Todo, menos morir.
Martín Adán
Rodolfo
Hinostroza, Carlos Germán Belli, Vicente Azar, Juan Ramírez Ruiz, Carmen Ollé,
Tulio Mora, Pablo Guevara, Armando Arteaga, Oswaldo Chanove, Rocío Silva Santisteban, Carlos Lopez Degregori, Rossella Di Paolo, Domingo de Ramos, Marco Martos, Raúl Mendizábal,
Dalmacia Ruiz Rosas, Luis La Hoz, Enriqueta Belevan, Mirko Lauer, Ana Varela Tafur,
Víctor Coral, Giovanna Pollarolo, Rodrigo Quijano, Montserrat Álvarez,
Wáshington Delgado, Jorge Pimentel, Miguel Ildefonso, fueron algunos de los
poetas que publicamos Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo en la revista Tocapus, publicación que editamos entre julio
de 1993 a diciembre de 1995.
Pienso
en la querida revista y me remonto a aquella tarde de 1993 en que Willy Gómez
Migliaro me visitó en la casa de mis padres, conversamos mucho, como de
costumbre, sobre poesía, poetas, en fin. Ya cuando Willy se retiraba me soltó a
boca de jarro: “Saquemos una revista”. Él acababa de terminar una relación y
había editado en ese lapso una revista completamente blanca: Polvo enamorado. Su propuesta me
sorprendió, pero la sorpresa no fue impedimento para responderle que la idea me
entusiasmaba, tenía ya el nombre (y a Willy le gustó), lo demás sería cuestión
de hablarlo. Días después conversé con Pablo Landeo y entusiasmado aceptó la
propuesta. Nacía Tocapus.
Acordamos que yo me encargaría del diseño de las portadas y
contraportadas de los cuatro números de esta revista negra. Por entonces, entre
otras cosas, me dedicaba a hacer collages con recortes de grabados antiguos, mi
precisión con las tijeras es algo que hoy me sorprende, pero que entonces lo
realizaba como la cosa más natural. Esos collages fueron uno de los distintivos
de Tocapus. El diseño de las letras del nombre de la revista fue creación
de Willy.
Aún
recuerdo las reuniones para decidir quiénes publicarían: tenían que ser nueve
poetas, los tres últimos debían ser poetas jóvenes. Así fue en cada número. Los
lugares de nuestras reuniones fueron variados. Recuerdo que las primeras veces
lo hicimos en la Plaza Caraz de Barranco, un pequeño parque con bancas acogedoras y a la sombra de sus árboles decidíamos los poetas que saldrían en el primer número. Otro lugar era la playa de Barranquito, premunidos de sangrías o
vinos bajábamos a la playa y discutíamos frente al mar hasta que personal de la
municipalidad nos solicitó que nos retiráramos porque no estaba permitido
consumir alcohol en la playa. Luego encontramos un lugar propicio, un pequeño bar ubicado en el
límite de Barranco y Surco, ese fue desde entonces el lugar donde planificamos
los tres últimos números de Tocapus, con cervezas o vinos de por medio.
Invitar a los poetas a publicar, entonces, resultaba una odisea, eran
épocas donde el celular estaba en pañales, y muy pocos tenían teléfonos en casa
(pienso en Juan Ramírez Ruiz y en Domingo de Ramos), no había correos ni redes sociales. Contactarse
con los poetas era complicado, pero hacíamos el esfuerzo: muchas veces tuvimos
que ir a sus casas o a sus centros de trabajo (aún recuerdo a Carmen Ollé en Cendoc, a Carlos
Germán Belli en El Comercio o a Oswaldo Chanove en el diario El Mundo, por
mencionar a algunos) para recibir los poemas que se publicarían. O a veces milagrosamente llegaban a nuestras manos los poemas de un Rodolfo Hinostroza, por ejemplo, gracias a la amistad de la poeta Dalmacia Ruiz Rosas con el poeta de Contra Natura.
Algunos
de esos viajecitos resultaban muy lejanos para uno que solo estaba acostumbrado al breve paisaje de
Barranco: la casa de Pablo Guevara en Pachacamac o la casa de Rocío Silva
Santisteban en San Miguel. El otro medio empleado fue la carta, recuerdo mi
comunicación con Ana Varela Tafur en Iquitos o con Montserrat Álvarez que se
había afincado en Paraguay: esto resultaba casi como una botella con mensaje
arrojado al mar. Pero funcionó, no solo las ubicamos sino que nos enviaron sus
poemas.
Nuestro entusiasmo era grande aunque nuestros bolsillos no tuvieran las
mismas dimensiones. Aun así, llegamos al cuarto número. ¿Cómo cubríamos los
gastos de la edición en los talleres de Willy Wong, en jirón Puno? Cancelábamos
la mitad del tiraje, inmediatamente nos movíamos para vender la mayor
cantidad de ejemplares y con ese dinero recoger la segunda mitad de la edición.
Ya para el que resultó, a la postre, el último número de Tocapus no funcionó ese sistema. No pudimos rescatar la edición
íntegra. Tiempo después me enteré que, como no pudimos recoger la segunda mitad
del tiraje, probablemente se destruyó o se utilizó como material para envolver
otras publicaciones, razón por la cual, ahora, apenas si tenemos unos pocos ejemplares
de este número.
Pero
aun así se planificó el quinto número de Tocapus. Teníamos problemas, pero el entusiasmo no decayó: yo ya tenía diseñada la
portada y contraportada de la revista (todos los números, como se ven en las imágenes, tenían portada diferente), Pablo había ya
escrito la pequeña presentación que incluíamos en cada número. Recuerdo que en este
fallido quinto número iban a publicar Francisco Bendezú, Arturo Corcuera, Roger
Santiváñez, José Antonio Mazzotti, Josemari Recalde, José Pancorvo, Omar
Aramayo, Éricka Ghersi, íbamos a invitar a Roxana Crisologo Correa. Todo parecía indicar que el quinto número saldría a pesar de las dificultades...
Lamentablemente
el quinto número se truncó. Algunos de los que se comprometieron a participar
dieron marcha atrás (el gran Paco Bendezú pasaba ya por momentos terribles), el
bendito dinero escaso en nuestros bolsillos y otras circunstancias apresuraron el
fin de esta bella experiencia de editar una revista en el Perú y confirmar la
vida breve, ese extraño sino de las revistas, más si estas no tienen auspicio,
que no lo queríamos para conservar la pureza.
Hojeo
el último número de la revista y me sorprendo de los epígrafes: ¿un vaticinio?
Vaya uno a saber, pero ahí están y veintidós años después no solo me
sorprenden, sino que me conmueven:
“A partir de ese número (el cuatro), el hombre está armado para
enfrentarse al mundo y a la vida. Pero está solo”.
(Carlos Fuentes)
“Ando y ando. / Si he de caer, que sea / entre los tréboles”. (Sora)
O como
dice en las líneas finales de la presentación:
“…pero
aquí estamos
para cuando
la noche nos cubra
¡oh
terca alegría!
ingresando
a vuestros ojos
como un
hueso helado”.
Estoy
seguro que eso fue Tocapus en
nuestras vidas y en esos momentos tan difíciles para el país, a pesar de todo... una terca alegría.
Continuará…
Morada de
Barranco, 29 de mayo de 2017.
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