…en los recuerdos
claros de su tarde.
José María Eguren
El año está por terminar. La navidad ya pasó
y dejó sus huellas: la alegría de estar unas horas en casa de mis padres con
toda la familia: papás, hermanos, nueras, nietas, mascotas y algunos regalos,
entre ellos, libros que ya empezaron a ser devorados. La cosecha no estuvo nada
mal: los Cuentos Completos de Chéjov
que resultaron incompletos, pues me acabo de enterar que ha salido el cuarto
tomo; una novela breve (que estoy a punto de terminar): Una puerta que nunca encontré del hasta ahora para mí desconocido
Thomas Wolfe y Los Beatles, una
crónica fotográfica acompañada de un video. Nada mal como se puede ver.
Por estas fechas se suelen hacer recuentos
de los mejores libros, las mejores películas, las mejores obras teatrales, en
fin, listas y más listas. No tengo la pretensión de elaborar una señalando los
mejores libros o películas del año que termina, lo mío va a ser algo más
personal, más íntimo: nombrar aquellos libros y películas que más me gustaron este año, sin importar el año de edición o de estreno.
Ahora que hablo de listas, recuerdo que en mi adolescencia elaboraba listas anuales de lecturas: apuntaba los títulos de las obras y sus autores que había leído en el año respectivo, a veces me suelo topar con algunas de esas hojitas y me invade una nostalgia y compruebo sorprendido que entonces leía más y mi espectro de lectura era muy amplio: novelas monumentales (Guerra y paz, La Cartuja de Parma, Los miserables, Las ilusiones perdidas, Los hermanos Karamazov…), memorias, biografías, diarios, novelas breves, poemas épicos, cantares de gesta, cuentos, poesía lírica, ensayos (por ejemplo, los de Alfonso Reyes), libros de historia, de cocina, de arte (pintura, escultura, arquitectura), guías turísticas y otros libros más, como se ve, un abanico amplio.
Ahora que hablo de listas, recuerdo que en mi adolescencia elaboraba listas anuales de lecturas: apuntaba los títulos de las obras y sus autores que había leído en el año respectivo, a veces me suelo topar con algunas de esas hojitas y me invade una nostalgia y compruebo sorprendido que entonces leía más y mi espectro de lectura era muy amplio: novelas monumentales (Guerra y paz, La Cartuja de Parma, Los miserables, Las ilusiones perdidas, Los hermanos Karamazov…), memorias, biografías, diarios, novelas breves, poemas épicos, cantares de gesta, cuentos, poesía lírica, ensayos (por ejemplo, los de Alfonso Reyes), libros de historia, de cocina, de arte (pintura, escultura, arquitectura), guías turísticas y otros libros más, como se ve, un abanico amplio.
Hoy mis intereses se han reducido, leo sobre
todo novelas breves (me he apasionado por ellas), ensayos, cuentos y ante todo,
poesía, mucha poesía, ese es ahora mi universo de lecturas. Por ahí me doy
algunas escapadas y leo o releo alguna obra extensa, como puede ser, por
ejemplo, El mundo de ayer de Stefan
Zweig, libro de memorias rico en anécdotas y cargado de mucho dolor,
recomendable para saber algo más sobre esa Europa de antes de la Primera Guerra
Mundial y de entre guerras; es decir, una Europa ya desaparecida.
Imprescindible.
Pensaba en estos días cuáles fueron los libros y las películas que más me gustaron, mi opinión será la de un ávido lector y amante del cine, no aspiro, como lo dije líneas arriba, a elaborar listas pretenciosas. Cavilando algo, me atrevo, entonces, a expresar mi libre y humilde opinión sobre mi gusto por ciertos libros o películas que leí (o releí) y visioné (o volví a ver) en este 2016 que le queda ya pocos días.
Entonces, empiezo haciéndome esta primera pregunta: ¿Qué libros de poesía peruana me han gustado en este año que ha sido duro con los escritores peruanos? Para empezar, debo reconocer que sobre todo he releído, algunos poemarios editados este año llegaron a mis manos, otros no los pude conseguir por múltiples factores. Algunos de los poemarios que más me gustaron son los siguientes: Objetos de distracción de Magdalena Chocano, La silla en el mar de Rossella Di Paolo y En un mundo de abdicaciones de Victoria Guerrero.
Un caso particular, este año conseguí cuatro libros de Magdalena Chocano, todos ellos poemarios: Estratagema en claroscuro, Contra el ensimismamiento, Otro desenlace, así como Poems Read in London (edición bilingüe), son libros que confirman a Magdalena Chocano como una gran poeta, una poeta por descubrir. Lo reconozco, me falta leer Procesos autónomos de Manuel Fernández, Capital / Contracapital de Enrique Mendoza, Pintura roja de Willy Gómez Migliaro, Torschlusspanik de Rosa Granda. En el camino sucederá.
