Huyo de aqueste mar tempestuoso.
Fray Luis de León
Este año decidimos viajar a Tarma.
Vacaciones de medio año: tiempo propicio para alejarse del “mundanal ruido”. Partimos
el miércoles 3 de agosto, a la medianoche. El viaje debía durar, según la agencia, unas seis horas
hasta Jauja y de ahí debíamos tomar un colectivo que nos lleve a Tarma, lo más
pronto posible, un viajecito que calculamos como de una hora, en total: siete horas. Todo estaba planificado.
Pero el viaje de Lima a Jauja duró diez
horas, trabajos en la carretera lo alargaron hasta el aburrimiento. Se suponía
que, según nuestros cálculos, a las seis de la mañana debíamos estar en la
primera capital del Perú, no fue así, a esa hora recién estábamos en La Oroya. Nos
esperaban, todavía, cuatro interminables horas de camino. Una vez en Jauja, ubicamos el paradero de los colectivos e inmediatamente partimos a Tarma, nos esperaba algo así como una hora de camino. Efectivamente, a eso de las once de la mañana, la avistamos
desde la carretera que iba en bajada serpenteante entre montañas y un sol esplendoroso.
Ya en la ciudad, lo primero, el hospedaje. Ubicamos un hermoso hotel
en la calle Huánuco: El Dorado, típica casona tarmeña de dos pisos (una de las pocas que quedan) de un antiguo hacendado, sin exageración alguna, gigantesca, sus tres patios son la pruebas de lo que digo. Pero no solamente
grande, todo pulcro, ordenado y una atención de primera hacen de este hotel una magnífica
opción. Por ese lado, contentos de nuestro hallazgo. Ese primer día lo empleamos en recorrer Tarma, en descansar luego del viaje agotador.
Al segundo día de nuestra estadía en la “Perla
de los Andes” (así se le conoce a Tarma), nos embarcamos en un tour corto de
seis horas, ¿destino? Pintishmachay, Tarmatambo y la hacienda La Florida. Fue
espectacular, gratificante. El paisaje sobrecogedor de Tarma emociona y deja
huellas profundas: las enormes montañas impresionan, sobre todo si quien las ve
es un hombre criado en la costa. La lucha del hombre de estos lares por dominar
la naturaleza impacta, lucha titánica que no solo es de ahora, esta viene desde
épocas inmemoriales, ahí están los restos arqueológicos para demostrarlo, por
mencionar uno solo, que hasta ahora se vienen utilizando: me refiero a los andenes
prehispánicos (preíncas e incaicos) de Tarmatambo.
Pero el viaje no hubiera sido igual si es
que no hubiéramos contado con los servicios de un buen guía, en este caso, de
una magnífica guía: Annie. Joven, muy bien informada, con una voz agradable y
con muy buenos recursos para expresarse que hicieron de esta salida no solo
algo impactante, sino también instructivo. Razones más que suficientes para
terminar contentos con esta salida.
Los tres puntos que conocimos ese viernes 5
de agosto están en las inmediaciones de la ciudad de Tarma, de los tres, del
que hablaré ahora será de Pintishmachay, lugar que alberga, según los
estudiosos, unas seiscientas pinturas rupestres, lo que lo convierte en el santuario
rupestre más grande del Perú.
En el camino, una breve parada para observar
la hondonada donde se asienta la ciudad de Tarma desde el Mirador del elefante,
así llamado porque desde ahí se ve nítidamente a una montaña que circunda a la
ciudad con la forma de un elefante echado. Ahí nos enteramos, gracias a Annie,
que donde se ubica Tarma, antes fue una laguna y que en algún momento lo volverá
a ser. Al buscar alguna leyenda al respecto, hallé esta en versión adaptada de Steve
Kruchinsky.
Cuentan que allá en los lejanos tiempos del
incario cuando el valle que ocupa la actual ciudad de Tarma, era una laguna de
aguas azuladas y en cuyas alturas existían las populosas comarcas de
"Tarmatambo" y "Punchaumarca", haber ocurrido este prodigioso
acontecimiento.
Cuando el gran Inca Huayna Cápac llegó a
Tarmatambo, que por entonces era metrópolis de la tribu los Tarumas, al frente
de un poderoso ejército para la conquista del maravilloso reino de los Shiris
de Quito, hubo que dejar muy a su pesar en dicha localidad, al príncipe
Yupanqui afectado de una extraña enfermedad, al cuidado de un hábil y experto
curandero.
Yupanqui que era uno de sus favoritos
capitanes, porque además también le unían vínculos de sangre con el monarca;
apenas pudo restablecerse de sus dolencias, decidió marchar prestamente tras el
ejército imperial y cuando con su séquito ascendía por las alturas de
"Carhuacatac" fue sorprendido por una violenta tempestad que obligo a
refugiarse en una humilde choza de unos pastores, la mojada motivo la recaída
del mal que lo afectara y hubo de guardar obligado reposo para su mejoría.
Cushi Urpi, una bella pastorcilla, se
esmeraba en prodigar atenciones al príncipe con marcada humildad. En efecto,
largas noches había permanecido poniéndole en su frente y sus sienes caldeadas
por una persistente fiebre, extrañas hojas frescas de yerbas medicinales. Y con
qué alegría y admiración contemplaba la arrogante y hermosa faz del guerrero. Y
el también contemplaba extasiado sus cuidados con cariño maternal y todas las
mañanas cuando asomaba la aurora solían despertarla y se sentía atraído en
forma irresistible por una singular expresión de aquel rostro agraciado y por
el dulce acento de su voz, cuando le ofrecía humildemente sus alimentos.
