miércoles, 30 de diciembre de 2015

UNA PELÍCULA EN LA ÚLTIMA ENTRADA DEL AÑO







                                                       Un ángel mirando al mar
                                                                           Carlos Oquendo de Amat







   Última entrada del año. Son las seis de la tarde, el verano de a pocos se hace sentir, se ha demorado en llegar, eso sí, increíble: diciembre está por terminar y todavía hay personas que llevan chompas ligeras, poleras, casacas, por momentos todavía se siente frío y el cielo, muchos días, está nublado, en fin, efectos de El Niño, dicen, debe ser cierto porque ya por estos días, en años anteriores, el calor se tornaba insoportable y la gente vestía de acuerdo a la temporada veraniega.





   Los que algo saben del asunto, pronostican que este verano será de los más calurosos: más de 32° de calor. Preocupante de verdad, aún recuerdo que cuando niño un día con 28° grados de calor era un día excepcional, cuando digo “excepcional” no exagero, por esos tiempos así no más los termómetros no marcaban esa temperatura. Hoy eso se ha superado con creces. Calentamiento global dicen. Estamos pagando los efectos de nuestra irresponsabilidad con el tercer planeta.





   En estos momentos estoy solo en casa. Rita y Kathia han salido de compras. Me pregunto qué escribir, porque tengo que escribir entre hoy y mañana esta última entrada de este 2015 que se juega ya los descuentos. Me digo que quizá un poco de música me ayude, me entone, me dé el ritmo que necesito para escribir, música y café recién pasado, negro, negrísimo y humeante. Lo hago. Selecciono una composición del músico que más admiro (me refiero a la mal llamada música clásica): Johannes Brahms y su Clarinet Quintet in B Minor, Op.115, maravillosa pieza musical. El café de a pocos lo voy consumiendo en esta tarde silenciosa en que el calor todavía no es agobiante y el siempre bienvenido canto de los tordos ingresa a este mi faro del cuarto piso.





   En la entrada anterior comentaba algunas experiencias previas a la Navidad, por ejemplo, el concierto de Morrissey que fue impagable. Había olvidado mencionar que el 22 de diciembre visionamos Rita y yo (es casi ya una tradición) la hermosísima película de Frank Capra ¡Qué bello es vivir!, del año 1946. Pocas películas como esta que me llevan a decir con absoluta seguridad que cada vez que la veo me gusta más, nos gusta más, la disfrutamos a plenitud: reímos con sus ocurrencias (la escena anterior a la muerte del padre del protagonista o la del baile del año 1927), nos conmovemos con las peripecias del entrañable George Bailey en su desesperación.














   En el pequeño universo del pueblo llamado Bedford Falls, lugar donde se desarrolla esta gran historia, se presenta una gama de personajes, todos ellos con sus particularidades, como en todo pueblo que se precie de tal. Alguna vez oí eso de pueblo chico, infierno grande, bueno, pues, Bedford Falls es un lugar donde se viven instantes de alegría, de felicidad, como es natural que ocurra, pero también posee sus pequeños infiernos atizados, por ejemplo, por el poder económico del banquero cuyo nombre rebautizaría al pueblo como Potterville en una realidad alternativa que en la película sucede y esa realidad paralela sí es el infierno.


















   Entre esos personajes que conforman la maraña social de Bedford Falls podemos mencionar a los familiares de George Bailey: el generoso padre empeñado en continuar con su financiera; la indesmayable madre pendiente siempre de sus esposo y de sus hijos; Harry, el hermano deportista y héroe de guerra; el despistado tío Billy que ocasionará la gran tragedia del sobrino; la empleada negra siempre curiosa que es como de la familia, pero también están los amigos de infancia de George: el exitoso Sam; Bert, el policía; Ernie Bishop, el taxista;… junto a ellos los empleados de la financiera (la secretaria y un asistente siempre leales); Nick, el bartender; el señor Gower, farmacéutico que sumido en el dolor por la muerte de su hijo casi provoca la muerte de un niño, y… Clarence, el ángel sin alas que tiene que bajar a la Tierra y ganárselas, ¿cómo?, pues prestando su ayuda, para dejar de ser un ángel de segunda clase, al desesperado protagonista.