Sin embargo, debo mencionar que hay un poemario
que fue reeditado este año, al cumplirse el centenario de su publicación, me refiero a La canción de las figuras (editado por Perro
de Ambiente Editor) del enigmático y tímido José María Eguren, libro que releí y
disfruté sobremanera. Como bien sabemos, la obra de Eguren inicia la poesía moderna del
Perú, es, digamos, el pie de inicio de esa tradición poética sostenida y que se
ubica entre las tres o cuatro tradiciones latinoamericanas más importantes
(pienso en Chile, Nicaragua, Argentina y México).
La canción de las figuras es la confirmación
de una poesía (recordemos que en 1911, Eguren había publicado su primer poemario
titulado Simbólicas) que es una
reacción a la poesía imperante entonces: sonora, contundente, declamativa,
personificada en el grandilocuente José Santos Chocano. La poesía de Eguren va
por otros rumbos, está alejada del objetivismo y la contundencia novomundista
de Chocano, era (y es) una poesía que abordaba el mundo interior de un hombre sensible y
poco práctico que apelaba a los símbolos para expresar esos paisajes íntimos. Quizá por
eso su poesía no fue entendida ni por la crítica ni por los otros lectores
quienes la ningunearon o simplemente la ignoraron olímpicamente: la poesía de Eguren requería
de otro tipo de lector, y ese nuevo tipo de lector estaba entre los más jóvenes, por eso su poesía fue acogida por los intelectuales que entonces empezaban su camino (Valdelomar, Mariátegui, Vallejo, Oquendo de Amat, Martín Adán, Moro, Westphalen, Peña
Barrenechea, Abril).
Imagino la reacción de los lectores de esos años que no
comprendieron los nuevos aires que traía la poesía de Eguren, enfrentarse a
unos versos que en una simple lectura dejaban percibir una atmósfera brumosa (muy
propia de Barranco, su morada) y de personajes impregnados de colores
impensados como ese “plomizo, carminado / y con la barba verde…” que los
tornaban en misteriosos y fantasmales como el “dios cansado” que tiene la
desdicha de transitar “ignorado por la región atea” o el de un caballo “muerto
en antigua batalla” que pareciera buscar o escapar de algo o alguien con sus “ojos
vacíos”. Era inevitable, los críticos (pienso en Riva Agüero, en Ventura García
Calderón, en Clemente Palma) y demás lectores de entonces: no estaban preparados
para una poesía sugerente como la de Eguren: aquellos transitaban predios del siglo XIX. Pero la poesía de Eguren se impuso y es hoy por hoy una de las cimas
del Parnaso peruano.
Se me hace inevitable transcribir los dos
poemas antes mencionados y uno más, no el archiconocido La niña de la lámpara azul que tanto gustaba a Jorge Luis Borges, sino
Peregrín cazador de figuras, que
resulta siendo el mismo poeta que “mira desde las ciegas alturas” en ese su afán de
capturar esos paisajes y personajes misteriosos que su imaginación le dictaba.
EL DIOS CANSADO
Plomizo, carminado
y con la barba verde,
el ritmo pierde,
el dios cansado.
Y va con tristes
ojos,
por los desiertos
rojos,
de los beduinos
y peregrinos.
Sigue por las
obscuras
y ciegas capitales
de negros males
y desventuras.
Reinante el día
estuoso
camina sin reposo
tras los inventos
y pensamientos.
Continúa, ignorado
por la región atea;
y nada crea
el dios cansado.
EL CABALLO
Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.
Sus cascos sombríos…
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces
lejanas.
En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se
para.
Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas
y por ruinosas
plazas.
PEREGRÍN CAZADOR DE
FIGURAS
En el mirador de la
fantasía,
al brillar del
perfume
tembloroso de
armonía;
en la noche que
llamas consume;
cuando duerme el
ánade implume,
los órficos insectos
se abruman
y luciérnagas fuman;
cuando lucen los
silfos galones, entorcho
y vuelan mariposas de
corcho
o los rubios vampiros
cecean,
o las firmes jorobas
campean;
por la noche de los
matices,
de ojos muertos y
largas narices;
en el mirador
distante,
por las llanuras;
Peregrín cazador de
figuras
con ojos de diamante
mira desde las ciegas
alturas.
Por tal razón, si me preguntaran, a boca de
jarro, ya no solo qué libro me gustó más, sino cuál es, a mi parecer, el mejor libro de poesía editado en el Perú este 2016 que ya
termina, respondería con toda seguridad que es La canción de las figuras del siempre insondable José María Eguren, libro que he leído
y disfrutado con la sensación de estar rodeado de la niebla espesa de Barranco (típica de invierno) y de sus fantasmales y etéreos
personajes.
¿He leído a otros poetas? Pues sí, a
muchos, pienso en la poesía de Fernando Pessoa, Paul Celan, Osip Mandelstam,
César Vallejo, Ezra Pound, Wallace Stevens, Carlos Martínez Rivas, Martín Adán, José Lezama Lima, Carlos
Oquendo de Amat, Germán Carrasco, Diego Maquieira, Dylan Thomas, en fin, la
lista es larga. También he leído libros de otros géneros, como lo comentaba, pero
eso es materia de la siguiente entrada.
Continuará…
Morada de Barranco, 28 de diciembre de 2016.
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