...divisas
sirenas de mar llamándote…
Arturo
Corcuera
La
sirena es un ser fabuloso a quien hoy
imaginamos
con
un cuerpo mitad
mujer y mitad pez.
Sin embargo, no siempre fue así, mejor dicho, no siempre fue
imaginada de
esa manera.
Los griegos las
tenían como grandes
pájaros
con cabeza de mujer y
que habitaban en una isla del Mediterráneo desde donde atraían con
un canto embrujador a los marinos.
Las
versiones mitológicas (recuerden
que una característica de este tipo de narraciones es su
inestabilidad textual) no
se ponen de acuerdo en cuanto a su número, algunas
señalan
que eran dos, tres o cuatro. Tampoco se ponen de acuerdo con respecto
a sus nombres, pero
la
mayoría de las versiones que se conservan sobre
ellas,
las
suelen
llamar como Ligia, Leucosia y Parténope. Con
respecto a sus padres, tampoco hay acuerdo, unas versiones dicen que
fueron hijas de Aqueloo (hijo de Océano y de Tetis) y Etérope o
con alguna de estas dos musas: Melpómene (musa del canto y de la
tragedia) o con Terpsícore (musa de la danza y de la poesía
lírica).
Pero,
¿siempre
fueron así?;
es
decir, ¿siempre fueron sirenas?
No. Un mito cuenta que antes fueron de
apariencia antropomorfa, jóvenes, bellas,
ninfas
compañeras
de Perséfone (Proserpina). Tuvieron la desdicha de estar en el
momento en que la hija de Deméter (Ceres) fue raptada por Hades
(Plutón). Como en el momento del rapto estuvieron distraídas, no
vieron nada. Deméter, desesperada
por no encontrar a su amada hija,
las castigó transformándolas en sirenas; o sea,
en grandes aves con cabeza de mujer. Aunque
otra versión asegura que fueron ellas las que pidieron a
los dioses ser
convertidas en aves para poder volar y desde el aire buscar
a Perséfone por
tierra y por mar.
Dicen
que su
canto enloquecía a los marinos, quienes dirigían sus naves hacia la
fatal
isla
(ubicada
frente a las costas de la actual Italia).
Los barcos se
hundían, perforados por los agudos arrecifes
y los marinos eran devorados por las sirenas: nadie que escuchara el
canto de las sirenas podía contar después sobre esta experiencia,
su
canto era mortal. Dicen,
los que algo saben sobre ellas, que una de ellas cantaba mientras las
otras dos ejecutaban la lira y la flauta. En
esto tampoco se ponen de acuerdo, pues otros dicen que las
tres
cantaban. Sea
lo que fuere, eran encantadoras de hombres.
Pero
a pesar del peligro de su canto, hubo por ahí algunos que escaparon
de su hechizo. Uno de ellos fue Orfeo. Él
formaba parte de esa fabulosa expedición en el barco Argo, hablamos
de los Argonautas,
una pléyade de héroes entre los que se encontraban Jasón,
Heracles, Cástor, Pólux, Peleo…, casi nada. Cuando la mítica
nave pasó cerca a la isla, las sirenas hicieron escuchar su canto,
entonces
Orfeo
tocó su lira y cantó de tal manera que opacó a las sirenas. El
canto de Orfeo salvó a la tripulación
del
Argo, impidió
la locura: la
nave de los Argonautas pasó
incólume pues su destino era otro.
Otro
personaje que se salvó del mortal canto fue Odiseo (Ulises), fue
uno de los pocos que pudo escuchar el
mortal canto y contar
después
tamaña
experiencia, pero
dejemos que sea el inmortal Homero quien lo cuente:
Circe
le
dice a Ulises: "Tendréis
que pasar cerca de las sirenas que encantan a cuantos hombres se les
acercan. ¡Loco será quién se detenga a escuchar sus cánticos pues
nunca festejaran su mujer y sus hijos su regreso al hogar!. Las
sirenas les encantarán con sus frescas voces. Pasa sin detenerte
después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros,
¡qué ni uno solo las oiga!. Tu solo podrás oírlas si quieres ,
pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga ,
hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción".
Mientras
hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la
nave bien construida llegó muy presto a
la isla de las Sirenas, pues la empujaba favorable viento. Desde
aquel instante echóse el viento, reinó sosegada calma y algún
numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron
las velas y pusiéronlas en la cóncava nave; y, habiéndose sentado
nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los
remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y
lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a
apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque
hubo de ceder a la gran fuerza y a los
rayos del soberano Sol Hiperiónida, y fui tapando con
ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la
nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte
inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en
los bancos, tornaron a herir con los remos el espumoso
mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente, y, al hallarnos tan
cerca de la orilla que allá hubiesen llegado nuestras voces, no se
les encubrió a las Sirenas que la ligera embarcación
navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto:
¡Ea,
célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la
nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel
sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van
todos después de recrearse con ella y de aprender mucho; pues
sabemos cuantas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y
teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo
cuanto ocurre en la fértil tierra.
