Se
prohíbe estar triste
Carlos
Oquendo de Amat
En
este encierro
obligado, luego de más de dos meses, no digamos aburrido, estoy en casa, con mi esposa y mi hija,
compartiendo muchas cosas que por el ritmo de vida anterior habíamos
dejado de lado. El trabajo por las clases virtuales se ha multiplicado, pero hay tiempo suficiente para leer (o releer), escuchar
discos, visionar películas, navegar en internet y descubrir canales,
blogs, páginas muy interesantes que satisfacen mi curiosidad.
En
uno de esos “viajes” descubrí a un youtuber mexicano que tiene
desde hace algunos años un exitoso canal (Alan X el Mundo) donde de
manera entretenida, simpática e informativa nos muestra imágenes de
sus muchos viajes por el mundo (estuvo dos veces en Perú), hablo de
Alan Estrada Gutiérrez, quien para mayores referencias, no solo es
un reconocido youtuber, sino también escritor (algo que desconocía),
actor, blogger y cantante. Como se ve, completo el muchacho.
Para
mí, los viajes son lecturas y como tal alimentan. De ahí que me
guste viajar, aunque este año será imposible. En su lugar viajo a
través de Alan X por el Mundo. El día de hoy, muy
temprano veía con
Rita algunos de los videos de nuestro
amigo mexicano recorriendo
Italia. Una delicia de pequeños pueblos mediterráneos desfilaron
por nuestros ojos, por ejemplo Cinque Terre (Cinco Tierras):
Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola, Riomaggiore. Al rato empezamos a ver otro video, esta vez por Génova. Génova, bella palabra que acompañó mi infancia
y mi adolescencia: Génova, Génova…
Un
horizonte de recuerdos se me abrió, era como ver imágenes de una
vieja y entrañable película, de esas que ves cada que puedes y
luego de verla, un entusiasmo te gobierna aunque sea por breves
instantes (o quizá un poco más). Así me sucedió cuando empecé a
recordar una vieja calle de Barranco que
fue la escenografía de algunos de los
pasajes
más alegres y tristes (también
de dolor, de dolor físico, aclaro) de
mi vida.
Calle
Génova, pequeña calle particular ubicada entre Alfonso Ugarte
(aunque en los planos aparece Cavero) y la calle Colina. Si uno se
para en esa calle mirando hacia el norte, por la izquierda, Génova tiene una sola
cuadra; por la derecha, dos cuadras. En
la primera cuadra, la que está atrás del actual Metro, ahí jugué
épicos partidos de fútbol con Rodolfo López y con José
Cotera, y otros amigos contemporáneos. ¿Qué será de ellos? Esos
partidos eran jornadas donde terminaba sudoroso, sucio y a veces con
los pantalones rotos lo que después ocasionaba fuertes llamadas de
atención de mis padres.
Fue
en esa calle donde alguna tarde hice un gol de taco (de esos a rastrón) que mis amigos
celebraron y yo lo sigo recordando como uno de mis
mayores logros futbolísticos, quizá con algo de exageración porque
con los años, estas cosas crecen y se vuelve agradable y bueno recordarlos
de esa manera, con esos tintes grandiosos, casi epopéyicos, reconfortantes.
Como ha sido así casi siempre: cuando llega la hora de los recuerdos, estos emergen con su propia luz que ilumina los oscuros días del presente, nos invaden con sus propios colores, una música especial nos envuelve. Por eso será que es agradable escuchar a los abuelos o los padres recordar pasajes de su vida, como ocurría cuando mi padre nos relataba, a Gloria y a mí, en noches inolvidables alrededor de la mesa, algunas de sus aventuras de niño o adolescente, allá en la tierra de nuestras raíces (el Cusco) o en la selva, cuando junto con su padre (el abuelo Miguel) buscaban oro en medio de una vegetación asfixiante.
Como ha sido así casi siempre: cuando llega la hora de los recuerdos, estos emergen con su propia luz que ilumina los oscuros días del presente, nos invaden con sus propios colores, una música especial nos envuelve. Por eso será que es agradable escuchar a los abuelos o los padres recordar pasajes de su vida, como ocurría cuando mi padre nos relataba, a Gloria y a mí, en noches inolvidables alrededor de la mesa, algunas de sus aventuras de niño o adolescente, allá en la tierra de nuestras raíces (el Cusco) o en la selva, cuando junto con su padre (el abuelo Miguel) buscaban oro en medio de una vegetación asfixiante.
Tenía
doce años, cuando
en la calle Génova vi por primera vez a un muerto, mejor dicho, vi
por primera vez morir a un ser humano, a alguien que conocía de
vista, lo llamaban el “Chino”, nunca por su nombre, jamás lo
escuché que
yo recuerde.
El “Chino” era un hombre maduro, solitario, sin pareja, sin
familia.
Realizaba labores humildes para ganarse la vida, entre ellas, la de
cargador. Una cosa sí recuerdo, le gustaba tomarse sus copitas,
beber
alcohol para olvidar vaya uno a saber qué tormentos.
Hasta
que
un día vi gente aglomerada en la primera cuadra de la calle Génova, me
acerqué y descubrí
al “Chino” sentado contra una pared, inconsciente, intentando
decir cosas. Al
rato falleció. Fue un golpe emocional ver a este hombre morir como había sido su vida: solo, sin nadie que se preocupe o llore por él. Durante mucho tiempo su
imagen agonizante me acompañó e inquietó mis sueños.
