viernes, 30 de junio de 2017

LA DESTRUCCIÓN DE BARRANCO

                                                                




                                                             ¿Dónde iremos a buscallos?
                                                                            Jorge Manrique






   La voracidad de las empresas constructoras está cambiando de manera acelerada el perfil arquitectónico de Barranco. En poco tiempo, cuadras enteras que antes mostraban antiguas casonas, tradicionales ranchos barranquinos, han desaparecido y en su lugar surgen con una velocidad asombrosa enormes construcciones (edificios, condominios ciclópeos) que hacen de nuestra querida morada una ciudad sin mayores atractivos, cuyo atmósfera pueblerina, cuya imagen de balneario con aires decimonónicos se ha perdido inevitablemente.





   Es casi a diario que desparecen bellas construcciones cuyos herederos, que viven en zonas alejadas, deciden deshacerse de la herencia familiar a como dé lugar, no les importa en lo más mínimo el valor histórico, artístico, cultural de la casona (ya no digamos nada de lo emocional o sentimental). Dominados por un espíritu monetario, lo único que desean es venderlo al mejor postor que por lo general es una empresa constructora que inmediatamente y con “extraños permisos” destruyen sin importarles nada ni nadie, solo engrosar sus arcas a costa de incautos que compran departamentos cada vez más pequeños, ratoneras, las llamamos acá.






   Es así que de un tiempo a esta parte, Barranco se está convirtiendo en un lugar que está en vías de parecerse (si es que ya no) a una ciudad sin personalidad. Me pregunto, así, en poco tiempo, ¿quién querrá venir a conocer Barranco? ¿Es que una visita a Barranco se justificará para solo ver edificios, edificios y más edificios supuestamente modernos? ¿Qué interés podrá tener un lugar cuyas construcciones aparentemente modernas no dicen nada a los visitantes?






   Y en lo que respecta a los que habitamos este pequeño territorio, ¿es que es justo que nos priven del paisaje urbano que acompañó nuestra infancia y adolescencia? ¿Es que puede resultar tan fácil deshacerse de todo aquello que es parte de nuestro espíritu? ¿Es que lo recuerdos no son importantes, por lo tanto se pueden pisotear y desaparecer por el vil metal que aparentemente todo lo compra? ¿Dónde están las autoridades? ¿Dónde aquellas personas que deberían velar por la conservación de nuestro patrimonio? Lamentablemente son preguntas que se estrellan con la indiferencia y con el silencio. La desidia lo domina todo. Perdonen el pesimismo.






   Hace unos años, escribí y publiqué un texto, que no era sino la expresión de mi amor, de mi identificación con Barranco, quiero recuperarlo y traerlo a este espacio de estos días donde como nunca (y no exagero ni soy trágico) somos testigos de la desaparición, de la destrucción de Barranco.







EN EL BARRANCO: UNAS LÍNEAS PARA MI MORADA




                       Nieblecita del pequeño invierno…
                                 Martín Adán






   Siempre lo he dicho: estoy orgulloso de vivir en Barranco, mi morada. No nací aquí, pero son tantos los años de residencia que asumo a este lugar como si fuera mi cuna, mi lugar de origen. Su paisaje es mi paisaje, el que conozco desde siempre, el que siempre me acompaña, de ahí que me lo sepa de memoria, aunque muchas veces confunda o no recuerde bien los nombres de sus calles.






   Territorio mágico, misterioso, donde los transeúntes son fantasmas cuyas siluetas se dibujan tenuemente por efectos de la bruma que habita en sus calles. ¿Fantasmas? Sí, yo soy uno de ellos: alguien que cuando transita por estos predios marinos se siente cómodamente instalado en medio de la neblina que impide ver con nitidez y en compensación afina tu imaginación para darle un rostro, una identidad a esas sombras que deambulan por sus calles o plazas ahora cada vez menos silenciosas.






   ¡Ah, los inviernos de Barranco!: fríos, húmedos, con una garúa tímida y persistente que a fuerza de caer se vuelve arquitecto de atmósferas especiales: entonces decides no salir de casa y te aprestas a realizar viajes no emprendidos, o mejor aún, viajes estáticos que son abandonos plácidos en una película, en un libro, en un disco o en una conversación alrededor de la mesa entre tazas con café o copas con vino: estoy hablando de miradas, pero no hacia el exterior sino hacia dentro, miradas que son actos de conocimiento o de reconocimiento de lo que fuimos, de lo que seremos.






   Barranco, pequeño territorio habitado por mis recuerdos, espacio diminuto asomado al mar donde viví mis primeras experiencias de niño y ahora de hombre maduro: esa primera visión del mar cada vez más lejana, las risas y alegrías de los juegos en las calles, las primeras confidencias a los amigos de una adolescencia que no esquivaba al licor ni a los cigarros, excursiones arriesgadas o cautelosas pero casi siempre camufladas por las noches en el malecón, los primeros amores tormentosos e inseguros, los desasosiegos por un futuro incierto y acechante, en fin, todo aquello que de alguna manera nos ha ido construyendo.






