Lleva
el colibrí en su pico
del jazmín para la rosa,
ramilletes de rocío.
Arturo Corcuera
Una avecilla que siempre
captó mi atención fue el colibrí, conocido en el Perú como picaflor, en quechua
se le llama Kenti, bella palabra que hoy muchas mujeres llevan como nombre. Tengo
entendido que en otros países el colibrí es conocido como pájaro-mosca,
chuparrosas, zumbadores, quinde…, en fin, la lista es larga. Pero no solo el pequeño tamaño me ha impresionado de este animalito originario de América (los
más pequeños miden cinco centímetros y medio, los más grandes pueden llegar a
los veinticinco centímetros), también me deja muy sorprendido la rapidez con
que agita sus pequeñas alas, dicen algunos que puede oscilar entre cincuenta a
noventa veces por segundo, impresionante.
Pienso en otras aves y sus vuelos los
relaciono con el de los aviones, pienso en los picaflores y los relaciono a los
helicópteros. Y es que el vuelo de los picaflores tiene algunas características
que otras aves no poseen, por ejemplo, en pleno vuelo pueden quedar estáticos e
incluso se permiten retroceder, un hermoso espectáculo que la naturaleza nos
regala a través de estos pajarillos de plumas iridiscentes.
Inicié esta entrada con el tema del picaflor
porque hace unos días hallé un par de imágenes que corresponden a la cultura
Nazca, una vieja cultura que se desarrolló en zonas áridas del Ica entre los siglos
I a VII después de Cristo. Las imágenes corresponden a un huaco, o sea, una
vasija de barro policromado donde se ven a varios colibríes succionando el
néctar de una flor y el de un gigantesco geoglifo que representa a un colibrí
en esa suerte de mapa estelar conocido popularmente como las Líneas de Nazca
(por cierto, esta imagen gigantesca solo se le puede ver desde los aires).
En mi labor de profesor, como ya lo he dicho
en varias oportunidades, siempre empleo los primeros minutos en contar
historias (mitos, leyendas, fábulas, cuentos) a manera de motivación. Los
alumnos encantados. Contar historias me ha deparado sorpresas agradables,
alegrías casi insuperables. Cómo olvidar la vez aquella en que un grupo de
alumnas de mi colegio Carmelitas me bautizaron como “Orlando cuenta historias”,
no solo me bautizaron sino que lo escribieron con plumón en un papelote y lo
pegaron en una pared de su salón. Han pasado ya siete años de aquello y su
recuerdo todavía me conmueve. O en otra oportunidad cuando, en el mismo
colegio, un alumno (nunca supe quién) deslizó un papel con un mensaje en el
salón en que estaba contando una historia, lo que me pedía el alumno, a cuyo
salón yo ya no enseñaba, era contar la historia con voz más alta para que desde
su salón pudiera escucharme. Impagable.
¿A qué vienen estos comentarios? Escribí en
los primeros párrafos sobre los picaflores, luego, sin mediar explicación, he
contado sobre mi gusto de contar historias antes de cada clase. ¿Cuál es la
relación de los picaflores y el hecho de contar historias? Aparentemente
ninguna, sin embargo, a lo que quiero llegar es a la emoción que he visto en
los rostros de varios de mis alumnos cuando por estos días les he contado varias historias, entre ellas historias de picaflores. Quiero compartir en esta bitácora algunas de esas
breves leyendas y cuentos. La primera es de origen maya, la segunda es guaraní, ambas
anónimas. La tercera es del Perú y su autor es Arnaldo Quispe. He aquí los
relatos.
EL COLIBRÍ
Los mayas más sabios cuentan que los dioses
crearon todas las cosas en la Tierra y al hacerlo, a cada animal, a cada árbol
y a cada piedra le encargaron un trabajo. Pero cuando ya habían terminado,
notaron que no había nadie encargado de llevar sus deseos y pensamientos de un
lugar a otro.
Como ya no tenían barro ni maíz para hacer
otro animal, tomaron una piedra de jade y con ella tallaron una flecha muy
pequeña. Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la pequeña flecha salió
volando. Ya no era más una simple flecha, ahora tenía vida, los dioses habían
creado al x ts’unu’um, es decir, el colibrí.
Sus plumas eran tan frágiles y tan ligeras,
que el colibrí podía acercarse a las flores más delicadas sin mover un solo
pétalo, sus plumas brillaban bajo el sol como gotas de lluvia y reflejaban
todos los colores.
Entonces los hombres trataron de atrapar a
esa hermosa ave para adornarse con sus plumas. Los Dioses al verlo, se enojaron
y dijeron: “Si alguien osa atrapar algún colibrí, será castigado”. Por eso es
que nadie ha visto alguna vez a un colibrí en una jaula, ni tampoco en la mano
de un hombre.