Frank Capra











   Todos y cada uno de ellos a merced de un solo personaje, la encarnación del mal. Debo comentar que este personaje se constituye en una de las columnas centrales de esta película, hablo del malvado y maniqueo señor Potter, el banquero, personaje materialista y codicioso que se gana con creces la antipatía del público. Por cierto, qué gran actor fue Lionel Barrymore, en esta película (como en otras en que lo he visto), su actuación es magistral: su voz, sus gestos, todo lo pinta de cuerpo entero como el personaje cruel, necesario en el desarrollo de la historia de este pequeño pueblo.














   Un comentario más, con respecto a los personajes, en esta película descubrimos a dos actrices tremendamente bellas y talentosísimas, hablo de Donna Reed, quien hace el papel de Mary (la novia y esposa de George), ganadora del Oscar en 1953 como mejor actriz de reparto en la película De aquí a la eternidad. Se comenta que Donna fue la tercera opción luego de que Jean Arthur rechazara el papel de Mary por tener la agenda recargada y que Ginger Rogers simplemente no la aceptara (me imagino cómo se habrán pesado después). La otra belleza es Gloria Grahame, que hace el papel de la seductora Violeta, la bella chica que roba miradas por su coquetería, actriz que ganara en 1952 un Oscar al ser considerada mejor actriz de reparto en la película Cautivos del mal. Con los años, Gloria se convertiría en una de las mujeres fatales del cine negro.













    Estamos, pues, ante una magistral película, uno de esos milagros del cine que, a pesar de los años, conserva su frescura y ha permanecido en el gusto de la gente. Y no somos hiperbólicos al referirnos de esa manera a ¡Qué bello es vivir!: la película no ha envejecido un ápice, más bien crece cada vez más con el paso del tiempo, es lo que suele ocurrir con las grandes obras artísticas, con los clásicos: en cada lectura, en cada visión descubrimos ángulos que no habíamos percibido en la anterior experiencia y eso nos enriquece y las torna actuales, eternas.


















   Que este breve comentario, entonces, sirva como una suerte de invitación para visionar este luminoso y esperanzador film, donde se pone de manifiesto que los sueños y buenos deseos no solo deben ser bonitas palabras sino práctica y política de vida, como lo hizo en el día a día el padre de George Bailey hasta que le llegó la muerte, como lo hizo el mismo George a pesar de todo, como lo hizo el tío Billy con sus despistes, como lo hicieron los siempre leales empleados de la financiera… y cada uno de los personajes que luchan, que actúan para que sus sueños se cumplan.













   Quiero terminar esta entrada con esa hermosa frase que dejó escrita el bueno de Clarence (con las alas ya logradas en buena lid) en el libro Tom Sawyer que le quedó como obsequio a George: “Ningún hombre es un fracaso si tiene amigos”. Que así sea. Feliz año 2016 a todos.










   Continuará…








                                   Morada de Barranco, 30 de diciembre de 2015.





sábado, 26 de diciembre de 2015

LA FANTASMAL GEORGINA HÜBNER






                                                        …desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
                                                        que, salvado el amor, lo demás son palabras…
                                                                                 Juan Ramón Jiménez






   Este mes de diciembre ha sido muy bueno. Hace exactamente una semana, para ser más precisos, el 19, con mi esposa, mi hija y dos de mis hermanos (Gloria y Arturo), asistimos al único concierto que Morrissey, el gran Moz, diera en Lima. Espectacular, no hay más, una experiencia musical impagable, única. Uno de nuesttros sueños musicales se cumplía: oír cantar a uno de los mayores representantes del rock mundial, ícono de toda una generación que se veía reflejada en las letras de sus canciones. Canciones que han roto barreras generacionales, mi hija, por ejemplo, con sus dieciséis años ama sus canciones de cuando lideraba el grupo The Smiths y después como solista. Grande, Morrissey, hoy y siempre.











