domingo, 21 de marzo de 2021

ESTOS ONCE

 



                                                             Vago mundo de niebla, de alegría lejana…

                                                                              Enrique Peña Barrenechea



   Es conocida la importancia de la tradición poética del Perú (junto con la chilena y mexicana conforman tres de las cimas de la poesía en Latinoamérica). Esta tradición se ha sostenido en el tiempo y se puede decir que desde la publicación de los libros de José María Eguren, en el Perú, siempre han habido buenos poetas, muy buenos poetas, diría mejor.





   Nunca he negado mi enorme admiración y aprecio por la poesía peruana producida entre los años veinte y los de la década siguiente. Siempre la frecuento, siempre me doy un tiempo para releerla. El alto nivel de la obra de estos poetas de entonces es el soporte, el basamento sobre el que descansa el edificio de nuestra poesía, pienso en las obras de César Vallejo, Carlos Oquendo de Amat, César Moro, Xavier Abril, Martín Adán, por mencionar a algunos de ellos. Nadie podría negar la trascendencia de libros como Trilce, 5 metros de poemas, La tortuga ecuestre o Descubrimiento del alba, por ejemplo, libros fundamentales no solo para la literatura peruana, eso es innegable: todo aquel que tenga el saludable hábito de leer poesía no puede pasar de largo ante esas obras, más todavía si se tuviera la intención de escribir, de ser poeta.





   En lo personal, las obras de esos poetas peruanos ocupan un sitio especial en mi biblioteca, no podría ser de otra manera. Si bien conseguir sus obras en algunos casos no fue difícil (Vallejo, Moro, Parra, Adán, Oquendo), otros sí fueron casi-casi una odisea o estuvieron marcados por una larga espera con algún golpe de suerte para poder conseguirlos (pienso en las obras de Abril, Peralta, Hidalgo, Azar o Peña Barrenechea). Hoy, después de tantos años de fiel lector, puedo decir que las obras de estos poetas a quienes tanto admiro y leo están en mis libreros esperando nada más que me decida a hacerlo.





   En esas conversaciones que se tiene con gente afín a uno; es decir, lectora de poesía, elaboré con dos amigos, unas semanas antes de la pandemia, una lista de once poetas preferidos (esto suena como a un equipo de fútbol). ¿Requisitos para entrar en la lista? Solo dos: 1. Debían ser peruanos y 2. Haber tenido su momento vanguardista (por muy pasajero que fuera); o sea, poetas peruanos de los años veinte, treinta. No me fue difícil elaborar mi lista, había frecuentado desde hace mucho sus obras, las conocía, era territorio conocido al que volvía (y vuelvo) cada tanto. ¿A qué poetas seleccioné hace más de un año? Esta es mi lista y en orden cronológico:





1. César Vallejo

2. Juan Parra del Riego

3. Alberto Hidalgo

4. Alejandro Peralta

5. César Moro

6. Enrique Peña Barrenechea

7. Carlos Oquendo de Amat

8. Xavier Abril

9. Martín Adán

10. Emilio Adolfo Westphalen

11. Vicente Azar


   Debo decir que en varios nombres coincidí con mis amigos. Ahora, si me preguntaran cuáles son los libros que escogería de cada uno de ellos, el asunto se complica pues tendría que dejar algunos libros fuera, libros que con toda justicia podrían estar en lugar de los que voy a mencionar. Luego de pensarlo bien, la lista sería esta (aunque en los casos de Oquendo y de Azar los títulos son obvios pues  escribieron y publicaron un solo libro):






1. Podría haber dicho Trilce, pero me quedo con Poemas Humanos de César Vallejo.

2. Polirritmos y otros poemas, una bella selección de Juan Parra del Riego.

3. Antología personal del torrencial Alberto Hidalgo

4. Ande, ese bello libro de imágenes fulgurantes de Alejandro Peralta

5. La tortuga ecuestre de César Moro, el único surrealista latinoamericano.

6. El cinematográfico Cinema de los sentidos puros de Enrique Peña Barrenechea.

7. 5 metros de poemas, cumbre del vanguardismo mundial, de Carlos Oquendo de Amat.

