domingo, 23 de diciembre de 2012

SE ACERCA LA NAVIDAD...




                                                                                   ¡Qué buena la noche buena!
                                                                                          Luis Valle Goicochea




   Estoy de vacaciones. La Navidad se acerca, los preparativos en casa y en la de mis padres continúan. Entre tanto hago los nacimientos (también conocidos como belenes), dos, me embarco en la lectura de algunos libros que brindan buena compañía en los momentos de descanso (por ejemplo en los tranquilos y silenciosos amaneceres): Leyendas medievales de Hermann Hesse; las memorias de Luis Buñuel titulado Mi último suspiro; Tríptico de Augusto Monterroso; Poesía completa de Edith Södergran (en traducción de Renato Sandoval Bacigalupo), son los libros cuyas páginas complacido “escucho con mis ojos” en esas pocas horas de sosiego cuando la noche deja de serlo y el día está en proceso.














  Pero también aprovecho de estas vacaciones que se iniciaron hace unos días y visiono ciertos films, algunos por segunda o tercera vez (o quizás más), otros por vez primera. La lista es amplia como amplio es el deseo por cumplir con mis citas impostergables con el cine, aunque sea en casa: ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra (1946); Fantasía de Walt Disney (1940); La Diligencia (1939), El hombre quieto (1952 ), El hombre que mató a Liberty Valance (1962), estos tres de John Ford; Río Bravo de Howard Hawks (1959); Cuento de otoño de Eric Rohmer (1998); La pandilla salvaje de Sam Peckinpah (1969)El sabor del sake de Yasujiro Ozu (1962); Carnage, la última película de Roman Polanski (2011). 














   Repaso la lista y queda en evidencia mi gusto por un tipo de cine: de diez películas mencionadas, cuatro son western. En efecto, amo apasionadamente al cine, y dentro de él al western, preferencia que viene, por cierto, desde mi niñez, donde mi imaginación y sed de aventuras eran saciadas en largas y apasionantes jornadas en los viejos cines (lamentablemente hoy desaparecidos) de Barranco y Surquillo. Pienso en este género cinematográfico y es innegable que algunas escenas de La Diligencia (por mencionar solo una película) son el origen de ciertos recursos usados por El señor de los anillos o La guerra de las galaxias, por ejemplo, el ataque de los pieles rojas o la aparición sorpresiva (y esperada) de la caballería en defensa de la diligencia. Está claro que en días sucesivos me esperan emocionantes sesiones con películas como Centauros del desierto, El hombre del oeste, Shane, La legión invencible, Johnny Guitar y otros más. 



 










   En estos últimos días de agotadores preparativos, he hablado mucho con mamá Tina, mi madre. Recuerdos de infancia, de los abuelos, de Lucre, del Cusco. En una de estas charlas  le pregunté, justamente por la fiesta que se avecina, cómo es que celebran la Navidad en Lucre, en todo caso, cómo lo celebraban. Me respondió que con mucho fervor, que no habían (como durante tanto tiempo creí) muchos nacimientos o belenes en Lucre, pero que en la noche del 24 de diciembre, los jóvenes (varones y mujeres) iban a las casas que tenían belenes y cantaban y danzaban frente al nacimiento, en homenaje al Niño Manuelito. Los dueños de casa, muy agradecidos, invitaban chocolate (un preparado con leche, azúcar, canela y clavo de olor) y algunos dulces a los jóvenes visitantes. Luego todos en sus respectivas casas recibían la Navidad compartiendo lo poco (eran tiempos difíciles) que se tenía.












   Mi madre me cuenta de un Niño Manuelito paradito y lloroso, de manufactura colonial, que perteneció a mi bisabuela, quien ante el requerimiento de los habitantes del barrio de Yanamanchi (en Lucre), se los prestaba para que lo adoraran y celebraran en Nochebuena y Navidad. Al día siguiente, muy de mañana, los de Yanamanchi se aparecían en casa de la bisabuela con una enorme canasta llena de panes en agradecimiento por el préstamo del Niño a quien tuve la oportunidad de verlo muchos años después, no en el Cusco sino en Lima… Estas conversaciones cargadas de recuerdos avivaron en mí un deseo: investigar cómo celebraban o celebran la Navidad en los diversos pueblos de los Andes del Perú.











