¡Tantos dioses, Rubén, pero solo dos
manos!...
Martín Adán
Termina ya octubre, con él se va el invierno
y se asoman ya, aunque tímidamente, los días de sol. Mañana es el primer día de
noviembre, día feriado en el que podré descansar un poco de las ocupaciones
diarias. Me levantaré temprano, muy temprano, de eso puedo estar seguro, quizá
a las 4 de la mañana esté ya sentado a la mesa con los libros que voy leyendo
por estos días (imagino mi vieja y querida mesa con una pequeña torre de libros
que voy "picando" en desorden, pero con pasión).
Debo reconocer que disfruto mucho de esas
horas tempranas del día en que todos o casi todos están todavía durmiendo
(pienso en Rita, en Kathia). El silencio cómplice, las temperaturas todavía algo frías hacen de esos momentos algo placentero, íntimo. Al abrigo de prendas que me
procuren el calor, de una taza de humeante y negro café, me abandono al placer de la lectura (cómo olvidar aquellos versos
de Quevedo que lo dicen de mejor manera: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos
libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis
ojos a los muertos.”), o mejor dicho, de la relectura.
Entre esos libros de relectura matinal, algunos libros de poesía (por ejemplo: La
insurrección solitaria de Carlos Martínez Rivas; Idiota del apocalipsis, recientemente reeditado, de Guillermo
Chirinos Cúneo; Mi Darío y Diario de poeta del descomunal Martín
Adán) que leo bisturí en mano, lapicero y muchas hojas, pues como han de saber,
la poesía suele irrumpir inesperadamente: a veces una palabra, una imagen y
esta aparece con su oscuridad que siempre es bienvenida.
Junto con los libros de poesía, el diario de
Julio Ramón Ribeyro: La tentación del
fracaso, voluminoso libro que voy leyendo lentamente, sin apuro,
desgranando palabra a palabra, literalmente paladeándolo, disfrutando de las peripecias
y celebrando las ocurrencias que se deslizan en sus páginas y con unas ganas (también
lo reconozco) de que nunca se acabe el libro: “La novela es un producto social,
no individual. Brota del genio colectivo, de la herencia cultural asimilada
durante siglos. Françoise Sagan (que con 18 años acaba de escribir una obra
maestra) no hace más que recoger el rédito del vasto capital almacenado por el
genio narrativo francés en el curso de su historia. Yo, detrás mío, sólo tengo
leyendas, tradiciones y sainetes. Para un sudamericano es más fácil hacer una
revolución que escribir una novela”, grande, Julio Ramón.
Pero no son los únicos libros que voy
leyendo, una novela me acompaña por estos días: La historia interminable de Michael Ende. Debo decir al respecto
que este libro lo tengo en mi biblioteca desde hace muchos años, que incluso mi
hermano Arturo lo leyó ya hace varias lunas y sus apropiados comentarios tampoco despertaron mi interés. ¿Por qué nunca me atreví a abordarlo? No tengo respuesta precisa. Recuerdo que con Kathia y con
Rita, en algún momento, hace ya varios años, vimos las películas que se
hicieron sobre este libro, pero leerlo, nunca.
Hasta que llegó el día, así sin pensarlo mucho. Embarcado en su
lectura desde hace unas semanas, me hallo ya a más de la mitad del libro, complacido
con las aventuras de Bastián y de Atreyu. ¿Comentarios? Lo dejo para después,
para una próxima entrada, el libro es literalmente una caja de sorpresas que
justifica hablar o escribir largo y tendido.
Las horas pasan, ya es noche, muchos
celebran Halloween y lo seguirán haciendo, como suelen decir los amantes de la
diversión: “La noche es todavía joven”. Allá ellos, yo, desde mi faro del
cuarto piso, solo diré que espero el día siguiente para sentarme a la mesa,
temprano, muy temprano y disfrutar de la lectura de los libros que he
mencionado. ¿Marciano? Que va, el que ame la lectura me entenderá.
Continuará…
Morada de Barranco, 31 de octubre de 2017.