8. Descubrimiento del alba, ese regreso a la formalidad con visos oníricos de Xavier Abril.

9. Escrito a ciegas del atormentado y lúcido Martín Adán.

10. Abolición de la muerte del silencioso y distante Emilio Adolfo Westphalen.

11. Arte de olvidar, el inhallable libro de Vicente Azar.


   Quiero terminar con esta pequeñísima muestra de la poesía de estos once poetas peruanos como una suerte de invitación para frecuentar sus obras. La breve selección responde a mi gusto personal por estos textos.


LOS NUEVE MONSTRUOS

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido!

¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.


César Vallejo (Santiago de Chuco, La Libertad, 1892 - 1938)




AL MOTOR MARAVILLOSO 

Yo que canté un día
la belleza violenta y la alegría
de las locomotoras y de los aeroplanos,
qué serpentina loca le lanzaré hoy al mundo
para cantar tu arcano
tus vivos cilindros sonámbulos, tu fuego profundo
¡oh, tú, el motor oculto de mi alma y de mis manos!

¡Qué llama enloquecida se enreda en tus fogones
y hace girar la rueda líquida de la sangre
y atiranta las poleas de los músculos
para mecer los columpios súbitos de las sensaciones,
cuando corro, beso, anhelo, callo, sufro, espero, miro,
salta mi alma en una loca carcajada,
floto en sedas de suspiro
o en el charco solitario de la sombra en que me estiro
se me copia el corazón como una estrella desolada.

¡Y qué electricidades
se me van por los alambres calientes de los nervios
hasta el cerebro, caja de las velocidades
azules y negras y rojas de todos los sueños...!
Zumba la turbina sutil de hondos dolores
y saltan imágenes,
y hacia donde ya no alcanza el ojo triste
con sus sedientas ruedas de colores
corre el tren de las imágenes...

Y qué émbolos oscuros se agitan sin cesar,
y qué carbón jadeante de soles escondidos
te hacen andar
a todo vapor, a todo vapor,
cuando se me hincha el corazón de una salvaje alegría,
o se me quiere romper de dolor
y de melancolía.

Motor humano: tú eres
la única maravilla de este mundo doloroso,
por tu inmortal prodigio: el beso de las mujeres,
el pensamiento firme y armonioso,
la palabra que salta rotunda, patética y viva,
por la célula furtiva
que trabaja en sus telares nuestro ritmo misterioso;
teje un día la Esperanza,
otro día el Sufrimiento,
otro día la Alegría.
Yo siento
cuando queda tensa y viva sobre mi alma la Energía.
¡Motor de la explosión de toda la vida mía!
¡Hondo motor que hace mi cólera y llanto
mi callada pasión y mi fuerza y mi canto,
más ligero,
más ligero,
con la carga de esperanza que es única conquista:
tú, la máquina del único sendero sin sendero;
yo, tu alado y sangriento maquinista!


Juan Parra del Riego (Huancayo, 1884 - 1925)