Esto
dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi corazón con ganas de
oirlas, y moví las cejas, mandando a los compañeros que me
desatasen; pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y,
levantándose al punto Perimedes y Euríloco, atáronme con nuevos
lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos atrás las
Sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles
compañeros la cera con que tapara sus oídos y me soltaron las
ligaduras. (Canto XII,
traducción de Luis Segalá y Estalella)
¿Cuándo
es que aparecieron las sirenas como las imaginamos nosotros? Se
supone que el cambio en la apariencia de estos seres ocurrió en la
Edad Media y en el Renacimiento. Mutaron hasta cobrar la imagen de
seres fantásticos cuyos cuerpos son mitad mujer, mitad pez,
habitantes de las profundidades
acuáticas
(mares,
ríos, lagos). La
religión católica tuvo que ver mucho en su cambio y en su
simbología: seres parcialmente antropomorfos, poseedoras de
conocimientos que ofrecen con gran capacidad de seducción. Estas
características
las emparentan con el demonio: ofrecen
conocimientos (como la serpiente bíblica), con engaños seducen y te
llevan a las profundidades (si Cristo es pescador de hombres, ellas
también lo son, solo que adonde te llevan son a las profundidades
infernales). Así
llegaron con la Conquista estas “nuevas” sirenas a las tierras
americanas. Y
tuvieron acogida.
Aquí
en el Perú, abundan desde
siempre
relatos populares sobre estos
seres.
Una historia muy común de
algunos lugares de los andes peruanos es
aquella que cuenta como
ciertos
músicos suelen dejar sus instrumentos musicales junto a ríos,
manantiales, caídas de agua, lagunas, puquios, para que pasen toda la noche a
la intemperie.
Al día siguiente, los dueños van a recoger sus instrumentos con
la seguridad de encontrarlos afinados
de manera increíble, y ello ocurre, debido a que las
sirenas emergen
de
noche y se hacen cargo de los
instrumentos que suenan mejor que nunca.
También se cuenta sobre el peligro al que se exponen los varones que se atreven a acercarse solos a esos lugares, las sirenas aparecen, los hechizan (seducen) y se los llevan a su mundo para ya nunca más saber nada de ellos. He conocido pueblos de la Sierra donde algunos de sus habitantes cuentan historias fantásticas de pobladores desaparecidos inexplicablemente, incluso dan nombres y datos concretos: de ahí que no se arriesguen a transitar por esos lugares. Estos relatos hacen recordar un poco a lo que sucede en Los ojos verdes, una famosa leyenda de Bécquer, donde un espíritu maligno de bellos ojos (no una sirena) habita una fuente de agua ubicada en una zona del bosque prohibida por su peligro. Sin embargo, Fernando de Argénsola, atrevido y valiente, por perseguir a un venado, traspone los límites y llega a la fuente donde es seducido por este ser encantador que simboliza la muerte.
También se cuenta sobre el peligro al que se exponen los varones que se atreven a acercarse solos a esos lugares, las sirenas aparecen, los hechizan (seducen) y se los llevan a su mundo para ya nunca más saber nada de ellos. He conocido pueblos de la Sierra donde algunos de sus habitantes cuentan historias fantásticas de pobladores desaparecidos inexplicablemente, incluso dan nombres y datos concretos: de ahí que no se arriesguen a transitar por esos lugares. Estos relatos hacen recordar un poco a lo que sucede en Los ojos verdes, una famosa leyenda de Bécquer, donde un espíritu maligno de bellos ojos (no una sirena) habita una fuente de agua ubicada en una zona del bosque prohibida por su peligro. Sin embargo, Fernando de Argénsola, atrevido y valiente, por perseguir a un venado, traspone los límites y llega a la fuente donde es seducido por este ser encantador que simboliza la muerte.
Lo
cierto es que con la llegada de los españoles a este territorio milenario,
también
llegaron
con
ellos sus
historias de sirenas y se incorporaron y
mezclaron con historias
que desde épocas inmemoriales se contaban por estas tierras, como
por ejemplo la historia de Tunupa,
un ente civilizador muy anterior al Tahuantinsuyo. A veces suele
aparecer
en los relatos orales
como mensajero de Viracocha, a
veces también
aparece como su hijo e incluso asumiendo la
identidad del dios creador.