   Así llegó a mis manos un texto navideño del grandísimo escritor peruano Ciro Alegría (autor de tres novelas: La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1938) y El mundo es ancho y ajeno (1941), una nouvelle poco conocida pero magistral titulada Siempre hay caminos, publicado un tiempo después de su muerte y el inolvidable cuento Calixto Garmendia). No entiendo cómo no lo había leído antes, es más, no sabía de su existencia. Y eso que hubo un tiempo de mi adolescencia en que devoré todo lo escrito por Ciro Alegría. O casi todo, me corrijo. Leo el escrito y me conmuevo. Encuentro algunos detalles semejantes a los recuerdos de mi madre: el fervor, la ternura, la ingenuidad. Solo que el relato corresponde a la sierra norte del Perú (La Libertad). Quiero compartirlo en vista de la cercanía de las fiestas. Este es el texto:



  

NAVIDAD EN LOS ANDES


   Marcabal Grande, hacienda de mi familia, queda en una de las postreras estribaciones de los Andes, lindando con el río Marañón. Compónenla cerros enhiestos y valles profundos. Las frías alturas azulean de rocas desnudas. Las faldas y llanadas propicias verdean de sembríos, donde hay gente que labre, pues lo demás es soledad de naturaleza silvestre. En los valles aroman el café, el cacao y otros cultivos tropicales, a retazos, porque luego triunfa el bosque salvaje. La casa hacienda, antañona construcción de paredes calizas y tejas rojas, álzase en una falda, entre eucaliptos y muros de piedra, acequias espejeantes y un huerto y un jardín y sembrados y pastizales. A unas cuadras de la casa, canta su júbilo de aguas claras una quebrada y a otras tantas, diseña su melancolía de tumbas un panteón. Moteando la amplitud de la tierra, cerca, lejos, humean los bohíos de los peones. El viento, incansable transeúnte andino, es como un mensaje de la inmensidad formada por un tumulto de cerros que hieren el cielo nítido a golpe de roquedales.
   Cuando era niño, llegaba yo a esa casa cada diciembre durante mis vacaciones. Desmontaba con las espuelas enrojecidas de acicatear al caballo y la cara desollada por la fusta del viento jalquino. Mi madre no acababa de abrazarme. Luego me masajeaba las mejillas y los labios agrietados con manteca de cacao. Mis hermanos y primos miraban las alforjas indagando por juguetes y caramelos. Mis parientes forzudos me levantaban en vilo a guisa de saludo. Mi ama india dejaba resbalar un lagrimón. Mi padre preguntaba invariablemente al guía indio que me acompañó si nos había ido bien en el camino y el indio respondía invariablemente que bien. Indio es un decir, que algunos eran cholos. Recuerdo todavía sus nombres camperos: Juan Bringas, Gaspar Chiguala, Zenón Pincel. Solían añadir, de modo remolón, si sufrimos lluvia, granizada, cansancio de caballos o cualquier accidente. Una vez, la primera respuesta de Gaspar se hizo más notable porque una súbita crecida llevóse un puente y por poco nos arrastra el río al vadearlo. Mi padre regañó entonces a Gaspar:
   - ¿Cómo dices que bien?
   - Si hemos llegao bien, todo ha estao bien-, fue su apreciación.
   El hecho era que el hogar andino me recibía con el natural afecto y un conjunto de características a las que podría llamar centenarias y, en algunos casos, milenarias.
   Mi padre comenzaba pronto a preparar el Nacimiento. En la habitación más espaciosa de la casona, levantaba un armazón de cajones y tablas, ayudado por un carpintero al que decían Gamboyao y nosotros los chicuelos, a quienes la oportunidad de clavar o serruchar nos parecía un privilegio. De hecho lo era, porque ni papá ni Gamboyao tenían mucha confianza en nuestra destreza.
   Después, mi padre encaminábase hacia alguna zona boscosa, siempre seguido de nosotros los pequeños, que hechos una vocinglera turba, poníamos en fuga a perdices, torcaces, conejos silvestres y otros espantadizos animales del campo. Del monte traíamos musgo, manojos de unas plantas parásitas que crecían como barbas en los troncos, unas pencas llamadas achupallas, ciertas carnosas siemprevivas de la región, ramas de hojas olorosas y extrañas flores granates y anaranjadas. Todo ese mundillo vegetal capturado, tenía la característica de no marchitarse pronto y debía cubrir la armazón de madera. Cumplido el propósito, la amplia habitación olía a bosque recién cortado.