VALIJAS


De cuando en cuando una visita protocolar siquiera al cementerio

para ir tomándole confianza

para ir acostumbrándose a sus calles de lápidas perplejas

al césped lleno de estremecimientos

a la respiración irresponsable de las tumbas

al celo policial de los cipreses

montando guarda para que no puedan fugarse los extintos

al tacto de magnolia con que se da la mano

a fin de hacer patético el saludo

más en correspondencia con el medio

al verde ceniciento que las hojas asumen

en un intento prolongado de vestirse de luto

al canto de entrepico de las aves

que es como si dijéramos su voz de condolencia

a ese desperezarse de los huesos

que más que oírlo se lo advierte

De cuando en cuando una visita protocolar al cementerio

para ir perdiéndole entretanto el miedo


A la muerte debemos estudiarla

es preciso saberla de memoria

decirla

recitarla a cada rato

para que no se nos olvide nunca

Ante todo su idioma

su griego tan difícil

que ni aun en años puede hablárselo sin acento extranjero

lenguaje de señales y de nieblas

de letras escondidas y de sílabas vagas

jamás domadas por el diccionario

pero que ha de aprenderse

para las horas inconmensurables del diálogo y las nupcias


Absurdo entrar en relación con ella

antes de conocerla íntimamente

de recabar informes sobre la dimensión de sus privanzas

Averiguar cuál es su clase

de qué familia de noser procede

cuáles sus soterradas intenciones

y en forma explícita y premiosa si fue nacida para nuestra

corresponde a otro espíritu

o nos ocurre por acción fortuita

quizá de yapa o por error

No vaya a ser que por desprevenidos caigamos en estafa

y usufructuemos una muerte ajena


No se debe morir por dispersión

sino con todo su cadáver

con el sujeto físico completo

y el sujeto moral también rotundo

con todos los pedazos de su vida

y los aniversarios sin que falte ninguno

con lo de aquí que no se deje

y lo de allá que nos esté esperando

con todas las exequias programadas

todo su traje de carpintería

Hay que alcanzar un óbito con los capítulos enteros

un deceso por partes y en conjunto

en el cual no esté ausente ni el silencio

y uno pueda tener toda su muerte


Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897 - 1967)





e  l     i   n  d   i  o     a   n  t   o   n   i  o



Ha venido el indio Antonio
con el habla triturada i los ojos candelas

EN LA PUERTA HA MANCHADO LAS CORTINAS DEL SOL

Las palabras le queman los oídos
i en la crepitación de sus dientes
brincan los besos de la muerta

               A n o c h e
envuelta en sus harapos de bayeta
la Francisca se retorció como un resorte
mientras el granizo apedreaba la puna
i la vela de sebo

            c o r r í a   a   g r i t o s   p o r   e l   c u a r t o

Desde el vértice de las tapias
aullará el perro al arenal del cielo

De las cuevas de los cerros
los indios sacarán rugidos como culebras
p a r a   a m a r r a r   a   l a   m u e r t a

Hacia el sur corta el aire una fuga de búhos
i un incendio de alcohol tras de las pircas
prende fogatas de alaridos

A rastras sobre las pajas

                                           la noche ronda el caserío 


Alejandro Peralta (Puno, 1899 – 1973)





RENOMBRE DEL AMOR


El amor dedica al amor Los días sin lluvia

Y como debe ser los días de buen tiempo

Para el amor y sus preferencias

Al renombre del más viejo amor

A la lluvia de la palabra amor

Al único amor sin lamento sin dicha sin retorno

Al porvenir de los locos

A los sepultureros a los alegres compañeros de galera

Al punzante al quemante recuerdo del tatuaje

A mi querida muerte

A los que dudan todavía

A los tesoros de los ciegos

A las lágrimas

Al agua al viento al fuego al amor

Al tormento de fuego y de hielo

A los primeros acontecimientos que anunciarán la rebelión y la sangre

A las sábanas de los crímenes pasionales

A las bellas sábanas de los suicidas

A la culata más tierna de lo que podía esperarse del revólver

A las separaciones que quitan hasta el aire

A las desgarradas mañanas de quien el amor rechaza

Al plomo de las balas

Para que los que no son tocados mueran

Como perros envenenados

A los dolores de los que despiertan

A las noches vacías

A mi vida perdida

A la pérdida sin lamento sin retorno sin dicha de la vida

Para que los que aman y se estancan en su felicidad

Se levanten y lancen las primeras maldiciones

Al huracán

A las mañanas más tristes que todo

Para borrar mejor mi nombre

Para sacudir el polvo y volver a ser polvo

Para maldecir los instantes supuestamente felices

Para el despertador cargado de pólvora

A las estatuas desnudas de noche

Al mármol perdido

Para tener un lecho de mármol

Para no tener tumba

A las señales de fuego del puñal

A los solos los únicos recuerdos sexuales

A la boca de piedra del amor

Al frío del agua en la noche

Para no volver a empezar

Al más tierno amor


César Moro (Lima, 1903 - 1956)





10.