Algunos
lo tienen como dios de los volcanes y
del fuego,
o
dios del
rayo y de las lluvias que fertilizan
a
la Pachamama (la
tierra).
Como enviado
del
dios
Viracocha, dicen,
civilizó
a
cada pueblo al
que llegó.
En
ese
su
largo peregrinaje,
llegó
hasta
el
altiplano,
hasta el lago
Titicaca, donde se
enfrentó con otra divinidad: Copacabana, dios del lago y de sus
aguas. Habitaban
el
lago,
dicen,
dos hermanas
con apariencia de sirena (serena),
nos referimos a Umantuu y a Quesintuu,
con
las
cuales pecó
(concepto ya cristiano) al haber
tenido relaciones
sexuales.
Este
relato milenario
debió
influir enormemente en los artistas indígenas y mestizos del
Virreinato del Perú, pues es notoria la presencia de estos seres en
diversas manifestaciones artísticas (escultura, pintura) de
esa época.
Umantuu y Quesintuu habrían
sido, entonces,
la
inspiración
para
estos artistas, pues
en las muchas representaciones de sirenas suelen aparecer en parejas,
como las dos hermanas míticas.
Si
nos limitamos a las sirenas en el arte virreinal del Perú, podemos
mencionar a algunas de esas parejas de sirenas (¿Umantuu y
Quesintuu?) que aparecen en varios templos. El primero a mencionar es
la portada lateral del templo de la Compañía de Arequipa, allí
aparecen dos sirenas bajo el caballo galopante de Santiago Apóstol (Fotos de W. M. C. y de urbaneando).
En
la misma Arequipa, pero ya no en la ciudad, sino en el valle del
Colca, nos encontramos específicamente con la portada lateral de la iglesia de la
Inmaculada Concepción de Yanque, allí aparecen dos sirenas, cada una sobre una columna (Foto en
Southstar Travel).
En
la torre de la iglesia de Santa María Magdalena de Ayacucho destacan
las ocho sirenas (dos sirenas por cada lado) que sirven como tenantes bajo la imposta del arco (Foto de Juan Pablo El Sous).
Templo
de Santa Clara del Cusco, en uno de sus retablos barrocos adornados con espejos, el dedicado a la Virgen de la Natividad, allí, a ambos lados de esta imagen, encontramos a un par de sirenas
tocando vihuelas (Foto Barroco Peruano).
En
la Catedral Santo Tomás de Chumbivilcas (Cusco) hay dos sirenas, en la tercera hilera de la cantería, una
a cada lado de la portada principal que destaca como ejemplo del barroco planiforme (Foto en Flickr).
Dos
sirenas, ambas con una venera dorada en la cabeza (las conchas marinas evidencian la relación con el agua y también el bautismo de Cristo) se encuentran en el
templo cusqueño de San Juan Bautista de Huaro (Foto en Deskgram).
En
la impresionante portada principal de la Catedral de Puno, muestra suprema del barroco planiforme, destacan dos sirenas
que llevan entre sus manos instrumentos de cuerda, específicamente charangos (Fotos de
Juan
Pablo
El Sous).
Dos
sirenas, ubicadas a ambos lados de la ventana, adornan la portada barroca del templo puneño de San Antonio
de Azángaro (Foto de
santonyquilca).
El escudo de la Virgen, sostenido por dos sirenas tenantes, destacan sobre la puerta, en la portada
barroca del templo de San Jerónimo de Asillo en Puno (Fotos
de
Barroco Peruano).
En
ambos lados del primer cuerpo de la portada lateral del templo de San Pablo (Puno) hay
dos sirenas con alto tocado de plumas, ambas parecen abrazar los adornos ondulantes cercanos de esta portada barroca (Fotos de Archivo Digital del Arte Peruano y de Barroco Peruano).
Un
monograma mariano es sostenida por dos sirenas tenantes en la portada
principal de una de las más bellas iglesias del altiplano: Santiago Apóstol de Lampa, Puno (Fotos de
Juan
Pablo El Sous).
En
el templo de San Miguel de Pomata, Puno, habían entre una profusión de adornos, ojalá todavía se
conserven, sirenas en el bajo coro de la iglesia, quienes llevan enormes tocados
de plumas y tañen charangos (Fotos de
Alberto Barreto Arce).
En la imagen, se puede ver con dificultad, sobre
la ventana profusamente decorada del presbiterio de
la iglesia puneña de Santiago Apóstol de Pomata una de las dos sirenas (la otra está ubicada al otro lado) tocando una
vihuela (Foto de
Juan
Pablo
El Sous).
