lunes, 29 de mayo de 2017

EL QUINTO NÚMERO DE TOCAPUS




                                                                       Todo, menos morir.
                                                                               Martín Adán






   Rodolfo Hinostroza, Carlos Germán Belli, Vicente Azar, Juan Ramírez Ruiz, Carmen Ollé, Tulio Mora, Pablo Guevara, Armando Arteaga, Oswaldo Chanove, Rocío Silva Santisteban, Carlos Lopez Degregori, Rossella Di Paolo, Domingo de Ramos, Marco Martos, Raúl Mendizábal, Dalmacia Ruiz Rosas, Luis La Hoz, Enriqueta Belevan, Mirko Lauer, Ana Varela Tafur, Víctor Coral, Giovanna Pollarolo, Rodrigo Quijano, Montserrat Álvarez, Wáshington Delgado, Jorge Pimentel, Miguel Ildefonso, fueron algunos de los poetas que publicamos Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo en la revista Tocapus, publicación que editamos entre julio de 1993 a diciembre de 1995.






   Pienso en la querida revista y me remonto a aquella tarde de 1993 en que Willy Gómez Migliaro me visitó en la casa de mis padres, conversamos mucho, como de costumbre, sobre poesía, poetas, en fin. Ya cuando Willy se retiraba me soltó a boca de jarro: “Saquemos una revista”. Él acababa de terminar una relación y había editado en ese lapso una revista completamente blanca: Polvo enamorado. Su propuesta me sorprendió, pero la sorpresa no fue impedimento para responderle que la idea me entusiasmaba, tenía ya el nombre (y a Willy le gustó), lo demás sería cuestión de hablarlo. Días después conversé con Pablo Landeo y entusiasmado aceptó la propuesta. Nacía Tocapus.






   Acordamos que yo me encargaría del diseño de las portadas y contraportadas de los cuatro números de esta revista negra. Por entonces, entre otras cosas, me dedicaba a hacer collages con recortes de grabados antiguos, mi precisión con las tijeras es algo que hoy me sorprende, pero que entonces lo realizaba como la cosa más natural. Esos collages fueron uno de los distintivos de Tocapus. El diseño de las letras del nombre de la revista fue creación de Willy.








   Aún recuerdo las reuniones para decidir quiénes publicarían: tenían que ser nueve poetas, los tres últimos debían ser poetas jóvenes. Así fue en cada número. Los lugares de nuestras reuniones fueron variados. Recuerdo que las primeras veces lo hicimos en la Plaza Caraz de Barranco, un pequeño parque con bancas acogedoras y a la sombra de sus árboles decidíamos los poetas que saldrían en el primer número. Otro lugar era la playa de Barranquito, premunidos de sangrías o vinos bajábamos a la playa y discutíamos frente al mar hasta que personal de la municipalidad nos solicitó que nos retiráramos porque no estaba permitido consumir alcohol en la playa. Luego encontramos un lugar propicio, un pequeño bar ubicado en el límite de Barranco y Surco, ese fue desde entonces el lugar donde planificamos los tres últimos números de Tocapus, con cervezas o vinos de por medio.









   Invitar a los poetas a publicar, entonces, resultaba una odisea, eran épocas donde el celular estaba en pañales, y muy pocos tenían teléfonos en casa (pienso en Juan Ramírez Ruiz y en Domingo de Ramos), no había correos ni redes sociales. Contactarse con los poetas era complicado, pero hacíamos el esfuerzo: muchas veces tuvimos que ir a sus casas o a sus centros de trabajo (aún recuerdo a Carmen Ollé en Cendoc, a Carlos Germán Belli en El Comercio o a Oswaldo Chanove en el diario El Mundo, por mencionar a algunos) para recibir los poemas que se publicarían. O a veces milagrosamente llegaban a nuestras manos los poemas de un Rodolfo Hinostroza, por ejemplo, gracias a la amistad de la poeta Dalmacia Ruiz Rosas con el poeta de Contra Natura.









   Algunos de esos viajecitos resultaban muy lejanos para uno que solo estaba acostumbrado al breve paisaje de Barranco: la casa de Pablo Guevara en Pachacamac o la casa de Rocío Silva Santisteban en San Miguel. El otro medio empleado fue la carta, recuerdo mi comunicación con Ana Varela Tafur en Iquitos o con Montserrat Álvarez que se había afincado en Paraguay: esto resultaba casi como una botella con mensaje arrojado al mar. Pero funcionó, no solo las ubicamos sino que nos enviaron sus poemas.









   Nuestro entusiasmo era grande aunque nuestros bolsillos no tuvieran las mismas dimensiones. Aun así, llegamos al cuarto número. ¿Cómo cubríamos los gastos de la edición en los talleres de Willy Wong, en jirón Puno? Cancelábamos la mitad del tiraje, inmediatamente nos movíamos para vender la mayor cantidad de ejemplares y con ese dinero recoger la segunda mitad de la edición. Ya para el que resultó, a la postre, el último número de Tocapus no funcionó ese sistema. No pudimos rescatar la edición íntegra. Tiempo después me enteré que, como no pudimos recoger la segunda mitad del tiraje, probablemente se destruyó o se utilizó como material para envolver otras publicaciones, razón por la cual, ahora, apenas si tenemos unos pocos ejemplares de este número.






   Pero aun así se planificó el quinto número de Tocapus. Teníamos problemas, pero el entusiasmo no decayó: yo ya tenía diseñada la portada y contraportada de la revista (todos los números, como se ven en las imágenes, tenían portada diferente), Pablo había ya escrito la pequeña presentación que incluíamos en cada número. Recuerdo que en este fallido quinto número iban a publicar Francisco Bendezú, Arturo Corcuera, Roger Santiváñez, José Antonio Mazzotti, Josemari Recalde, José Pancorvo, Omar Aramayo, Éricka Ghersi, íbamos a invitar a Roxana Crisologo Correa. Todo parecía indicar que el quinto número saldría a pesar de las dificultades...






   Lamentablemente el quinto número se truncó. Algunos de los que se comprometieron a participar dieron marcha atrás (el gran Paco Bendezú pasaba ya por momentos terribles), el bendito dinero escaso en nuestros bolsillos y otras circunstancias apresuraron el fin de esta bella experiencia de editar una revista en el Perú y confirmar la vida breve, ese extraño sino de las revistas, más si estas no tienen auspicio, que no lo queríamos para conservar la pureza.





   Hojeo el último número de la revista y me sorprendo de los epígrafes: ¿un vaticinio? Vaya uno a saber, pero ahí están y veintidós años después no solo me sorprenden, sino que me conmueven:


“A partir de ese número (el cuatro), el hombre está armado para enfrentarse al mundo y a la vida. Pero está solo”. (Carlos Fuentes)


“Ando y ando. / Si he de caer, que sea / entre los tréboles”. (Sora)


   O como dice en las líneas finales de la presentación:


“…pero aquí estamos
para cuando la noche nos cubra
¡oh terca alegría!
ingresando a vuestros ojos
como un hueso helado”.


   Estoy seguro que eso fue Tocapus en nuestras vidas y en esos momentos tan difíciles para el país, a pesar de todo... una terca alegría.







   Continuará…






                                          Morada de Barranco, 29 de mayo de 2017.





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