   Las figuras del Nacimiento eran sacadas entonces de un armario y colocadas en el centro de la armazón cubierta de ramas, plantas y flores. San José, la Virgen y el Niño, con la mula y el buey, no parecían estar en un establo, salvo por el puñado de paja que amarilleaba en el lecho del Niño. Quedaban en medio de una síntesis de selva. Tal se acostumbraba tradicionalmente en Marcabal Grande y toda la región. Ante las imágenes relucía una plataforma de madera desnuda, que oportunamente era cubierta con un mantel bordado, y cuyo objeto ya se verá.
   En medio de los preparativos, mamá solía decir a mi padre, sonriendo de modo tierno y jubiloso:
   - José, pero si tú eres ateo…
   - Déjame, déjame, Herminia, replicaba mi padre con buen humor-, no me recuerdes
     eso ahora y…a los chicos les gusta la Navidad…
   Un ateo no quería herir el alma de los niños. Toda la gente de la región, que hasta ahora lo recuerda, sabía por experiencia que mi padre era un cristiano por las obras y cotidianamente.
   Por esos días llegaban los indios y cholos colonos a la casa, llevando obsequios, a nosotros los pequeños, a mis padres, a mi abuela Juana, a mis tíos, a quien quisieran elegir entre los patrones. Más regalos recibía mamá. Obsequiábannos gallinas y pavos, lechones y cabritos, frutas y tejidos y cuantas cosillas consideraban buenas. Retornábaseles la atención con telas, pañuelos, rondines, machetes, cuchillas, sal, azúcar…Cierta vez, un indio regalóme un venado de meses que me tuvo deslumbrado durante todas las vacaciones.
   Por esos días también iban ensayando sus cantos y bailes las llamadas “pastoras”, banda de danzantes compuesta por todas las muchachas de la casa y dos mocetones cuyo papel diré luego.
   El día 24, salido el sol apenas, comenzaba la masacre de animales, hecha por los sirvientes indios. La cocinera Vishe, india también, a la cual nadie le sabía la edad y mandaba en la casa con la autoridad de una antigua institución, pedía refuerzos de asistentes para hacer su oficio. Mi abuela Juana y mamá, con mis tías Carmen y Chana, amasaban buñuelos. Mi padre alineaba las encargadas botellas de pisco y cerveza, y acaso alguna de vino, para quien quisiese. En la despensa hervía roja chicha en cónicas botijas de greda. Del jardín llevábanse rosas y claveles al altar, la sala y todas las habitaciones. Tradicionalmente, en los ramos entremezclábanse los colores rojo y blanco. Todas las gentes y las cosas adquirían un aire de fiesta.
   Servíase la cena en un comedor tan grande que hacía eco, sobre una larga mesa iluminada por cuatro lámparas que dejaban pasar una suave luz a través de pantallas de cristal esmerilado. Recuerdo el rostro emocionadamente dulce de mi madre, junto a una apacible lámpara. Había en la cena un alegre recogimiento aumentado por la inmensa noche, de grandes estrellas, que comenzaba junto a nuestras puertas. Como que rezaba el viento. Al suave aroma de las flores que cubrían las mesas, se mezclaba la áspera fragancia de los eucaliptos cercanos.
   Después de la cena pasábamos a la habitación del Nacimiento. Las mujeres se arrodillaban frente al altar y rezaban. Los hombres conversaban a media voz, sentados en gruesas sillas adosadas a las paredes. Los niños, según la orden de cada mamá, rezábamos o conversábamos. No era raro que un chicuelo demasiado alborotador, se lo llamara a rezar como castigo. Así iba pasando el tiempo.
   De pronto, a lo lejos sonaba un canto que poco a poco avanzaba acercándose. Era un coro de dulces y claras voces. Deteníase junto a la puerta. Las “pastoras” entonaban una salutación, cantada en muchos versos. Recuerdo la suave melodía. Recuerdo algunos versos:


