Retirado en la paz de
estos desiertos…
Francisco de Quevedo
Transcurren los días del invierno limeño. El
frío de este año, pareciera, más agresivo que otras temporadas, pero nada
comparable a los inviernos salvajes de otras regiones del país o de otros
lugares del mundo con temperaturas bajo cero. Vivimos un frío invierno, sí, pero
soportable y que dispone al “encierro”, al íntimo encierro en casa, digamos,
abandonado (cuando no se trabaja) a la lectura de un libro (por estos días disfruto
de la lectura de Los Aprendices de
Carlos Eduardo Zavaleta), a la visión de alguna película entrañable y
retornable (por ejemplo, algún film de Buñuel, de Hitchcock o de Ford) o con
Rita y con Kathia conversar y reír hasta más no poder frente a unas humeantes tazas
de café, que siempre son grata compañía (me refiero al café).
Mencioné hace un rato que una de las cosas
que más disfruto en estas temporadas de frío es la lectura. Efectivamente.
Siento que nada hay como levantarse un fin de semana, 4:30 o 5:00 de la mañana,
cuando todos o casi todos todavía navegan en el sueño, así rodeado de un
silencio impecable llegar a la mesa que siempre me espera, prepararlo todo: el libro
o los libros y disponerme a escuchar con
los ojos…, obviamente parafraseo un verso del maese Francisco de Quevedo,
ese verso de un magistral soneto que cada que puedo releo y me identifico con
él. Aquí va esta joya barroca de la poesía castellana:
Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre
abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.
Las Grandes Almas que la Muerte
ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef!, docta la
Imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos
mejora.
Líneas arriba mencioné el título de una
novela, obra de un escritor peruano ya fallecido, realmente poco conocido y muy,
pero muy poco leído, alguien, digo yo, por descubrir. He leído dos libros suyos
y me parece realmente brillante, un maestro de la narrativa. ¿Es que alguien
podría negarle calidad y maestría a una novela corta (por mencionar a una de
sus obras) como Los Ingar (1955) de
Carlos Eduardo Zavaleta? Ese solo libro es consagratorio para cualquiera, pero ya
casi nadie lee esa maravillosa novela ubicada en la sierra de Ancash.
Pero Zavaleta escribió más, más y mejor; es
decir, se superó y nos dejó libros como el que voy leyendo, mucho más ambicioso
y complejo que Los Ingar, me refiero
a Los Aprendices (1974), novela que
aborda múltiples aspectos individuales, sociales, políticos… en un afán de “abarcar
una multiplicidad inabarcable”, ese rostro plural de un Perú que le cuesta
integrarse. Debo agregar que este libro fue un obsequio de mi amigo, el joven
escritor Esteban Vega quien tuvo una proverbial salida hacia la calle Quilca,
donde con un solo golpe de ojo halló el libro que andaba yo buscando hace un
buen tiempo, a pesar de haberlo tenido en el pasado y haber cometido el
disparate de venderlo sin haberlo leído, lo que luego se traduciría en
autorreproches y lamentos que son parte de anécdotas ajenas a esta entrada. Me
espera aún la lectura de una novela de Zavaleta que muchos aseguran que es su
mejor obra: Pálido, pero sereno,
novela de 1997.
No es lo único que voy leyendo. Son muchos
los libros que desfilan por mis manos y mis ojos en estos días, sobre todo los
de poesía: son días de descubrimientos y de redescubrimientos, de asombros y
confirmaciones: libros como este clásico indudable de la poesía peruana Un par de vueltas por la realidad del
maestro Juan Ramírez Ruiz reeditado por primera vez y que me aleja de las
fotocopias envejecidas de tanto leerlas. Otro
desenlace es un libro de quien me parece es una de las mejores poetas
peruanas de los últimos treinta años, me refiero a Magdalena Chocano, que en la
lejanía y casi en silencio ha ido publicando su magnífica obra poética. Hay un
poeta cuyo trabajo con el lenguaje me deja gratamente sorprendido, Rafael Espinosa,
su último libro El vaquero sin agua en la
cantimplora es de los mejores que voy leyendo por estos días, creo que lo he
releído como tres veces ya y lo sigo acechando con suma curiosidad y asombro.
Libros van, libros vienen. Así transcurren
los días de este invierno que de a pocos se va acercando a su fin. La colina interior, por ejemplo, de mi
amigo el poeta Antonio Sarmiento, reciente ganador del Copé de Poesía 2015,
llegó a mis manos y lo releo y constato sus versos producto de una labor cuidadosa,
de orfebre. Y los libros siguen llegando: Manicomio
de Maurizio Medo, El sendero del irivenir
de Paul Forsyth Tessey, en fin, como decía, libros van, libros vienen… Y yo
aquí, complacido, disfrutando del invierno entre libros y libros. Más no se
puede pedir.
Continuará…
Morada
de Barranco, 31 de agosto de 2017.
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