De nuevo tus ojos son las flores más puras de esta hora, y con hilos de música te tejerán los pájaros una niebla rosada. Ese mar también era otro mar, y aparecía primero un ángel cuando llegaba un barco.

Ahora tú no existes. Ahora no podrás existir. Te has volado como un poco de cielo a otro cielo, a otra atmósfera, y estarás dialogando con otra brisa, o tal vez enredada en otra lluvia.

Podría crearte mi vista, mis sentidos todos y hacerte existir en no existencia, pero es vano todo empeño de sueño o realidad, porque tú ya no vives ni en niebla vaga ni en dura tierra.

Amo  de  estar amándome  a mí mismo. ¡Hasta  qué  punto  el cielo  es fácil  y  es certeza! Amo de estar creando un dolor nuevo que es casi una alegría.

Yo insistiré en que no me creerás nunca. En que no me van a creer nunca.

Enrique Peña Barrenechea (Lima, 1904 -1987)




p  o  e  m  a     d e l     m  a  n   i   c   o  m   i  o


Tuve miedo

y me regresé de la locura


                        Tuve miedo de ser

                                                           una rueda

                                                                                   un color

                                                                                                        un paso


                                    PORQUE MIS OJOS ERAN NIÑOS


                                                     Y mi corazón

                                                        un botón

                                                           más

                                                            de

                                               mi camisa de fuerza


                             Pero hoy que mis ojos visten pantalones largos

                              veo a la calle que está mendiga de pasos


Carlos Oquendo de Amat (Puno, 1905 - 1936)





PAISAJE EN EL SUEÑO


De tu sueño al mío no hay sino olvido. En amorosos mares nos

olvidamos. Tú animas el alba al moverme los brazos. Yo sigo el curso

del día y de la noche. Y en la noche comprendo tu caballera. Tu

cabellera hace nacer los astros y los jardines.


Tu cabellera es el reino vegetal.


La Luna nace de tu cabellera.


Yo veo los ríos sutiles fotografiados en tu cabellera.


Tu pureza me asusta como un incendio en África.


Xavier Abril (Lima, 1905 – 1990)






ESCRITO A CIEGAS (fragmento)


¿Quieres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
adónde voy?… Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
y sensible volumen de ser mi humano,
que es un cuerpo y vocación,
sin embargo.

Si nací, lo recuerda el Año
Aquel de quien no me acuerdo,
Porque vivo, porque me mato.

Mi Ángel no el de la Guarda.
Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,
que me lleva mi término,
tropezando, siempre tropezando,
en esta sombra deslumbrante
que es la Vida, y su engaño y su encanto.

Cuando lo sepas todo…
Cuando sepas no preguntar…
Sino roerte la uña de mortal,
entonces te diré mi vida,
Que no es más que una palabra más…
La toda tuya vida es como cada ola:
Sabe matar,
sabe morir,
y no saber retener su caudal,
y no saber discurrir y volver a su principio,
y no saber contenerse en su afán…

Si quieres saber de mi vida,
vete a mirar al Mar…

Martín Adán (Lima, 1908 – 1985)







