…desde
ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que, salvado el amor, lo demás son palabras…
Juan Ramón Jiménez
Este mes de
diciembre ha sido muy bueno. Hace exactamente una semana, para ser más precisos, el 19,
con mi esposa, mi hija y dos de mis hermanos (Gloria y Arturo), asistimos al
único concierto que Morrissey, el gran Moz, diera en Lima. Espectacular, no hay
más, una experiencia musical impagable, única. Uno de nuesttros sueños
musicales se cumplía: oír cantar a uno de los mayores representantes del rock
mundial, ícono de toda una generación que se veía reflejada en las letras de
sus canciones. Canciones que han roto barreras generacionales, mi hija, por
ejemplo, con sus dieciséis años ama sus canciones de cuando lideraba el grupo
The Smiths y después como solista. Grande, Morrissey, hoy y siempre.
Cinco días
después de ese acontecimiento teníamos entre nosotros a la Navidad. Fiesta que,
como es tradicional, celebramos en la casa de mis padres. Los preparativos,
como de costumbre, empiezan desde los primeros días del mes de diciembre, son,
en otras palabras, arduos. Entre esos preparativos se encuentra armar un
hermoso árbol navideño (labor realizada por mi hermano Arturo) que con sus
muchos colores y sorpresas son un regalo para los ojos y un gigantesco
nacimiento (del cual me encargo yo) que llega hasta el techo y cuya confección
pareciera jamás terminar.
Como parte
de la fiesta navideña solemos realizar un intercambio de regalos. Estos son,
muchas veces, producto de “astutas” indagaciones. Es así que a la medianoche me
vi premunido de algunos regalos entre los cuales había libros (bienvenidos
siempre).
El cielo de Lima es uno de esos libros.
Una novela escrita por el español Juan Gómez Bárcena, obra que se basa en un
hecho real, una anécdota que suelo contar cuando desarrollo el tema del
Modernismo y de la Generación del 98 con los alumnos de 3ro, me refiero a esa
historia hoy bastante difundida sobre cómo Juan Ramón Jiménez, joven entonces
(principios del siglo XX), se enamoró de una joven desconocida que le escribía
cartas desde la lejana Lima.
Llevo ya
leída la tercera parte de esta novela cuya historia conozco desde principios de
los años ochenta. Recuerdo que en un artículo publicado en el Dominical del diario El Comercio, alguien, cuyo nombre no
recuerdo, contaba la increíble historia de cómo dos jóvenes atrevidos limeños
(aunque uno de ellos nació en Tarma) le escribía cartas al futuro premio Nobel
de literatura.
Que unos
jóvenes escribieran cartas a un reconocido poeta no tiene nada de particular: se
solía hacer desde siempre. Pero que, para esas cartas creadas por un par de jovenzuelos,
una señorita ingenuamente prestara su letra y su nombre y que luego tuviera
consecuencias que ni ellos mismos sospecharon, ya es otro cantar. La historia
merece contarse.
Corría el
año 1903, en España, Juan Ramón Jiménez, había publicado el libro Arias tristes, poemario que confirmaría
el talento poético del joven Juan Ramón. Aquí en Lima, capital del antiguo
virreinato del Perú, las librerías eran pocas y los ejemplares de los libros
del poeta de Moguer apenas si llegaban (recordemos que para entonces, Juan
Ramón ya había publicado Almas de
violeta, Ninfeas, Rimas). Un año después, dos jóvenes con aspiraciones
poéticas ponen en práctica su plan para agenciarse de los libros que no tenían.
Estos dos jóvenes
eran Carlos Rodríguez Hübner y José Gálvez Barrenechea (descendiente del héroe
del Combate de 2 de Mayo). El plan consistía en enviarle cartas al joven Juan Ramón,
pero con la letra de una prima de Carlos Rodríguez, hablamos de Georgina
Hübner, joven limeña comprometida. Se han tejido leyendas con respecto a esta
señorita, incluso se ha dudado de su existencia, lo cierto es que Georgina
Hübner fue de carne y hueso y se prestó al juego de estos dos admiradores de
Juan Ramón Jiménez. Obviamente las cartas fueron ideadas por los dos escritores
en ciernes con la finalidad de obtener los libros del poeta, se sospecha sobre
todo de José Gálvez y Georgina, ingenuamente, las escribía con su letra
delicada.