En el portal de Belén
hay estrellas, sol y luna;
a Virgen y San José
y el niño que esta en la cuna.


Niñito, por qué has nacido
en este pobre portal,
teniendo palacios ricos
donde poderte abrigar…


   Súbitamente las “pastoras” irrumpían en la habitación, de dos en dos, cantando y bailando a la vez. La música de los versos había cambiado y estos eran más simples.
   Cuantas muchachas quisieron formar la banda, tanto las blancas hijas de los patrones como las sirvientas indias y cholas, estaban allí confundidas. Todas vestían trajes típicos de vivos colores. Algunas ceñíanse una falda de pliegues precolombina, llamada anaco. Todas llevaban los mismos sombreros blancos adornados con cintas y unas menudas hojas redondas de olor intenso. Todas calzaban zapatillas de cordobán. Había personajes cómicos. Eran los “viejos”. Los dos mocetones habíanse disfrazado de tales, simulando jorobas con un bulto de ropas y barbazas con una piel de chivo. Empuñaban cayados. Entre canto y canto, los “viejos” lanzaban algún chiste y bailaban dando saltos cómicos. Las muchachas danzaban con blanda cadencia, ya en parejas o en forma de ronda. De cuando en vez, agitaban claras sonajas. Y todo quería ser una imitación de los pastores que llegaron a Belén, así con esos trajes americanos y los sombreros peruanísimos. El cristianismo hondo estaba en una jubilosa aceptación de la igualdad. No había patrona ni sirvientitas y tampoco razas diferenciadoras esa noche.
   La banda irrumpía el baile para hacer las ofrendas. Cada “pastora” iba hasta la puerta, donde estaban los cargadores de los regalos y tomaba el que debía entregar. Acercándose al altar, entonaba un canto alusivo a su acción.


- Señora Santa Ana,
¿por qué llora el Niño?
-Por una manzana
que se le ha perdido.
-No llore por una,
yo le daré dos:
una para el Niño
y otra para vos.


   La muchacha descubríase entonces, caía de rodillas y ponía efectivamente dos manzanas en la plataforma que ya mencionamos. Si quería dejaba más de las enumeradas en el canto. Nadie iba a protestar. Una tras otra iban todas las “pastoras” cantando y haciendo sus ofrendas. Consistían en juguetes, frutas, dulces, café y chocolate, pequeñas cosas bellas hechas a mano. Una nota puramente emocional era dada por la “pastora” más pequeña de la banda. Cantaba:


A mi niño Manuelito
todas le trae un don
Yo soy chica y nada tengo,
le traigo mi corazón.


   La chicuela arrodillábase haciendo con las manos el ademán del caso. Nunca faltaba quien asegurara que la mocita de veras parecía estar arrancándose el corazón para ofrendarlo.
   Las “pastoras” íbanse entonando otros cantos, en medio de un bailecito mantenido entre vueltas y venias. A poco entraban de nuevo, con los rebozos y sombreros en las manos, sonrientes las caras, a tomar parte en la reunión general.
   Como habían pasado horas desde la cena, tomábase de la plataforma los alimentos y bebidas ofrendados al Niño Jesús. No se iba a molestar el Niño por eso. Era la costumbre. Cada uno servíase lo que deseaba. A los chicos nos daban además los juguetes. Como es de suponer, las “pastoras” también consumían sus ofrendas. Conversábase entre tanto. Frecuentemente, pedíase a las “pastoras” de mejor voz, que cantaran solas. Algunas accedían. Y entonces todo era silencio, para escuchar a una muchacha erguida, de lucidas trenzas, elevando una voz que era a modo de alta y plácida plegaria.
   La reunión se disolvía lentamente. Brillaban linternas por los corredores. Me acostaba en mi cama de cedro, pero no dormía. Esperaba ver de nuevo a mamá. Me gustaba ver que mi madre entraba caminando de puntillas y como ya nos habían dado los juguetes, ponía debajo de mi almohada un pañuelo que había bordado con mi nombre. Me conmovía su ternura. Deseaba yo correspondérsela y no le decía que la existencia había empezado a recortarme los sueños. Ella me dejó el pañuelo bordado, tratando de que yo no despertara, durante varios años.


