domingo, 14 de noviembre de 2021

HABLEMOS DE LIBROS, PARA VARIAR...

 


                                                              No poseer sino / Unos cuantos recuerdos…

                                                                                 Emilio Adolfo Westphalen



   A medio camino del mes de noviembre, con las dos vacunas en el organismo (y a la espera de la tercera dosis), pienso en esta nueva vida que la pandemia nos obligó a asumir desde 2020. Muchas cosas importantes quedaron de lado, la realidad obligaba: ver a mi madre, a mis hermanos, a mi sobrinita, esa necesidad de abrazarlos. Las clases presenciales, mis alumnos que ya no veré, por lo menos no en un salón (los que terminaron el año pasado, los que este año terminan), celebrar sus ocurrencias, espectar su alegría, esa energía que me alimenta, en fin, tantas cosas que el encierro puso en evidencia y que definitivamente se extrañan.





   Sin embargo..., sin embargo…, algunas cosas buenas trajo para mi vida este virus que tantas vidas se ha llevado, por ejemplo, un poco más de tiempo para escribir y, sobre todo, para leer. He vivido en estos casi dos años una suerte de renacimiento, llamémosle así: volvió ese afán ilimitado del adolescente intenso, enfebrecido, voraz que fui, ese muchacho que de libro en libro transitaba incansablemente, pero ahora con más conciencia del tiempo: leer un libro porque quizás no habría un “después”, esa seguridad equivocada de muchos adolescentes de suponer que recién se empieza a vivir, que habrá todavía tiempo para zanjar deudas de lectura.





   Con esta disposición e intensidad de lectura volvió un viejo hábito, algo que había dejado de hacer hace muchos años: apuntar en orden de lectura los libros que literalmente voy devorando: conservo la lista del año pasado y voy haciendo la lista de este año que duplicará con larguesa los libros leídos en 2020. El pasado año leí 45 libros (básicamente novelas y cuentarios), este año supongo que llegaré a los cien libros, entre ellos he leído por primera vez obras de Raymond Carver (Todos los cuentos), Patrick Modiano (Dora Bruder, que más que novela es un híbrido), Sándor Márai (Los rebeldes), José Saramago (Ensayo sobre la ceguera), Rafael Dumett (El espía del Inca), Rosario Castellanos (Balún-Canán), Ángeles Mastretta (Arráncame la vida), John Banville (Eclipse) y algunos más.








   La relectura estuvo presente. Volví a La Cartuja de Parma de Stendhal luego de diecisiete años: leer esa novela siempre será una gran y grata experiencia, como lo será leer en su brevedad obras como Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil, El baile del conde de Orgel de Raymond Radiguet, La muerte en Venecia de Thomas Mann, Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig, Aura de Carlos Fuentes, La iluminación de Katzuo Nakamatsu del peruano Augusto Higa Oshiro o el teatro a través de Macbeth de William Shakespeare (más de treinta años después).







   Últimamente disfruto mucho con la lectura de cuentos, es el caso de libros a los que regreso plácidamente como me sucede con El principio del placer o Imagen primera de los mexicanos José Emilio Pacheco y Juan García Ponce, respectivamente. Impagables experiencias de lecturas o relecturas fueron Bestiario de Julio Cortázar, Cinco amantes apasionadas de Ihara Saikaku, Cuentos petersburgueses de Nikolai Gogol o libros de escritores peruanos como Silvio en el Rosedal de Julio Ramón Ribeyro, Otras tardes de Luis Loayza, París personal de Marco García Calderón, Atenea en los Barrios Altos de Edgardo Rivera Martínez o Cuentos selectos del siempre joven Abraham Valdelomar. Estas últimas lecturas me reconfirmaron la plena seguridad de que Enredadera (cuento de Loayza) y Los ojos de Judas (cuento de Valdelomar) son dos de los mejores cuentos que se han escrito (no solo en el Perú) y que el paso de los años no les hará mella alguna.







   Es muy común que ocurra que en la lectura de algunos libros se presenten, digamos, “dificultades”: desencanto, desgano, aburrimiento o se nos torne difícil la lectura y como compensación para quedarnos tranquilos nos digamos cosas como: “No es todavía su momento, ya le llegará su tiempo”. Y ese “tiempo” le llegó a una obra que intenté leer cuatro o cinco veces desde la universidad, mis últimos intentos de lectura iba a perdedor, el libro como que tenía una muralla que lo tornaba inexpugnable. Hablo de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge del etéreo poeta Rainer María Rilke. Hoy puedo cantar victoria, aunque el libro en gran medida permanece con muchas de sus puertas cerradas, puedo decir que terminé de leerlo y con la posibilidad de atreverme a una próxima relectura.







   Mientras tanto, he empezado, hoy 14 de noviembre, la lectura de El fuego (Diario de un pelotón), una novela de Henri Barbusse, escritor francés que la publicó en 1916 con gran éxito, tanto que con ella gano el premio Goncourt. Hoy, que estoy enganchado con su lectura, me preguntó por qué esperé tanto para leerla. Recuerdo que la primera vez que supe algo de ella fue a través de un comentario muy favorable de José Carlos Mariátegui que leí en la primera mitad de la década del 80. A las semanas me topé con esta vieja edición de una de las primeras novelas (si es que no es la primera) que nos muestra ese mundo espantoso de las trincheras en la Gran Guerra: piojos, hambre, sed, frío, barro, angustia, cansancio, miedo, enfermedad, muerte. El deseo de ganarse una "buena herida" para escapar de ese infierno.







   ¿Qué me espera para estas semanas o meses próximos? Espero me lleguen algunos libros, cómo o por dónde lleguen no importa, pero que lleguen. Estoy tras ellos, en ciertos casos desde hace muchos años. Jacon Von Guten de Robert Walser, Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, La amortajada o La última niebla novelas breves de María Luisa Bombal, Hambre de Knut Hamsun, Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia, El desierto de los tártaros de Dino Buzzati o un libro esperado y soñado que por fin sale a través del Fondo de Cultura Económica (FCE): Cuentos completos de Clarice Lispector.







   Hace unos meses escribí unas líneas donde expresaba mi admiración por esta brasileña entrañable:Ahí donde ordeno los libros de cuentos (entre las obras de Anton Chéjov, Guy de Maupassant, Julio Ramón Ribeyro, Jorge Luis Borges, Heinrich Von Kleist, Edgar Allan Poe, por mencionar a algunos) fulgura una breve antología del cuento brasileño en el que, joven universitario aún, releí hasta casi desgastar las páginas donde estaban impresos Felicidad clandestina y Mejor que arder, inolvidables cuentos de la inquietante Clarice Lispector quien solía escribir en los límites del abismo y del misterio.”







   Lo reafirmo: amo los cuentos de la bella Clarice, aunque solo haya leído un puñado de ellos. Es una escritora cuya obra irá creciendo en el gusto de los lectores. Su casi desconocida obra para muchos peruanos nos confirma aquello que si no sabemos, lo sospechamos: Brasil (y con él su literatura), es un gigante muy cercano al Perú, pero también un gran desconocido para nosotros.










   Continuará…



                                      Morada de Barranco, 14 de noviembre de 2021.