domingo, 26 de junio de 2011

UNA REVISTA A LA REVISTA TOCAPUS (II)

                                                                                     
                                                                                 La libertad de la locura.
                                                                                             Xavier Abril


   En la vida uno comete una serie de actos que escapan al sentido común, eso que suelen llamarse casi deportivamente “locuras”. Viéndolo bien, nadie está libre de perpetrarlas (ya lo dijo uno de los mayores maeses, refiriéndose a otro asunto: “Que tire la primera piedra quien esté libre de culpa”). Incluso aquellos que bien podrían servir de ejemplos de cordura, discreción o sano criterio se abandonaron en algún momento a una pequeña, a una mínima “locura”, pero locura al fin. Sin mucho rebuscar hallaríamos notorias muestras en ese cajón de sastre que es la vida.
   ¿Acaso no fue locura que un emperador del siglo XVII, llamado Sha Jahan, preso del dolor por la muerte de su esposa favorita Mumtaz Mahal, mandara a construir un complejo arquitectónico gigantesco en Agra (India) y con mármol traído desde largas distancias (unos 300 kilómetros, aproximadamente), y que para dicho “trabajito” de construcción se necesitara la friolera de 20 000 trabajadores durante veintitrés años?, se dice incluso que cuando fue concluido, el emperador mandó que se les cortaran las manos a los obreros para que nadie osara construir algo mejor que lo ya hecho. ¿Amor? Claro. Pero, ¿es que el amor no es acaso un tipo de locura? Como ya habrá deducido el “hipócrita lector” esa imponente edificación no es otra que el Taj Mahal, una de las maravillas del mundo. Un dato final, pocos saben que la desdichada mujer murió luego de darle al emperador su decimocuarto hijo, de-ci-mo-cuar-to, así es. Locura, seamos claros.
   Anda por allí un amigo, cuyo nombre no he de mencionar por obvias razones, que en una legendaria reunión a mediados de los noventa, ya con unas copas encima (mejor dicho adentro) decía: "La mayor locura de mi vida es haberme casado". Inmediatamente dirigió su mirada al suelo, como buscando algo; luego, elevando algo más la voz y mirándonos soltó la bala: "Yo era feliz... hasta que me casé". Los presentes nos miramos, no sabíamos si reír o compadecerlo. Fue la frase de la noche.
   Salvando las distancias, yo, un simple mortal, ciudadano de estos lares que llamamos Perú, no podría ser la excepción. He cometido, como cualquier hijo de vecino, una que otra locura con arrepentimiento o sin él. He aquí algunas:

1. Ser poeta, por ejemplo, y en estas comarcas… sí es de locos (el recordado Manuel Morales decía: “Ser poeta en el Perú no se lo recomiendo ni a Superman”).

2. Abandonar una reunión familiar porque pusieron la música a todo volumen y escapar despavorido “del mundanal ruido” (literalmente así fue) hacia la tranquilidad de mi morada en Barranco… el problema vendría después (digamos los reproches), pues cometí la torpeza de dejar en casa de mi cuñada (la dueña del santo) a Rita y a mi hija con los crespos hechos.

3. Luego de casi dos años de estudios, decidirme a hacer mi trasladado de la Facultad de Derecho a la Facultad de Educación, cuando lo más común es hacer el cambio al revés.

4. Luego de una discusión con Rita allá por 1998, y en vista que no me quería hablar, decidí (para que me hable nuevamente) tirarme como crucificado a una pista de la selvática La Merced cuando se me venían varios carros encima.

5. Salir del hotel en Canta (julio del año pasado), muy temprano (5:30 a. m.) para dirigirme por el camino que va a Obrajillo casi “a oscuras y en celada” hasta el manantial de Huaytara, y en la soledad de los campos ponerme a escuchar con el MP3 de mi hija el álbum Pets Sounds de los Beach Boys, completamente en comunión con la naturaleza: “Mi corazón se siente purificado / como si lo hubiesen lavado las aguas del río” (Li Po, dixit).

6. Una de las mayores locuras es el de haber prestado libros que jamás me fueron devueltos, libros logrados con esfuerzo o por azares del destino ubicados y que como jabón que resbala de las manos se alejaron para ya nunca más volver (¡Ah, Poesía completa de Eliot!, ¡oh, Rojo y Negro de Stendhal!...). Bien dice el dicho: “Tonto el que presta un libro y más tonto el que lo devuelve”.

