jueves, 29 de junio de 2017

TIEMPO DE CHALINAS





                                                         Ya ha principiado el invierno en Barranco…
                                                                                              Martín Adán






   El invierno ha llegado. Para mi gusto, Barranco recobra su atmósfera real: calles húmedas por la garúa persistente, cubiertas de neblina que las hace aparecer como una diminuta Londres y a los transeúntes como sombras fantasmales a las que hay que adivinar, poner un rostro. Uno mismo se transforma en fantasma y bajo esta condición deambulo plácidamente (camino al trabajo o de regreso) por las calles de Barranco, mi morada. Barranco, territorio de fantasmas, sí, pero también el de las lecturas permanentes (y no hablo necesariamente de libros).






   Dije sombras fantasmales, en efecto, el invierno en Barranco hace de él un pequeño territorio por descifrar (de ahí lo de “lecturas permanentes”), pues la niebla en sus afanes vuelve siluetas no solo a los viandantes, también a las casas y a los árboles y unas ansias por encontrarse dentro de casa, bien abrigado, disfrutando de una taza de humeante y negro café o de una cálida conversación nos invade.






   Estar en casa, sí, en procura de ese calor que ansiamos y que también es una invitación a coger, por ejemplo, un buen libro y abandonarse a la lectura. Y eso es lo que he experimentado en estos días con la relectura de cuatro libros para mí imprescindibles: Otras tardes del misterioso Luis Loayza (redescubrir uno de los mejores cuentos de la literatura peruana como es Enredadera); Ciudad de fuego de Edgardo Rivera Martínez que nos regala esa joya que uno nunca termina de leer titulada Un viejo señor en la neblina; Playas, probablemente el mejor libro de cuentos de Carlos Calderón Fajardo y Crónica de San Gabriel del gran Julio Ramón Ribeyro, como se ve, tres libros de cuentos y una novela.






   Libros que me brindaron horas de deleite, de descubrimientos y de reconocimientos, textos para descifrar las múltiples máscaras que nos han habitado desde siempre y que muchas veces ni sospechamos de su existencia. Pero no han sido los únicos, junto a estos libros, muchos de poesía: lecturas, relecturas, en fin, un universo amplio: Magdalena Chocano, Rafael Espinosa, Maurizio Medo, Gerardo Deniz…  






   Pero no solo libros, también películas. Nunca olvidaré aquellos días de invierno de hace unos años cuando me levantaba muy temprano, mientras Rita y Kathia dormían todavía, y películas en mano me disponía a visionarlas, días de días abandonado al placer de escuchar y disfrutar de los diálogos de los personajes de las películas entrañables e inteligentes de Eric Rohmer. Experiencias de amanecida que me marcaron y nunca las podré olvidar.






   Esta experiencia de hace unos años se han repetido con diversos directores por estos días: películas de Luis Buñuel (Él, Los olvidados, Viridiana…), de Alfred Hitchcock (Psicosis, Los pájaros, Vértigo…), sobre todo. Directores a los que siempre recurro porque cada vez que visiono sus films, descubro algo (o mucho) que no percibí en las oportunidades anteriores, esa cualidad es la que define a los clásicos (sean películas, libros…): siempre nos enriquecen, siempre nos dicen algo nuevo.






   Por eso recibo siempre alborozado al invierno y puedo decir con convicción que siempre lo espero y extraño, por lo que en mí despierta: me abre a campos diversos, a territorios donde se “pierden” mis miradas, miradas no hacia el exterior sino hacia dentro, miradas que son actos (lo decía) de conocimiento o de reconocimiento de lo que fui, de lo que seré. El invierno es entrañable y ahora lo estoy disfrutando: es el tiempo de chalinas.







   Continuará…






                                                Morada de Barranco, 29 de junio de 2017.






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