la semejanza entre este y la vida. Una taza de café involucra para mí casi siempre una buena compañía y la alegría de una conversación que es siempre descubrimiento, afectos. Confieso que me gusta el café pasado porque es la única manera que sé prepararlo. Detesto el café en lata, el instantáneo, me parece ofensivo su sabor artificial, su acidez me hace pensar en un limón de plástico. No sabría explicarlo, pero su inmediatez lo torna sospechoso, intrascendente, vacío. Preparar una taza de café implica muchas cosas: buen ánimo, paciencia, gusto, cariño, amor: es todo un rito del que carece ese café artificial que no me dice nada, nada importante quiero decir. 





   Sé que el café me hace daño, pero si no lo tomo aquí, dónde lo voy a tomar después, entonces bebo las tazas que mi organismo resista; es decir, un poco antes de empezar a caminar por los techos, misma mosca. A diferencia de otros, puedo tomar café antes de dormir, a mí no me produce insomnio. Para mí, que estoy a la cacería de imágenes, el café me resulta de gran ayuda. Por eso hago mías las palabras de alguien que con precisión oportuna dijo: "No es que el café me dé insomnio, es que me hace soñar despierto". Así ha sido siempre, cosa que agradezco.





   ¿Puede haber algo mejor que tomar una taza de café recién pasado? Sí, tomar una segunda taza de café recién pasado, negro, negrísimo, humeante, sin azúcar, acompañado de Rita y mi hija, en medio de una charla y de risas, como sucede cada mediodía y cada atardecer que está dejando de serlo para volverse ya noche.





      Continuará…



                                                Morada de Barranco, 5 de agosto de 2021.