7. La vez aquella en que escribí una carta al embajador de México Don Jesús Puente Leyva, a quien ofrecía cambiar algunos libros de Derecho por obras de Alfonso Reyes. El embajador tuvo la gentileza de ir a mi casa y regalarme un grueso libro del escritor mexicano y yo, impresentable y avergonzado, lo atendí por una ventanita, con unas manos que olían a pescado y cebolla pues en esos instantes ayudaba a mi madre a preparar un suculento cebiche.

8. Y la que creo es mi mayor locura: haber sacado a la luz una hermosa revista de poesía (Tocapus) en tiempos dificilísimos y de muchas carencias.

   Como habrá notado el sápido lector, todo un largo preámbulo para continuar con el tema del post anterior: rescatar las breves presentaciones de los poetas publicados en los números 3 y 4 de Tocapus. He aquí esas líneas:


Tocapus Nº 3, setiembre de 1994


  

Carlos Germán Belli (Lima, 1927)
El placer de la escritura, en mi caso, es inconsciente, viene por añadidura. Al final de cuentas, ha resultado la mejor compensación que me ha dado la vida ante la carencia de poder hablar y escribir con fluidez, espontaneidad y seguridad como algunos felices mortales lo suelen hacer.

Marco Martos (Piura, 1942)
La poesía siempre está lozana porque trabaja con la palabra que implica diálogo y que es lo más esencial del hombre. Y tiene entre otras tareas, una que es como la luz, permanente e inmutable: purificar las palabras de la tribu, expresar el orden y desorden de la vida y, en ocasiones, el furor. Aparte de poeta, ¿qué me habría gustado ser? Soñaré un instante fuera de la página en blanco: un hombre del Renacimiento, un científico puro, matemático por ejemplo, un músico, un hechicero, un amigo de San Juan de la Cruz.

Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946)
Por un extraño designio que no logro descifrar plenamente toda mi actividad mental y vital, desde los 12 años, siempre completa su círculo (dentro y fuera de mí) con y en poesía. Desde entonces todo lo quemo y lo he quemado en esa hoguera.
A mi libro no publicado, Las Armas Molidas, pertenecen los escritos que aquí se reproducen. Me considero un poeta casi inédito: he escrito mucho y sólo dos libros he publicado. Este es un tormento cotidiano. Para mí, poesía es respirar.

Carmen Ollé (Lima, 1947)
No me gusta caracterizar mi propio trabajo literario. Prefiero que sean los lectores los que opinen. Sólo sé que lo hago por placer y como meta en sí misma, escribir es dibujar una forma para algo que no lo tiene hasta ahora. Pero entiendo el placer no sólo como goce sino también como sufrimiento.
                                 
Raúl Mendizábal (Lima, 1956)
Miente y la poesía te abandona.

Rodrigo Quijano (Lima, 1965)
Este es el poema (?). Mi impresión es que está irresuelto o inacabado como todo híbrido. Empezó como guión y le fueron brotando los versos. A mí no me gusta mucho el resultado, quizá debería trabajarlo (y hacer un poema de verdad).

Virginia Macías (Lima)
Desde que tengo uso de razón –viviendo entre monjas y casas cerradas- la poesía deslumbró y avasalló mi existencia; y aunque ciertamente no abrazo mitos ni dogmas, a través de Ella me declaro.

Pablo Landeo Muñoz
Nací en Huancavelica, ciudad próxima al cielo.
El árbol de los ahorcados, mi primer libro inédito,
es –fundamentalmente- un libro de temática andina.

Mary Garay (Lima, 1970)
Estudio en la UNI y escribo poesía para tomar conciencia de la vida y de mi vida.


Manantial de Huaytara (Camino a Obrajillo, Canta).



Alturas de Huaytara.


Amanecer visto desde Huaytara.



Tocapus Nº 4, diciembre de 1995.



 

Washington Delgado (Cusco, 1927)
Cada poema es una aventura diferente. O así debería serlo o, por lo menos, yo intenté que así fuera. No sé si lo he logrado.

Carlos Jallo
Empecé a publicar en Berkeley, San Francisco, a partir de 1965 en revistas UNDERGROUND. Actualmente he retornado a escribir y frecuento una clásica taberna de la calle Quilca.