Ciro Alegría (1909-1967)

Tomado del libro Panki y el Guerrero,
Lima, Colección infantil “Ciro Alegría”, 1968.








   Solo me queda desear, ya para terminar esta entrada, la última del año, una feliz Navidad y un buen año 2013.









   Continuará…


                                            Morada de Barranco, 23 de diciembre de 2012.


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Las fotos de Lucre son de mi hermano Arturo.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

BREVEDADES





                            Con frecuencia escucho elogiar la brevedad…
                                       Augusto Monterroso



   Decía Baltasar Gracián, ese consumado pesimista en su ya famosa máxima: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. La brevedad. Cuando se habla de ella viene a mi mente, entre otras cosas, el haiku, diminuto poema de origen japonés, extremadamente sutil que más que decir sugiere (en realidad calla). Llama la atención cómo en apenas tres versos que suman diecisiete sílabas, un haijin (poeta de haikus) puede sumergirse en insondables profundidades y silencios y capturar la eternidad de los instantes. Sino leamos algunos de ellos:

Viejo y enfermo
mis sueños caminan
en campos muertos



En la campana del templo
descansa dormida
una mariposa.



Lluvia de mayo:
es hoja de papel
el mundo entero.



El ciruelo florece
y canta el ruiseñor,
pero estoy solo.



La diminuta
yerba también se seca
entre las piedras.



¡Qué pronto prende
y qué pronto se apaga
una luciérnaga!



Aroma de ciruelo,
y de pronto el sol sale:
senda del monte.



¿Es que a la rama
vuelve la flor caída?
¡Si es mariposa!



Vieja es la mariposa,
mas sobre los crisantemos
su alma juguetea.



Lluvia de verano:
miles de palabras
sin sacar mi pluma.






   Si hablamos de brevedad, es ineludible mencionar algunos textos de Augusto Monterroso (conocido por su “tendencia al laconismo”), por ejemplo, su archiconocido cuento de una línea (algunos le llaman el cuento más corto del mundo):


EL DINOSAURIO

Cuando despertó, el dinosaurio estaba allí.


   O este otro texto del mismo Monterroso de apenas dos líneas:


TE CONOZCO, MASCARITA

   El humor y la timidez generalmente se dan juntos. Tú no eres la excepción. El humor es una máscara y la timidez otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo.


   Uno que releo y en el que me abandono a su ironía presente incluso en el título:


EL MUNDO

   Dios todavía no ha creado el mundo; solo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso.


   Pero quizá el texto que más le celebro es uno de antología, ironía pura:


FECUNDIDAD

Hoy me siento un Balzac; estoy terminando esta línea.





   En esa línea de la brevedad viene a mi recuerdo un fecundo escritor español a quien yo admiro y leo cada que puedo (que es casi siempre). Me refiero a Ramón (¿es que hay otro Ramón?) Gómez de la Serna, aventurero de la imaginación y del humor, creador de la greguería a quien el mismo definió brevemente como: “Humorismo más metáfora, igual a greguería”. He aquí una pequeña muestra de su ingenio:


El teléfono es el despertador de los despiertos.


La palmera ancla la tierra al cielo.


¿Hay peces en el sol? Sí, pero fritos.


Como daba besos lentos duraban más sus amores.