En
una de las esquinas de Génova, donde hoy está el Canta Rana, ahí
funcionaba el local de un club de fútbol: el club
Génova cuya camiseta, si mal no recuerdo, era celeste. De ese club
salió un jugador conocido como la “Pulga” Peña, pequeño,
aguerrido, que llegó a jugar en el club Alfonso Ugarte de Puno y
que en 1976 jugó la Copa Libertadores junto a Alianza Lima contra
equipos colombianos. Ese Alfonso Ugarte que tenía en sus filas al
goleador Muchotrigo, al “Chivo” Neyra, a Jorge Arrelucea, a
Amidey Pereyra, a Wálter Daga, famoso por sus venenosos tiros de
esquina, entre otros.
Entonces me viene al recuerdo el viejo Canchuca, así era conocido este personaje barranquino que me hablaba maravillas del desempeño de Peña en la cancha, tanto me habló que no me perdí ningún partido del equipo puneño que jugó de local en el estadio Torres Belón. Luego de tantos años, me pregunto, ¿qué será de Canchuca? Nunca supe su nombre, solo sé que trabajó años al servicio de la familia que habitaba una de las más bellas mansiones barranquinas, la ubicada en la esquina de Sáenz Peña y San Martín, ahí donde ahora funciona el Hotel Boutique Barranco.
Entonces me viene al recuerdo el viejo Canchuca, así era conocido este personaje barranquino que me hablaba maravillas del desempeño de Peña en la cancha, tanto me habló que no me perdí ningún partido del equipo puneño que jugó de local en el estadio Torres Belón. Luego de tantos años, me pregunto, ¿qué será de Canchuca? Nunca supe su nombre, solo sé que trabajó años al servicio de la familia que habitaba una de las más bellas mansiones barranquinas, la ubicada en la esquina de Sáenz Peña y San Martín, ahí donde ahora funciona el Hotel Boutique Barranco.
El
club Génova tenía entonces
en
sus instalaciones mesas de billas (que entonces eran mal vistas pues
decían que era ocupación de vagos y delincuentes), fútbol de mesa
y un juego conocido como tilk
(el
famoso pinball).
A escondidas de mis padres, en
varias oportunidades me atreví a
ir
al club para jugar con algunos amigos.
Pero
un día sentí tras de mí una sombra que
apagó mi alegría.
Era mi padre que con una mirada dura y tomándome de un brazo me sacó
del local y después lo pensé dos veces (o más) antes de ir a jugar
con el bendito tilk.
Una
tarde, en la puerta del club, un amigo bastante mayor, nos pidió a
Rodolfo y a mí que le ayudáramos con su moto. Esta no arrancaba.
Nos fuimos hasta el malecón, entre Colina y Alfonso Ugarte la
hicimos arrancar. En premio a nuestra ayuda nos dijo que subiéramos
a la moto pues nos iba a pasear. Rodolfo se sentó rápidamente tras
el piloto, yo detrás como pude. La moto arrancó y yo me quedé
parado, con el pantalón destrozado y dos profundas heridas en la
parte posterior de mis muslos. La placa metálica de la moto me había
hecho dos heridas.
Muy cerca (apenas a media cuadra) se hallaba la Asistencia de Barranco. Me
pusieron puntos en una de las heridas. Literalmente chillé de dolor porque
me empezaron a coser sin anestesia. Al oír mis gritos de dolor, mi amigo pagó
por la anestesia y solo así terminaron de ponerme los puntos. Ya no recuerdo cómo llegué a casa, lo que sí recuerdo es que estuve algunos días en cama.
Dicen por ahí que uno debe procurar no regresar a los lugares del pasado ni intentar ver a las personas que formaron parte de ese mundo que quedó atrás si es que no quiere sufrir una decepción. Dicen como que se pierde la magia con que los años revisten a los recuerdos. Casi oportunamente hallé hace un par de días, en mi lectura de la novela Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, esta cita: "Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección". Quedarse con los recuerdos, acudir a ellos como a una casa querida.
Como lo decía al iniciar esta entrada, los recuerdos afloraron gracias a un video sobre la ciudad de Génova (ciudad a la que además siempre relacionamos, equivocadamente o no, con Cristóbal Colón).
Así ocurre muchas veces. Algo funciona como llave y abre la puerta
por donde estos empiezan a salir y uno empieza a llenarse de
nostalgia por todo aquello que fueron los espacios de nuestras
experiencias y que con el paso del tiempo ya no son los mismos, se han transformado, aunque siendo sinceros, la calle Génova no
ha cambiado mucho, casi nada.
¿Hasta
cuándo se prolongará este encierro? No hay forma de saberlo, así como
van las cosas, va para largo. Mientras tanto visiono películas (cine negro, por ejemplo), escucho discos en largas jornadas que me invitan a volver, hojeo libros,
revistas, los leo, me abandono a sus hojas complacido, algunas veces extrañado, otras, descubriendo y descubriéndome en sus personajes. Hace unos días, hallé en una página de internet un texto de un joven escritor
húngaro (Nándor Grosics) de quien nunca había escuchado. El cuento breve se titula Encierro. Su lectura me
dejó inquieto, pero de eso hablaré en una próxima entrada.
ENCIERRO
Son
ya veintiocho días de encierro forzado. Nuevamente estoy asomado a
la ventana, desde el cuarto piso podría columbrar más, pero las
construcciones recientes han reducido los espacios. Las calles
silenciosas, solitarias me recuerdan a algunas pinturas de De
Chirico. Poso mis ojos en los árboles cercanos, escucho complacido
el canto de los tordos que emerge de ellos como un lenguaje de
libertad y pienso que tal vez en ese canto nos estén diciendo lo que
se siente vivir toda una vida encerrados en una jaula.
Continuará…
Morada
de Barranco, 30 de mayo de 2020.
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