Carlos López Degregori
Nací en Lima en 1952, y desde los 18 años escribo poesía. Entre 1978 y 1991 publiqué cinco colecciones de poemas. Creo que ellas son las estancias de un solo gran libro que he venido trabajando desde 1975 y que el año pasado al fin apareció bajo el título de Lejos de todas partes.
La poesía no necesita explicaciones. Ella se enciende de mil maneras y crece y se transforma en los lectores. Ojalá así suceda y te pierdas, tú lector, es este poema. Y si logras salir: agradécelo. Tal vez puedas hacerlo leyendo Lejos de todas partes.

Oswaldo Chanove (Arequipa, 1953)
Sigo pensando que los poemas son actos de amor o guerra. En ambos casos se realiza una contienda entre el lector y el autor. Su músculo es el lenguaje. En ambos casos el poeta puede perder el encuentro y si es así su poesía será mala. Por ello debe saber aplicar cada golpe. No hay nada más lamentable que un hombre fuerte dando golpes en el aire. El poeta es como un luchador callejero: su objetivo es conquistar, tumbar al lector.

Domingo de Ramos (Ica, 1960)
Escribo cuando todos duermen después de hacer el amor con fastidio, después de trabajar con cariño a la muerte y me aBurro me aBurro terriblemente. Pertenecí al movimiento KLOAKA (82-84). Arquitectura del Espanto (1988); Pastor de perros (1993); Luna Serrada (1995), son mis libros publicados.

Rocío Silva Santisteban (Lima, 1963)
El miedo a la incomunicación. Creo que es mi mayor temor. De allí nace la tierra pantanosa y negra, el gran hueco de la incomunicación, la desesperación, la ansiedad se magnifica: esa tierra donde crece la semilla del mal espíritu donde todo se pierde en un surco inmenso que no deja nada ni a nadie. ¿Entenderé algún día lo que significan las palabras, estas palabras?, ¿las exorcizaré?, ¿alcanzaré un día el lenguaje del amor? La Utopía del amor se empieza a construir con palabras: la poesía. Creo en ella. Pero el amor crece más allá de las palabras.

Jessica Morales Hurtado (Lima, 8 de diciembre de 1963)
Escribo desde los 12 años pero desde niña siempre amé la soledad de los silencios. El colegio italiano, la universidad y los viajes me llevaron a muchas lecturas artísticas y vitales: Dante, Ungaretti, Montale, Pavese, Blanca Varela, Silvia Plath, César Moro, Luis Hernández. Y la poesía, hasta ahora, ha sido para mí la posibilidad de “cubrir con algas mis heridas” y de perennizar los momentos intensos y emocionales de la vida. También me ha otorgado el regalo de superar los pasados y mirar los presentes en constante cambio de piel. Publiqué mucho en revistas hasta que en 1993 me atreví con mi primer libro Piel de Ceniza, el cual me permitió ganar nuevos amigos e iniciar la búsqueda de un nuevo lenguaje.

Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968)
Lo publicado aquí debe llamarse, supongo, la búsqueda de la serenidad. Lo que en su escritura he hallado es sólo una bella música, un tranquilizante; por lo demás debe haber ahí muchas otras cosas, pero eso a mí, ya me paraliza y sé a dónde me conduce. Deben ser los cambios y los movimientos de la imaginación.

Miguel Ildefonso (La Victoria, 1970)
Siempre he vivido en Apolo, bajo el cerro El Pino, cerca de Andalucía. Desde los 17 años comparto la violencia con la palabra. El año 90 hablé por última vez con la Virgen-Loca y entré a fondo en la noche con el grupo Neón; después encontré el silencio. Ahora, mientras escribo esto que suena a marketing, de nuevo siento surgir de las aguas Poesía. Si embargo, todo lo que pienso de ella lo tengo escrito en Hotel Lima; Antiguos mitos que me contaban; Romancero chichero; Arte de la Poesía, etc.