   Cinco días después de ese acontecimiento teníamos entre nosotros a la Navidad. Fiesta que, como es tradicional, celebramos en la casa de mis padres. Los preparativos, como de costumbre, empiezan desde los primeros días del mes de diciembre, son, en otras palabras, arduos. Entre esos preparativos se encuentra armar un hermoso árbol navideño (labor realizada por mi hermano Arturo) que con sus muchos colores y sorpresas son un regalo para los ojos y un gigantesco nacimiento (del cual me encargo yo) que llega hasta el techo y cuya confección pareciera jamás terminar.








   Como parte de la fiesta navideña solemos realizar un intercambio de regalos. Estos son, muchas veces, producto de “astutas” indagaciones. Es así que a la medianoche me vi premunido de algunos regalos entre los cuales había libros (bienvenidos siempre).








   El cielo de Lima es uno de esos libros. Una novela escrita por el español Juan Gómez Bárcena, obra que se basa en un hecho real, una anécdota que suelo contar cuando desarrollo el tema del Modernismo y de la Generación del 98 con los alumnos de 3ro, me refiero a esa historia hoy bastante difundida sobre cómo Juan Ramón Jiménez, joven entonces (principios del siglo XX), se enamoró de una joven desconocida que le escribía cartas desde la lejana Lima.








   Llevo ya leída la tercera parte de esta novela cuya historia conozco desde principios de los años ochenta. Recuerdo que en un artículo publicado en el Dominical del diario El Comercio, alguien, cuyo nombre no recuerdo, contaba la increíble historia de cómo dos jóvenes atrevidos limeños (aunque uno de ellos nació en Tarma) le escribía cartas al futuro premio Nobel de literatura.








   Que unos jóvenes escribieran cartas a un reconocido poeta no tiene nada de particular: se solía hacer desde siempre. Pero que, para esas cartas creadas por un par de jovenzuelos, una señorita ingenuamente prestara su letra y su nombre y que luego tuviera consecuencias que ni ellos mismos sospecharon, ya es otro cantar. La historia merece contarse.








   Corría el año 1903, en España, Juan Ramón Jiménez, había publicado el libro Arias tristes, poemario que confirmaría el talento poético del joven Juan Ramón. Aquí en Lima, capital del antiguo virreinato del Perú, las librerías eran pocas y los ejemplares de los libros del poeta de Moguer apenas si llegaban (recordemos que para entonces, Juan Ramón ya había publicado Almas de violeta, Ninfeas, Rimas). Un año después, dos jóvenes con aspiraciones poéticas ponen en práctica su plan para agenciarse de los libros que no tenían.








   Estos dos jóvenes eran Carlos Rodríguez Hübner y José Gálvez Barrenechea (descendiente del héroe del Combate de 2 de Mayo). El plan consistía en enviarle cartas al joven Juan Ramón, pero con la letra de una prima de Carlos Rodríguez, hablamos de Georgina Hübner, joven limeña comprometida. Se han tejido leyendas con respecto a esta señorita, incluso se ha dudado de su existencia, lo cierto es que Georgina Hübner fue de carne y hueso y se prestó al juego de estos dos admiradores de Juan Ramón Jiménez. Obviamente las cartas fueron ideadas por los dos escritores en ciernes con la finalidad de obtener los libros del poeta, se sospecha sobre todo de José Gálvez y Georgina, ingenuamente, las escribía con su letra delicada.