La primera
carta decía astutamente: "Señor: por el bisemanario español ABC me he
impuesto de la publicación de un libro de poesías de usted, titulado Arias
tristes. He buscado inútilmente el referido libro en los centros libreros de
esta capital, y en la imposibilidad de
conseguirlo, me permito sugerirle tenga la bondad de enviármelo,
dispensando la molestia que esto le
ocasione. No le remito a usted el valor del ejemplar (tres pesetas), pues no
hay giro de esa cantidad. Reciba usted mis agradecimientos anticipados por este
favor y mande en la voluntad de su atta y s. s. Georgina Hübner. Lima, 8 de
marzo de 1904. Mi dirección, calle de Belaochaga, número 142, Lima".
Unos dos
meses después, el enamoradizo poeta español recibió la carta y suponemos que
muy halagado por la misiva de una señorita a quien no conocía y desde un lugar
tan remoto como el Perú respondió a esta con la siguiente carta en el mes de
mayo: “He recibido esta mañana su carta tan bella para mí, y me apresuro a
enviarle mi libro Arias tristes, sintiendo que sólo mis versos no han de llegar
a lo que usted habrá pensado de ellos. La carta de usted es del 8 de marzo, a
mí no me ha venido hasta hoy, 6 de mayo. No me culpe de la tardanza. Si usted
me envía siempre su dirección –en el caso de que vaya a cambiar de domicilio–,
yo mandaré a usted los libros que vaya publicando, siempre –claro está– con el
mayor placer. Gracias por su fineza. Y créame muy suyo, que le besa los pies.
Juan Ramón Jiménez”. Y el poeta cumplió, junto con las cartas llegaban sus libros autografiados.
Cartas van,
cartas vienen, Juan Ramón Jiménez se fue enamorando de la señorita Georgina
quien se presentaba en las misivas delicada, intelectual, de “buena pluma”, tan
de buen gusto, digamos un ideal de mujer a quien suponemos el poeta imaginaba,
añadida a sus cualidades intelectuales, de gran belleza física (asunto en el
que no se equivocaba, según una foto que llegué a ver). La carta siguiente de
Georgina decía: “Mas felizmente todos mis desasosiegos se han calmado, todas
mis dudas han desaparecido, al recibir su atenta carta y su hermoso libro! Sus
versos llenos de tristeza hablan del corazón y al cadencioso vibrar de las
notas melancólicas de Schubert, recordaré esas estrofas en las que vaga el
perfume delicado y suave del alma de su autor. Si le dijese a usted que una
parte de su libro me gustaba más que la otra, mentiría. Cada una tiene su
encanto, su nota gris, su lágrima y su sombra. Que esas vistas que le mando le
agraden es el deseo de su amiga y admiradora. Georgina Hübner. Lima, 23 de
junio de 1904”.
Lo decía:
cartas van, cartas vienen… el poeta se enamoró y tomó la decisión de abandonar
España para venir al Perú, conocer a Georgina y pedir su mano, estaba decidido a todo: “¿Para qué
esperar más? Tomaré el primer barco, el más rápido, el que me lleve a su lado.
No me escriba más. Me lo dirá usted personalmente, sentados, los dos frente al
mar, o entre el aroma de su jardín con pájaros y luna”. Tremendo aprieto en el
que se hallaban los dos jovenzuelos y la misma Georgina que, como lo dije,
andaba comprometida. Así fue que José Gálvez y Carlos Rodríguez no tuvieron otra que tomar una decisión extrema: matar a Georgina. Y lo hicieron. Enviaron un telegrama al cónsul del Perú en
Sevilla anunciando (otra mentira más): “Georgina Hübner ha muerto. Rogámosle comunicar la noticia
a Juan Ramón Jiménez. Nuestro pésame”.
La
impresión debió ser tremenda. El poeta sumido en el dolor por la pérdida de la mujer que amaba escribiría una de las
más bellas elegías de la literatura en lengua castellana. El dolor por la muerte de Georgina está patente en cada uno de los versos, versos conmovedores que hasta el día de hoy conservan su fuerza, su intensidad, pero cuyo origen fue una mentira. La elegía tiene como
epígrafe algunas líneas de las cartas que le escribiera la fantasmal y
enigmática Georgina. Este es el bello poema.
CARTA A GEORGINA HÜBNER EN EL
CIELO DE LIMA
… Pero a qué le hablo a usted de mis
pobres
cosas melancólicas; a usted, a quien
todo sonríe?
… con un libro en la mano, ¡cuánto he pensado
en
usted, amigo mío!
… Su carta me dio pena y alegría;¿por qué tan
pequeñita y tan
ceremoniosita?