   Continuará…


                                                                   Morada de Barranco, 26 de junio de 2011.

sábado, 18 de junio de 2011

UNA REVISTA A LA REVISTA TOCAPUS (I)



                                                             Si quieres saber de mi vida,
                                                                   vete a mirar al mar.
                                                                                               Martín Adán



   Hace unas semanas mencioné a una de las aventuras más "atrevidamente descabelladas" que realizamos Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo entre los años 1993 a 1995. Editar una revista de poesía ya de por sí es una locura, por lo menos en el Perú. Editar Tocapus (dibujos geométricos que esconderían una probable escritura inca) como lo hicimos entonces: sin auspicios, con sus editores sin empleo, sin plata (poca, en realidad poquísima), con un buen soporte material, ya era suicidio colectivo. Pero lo hicimos. Ese atrevimiento, ese impulso hacia el celeste espacio sostenidos por las alas de la Poesía, pasado ya dieciséis años, es uno de los más hermosos recuerdos que guardo, que guardamos. Un buen recuerdo y un orgullo. La presencia negra de Tocapus me acompaña y cuando en ciertas ocasiones la nostalgia me acecha, busco en mi biblioteca los cuatro ejemplares que conservo: los palpo, escudriño sus collages, hojeo, releo y una alegría “sin fondo” ingresa como un hueso helado por mis ojos y se apodera de mí. Cuatro números en algo más de dos años no estuvieron nada mal. Cuatro números donde la selección de poetas a publicar fue ardua (salvo algunos casos, el de Rodolfo Hinostroza, por ejemplo, cuyos poemas nos llegaron gracias a Dalmacia Ruiz Rosas y publicarlo fue un honor, si se toma en cuenta que hacía mucho no lo hacía).
   No olvido aquellas tardes y noches en que reunidos en Barranco discutíamos qué poetas serían los publicados. Largas conversaciones acompañadas de cerveza, vino, sangría, pisco o ron y en algunos casos a orillas del mar (cierta vez nos tomamos varias cajas de sangría mientras el viento marino golpeaba nuestros cuerpos y nos perdíamos en discusiones interminables); en otras oportunidades, fueron testigos de nuestros afanes la silenciosa placita Caraz o un pequeño bar en el límite entre Surco y Barranco, donde ya nos conocían y prácticamente teníamos las puertas abiertas. Lejanos tiempos en los que transitábamos sin esposas e hijos.

Acantilado de Barranco, frente al mar.

   Pero el motivo de este post no es tanto contar anécdotas a raíz de la revista sino las breves líneas que acompañaban a los poemas, me refiero a las pequeñas presentaciones que los poetas publicados en la revista tuvieron la generosidad de crear especialmente para Tocapus. Estos textos se encuentran en la parte interna de la contratapa. Forman parte de la personalidad de la revista, un rasgo fundamental de ella. Muchos de estos textos fueron creados en el mismo momento que los poetas nos entregaban sus poemas (allí están para probarlo los manuscritos de Vicente Azar, Pablo Guevara (me parece verlo escribir rápidamente sobre un blanquísimo papel, mientras a un lado se encuentran cientos de hojas de los que serían sus futuros libros), Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Rossella Di Paolo…), otros más cautos quedaban en llamarme por teléfono y a través de él me dictaban el tenor de su presentación (Mirko Lauer (quien luego me ofreció traducciones de la poesía de Joseph Brodsky para publicarlas en Tocapus), Rocío Silva Santisteban…), otros me entregaron el texto mecanografiado y luego me hicieron dos o tres llamadas para corregirlos o cambiarlos totalmente (Miguel Ildefonso, por ejemplo, con quien en la mañana en que fue a dejarme sus poemas, decidimos caminar por la avenida Lima hasta el parque Raymondi, en ese trayecto, Miguel comentaba entusiasmado la película "El mariachi". Una vez en el parque leímos algunos de  nuestros poemas, comentamos algunas cosas de Neón y después él seleccionó sus poemas que serían publicados en el número 4 de Tocapus).
   Algunas de estas presentaciones ofrecen rasgos mínimos autobiográficos; otras comentan su posición ante la poesía o el por qué escriben; dos o tres textos destacan por su ironía y por su irreverencia; alguno breve, brevísimo y curioso como el de Raúl Mendizábal; en fin,  textos que en la brevedad de sus líneas dicen mucho y que al “hipócrita lector” podrían interesar. Los he querido, digamos pretenciosamente, rescatar. He aquí estos textos de los dos primeros números de Tocapus:

Tocapus Nº 1, julio de 1993.



