domingo, 30 de noviembre de 2014

DE TEMBLORES Y TERREMOTOS





                El suelo se estremeció bajo sus pies…
                          Heinrich Von Kleist


 
   "Sentí por primera vez en mi vida un temblor. Fue aquel tan famoso por sus desastres que destruyó por completo Tacna y Arica. La primera sacudida tuvo lugar a las seis de la mañana: duró dos minutos. Me desperté sobresaltada y casi fuera de mi lecho. Creía estar todavía a bordo, mecida por las olas y no tuve miedo. Pero enseguida la negra se levantó gritando: "Señora, ¡temblor, temblor!". Abrió la puerta y salió al patio en donde me precipité tras de ella... Los movimientos eran tan violentos que nos vimos obligadas a echarnos al suelo para no caer. Todos los esclavos estaban en el patio de rodillas, rezando, petrificados y como resignados a morir". Aún asustada escribió la famosa Flora Tristán luego de experimentar por vez primera un movimiento sísmico, esto fue en Arequipa, en el ya lejano 18 de setiembre de 1833. Agregó después: "Hay que haber habitado los países en donde son frecuentes esos temblores para tener una idea justa del terror que inspiran y de las desgracias que ocasionan, cuando estas espantosas convulsiones remueven la tierra en todo sentido, la hacen ondular como las olas o la entreabren como los abismos". 




   Los temblores, los terremotos, tan presentes en nuestras vidas, la de los peruanos, digo. Tanto así que incluso hubo una deidad en el antiguo Perú cuyo nombre fue Pachacámac, el dios creador de la tierra, el señor de los temblores, cuyo gigantesco santuario al sur de Lima fue el más importante de la costa del Perú.




   Allá por 1655, un 13 de noviembre ocurrió un terremoto en Lima, la destrucción de la capital del virreinato fue casi total, una de las pocas paredes que resistió el sismo fue un muro de adobe (ubicado en el barrio de Pachacamilla) donde un esclavo angoleño pintó un Cristo crucificado cuatro años antes. Este hecho fue tomado como un milagro. Se le empezaron a atribuir milagros, cosa que no era muy del agrado de las autoridades de entonces, fue así como por órdenes del virrey Conde de Lemos se intentó borrar la imagen, cosa que no se pudo y también se tomó el suceso como hecho milagroso. La fama y el prestigio del muro fue creciendo.




   El 20 octubre de 1687 ocurrió otro terremoto en Lima, inmediatamente se ordenó hacer una copia al óleo de la imagen del muro, una vez terminado se sacó en procesión, desde entonces cada mes de octubre sale en multitudinaria procesión, por las calles de Lima, la imagen del Señor de los Milagros, también conocido como Cristo de Pachacamilla: Pachacamilla, Pachacámac, no son simples coincidencias. Ambos tienen que ver con los temblores, con los terremotos, sincretismo le llaman.




   ¿A qué vienen estas líneas sobre temblores y terremotos?, se preguntará el lector. Bueno la explicación viene a continuación. En octubre de 2011 colgué una entrada donde expresaba mi pasión por el cine y cómo un terremoto me arruinó la sana costumbre de ir en matiné al glorioso y desaparecido cine Raimondi. He aquí las líneas: “Mis citas con el cine eran impostergables. Recuerdo dos anécdotas. La primera ocurrió en mayo de 1970. Ese día me había atrevido a seguir a una procesión, no por un asunto de fe, sino por ver a la banda musical que acompañaba a la procesión de la Cruz. Lo tengo claro, ya se acercaba la primera función de cine de ese domingo 31 de mayo, así que regresé a mi casa, estaba a punto de ingresar a ella cuando mis ojos se clavaron en una pequeña cáscara seca de naranja, no sé por qué pero era como si mis ojos la hubieran buscado. Entré a casa, me acerqué a mi papá y, como de costumbre, le pedí permiso para ir al cine. Cuando mi padre empezó a buscar el dinero para la entrada el suelo empezó a moverse espantosamente, era el terremoto de 1970 que provocaría la destrucción y desaparición de pueblos enteros como Yungay y Ranrairca, en el departamento de Áncash. Recuerdo muy bien que salimos disparados de la casa, mi madre gritaba asustada, aterrorizada (no era la única, por cierto) mientras mis ojos descubrían cómo la cáscara seca de naranja, que unos minutos antes viera, saltaba en el suelo como si fuera una pelota. Ante tamaño desastre nacional todo se suspendió. No hubo funciones de cine, de teatro, de nada. Asustado (muy asustado) y apenado me resigné a que ese domingo no podía ir al cine”. Sí, pues, un terremoto provoca destrucción material y grandes frustraciones, como ese lejano 1970 en que niño aún me quedé sin cine.




   Muchos años después, el 14 de noviembre de este año, día importante pues se presentaba Donde mi calle acaba, mi quinto libro, un temblor casi malogra la presentación. Estaba en el gran patio y jardines de Casa Tupac, esperaba la llegada de los invitados y de los presentadores. Juan Pablo Mejía, el editor, ya había llegado hacía unos minutos, yo conversaba amenamente con mi cuñada y su esposo cuando a eso de las 7:30 p. m. el suelo se empezó a estremecer, los vitrales de la casa, que son muchos, empezaron a sonar de tal manera que el miedo nos invadió, cuando ya todo hacía suponer que regresaba la calma, un segundo movimiento sacudió todo y se llevó de encuentro lo poco de calma que conservábamos. 4.8 de intensidad tuvo ese largo temblor. Días después, algunos de los que no asistieron se disculpaban arguyendo que el temblor les había hecho desistir.




   Pero no pasó a mayores, se quedó en susto y la presentación se realizó con tranquilidad, aunque el poeta Omar Aramayo, uno de los presentadores, tuvo que pedir prestado un libro mío, pues el suyo, el que le obsequié y se lo dediqué, por efectos del sismo, lo dejó olvidado en el taxi en el que vino a Barranco. 




   Por estas tierras milenarias signadas por los temblores y terremotos, ocurren cosas como a mí me ocurrieron. No soy el único. Recordemos que los sismos y su presencia acechante incluso determinaron los materiales de nuestra arquitectura: materiales livianos, extremadamente perecibles como el barro, la caña, el yeso, la madera, sobre todo en la colonia y en los primeros tiempos de la república (pienso en las majestuosas iglesias coloniales, en las mansiones republicanas). Así ha sido y así será. Habitamos un territorio donde Pachacámac gobierna y nuestras vidas (y nuestras muertes) muchas veces están determinadas por los sismos. Como alguna vez escuché a un viejo barranquino: “Son cosas de temblores y terremotos”.






   Continuará…


                                         Morada de Barranco, 30 de noviembre de 2014.





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