      He hablado del hombre maduro que soy o que aprendo a ser: la experiencia de vivir estos días otoñales y mis esfuerzos para ser cada vez un mejor hijo, un mejor padre, un mejor esposo…, un mejor ser humano. Esa es mi lucha, en los intentos desfallezco pero no muero, no me puedo permitir una temprana tumba cuando todavía hay tanto por hacer. Con esa certeza asomo a la ventana de este mi faro y ante mí se dibujan estructuras de madera, yeso, adobe, quincha. Alguno podría decir: “Estructuras de cartón, castillos de naipes…”. Pero su solidez mora en otros lugares. Es su espíritu y son las emociones que tejen y muchas veces nos gobiernan.






   Barranco: eterno espacio de las arquitecturas fugaces, sendero de polvo y niebla que habito y me habita, eternamente…




 

   Continuará…





                                            Morada de Barranco, 30 de junio de 2017.







jueves, 29 de junio de 2017

TIEMPO DE CHALINAS





                                                         Ya ha principiado el invierno en Barranco…
                                                                                              Martín Adán






   El invierno ha llegado. Para mi gusto, Barranco recobra su atmósfera real: calles húmedas por la garúa persistente, cubiertas de neblina que las hace aparecer como una diminuta Londres y a los transeúntes como sombras fantasmales a las que hay que adivinar, poner un rostro. Uno mismo se transforma en fantasma y bajo esta condición deambulo plácidamente (camino al trabajo o de regreso) por las calles de Barranco, mi morada. Barranco, territorio de fantasmas, sí, pero también el de las lecturas permanentes (y no hablo necesariamente de libros).






   Dije sombras fantasmales, en efecto, el invierno en Barranco hace de él un pequeño territorio por descifrar (de ahí lo de “lecturas permanentes”), pues la niebla en sus afanes vuelve siluetas no solo a los viandantes, también a las casas y a los árboles y unas ansias por encontrarse dentro de casa, bien abrigado, disfrutando de una taza de humeante y negro café o de una cálida conversación nos invade.






   Estar en casa, sí, en procura de ese calor que ansiamos y que también es una invitación a coger, por ejemplo, un buen libro y abandonarse a la lectura. Y eso es lo que he experimentado en estos días con la relectura de cuatro libros para mí imprescindibles: Otras tardes del misterioso Luis Loayza (redescubrir uno de los mejores cuentos de la literatura peruana como es Enredadera); Ciudad de fuego de Edgardo Rivera Martínez que nos regala esa joya que uno nunca termina de leer titulada Un viejo señor en la neblina; Playas, probablemente el mejor libro de cuentos de Carlos Calderón Fajardo y Crónica de San Gabriel del gran Julio Ramón Ribeyro, como se ve, tres libros de cuentos y una novela.






   Libros que me brindaron horas de deleite, de descubrimientos y de reconocimientos, textos para descifrar las múltiples máscaras que nos han habitado desde siempre y que muchas veces ni sospechamos de su existencia. Pero no han sido los únicos, junto a estos libros, muchos de poesía: lecturas, relecturas, en fin, un universo amplio: Magdalena Chocano, Rafael Espinosa, Maurizio Medo, Gerardo Deniz…  






   Pero no solo libros, también películas. Nunca olvidaré aquellos días de invierno de hace unos años cuando me levantaba muy temprano, mientras Rita y Kathia dormían todavía, y películas en mano me disponía a visionarlas, días de días abandonado al placer de escuchar y disfrutar de los diálogos de los personajes de las películas entrañables e inteligentes de Eric Rohmer. Experiencias de amanecida que me marcaron y nunca las podré olvidar.






   Esta experiencia de hace unos años se han repetido con diversos directores por estos días: películas de Luis Buñuel (Él, Los olvidados, Viridiana…), de Alfred Hitchcock (Psicosis, Los pájaros, Vértigo…), sobre todo. Directores a los que siempre recurro porque cada vez que visiono sus films, descubro algo (o mucho) que no percibí en las oportunidades anteriores, esa cualidad es la que define a los clásicos (sean películas, libros…): siempre nos enriquecen, siempre nos dicen algo nuevo.






   Por eso recibo siempre alborozado al invierno y puedo decir con convicción que siempre lo espero y extraño, por lo que en mí despierta: me abre a campos diversos, a territorios donde se “pierden” mis miradas, miradas no hacia el exterior sino hacia dentro, miradas que son actos (lo decía) de conocimiento o de reconocimiento de lo que fui, de lo que seré. El invierno es entrañable y ahora lo estoy disfrutando: es el tiempo de chalinas.







   Continuará…






                                                Morada de Barranco, 29 de junio de 2017.