                  
Vicente Azar (Lima, 1913)
Descubrí la poesía en los días de mi extrema juventud y, como lo dijo también un gran poeta de Moguer, la amé para siempre. No creo haberla traicionado nunca, ni en mis sueños, y espero que estos me abran el camino para buscar siempre nuevos paraísos para hundirme a veces en dulces infiernos.

Pablo Guevara (Lima, 1930)
“Un baúl rebatible” es un poema que testimonia una costumbre o uso frecuente en la sierra del Perú, durante la colonia: la catequesis mediante figuras de la Historia Sagrada para conversión de indios. “Qos Qos Qos” es poema homenaje a los auquénidos peruanos. Ambos poemas son del Libro de las Instrucciones / Qosqo Raymi o Fiesta del Qosqo, este libro lo he escrito a solicitud del alcalde Daniel Estrada para su edición junto con la reedición de Hotel del Cuzco editado en 1972 por el I. N. C.

Jorge Pimentel (Lima, 1944)
Pertenezco al Movimiento Hora Zero. Creo que hacer poesía en este país es dar con la medida exacta del hombre. El poeta es el ser más inmediato con la vida. Es lo más aproximado a lo verdadero, y lo más probadamente humano de todo un siglo de hediondez y aniquilamiento.

Giovanna Pollarolo (Tacna, 1952)
Estos poemas fueron excluidos de Entre mujeres solas. Me parecía que enfatizaban la situación dialógica, que hacían demasiado evidente la reunión de mujeres. Pasado el tiempo, no sé si para bien o para mal, los recupero para vuestra revista. Ojalá que encuentren su lugar.

Dalmacia Ruiz Rosas Samohod
Lamentablemente nací en Miraflores, Lima, Perú, en 1957. Soy egresada de San Marcos del Programa de Literatura. Tengo un libro inédito: Peligro de los labios rojos. Soy reportera gráfica. Codirigí el sello editorial y el suplemento dominical Asalto al cielo. Poemas míos están antologados en otros países.

Rossella Di Paolo
Nací en Lima en 1960 y me gusta escribir tanto como comer choclos (es un asunto de perder dientes o volver a tenerlos). Prueba de galera (1985) y Continuidad de los cuadros (1988) son mis libros publicados. Hay otro en camino y es Piel Alzada.

Pablo Landeo Muñoz (Huancavelica, 1960)
He visto con mis propios ojos las oscuras aguas del Yawar Mayu, temblé de miedo ante la fuerza de las montañas; y en noches memorables, celebré la magia y la belleza de los cuentos quechuas. Se agita en mí una constante preocupación por la muerte, pues ella se me torna obsesiva, y a veces siento su presencia aún en las circunstancias más sublimes. ¿Por qué escribo poesía? No lo sé, pero quien lea algún texto mío comprenderá por qué lo hago.

Willy Gómez Migliaro
Nací en Lima hace 25 años. Soy profesor de Lengua y Literatura. En 1988 asumo mi condición de poeta para escribir alumbrado por los Dioses el Perú. He colaborado en diversas revistas de poesía y pronto sacaré mi primer libro: Un Modelo de Tumba. Soy consciente de que este mundo no es el mío, pero LUCHO.

Orlando Granda
Nací en el Cuzco hace algunos años, pero vivo en Barranco, lugar del que salgo muy poco. En cualquier momento publicaré mi primer libro: Un lugar en el altar de los poetas bisiestos. Confieso que escribo como una suerte de exorcismo, que detesto pasar mucho tiempo solo, así como estar mal acompañado. En fin,  lo que  me resta de vida (mucha o poca, no lo sé) quiero vivirla con  la intensidad de un foco de 1 500 watts.


Pescador en mar brumoso de Barranco.



Tocapus Nº 2, diciembre de 1993.



    

Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941)
Yo he publicado dos libros de poemas: Consejero de Lobo (1965) y Contranatura (1971). Pienso que la poesía es una forma de conocimiento y yo trato de extremarla un poco para ver hasta dónde nos conduce, aún así, no creo haber bordeado los límites de ésta. Lo que explicaría mi largo silencio poético es que mis energías han sido reabsorbidas por un proyecto diferente.

