miércoles, 14 de julio de 2021

UN RECORRIDO POR ALGUNAS CALLES DE BARRANCO

 



                                                                                           Viene por las calles…

                                                                                              José María Eguren



   Luego de más de un año donde apenas si salía para hacer compras o para ver a mi madre y mis hermanos a cierta distancia (sin poder abrazarlos, besarlos), realicé una larga caminata para recibir mi primera dosis de la vacuna contra el COVID. Con temor a contagiarme si subía a un medio de transporte, decidí, en realidad decidimos con Rita, caminar las muchas cuadras que nos separaban del campo deportivo Luis Gálvez Chipoco.





   Con esta enfermedad que se ha llevado a tanta gente, algunas cercanas, transitar por estas queridas calles fue una experiencia cargada de temor. Sobre todo si en tu camino te cruzas con gente irresponsable que lleva la mascarilla en el mentón, encima pasan hablando, otras fumando, incluso hasta tosiendo, en fin, tuvimos que caminar con muchas precauciones para evitar aquellos lugares donde había mucha gente, esquivarlos, pienso en el Parque Municipal, el Puente de los Suspiros, por ejemplo.





   En nuestra larga ruta, caminar por el malecón de Barranco provocó en mí ciertos recuerdos. Aquellos lejanos días de adolescencia, cuando confundidos entre árboles, la bruma invernal y la oscuridad de la noche, aprovechábamos los fines de semana para reunirnos un puñado de amigos, no solo para conversar, también para fumar cigarrillos y beber algunas extrañas combinaciones. Tiempos de amores inestables o imposibles, de definiciones sobre lo que sería cada una de nuestras vidas en el futuro, incierto y complicado como la realidad de un país, entonces golpeado por una hiperinflación galopante, el terrorismo que llegaba a la capital creando más inseguridad y mucho miedo, la corrupción campeando por todo lado. Tiempos difíciles y oscuros aquellos.





   Al pasar por el cambiado Parque Berckemeyer, como en una película me vi tumbado en su pasto, leyendo chistes (cómics), abandonado a esas historias que creaban mundos que me hacían más soportable una realidad para el que por mi extremada timidez no estaba preparado. Tiempos aquellos en los que llegaba a este parque espacio de mi privacidad infantil en el que cuando no leía algún chiste de Novaro, perdía mis ojos en la inmensidad del mar que definitivamente era otro camino donde se afincaba la imaginación de un niño que disfrutaba de esas soledades.








   A unos cuantos metros apareció ante nuestros ojos el Parque Castilla, con él, el recuerdo de mi padre que partió hace casi dos años y cuyo cumpleaños se celebró hace pocos días. Recordé cómo algunas noches, sentados alrededor de la mesa familiar, mi padre empezaba a hablar; es decir, se abandonaba a sus recuerdos, a su imaginación de encantadora ingenuidad con la que tejía historias fascinantes y una sensación de confianza, de estar iniciando un tránsito por territorios amigables, confiables, me invadía, me arropaba y me olvidaba de todo, mi entorno se borraba y el discurso de mi padre ayudaba a construir nuevos escenarios ahí donde mágicamente ya no estaba la mesa, tampoco las paredes ni el suelo ni el techo, mi hermana (pequeña como yo entonces lo era) desaparecía (supongo que yo igual para ella), los horizontes se abrían a la imaginación guiada por la voz de mi padre. Cómo disfrutábamos mi hermana y yo de esos instantes donde la palabra se transformaba en espacios de sueño y fabulación. Escuchar a mi padre nos hizo conocer que la realidad real no era la única, había zonas sagradas y no prohibidas cuyas puertas se abrían a nuestra pura imaginación, de ahí a los libros fue solo un paso. Y hemos continuado por esa ruta trazada por mi padre.








