Ya ha
principiado el invierno en Barranco…
Martín
Adán
El invierno ha llegado. Para mi gusto,
Barranco recobra su atmósfera real: calles húmedas por la garúa persistente,
cubiertas de neblina que las hace aparecer como una diminuta Londres y a los
transeúntes como sombras fantasmales a las que hay que adivinar, poner un
rostro. Uno mismo se transforma en fantasma y bajo esta condición deambulo
plácidamente (camino al trabajo o de regreso) por las calles de Barranco, mi
morada. Barranco, territorio de
fantasmas, sí, pero también el de las lecturas permanentes (y no hablo necesariamente
de libros).
Dije sombras fantasmales, en efecto, el
invierno en Barranco hace de él un pequeño territorio por descifrar (de ahí lo de
“lecturas permanentes”), pues la niebla en sus afanes vuelve siluetas no solo a
los viandantes, también a las casas y a los árboles y unas ansias por
encontrarse dentro de casa, bien abrigado, disfrutando de una taza de humeante
y negro café o de una cálida conversación nos invade.
Estar en casa, sí, en procura de ese calor
que ansiamos y que también es una invitación a coger, por ejemplo, un buen
libro y abandonarse a la lectura. Y eso es lo que he experimentado en estos
días con la relectura de cuatro libros para mí imprescindibles: Otras tardes del misterioso Luis Loayza
(redescubrir uno de los mejores cuentos de la literatura peruana como es Enredadera); Ciudad de fuego de Edgardo Rivera Martínez que nos regala esa joya
que uno nunca termina de leer titulada Un
viejo señor en la neblina; Playas,
probablemente el mejor libro de cuentos de Carlos Calderón Fajardo y Crónica de San Gabriel del gran Julio
Ramón Ribeyro, como se ve, tres libros de cuentos y una novela.
Libros que me brindaron horas de deleite, de
descubrimientos y de reconocimientos, textos para descifrar las múltiples
máscaras que nos han habitado desde siempre y que muchas veces ni sospechamos
de su existencia. Pero no han sido los únicos, junto a estos libros, muchos de
poesía: lecturas, relecturas, en fin, un universo amplio: Magdalena Chocano,
Rafael Espinosa, Maurizio Medo, Gerardo Deniz…
Pero no solo libros, también películas.
Nunca olvidaré aquellos días de invierno de hace unos años cuando me levantaba
muy temprano, mientras Rita y Kathia dormían todavía, y películas en mano me
disponía a visionarlas, días de días abandonado al placer de escuchar y
disfrutar de los diálogos de los personajes de las películas entrañables e
inteligentes de Eric Rohmer. Experiencias de amanecida que me marcaron y nunca las
podré olvidar.
Esta experiencia de hace unos años se han
repetido con diversos directores por estos días: películas de Luis Buñuel (Él, Los
olvidados, Viridiana…), de Alfred
Hitchcock (Psicosis, Los pájaros, Vértigo…), sobre todo. Directores a los que siempre recurro porque
cada vez que visiono sus films, descubro algo (o mucho) que no percibí en las
oportunidades anteriores, esa cualidad es la que define a los clásicos (sean
películas, libros…): siempre nos enriquecen, siempre nos dicen algo nuevo.
Por eso recibo siempre alborozado al
invierno y puedo decir con convicción que siempre lo espero y extraño, por lo que en mí despierta: me
abre a campos diversos, a territorios donde se “pierden” mis miradas, miradas no hacia el exterior
sino hacia dentro, miradas que son actos (lo decía) de conocimiento o de
reconocimiento de lo que fui, de lo que seré. El invierno es entrañable y ahora lo estoy disfrutando: es el tiempo de chalinas.
Continuará…
Morada de Barranco, 29 de junio de 2017.
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