Enriqueta Belevan (Lima 1944)
La poesía ha sido siempre para mí, desde que empecé a sentirla en la infancia hasta ahora en la edad madura, una manera de interiorizar al máximo las más diversas sensaciones en los diversos momentos de mi vida –sensaciones y momentos que no siempre han surgido de emociones fuertes y que hasta se han dado en medio de la mayor simplicidad. Esta profundidad ha dado a mi escritura una oscuridad transparente que viene a ser la constante de toda ella. Los siete poemas de esta ocasión son inéditos y fueron escritos en los últimos cinco años.

Mirko Lauer (Zatec, 1947)
Poesía, entusiasmo, deslumbramiento. Mi principal actividad poética sigue siendo leer a los maestros. En estos días Joseph Brodsky y Derek Walcott. Me gusta pensarme como un discípulo de poesía más que como un poeta en mí mismo. De la poesía peruana de estos tiempos me entusiasma más la lección de los poetas mayores que la frescura de los jóvenes; pero quizás soy yo que tengo problemas para sintonizar con lo nuevo. Sigo esperando una nueva oleada de poesía joven y estimulante.

Tulio Mora (Huancayo, 1948)
El primer poema pertenece a mi libro Campo de calamidades y el último a País interior. Uno explica al otro: la infancia que siempre juzgué parcialmente me ha exigido su memoria en una época de hechos terribles que es el campo de las calamidades en que vivimos. Libros que se miran como en un espejo y se reclaman complementarios. No los he publicado aún.

Luis La Hoz
Nací el año 49 en los Barrios Altos, a una cuadra de la Escuela de San Fernando y del Jardín Botánico y de la Morgue. Desde muy chico me gustó jugar entre los matorrales del Jardín Botánico. Una vez se me pasó la hora y cerraron las puertas. Tuve que salir por la Morgue, por entre las mesas de disección. No sé si allí decidí ser poeta. Lo que decidí es no ser médico, aunque poesía y medicina tienen mucho que ver.

Armando Arteaga            
Nací en Piura en 1952. Soy un hombre de desierto y de mar. Pero mi padre me llevó siendo muy niño a los andes y a la selva. Nací poeta, pero sobre todo soy escritor. Y otras cosas más.

Ana Varela Tafur (Iquitos, 1963)
Vía el poeta Orlando Granda me permito arribar al puerto llamado Tocapus. Llego desde Iquitos, lugar donde nací. Pertenezco al Grupo Urcututu junto con los poetas Carlos Reyes, Percy Vílchez y Humberto Saavedra (fallecido en las aguas del Napo en 1987). Después de un arduo trajinar en el proceso poético di a la luz dos libros: El sol despedazado al alimón con Percy Vílchez y Lo que no veo en visiones. Los poemas que llevo conmigo en este periplo no forman parte de ningún libro. Creí conveniente rescatarlos en este viaje.

Víctor Coral (Lima, 1966)
Aunque estudio Literatura en San Marcos, la literatura en general me tiene sin cuidado. Leo y releo a Schopenhauer y cada día me convenzo más. Trabajo en una ONG pero me confieso un anarquista de centro y un traidor a todas las causas. Me considero demasiado escéptico para ser un poeta, pero no pierdo el tiempo cuando revistas como ésta me invitan a colaborar. Abomino de los perros y los pájaros, pero me atraen los gatos y las mujeres. Tengo una novela inconclusa titulada El cuaderno azul de José Carlos Bilioso. Odio el campo y a los poetas ingenuos o hipersensibles. Algunos aseguran haberme oído cantar. Cómo será.

Montserrat Álvarez (Zaragoza, España, 1969)
Todo cuanto sé decir a este respecto es que, si bien ingresé al ámbito de la poesía hace ya siete años, cuando tenía sólo dieciséis, no espero ni deseo permanecer en él más tiempo del necesario, pues la poesía –y la literatura en general- jamás ha sabido saciar las exigencias de mi corazón, ni las de mi hígado, ni las de mi cerebro, que no me basta ni satisface, que no es el supremo objeto de mi existencia y que tengo la intuición y la certeza de que el fuego que en ella se desahoga creándola no puede haber sido hecho con el único fin de producirla, sino con otro, aún desconocido, cuya revelación espero del futuro.


   Continuará...


                                                               Morada de Barranco, 18 de junio de 2011.