Los dioses también le destinaron un trabajo:
el colibrí tendría que llevar de aquí para allá los pensamientos de los
hombres. De esta forma, dice la leyenda, que si ves un colibrí es que alguien
te manda buenos deseos y amor.
EL CUENTO DEL COLIBRÍ
Cuentan los guaraníes
que un día hubo un enorme incendio en la selva. Todos los animales huían
despavoridos, pues era un fuego terrible. De pronto, el jaguar vio pasar sobre
su cabeza al colibrí… en dirección contraria, es decir, hacia el fuego. Le
extrañó sobremanera, pero no quiso detenerse. Al instante, lo vio pasar de
nuevo, esta vez en su misma dirección. Pudo observar este ir y venir repetidas
veces, hasta que decidió preguntar al pajarillo, pues le parecía un
comportamiento harto estrafalario:
- ¿Qué haces colibrí?,
le preguntó.
- Voy al lago -respondió
el ave- tomo agua con el pico y la echo en el fuego para apagar el incendio.
El jaguar se sonrió.
- ¿Estás loco?- le dijo-.
¿Crees que vas a conseguir apagarlo tú solo con tu pequeño pico?
- Bueno- respondió, el
colibrí- yo hago mi parte…
Y tras decir esto, se
marchó por más agua al lago.
EL PICO DEL COLIBRÍ
Cuando
el gran Wiracocha creó el mundo le encargó a su hija Pachamama que diera
a cada reino de animales sus respectivos dones y atributos. Las aves de este
modo recibieron el arte de volar y cantar.
El último de los pájaros que estaba
esperando pacientemente su turno, era tan pequeñito que casi pasó desapercibido
ante la diosa Pachamama. Sin embargo a pesar de su cansancio, ella se acercó y
le dijo: “No me he olvidado de ti colibrí, serás eso sí muy pequeñito en el
reino de las aves, pero serás el más veloz de todos y para alimentarte cazarás
insectos gracias a la gran agilidad que vas a desarrollar”. Es más le prometió
que por ser el más modesto y haber esperado hasta el último le otorgaría una
virtud que colibrí podría elegir más adelante.
Muy pronto colibrí descubrió que su vuelo
era supersónico y que dicho y hecho no había insecto que pudiera escapar ante
su tenaz caza, pero luego se daría cuenta que para comer debía no solo capturar
insectos sino que ello implicaba quitar la vida a otros seres indefensos.
Pasaron los tiempos y en cada ciclo colibrí no se mostraba muy animado al
capturar los pacíficos insectos, al final eso le produjo culpa y hasta
desaliento.
El juego era lo único que lo alegraba y
cuando jugaba con sus amigos solía preguntarse por ese perfume dulce que
merodeaba en el gran bosque verde. No pasó mucho tiempo y colibrí descubrió que
el olor provenía de las flores de todos los colores, era algo que capturaba
todos sus sentidos y con la curiosidad entre las alas decidió probar
alimentarse del néctar de las flores.
Para su mala suerte su pico era pequeño y le
era imposible alcanzar el dulce néctar de las flores. Intentó una y otra vez
estirando su pico y lengua, pero cada intento era siempre inútil. Un día probó
a meter su cabeza, pero ello lo hacía vulnerable ante otros cazadores y del
mismo modo casi siempre destruía las flores. Al final pensó: “Seguro que este
delicioso alimento está reservado solo para los insectos y será por ello que
debo alimentarme de ellos”.
Intentó tantas veces pudo, casi indesmayable
en su cometido pero siempre sin lograr extraer su ansiada recompensa. La flor
al ver a colibrí agotado por su frenesí, le dijo su secreto: “Si quieres mi
néctar, debes tener un pico más largo, de este modo comerás en abundancia de
todas las flores”. Ello pareció no perturbar a colibrí que continuó con sus
intentos.
Cada tarde colibrí regresaba a su morada muy
apenado por tener un pico corto y por no lograr extraer el dulce manjar de las
flores. Fue por ello que una de las flores de la montaña sagrada intercedió con
Pachamama haciéndole presente el don que quedaba pendiente para colibrí. Este
pajarito por su nobleza hasta había olvidado la promesa de Pachamama. Y es por
este motivo que una noche mientras colibrí dormía, que la diosa Pachamama
convirtió su pico corto en un pico tan largo y perfecto para tolerar sus vuelos
y alcanzar finalmente el sagrado néctar de la madre tierra.
Colibrí de este modo alcanzó el néctar de
las flores, en adelante su dieta no incluiría insectos. Y es otra historia que
el bosque conserva desde el inicio de los tiempos.
Continuará…
Morada de Barranco, 31
de marzo de 2019.
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