   La primera carta decía astutamente: "Señor: por el bisemanario español ABC me he impuesto de la publicación de un libro de poesías de usted, titulado Arias tristes. He buscado inútilmente el referido libro en los centros libreros de esta capital, y  en la imposibilidad de conseguirlo, me permito sugerirle tenga la bondad de enviármelo, dispensando  la molestia que esto le ocasione. No le remito a usted el valor del ejemplar (tres pesetas), pues no hay giro de esa cantidad. Reciba usted mis agradecimientos anticipados por este favor y mande en la voluntad de su atta y s. s. Georgina Hübner. Lima, 8 de marzo de 1904. Mi dirección, calle de Belaochaga, número 142, Lima".








   Unos dos meses después, el enamoradizo poeta español recibió la carta y suponemos que muy halagado por la misiva de una señorita a quien no conocía y desde un lugar tan remoto como el Perú respondió a esta con la siguiente carta en el mes de mayo: “He recibido esta mañana su carta tan bella para mí, y me apresuro a enviarle mi libro Arias tristes, sintiendo que sólo mis versos no han de llegar a lo que usted habrá pensado de ellos. La carta de usted es del 8 de marzo, a mí no me ha venido hasta hoy, 6 de mayo. No me culpe de la tardanza. Si usted me envía siempre su dirección –en el caso de que vaya a cambiar de domicilio–, yo mandaré a usted los libros que vaya publicando, siempre –claro está– con el mayor placer. Gracias por su fineza. Y créame muy suyo, que le besa los pies. Juan Ramón Jiménez”. Y el poeta cumplió, junto con las cartas llegaban sus libros autografiados.








   Cartas van, cartas vienen, Juan Ramón Jiménez se fue enamorando de la señorita Georgina quien se presentaba en las misivas delicada, intelectual, de “buena pluma”, tan de buen gusto, digamos un ideal de mujer a quien suponemos el poeta imaginaba, añadida a sus cualidades intelectuales, de gran belleza física (asunto en el que no se equivocaba, según una foto que llegué a ver). La carta siguiente de Georgina decía: “Mas felizmente todos mis desasosiegos se han calmado, todas mis dudas han desaparecido, al recibir su atenta carta y su hermoso libro! Sus versos llenos de tristeza hablan del corazón y al cadencioso vibrar de las notas melancólicas de Schubert, recordaré esas estrofas en las que vaga el perfume delicado y suave del alma de su autor. Si le dijese a usted que una parte de su libro me gustaba más que la otra, mentiría. Cada una tiene su encanto, su nota gris, su lágrima y su sombra. Que esas vistas que le mando le agraden es el deseo de su amiga y admiradora. Georgina Hübner. Lima, 23 de junio de 1904”.








   Lo decía: cartas van, cartas vienen… el poeta se enamoró y tomó la decisión de abandonar España para venir al Perú, conocer a Georgina y pedir su mano, estaba decidido a todo: “¿Para qué esperar más? Tomaré el primer barco, el más rápido, el que me lleve a su lado. No me escriba más. Me lo dirá usted personalmente, sentados, los dos frente al mar, o entre el aroma de su jardín con pájaros y luna”. Tremendo aprieto en el que se hallaban los dos jovenzuelos y la misma Georgina que, como lo dije, andaba comprometida. Así fue que José Gálvez y Carlos Rodríguez no tuvieron otra que tomar una decisión extrema: matar a Georgina. Y lo hicieron. Enviaron un telegrama al cónsul del Perú en Sevilla anunciando (otra mentira más): “Georgina Hübner ha muerto. Rogámosle comunicar la noticia a Juan Ramón Jiménez. Nuestro pésame”.









   La impresión debió ser tremenda. El poeta sumido en el dolor por la pérdida de la mujer que amaba escribiría una de las más bellas elegías de la literatura en lengua castellana. El dolor por la muerte de Georgina está patente en cada uno de los versos, versos conmovedores que hasta el día de hoy conservan su fuerza, su intensidad, pero cuyo origen fue una mentira. La elegía tiene como epígrafe algunas líneas de las cartas que le escribiera la fantasmal y enigmática Georgina. Este es el bello poema.