HE DEJADO DESCANSAR…


He dejado descansar tristemente mi cabeza
En esta sombra que cae del ruido de tus pasos
Vuelta a la otra margen
Grandiosa como la noche para negarte
He dejado mis albas y los árboles arraigados en mi garganta
He dejado hasta la estrella que corría entre mis huesos
He abandonado mi cuerpo
Como el naufragio abandona las barcas
O como la memoria al bajar las mareas
Algunos extraños sobre las playas
He abandonado mi cuerpo
Como un guante para dejar la mano libre
Si hay que estrechar la gozosa pulpa de una estrella
No me oyes más leve que las hojas
Porque me he librado de todas las ramas
Y ni el aire me encadena
Ni las aguas pueden contra mi sino
No me oyes venir más fuerte que la noche
Y las puertas que no resisten a mi soplo
Y las ciudades que callan para que nos aperciba
Y el bosque que sé abre como una mañana
Que quiere estrechar el mundo entre sus brazos
Bella ave que has de caer en el paraíso
Ya los telones han caído sobre tu huida
Ya mis brazos han cerrado las murallas
Y las ramas inclinado para impedirte el paso
Corza frágil teme la tierra
Teme el ruido de tus pasos sobre mi pecho
Ya los cercos están enlazados
Ya tu frente ha de caer bajo el peso de mi ansia
Ya tus ojos han de cerrarse sobre los míos
Y tu dulzura brotarte como cuernos nuevos
Y tu bondad extenderse como la sombra que me rodea
Mi cabeza he dejado rodar
Mi corazón he dejado caer
Ya nada me queda, pata estar más seguro de alcanzarte
Porque lleva prisa y tinieblas como la noche
La otra margen acaso no he de alcanzar,
Ya que no tengo manos que se cojan
De lo que está acordado para el perecimiento
Ni pies que pesen sobre tanto olvido
De huesos muertos y flores muertas
La otra margen acaso no he de alcanzar
Si ya hemos leído la última hoja
Y la música ha empezado a trenzar la luz en que has de caer
Y los ríos te cierran el camino
Y las flores te llevan en mi voz
Rosa grande ya es hora de detenerte
El estío suena como un deshielo por los corazones
Y las alboradas tiemblan como los árboles al despertarse
Las salidas están guardadas
Rosa grande ¿no has de caer?

Emilio Adolfo Westphalen (Lima, 1911 – 2001)




HYPNIA (selección)

Los bajeles parten del sueño, entre una lluvia de manos apresuradas y leves, fino tamiz del sol que crece sobre el mundo. Entre la luz delgada, frente al ejido verde, arde un aire campesino y remoto. Algo parte, se desintegra un mundo tierno sobre el agua que chapotea. Algas rubias de luz, peces, voz y lumbre en la niebla, he aquí una infancia. Son los huesos calados de la esencia inhumana que extiende el tiempo lentamente con masas antiguas de alegría, hojas resecas del amor, postales, versos, apariciones, lágrimas. Todo persiste en nuestras manos. Entretanto juegan los niños bajo el lucero que recorre el cielo. El ángel nuevo se sorprende de que su risa no se oiga y en los carrillones de la tarde, perdido y trémulo como sonrisa de retrato olvidado, aparece el canto en que, en el hechizo de las largas noches árticas, Gretel oye la vida y el mar inventa nuevas ficciones sobre los relojes que perecen de prisa.

                                                                           ***

A la hora en que el dios hostil desvanece las miradas más hondas, las noches y los días dejan de trepar a las esferas oscurecidas y el cordaje del ansia afloja su tensión, la vida está al fondo del odio, al lado del amor, en el frío, en el desvelo, en el destino. No es fácil llegar a la ciudad sagrada. Algo se entrevé, sin embargo. Sin embargo, el libro cae de las rodillas, el ave vuela torvamente y su paisaje, pronto, se hace nocturno, lejano. Animal de madera penetrado del ansia, el corazón, leve, evidente, recién vive. Se alza el calor, la estación solar desnuda a la amplia luz sus torsos ardientes. En el largo y turbador beso cálido, Hypnia del mediodía reúne la flor de las princesas, el antiguo canto del cisne y la voz desconocida de la niña que huye siempre en el sueño hacia sus puertas blancas, herméticas de rabia.


Vicente Azar (Lima, 1913 - 2004)





   Continuará…



                                          Morada de Barranco, 21 de marzo de 2021.