El jabón es el pez más difícil de pescar dentro del agua.


El libro es un pájaro con más de cien alas para volar.


Los ríos no saben su nombre.


Después del eclipse, la luna se lava la cara para quitarse el tizne.


El manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida.


Muchas algas en la playa: el mar se está quedando calvo.





   He citado algunos textos cuyo elemento común es la brevedad: poemas, cuentos, greguerías… Ahora quiero citar a otra manifestación de la brevedad, me refiero a los resúmenes. En este caso voy a transcribir un par de ejemplos de cómo brevemente se hace resumen de una obra monumental como El Ulises de James Joyce (acude al recuerdo los dos tomos que poseo de esta novela). He aquí el texto:


ULISES

   Stephen, intelectual, símbolo del éxito intelectual, ironiza sobre la liturgia, conversa con un filisteo. Contempla filosóficamente el mar. Leopold, judío pequeño-burgués, símbolo del exilio carnal, marido traicionado y domado de Molly, va en la búsqueda inmeditada de una paternidad insatisfecha. Come riñones, va al baño turco, asiste a un funeral, visita un periódico, desayuna, entra en la biblioteca donde entrevé a Stephen hablando de Shakespeare, vaga por la calle, bebe en un bar, pelea en la taberna, se masturba en la playa, visita a una parturienta, y finalmente encuentra en el burdel a Stephen y se lo lleva a su casa donde descubre que sus cajones están poblados como el mundo, del cual, en el fondo, todo el libro reproduce la estructura, representado poco a poco por medio del lenguaje, verdadero protagonista de la historia: las partes del cuerpo, los capítulos de La Odisea, las técnicas literarias, las ciencias, las artes, los símbolos arquetípicos.
   Mientras tanto Molly, semidormida, fantasea con amores pasados y tal vez con un futuro con Stephan, de modo que se pueda completar una oscura y blasfema relación trinitaria. Los hechos de la novela no cuentan tanto por lo que son, sino en cuanto aparecen y se concatenan en el monólogo mental de los protagonistas.

                                                           Umberto Eco




   Mucho más breve aún es este resumen de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (novela editada en siete tomos como lo es en la ya clásica versión de Alianza Editorial):


EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

   Swann, rico amante del arte que frecuenta a los aristócratas, entre ellos a los Guermantes, se enamora de una cocotte, Odette de Crècy, y se casa con ella. Marcel, joven achacoso y sensible, se enamora de Gilberte –hija de aquellos- y después de Albertine, en la cual sospecha tendencias sáficas. Uno de los Guermantes, el barón de Charlus, se enamora del músico Morel. Atormentadas pasiones, marcadas por los celos y por la imposibilidad de conocer a quien se ama. También gustos, reputaciones y ambientes son mutables, inasibles. Biche se transforma en el gran Elsir, Cottard en un médico famoso, el ídolo de las mujeres. Saint-Loup, es homosexual: Odette y la ridícula Madame Verdurin llegan a emparentarse con los Guermantes.
   Solo en el tiempo y en la memoria que reajusta su fluir, lo que está perdido en el presente adquiera realidad y sentido: a tal reencuentro Marcel, convertido en escritor, dedicará la vida.
                                                                                                   Giovanni Raboni





   No quisiera extenderme más para no traicionar el espíritu de la brevedad. Esta entrada no es, obviamente, un tratado sobre ella, es apenas una pequeña selección de la brevedad en algunos textos (básicamente literarios). Quiero para terminar citar este texto de Augusto Monterroso, justamente sobre este asunto que hoy me cupo tratar:


LA BREVEDAD

   Con frecuencia escucho elogiar la brevedad y, provisionalmente, yo mismo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve dos veces bueno.

   Sin embargo, en la sátira 1, I, Horacio se pregunta, o hace como que le pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento con su condición, y el mercader envidia al soldado y el soldado al mercader. Recuerdan, ¿verdad?

   Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.

   A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio.





   Continuará…



                                                   Morada de Barranco, 19 de diciembre de 2012.