 CARTA A GEORGINA HÜBNER EN EL CIELO DE LIMA




                      … Pero a qué le hablo a usted de mis pobres
                      cosas melancólicas; a usted, a quien todo sonríe?
                      … con un libro en la mano, ¡cuánto he pensado en
                      usted, amigo mío!
                      … Su carta me dio pena y alegría;¿por qué tan
                      pequeñita y tan ceremoniosita?

                                       Cartas de Georgina al poeta.—Verano de 1904.




El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto”…
                                       ¡Has muerto! ¿Por qué? ¿cómo? ¿qué día?
¿Cual oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba a rosar la maravilla de tus manos
cruzadas dulcemente sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?
…Ya tu espalda ha sentido el ataúd blanco,
tus muslos están ya para siempre cerrados,
en el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente inflamará los chuparrosas…
¡ya está más fría y más solitaria La Punta
que cuando tú la viste, huyendo de la tumba,
aquella tarde en que tu ilusión me dijo:
“¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!”…

   ¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras…
¿Morena? ¿Casta? ¿Triste? ¡Sólo sé que mi pena
parece una mujer, cual tú, que está sentada,
llorando, sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé que mi pena tiene aquella letra suave
que venía, en un vuelo, a través de los mares,
para llamarme “amigo”… o algo más…no sé…
algo que sentía tu corazón de veinte años!

—Me escribiste: “Mi primo me trajo ayer su libro”…

—¿Te acuerdas? —Y yo, pálido: “Pero… ¿usted tiene un primo?”

   Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano
noble cual una llama, Georgina… ¡En cuantos barcos
salían, fue mi loco corazón en tu busca…
yo creía encontrarte, pensativa, en La Punta,
con un libro en la mano, como tú me decías,
soñando, entre las flores, encantarme la vida!…

   Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte,
no saldrá de este puerto, ni surcará los mares,
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando, como un ángel, una celeste isla…
¡Oh, Georgina, Georgina! ¡Qué cosas!… mis libros
los tendrás en el cielo, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos… tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueren…
desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que, salvado el amor, lo demás son palabras…

   ¡El amor! ¡El amor! ¿Tú sentiste en tus noches
el encanto lejano de mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
sollozando hacia el sur, te llamaba: Georgina?
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el perfume inefable de mis vagas nostalgias
¿pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la estancia, los besos del jardín?

   ¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos… ¿para qué? ¡Para mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos…
para tener la frente caída entre las manos,
para llorar, para anhelar lo que está lejos,
para no pasar nunca el umbral del ensueño,
ah, Georgina, Georgina! ¡Para que tú te mueras
una tarde, una noche… y sin que yo lo sepa!

   El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto”…
                                       Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,
abriendo rosas blancas debajo de la tierra…

   Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,
¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor,
hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?







   Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima saldría publicada en su libro titulado Laberinto del año 1913. Tiempo después, cuando Juan Ramón se enteró del engañó, prohibió que el poema se volviera a publicar. Y su deseo se cumplió. Tengo en mi biblioteca la quinta edición de la Nueva antolojía (así con "j", como le gustaba escribir al poeta) poética de Juan Ramón Jiménez del año 1974 (Editorial Losada) y el poema no figura. La primera vez que yo leí el poema, sin saber de la anécdota que estaba detrás, fue en el IV tomo de una edición antológica sobre Lima del año 1959, titulada La limeña, colección auspiciada por la municipalidad limeña.










   En su autobiografía el gran poeta escribió refiriéndose a esta experiencia: "Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara". Por extraña coincidencia, los diversos senderos que la vida ofrece, el mismo año de la publicación del poema a Georgina, el poeta conocería a quien sería la mujer de su vida, hablamos de Zenobia Camprubí, pero esa ya es otra historia. Mientras, yo continúo con la lectura de la novela El cielo de Lima.











   Continuará…







                                                    Morada de Barranco, 26 de diciembre de 2015.