Cartas de Georgina al
poeta.—Verano de 1904.
El
cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner
ha muerto”…
¡Has muerto! ¿Por qué? ¿cómo? ¿qué día?
¿Cual
oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba
a rosar la maravilla de tus manos
cruzadas
dulcemente sobre el parado pecho,
como
dos lirios malvas de amor y sentimiento?
…Ya
tu espalda ha sentido el ataúd blanco,
tus
muslos están ya para siempre cerrados,
en
el tierno verdor de tu reciente fosa,
el
sol poniente inflamará los chuparrosas…
¡ya
está más fría y más solitaria La Punta
que
cuando tú la viste, huyendo de la tumba,
aquella
tarde en que tu ilusión me dijo:
“¡Cuánto
he pensado en usted, amigo mío!”…
¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras…
¿Morena?
¿Casta? ¿Triste? ¡Sólo sé que mi pena
parece
una mujer, cual tú, que está sentada,
llorando,
sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé
que mi pena tiene aquella letra suave
que
venía, en un vuelo, a través de los mares,
para
llamarme “amigo”… o algo más…no sé…
algo
que sentía tu corazón de veinte años!
—Me
escribiste: “Mi primo me trajo ayer su libro”…
—¿Te
acuerdas? —Y yo, pálido: “Pero… ¿usted tiene un primo?”
Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano
noble
cual una llama, Georgina… ¡En cuantos barcos
salían,
fue mi loco corazón en tu busca…
yo
creía encontrarte, pensativa, en La Punta,
con
un libro en la mano, como tú me decías,
soñando,
entre las flores, encantarme la vida!…
Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte,
no
saldrá de este puerto, ni surcará los mares,
irá
por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando,
como un ángel, una celeste isla…
¡Oh,
Georgina, Georgina! ¡Qué cosas!… mis libros
los
tendrás en el cielo, y ya le habrás leído
a
Dios algunos versos… tú hollarás el poniente
en
que mis pensamientos dramáticos se mueren…
desde
ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que,
salvado el amor, lo demás son palabras…
¡El amor! ¡El amor! ¿Tú sentiste en tus noches
el
encanto lejano de mis ardientes voces,
cuando
yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
sollozando
hacia el sur, te llamaba: Georgina?
Una
onda, quizás, del aire que llevaba
el
perfume inefable de mis vagas nostalgias
¿pasó
junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los
sueños de la estancia, los besos del jardín?
¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos…
¿para qué? ¡Para mirar los días
de
fúnebre color, sin cielo en los remansos…
para
tener la frente caída entre las manos,
para
llorar, para anhelar lo que está lejos,
para
no pasar nunca el umbral del ensueño,
ah,
Georgina, Georgina! ¡Para que tú te mueras
una
tarde, una noche… y sin que yo lo sepa!
El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner
ha muerto”…
Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,
abriendo
rosas blancas debajo de la tierra…
Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,
¿qué
niño idiota, hijo del odio y del dolor,
hizo
el mundo, jugando con pompas de jabón?
Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima saldría publicada en su libro
titulado Laberinto del año 1913.
Tiempo después, cuando Juan Ramón se enteró del engañó, prohibió que el poema
se volviera a publicar. Y su deseo se cumplió. Tengo en mi biblioteca la quinta edición de la Nueva antolojía (así con "j", como le gustaba escribir al poeta) poética de Juan Ramón Jiménez del año 1974 (Editorial Losada) y el poema no figura. La primera vez que yo leí el poema, sin saber de la anécdota que estaba detrás, fue en el IV tomo de una edición antológica sobre Lima del año 1959, titulada La limeña, colección auspiciada por la municipalidad limeña.
En su autobiografía el gran poeta escribió refiriéndose a esta experiencia: "Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara". Por extraña coincidencia, los diversos senderos que la vida ofrece, el mismo año de la publicación del poema a Georgina, el poeta conocería a quien sería la mujer de su vida, hablamos de Zenobia Camprubí, pero esa ya es otra historia. Mientras, yo continúo con la lectura de la novela El cielo de Lima.
En su autobiografía el gran poeta escribió refiriéndose a esta experiencia: "Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara". Por extraña coincidencia, los diversos senderos que la vida ofrece, el mismo año de la publicación del poema a Georgina, el poeta conocería a quien sería la mujer de su vida, hablamos de Zenobia Camprubí, pero esa ya es otra historia. Mientras, yo continúo con la lectura de la novela El cielo de Lima.
Continuará…
Morada de Barranco, 26 de diciembre de 2015.
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