   Este recorrido por algunas calles de Barranco, sin embargo, resultó también una experiencia que agudizó una preocupación que no me abandona desde hace un tiempo, una preocupación que va de la mano con la indignación: el de ver cómo va ocurriendo la tragedia de la destrucción del mundo que he habitado durante toda mi vida. ¿Pero qué tan grave puede ser? Pues supongo que tan grave como su inminente desaparición a manos de gente, de empresas constructoras, ante las cuales las autoridades se muestran laxas, incompetentes (por decir lo menos), pues ante sus ojos se desarrolla ese espectáculo indigno, reprochable (pero supongo que “legal” bajo vaya a saber qué argucias) de cómo hacen de nuestro distrito campo de sus puros intereses económicos; es decir, el dinero transformado en el único dios que respetan.





   Soy un testigo invadido por la desesperanza de ver cómo Barranco es cada vez más otro sitio, otro espacio ajeno a nuestras vidas: ya no más ciertas calles cuyo perfil arquitectónico no solo era material sino habitante de nuestras memorias, algunas de ellas las más puras, las de los descubrimientos de nuevos mundos para nuestras vidas. Casas destruidas y en su lugar, gigantescos edificios que muchas veces nos roban el panorama donde a la distancia se pierden (o debo decir perdían) nuestras miradas cargadas de sueños; plazas desaparecidas sin ningún sentimiento de culpa, espacios verdes alterados por una supuesta “modernidad” sin gusto y sin arte. Y nadie pareciera mover un dedo. O tal vez ocurra que todo aquello que se está haciendo es insuficiente.





   Una vez aplicada la vacuna, iniciamos el camino de regreso por otras calles, esta vez con un caminar más relajado y lento, propicio para contar algunos recuerdos a Rita. Íbamos así, tranquilamente conversando cuando vi un aviso en fondo amarillo: "Vendo", como muchos que hay ahora por este Barranco que cada vez más, como dije, se va convirtiendo en otro territorio. Me apenó mucho ver ese cartel ubicado en la que fue la casa donde visité algunas veces y nos enfrascamos en largas conversaciones con mi recordado amigo José Pancorvo. Ahí vivió un tiempo el querido poeta, ahí lo escuché tocar el arpa y cantar, ahí hablamos sobre Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes y de Los ríos profundos de Arguedas, sobre Manuel Beingolea y Oquendo de Amat, sobre filosofía y demás asuntos... Imagino lo que pronto sucederá con esa casa de la avenida San Martín: un edificio, de los muchos que hoy rápidamente aparecen, ocupará ese querido espacio que fue la casa del poeta José Antonio Pancorvo Beingolea. Una pena.





   Fastidiado y triste continué con el regreso a casa. Me resistía a aceptar lo que estaba ocurriendo con Barranco. Por suerte pasamos por la pequeña calle Génova de apenas dos cuadras. Me cambió el “genio”. Me emocioné al ver esta calle donde de niño y en tardes eternas jugué tantos épicos “partidos” con amigos a los que dejé de ver hace muchos años, ¿qué será de ellos? Rodolfito López, José Cotera, William y Roberto Romo… No nada de sus vidas. Me abordaron imágenes entrañables de esas lejanas jornadas donde terminaba hecho un desastre: empapado de sudor, la impecable ropa, que mi mamá lavaba, sucia (en el peor de los casos rota), los zapato estropeados (si es que no despancados)… Y después las reprimendas, los castigos. Volví a escuchar la voz de mi madre advirtiéndome: “En la próxima vez que te aparezcas así, si te agarro ni te encuentro”.





   A pesar de los riesgos, del lógico temor al contagio, la caminata larga no resultó extenuante, creo que fue bueno hacerlo. Si bien comprobé que habían calles que ya no reconocía por los muchos y nuevos edificios, cosa que me enojaba y me ponía triste, este recorrido también me permitió transportarme a aquellos años de descubrimientos y primeras experiencias, tiempos de amigos que eran como tu familia y recorrían los mismos caminos de emoción y fantasía. Sentir el viento, oír al mar en su incesante movimiento, todo abriéndose a la luz para que los ojos se expandan con esa alegría y sorpresa (por qué no) de una hermosa experiencia inicial. 





   En unos días más acudiré a mi segunda cita, supongo que me iré caminando (como en esta primera oportunidad) hacia el centro de vacunación y aprovecharé para seguir transitando (espero sea así) hacia otros territorios guiado por los recuerdos...



























   Continuará…



                                               Morada de Barranco, 14 de julio de 2021.