¿Dónde iremos a buscallos?
Jorge Manrique
La voracidad de las empresas constructoras
está cambiando de manera acelerada el perfil arquitectónico de Barranco. En
poco tiempo, cuadras enteras que antes mostraban antiguas casonas,
tradicionales ranchos barranquinos, han desaparecido y en su lugar surgen con
una velocidad asombrosa enormes construcciones (edificios, condominios
ciclópeos) que hacen de nuestra querida morada una ciudad sin
mayores atractivos, cuyo atmósfera pueblerina, cuya imagen de balneario con
aires decimonónicos se ha perdido inevitablemente.
Es casi a diario que desparecen bellas
construcciones cuyos herederos, que viven en zonas alejadas, deciden deshacerse
de la herencia familiar a como dé lugar, no les importa en lo más mínimo el
valor histórico, artístico, cultural de la casona (ya no digamos nada de lo emocional
o sentimental). Dominados por un espíritu monetario, lo único que desean es
venderlo al mejor postor que por lo general es una empresa constructora que
inmediatamente y con “extraños permisos” destruyen sin importarles nada ni
nadie, solo engrosar sus arcas a costa de incautos que compran departamentos cada
vez más pequeños, ratoneras, las llamamos acá.
Es así que de un tiempo a esta parte,
Barranco se está convirtiendo en un lugar que está en vías de parecerse (si es
que ya no) a una ciudad sin personalidad. Me pregunto, así, en poco tiempo, ¿quién
querrá venir a conocer Barranco? ¿Es que una visita a Barranco se justificará para
solo ver edificios, edificios y más edificios supuestamente modernos? ¿Qué
interés podrá tener un lugar cuyas construcciones aparentemente modernas no
dicen nada a los visitantes?
Y en lo que respecta a los que habitamos este
pequeño territorio, ¿es que es justo que nos priven del paisaje urbano que
acompañó nuestra infancia y adolescencia? ¿Es que puede resultar tan fácil
deshacerse de todo aquello que es parte de nuestro espíritu? ¿Es que lo
recuerdos no son importantes, por lo tanto se pueden pisotear y desaparecer por
el vil metal que aparentemente todo lo compra? ¿Dónde están las autoridades? ¿Dónde
aquellas personas que deberían velar por la conservación de nuestro patrimonio?
Lamentablemente son preguntas que se estrellan con la indiferencia y con el
silencio. La desidia lo domina todo. Perdonen el pesimismo.
Hace unos años, escribí y publiqué un texto,
que no era sino la expresión de mi amor, de mi identificación con Barranco,
quiero recuperarlo y traerlo a este espacio de estos días donde como nunca (y no exagero ni soy trágico) somos
testigos de la desaparición, de la destrucción de Barranco.
EN EL BARRANCO: UNAS LÍNEAS PARA MI
MORADA
Nieblecita del pequeño invierno…
Martín Adán
Martín Adán
Siempre lo he dicho: estoy
orgulloso de vivir en Barranco, mi morada. No nací aquí, pero son tantos los
años de residencia que asumo a este lugar como si fuera mi cuna, mi lugar de
origen. Su paisaje es mi paisaje, el que conozco desde siempre, el que siempre
me acompaña, de ahí que me lo sepa de memoria, aunque muchas veces confunda o
no recuerde bien los nombres de sus calles.
Territorio mágico, misterioso,
donde los transeúntes son fantasmas cuyas siluetas se dibujan tenuemente por
efectos de la bruma que habita en sus calles. ¿Fantasmas? Sí, yo soy uno de
ellos: alguien que cuando transita por estos predios marinos se siente
cómodamente instalado en medio de la neblina que impide ver con nitidez y en
compensación afina tu imaginación para darle un rostro, una identidad a esas
sombras que deambulan por sus calles o plazas ahora cada vez menos silenciosas.
¡Ah, los inviernos de
Barranco!: fríos, húmedos, con una garúa tímida y persistente que a fuerza de
caer se vuelve arquitecto de atmósferas especiales: entonces decides no salir
de casa y te aprestas a realizar viajes no emprendidos, o mejor aún, viajes
estáticos que son abandonos plácidos en una película, en un libro, en un disco
o en una conversación alrededor de la mesa entre tazas con café o copas con
vino: estoy hablando de miradas, pero no hacia el exterior sino hacia dentro,
miradas que son actos de conocimiento o de reconocimiento de lo que fuimos, de
lo que seremos.
Barranco, pequeño territorio
habitado por mis recuerdos, espacio diminuto asomado al mar donde viví mis
primeras experiencias de niño y ahora de hombre maduro: esa primera visión del
mar cada vez más lejana, las risas y alegrías de los juegos en las calles, las
primeras confidencias a los amigos de una adolescencia que no esquivaba al
licor ni a los cigarros, excursiones arriesgadas o cautelosas pero casi siempre
camufladas por las noches en el malecón, los primeros amores tormentosos e
inseguros, los desasosiegos por un futuro incierto y acechante, en fin, todo
aquello que de alguna manera nos ha ido construyendo.
Barranco: eterno espacio de las
arquitecturas fugaces, sendero de polvo y niebla que habito y me habita,
eternamente…
Continuará…
Morada
de Barranco, 30 de junio de 2017.
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