En
Trujillo, en el frontis barroco del templo de Huamán, hay sobre su
puerta principal un par de sirenas de cabellera blonda y larga tocando
instrumentos de cuerdas, ya no charangos, tal vez vihuelas o
guitarras (Fotos
en Mapio.net
y
en turismoi.pe).
He
mencionado varios
ejemplos
de sirenas esculpidas en
templos virreinales,
también hay ejemplos de sirenas buriladas,
pintadas,
dibujadas, como
es el caso de este cuerno con imagen burilada de una sirena, obra
de
fines del Virreinato (Foto
en Cantera
de sonidos).
Dos
sirenas tenantes pintadas podemos hallar bajo la imposta del arco en el interior de la iglesia de la Inmaculada Concepción de Sayhua, Cusco (Foto en
Cusco
Noticias).
En
el templo de San Pedro Apóstol de Andahuaylillas, Cusco, ejemplo mayor del barroco andino, encontramos murales con sirenas que llevan tocados de plumas coloridas y sostienen cornucopias florales e incluso cadenas (Foto en elcomercio y en Pinterest).
En
los murales del
templo de San
Cristóbal de Rapaz
(sierra de Lima),
hallamos sirenas
sosteniendo flores, aves e instrumento de cuerdas (Foto en la brújula del azar y en Ciber
Viaxes).
El
cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala dibujó en su largo
manuscrito titulado Nueva
corónica y buen gobierno, dirigido al rey de España, algunas sirenas como podemos
ver en las siguientes imágenes (Fotos de El Mundo Mágico de Ursu y
de richardparra.wordpress.com).
Ya
para concluir esta entrada sobre sirenas, apartándome de la presencia de estos seres en el arte virreinal del Perú, quiero mencionar un libro al que dediqué muchas horas de lectura enfebrecida cuando adolescente,
me refiero al Manual de zoología fantástica de Jorge Luis
Borges, quien escribió sobre ellas:
A
lo largo del tiempo, las Sirenas cambian de forma. Su primer
historiador, el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos
dice cómo eran; para Ovidio, son aves de plumaje rojizo y cara de
virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo arriba son mujeres y,
abajo, aves marinas; para el maestro Tirso de Molina (y para la
heráldica), "la mitad mujeres, peces la mitad". No menos
discutible es su género; el diccionario clásico de Lempriére
entiende que son ninfas, el de Quicherat que son monstruos y el de
Grimal que son demonios. Moran en una isla del poniente, cerca de la
isla de Circe, pero el cadáver de una de ellas, Parténope, fue
encontrado en Campania, y dio su nombre a la famosa ciudad que ahora
lleva el de Nápoles, y el geógrafo Estrabón vio su tumba y
presenció los juegos gimnásticos que periódicamente se celebraban
para honrar su memoria.
La
Odisea refiere que las Sirenas atraían y perdían a los navegantes y
que Ulises, para oír su canto y no perecer, tapó con cera los oídos
de los remeros y ordenó que lo sujetaran al mástil. Para tentarlo,
las Sirenas le ofrecieron el conocimiento de todas las cosas del
mundo.
"Nadie ha pasado por aquí en su negro bajel sin haber escuchado de nuestra boca la voz dulce como el panal, y haberse regocijado con ella y haber proseguido más sabio... Porque sabemos todas las cosas: cuantos afanes padecieron argivos y troyanos en la ancha Tróada por determinación de los dioses, y sabemos cuanto sucederá en la tierra fecunda" (Odisea, Xll).
Una tradición recogida por el mitólogo Apolodoro, en su Biblioteca, narra que Orfeo, desde la nave de los argonautas, cantó con más dulzura que las Sirenas y que estas se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas, porque su ley era morir cuando alguien no sintiera su hechizo. También la Esfinge se precipitó desde lo alto cuando adivinaron su enigma.
En el siglo VI, una Sirena fue capturada y bautizada en el norte de Gales, y figuró como una santa en ciertos almanaques antiguos, bajo el nombre de Murgen. Otra, en 1403, pasó por una brecha en un dique, y habitó en Haarlem hasta el día de su muerte. Nadie la comprendía, pero le enseñaron a hilar y veneraba como por instinto la cruz. Un cronista del siglo XVI razonó que no era un pescado porque sabía hilar, y que no era una mujer porque podía vivir en el agua.
El idioma inglés distingue la Sirena clásica (siren) de las que tienen cola de pez (mermaids). En la formación de esta última imagen habrían influido por analogía los Tritones, divinidades del cortejo de Poseidón.
En
el décimo libro de la República, ocho Sirenas presiden la
revolución de los ocho cielos concéntricos.
Sirena:
supuesto animal marino, leemos en un diccionario brutal.
Continuará…
Morada
de Barranco, 28 de junio de 2020.
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