Y así en silencio fue naciendo en aquellas
almas jóvenes un tierno amor, el príncipe ya no tuvo prisa en viajar y más bien
trato de prolongar su estadía, por una extraña felicidad inundaba todo su ser,
al sentirse al lado de la bella pastorcilla.
Pero un día llegaron unos chasquis con la
orden del Inca, para ponerse inmediatamente en marcha. Yupanqui notó que una
inmensa tristeza se apoderaba de su ser, su espíritu fuerte y altivo, se diluyo
como la sal en el agua. Por primera vez en su existencia una honda amargura, al
pensar que tenía que perder para siempre al ser amado.
Después de varios días de meditación,
decidió tomar a Cushi Urpi por esposa y esta resolución comunicó prestamente a
los hombres de su séquito y los padres de la pastorcilla, y estos le mostraron
su negativa y al mismo tiempo su asombro, porque, ¿cómo era posible que un
príncipe, de sangre real fuera a unirse en matrimonio con una humilde sierva?
Yupanqui comprendió lo difícil de su
situación y decidió a no perder a su amada, fue en busca y la halló pastando
una manada de hermosos "pacos" (alpacas) por la ladera. Cushi Urpi
requerida por el príncipe, le respondió que debía obedecer a sus padres.
En este tremendo trance notó el guerrero que
se le nublaban los ojos y al disiparse vio extasiado en el fondo del valle, una
laguna azulada y en cuyas aguas se dibujaba un paisaje magnifico.
Cushi Urpi que también contemplaba aquel
bello espectáculo meditó un instante y pronto acudió a su mente una feliz inspiración
y sumisamente se acercó ante el atribulado guerrero y le interrogo de esta
manera: “Tú que eres príncipe y gran señor, tú que eres hijo del Sol, ¿serías
capaz de convertir en fértil valle las aguas de aquellas extensa laguna?”.
Yupanqui caviló breves momentos y
prestamente blandiendo en sus manos una honda de finos colores, le repuso: “Y
si tu deseo fuera cumplido, ¿consentirías ser mi esposa?”. La pastorcilla completamente
turbada, le contestó afirmativamente, entonces el guerrero, impulsado por un
misterioso designio postró sus rodillas en tierra y oró a su padre el Sol, con
marcada devoción y enceguecido por los intensos rayos de su luz, inclinó su frente
hasta rozar con la tierra.
En aquel instante se escuchó un agudo
silbido en el espacio y a corta distancia rodó por el suelo un trocito de oro,
levantando en su caída una nubecilla de polvo. El joven guerrero prestamente se
apoderó del áureo metal colocándolo luego en su honda, calculó la distancia con
la aguda mirada de hábil guerrero y moviendo rápidamente en círculos el arma,
lo lanzó con suma destreza al fondo del lago.
A poco, apercibiéndose el estrépito de su
caída, crujió la montaña, tembló la tierra, las aguas del lago se agitaron y
aquellos felices amantes pudieron contemplar con asombro, que el elevado cerro
que aprisionaba las aguas, se partió en dos para dar paso al agua de la laguna.
La noticia de aquel prodigio cundió en la
comarca de los Tarumas como el fulgor del relámpago. La unión de la joven
pareja cumpliendo el pacto acordado se realizó con gran contento y algarabías
de los fieles súbditos, las fiestas se prolongaron por muchos días, con
diversas manifestaciones traducidas en cantos, danzas guerreras y bailes con
vistosos atavíos, al término de los cuales, la feliz pareja hubo al fin de
emprender viaje al nuevo reino conquistado, cumpliendo órdenes del inca Huayna
Cápac.
Desde aquel entonces, los felices Tarumas,
convirtieron los terrenos que ocupaban las aguas de las extensas lagunas en un
inmenso campo de cultivo, especialmente de maíz, traídos por los guerreros del
glorioso ejercito Imperial, con el tiempo, en ese lugar se edificó la actual
ciudad de Tarma.
Pintishmachay se ubica en las cercanías de un
pueblo llamado Huaricolca, este pueblo se halla a unos veinte minutos (en carro)
de la ciudad de Tarma. Un camino asfaltado en subida nos lleva hacia el pueblo
y a través de un desvío llegamos a la entrada del santuario: impresionante.
La conformación rocosa, la casi ausencia de
vegetación (salvo el ichu y algunas otras plantas) en un lugar que se halla a
unos 3 200 metros sobre el nivel del mar, más el camino en ascenso en medio de
un viento helado, a pesar de un Sol abrasador, dificultan un poco el trayecto:
la amenaza del soroche acecha. Sin embargo, lo que nos rodea hace olvidar de a
pocos las dificultades: estamos transitando un lugar de dioses, los viejos
dioses del antiguo Perú, es un territorio de mitos y leyendas que vienen de los
tiempos primigenios, no es poca cosa.
En el camino a la doble cueva de Pintishmachay,
Annie nos contó una leyenda sobre Mama Huari y sus trece hijos. Si la memoria
no me falla, este relato anónimo cuenta lo siguiente:
En
tiempos pasados, existía una mujer poderosa llamada Mama Huari, esta tenía
trece hijos. Como gobernante y como madre, Mama Huari había hechos las cosas
bien. Sin embargo, cuando ya los hijos eran mayores empezaron a pelear entre
ellos, a pesar de que la madre intentó controlarlos, no pudo. Decepcionada
abandonó su pueblo y se subió a una montaña donde había una caverna, ahí en la
caverna lloró en soledad. Los dioses la transformaron en una mujer de piedra en
actitud de llorar. Cuando sus hijos la encontraron transformada, se
arrepintieron y prometieron nunca más pelear. Pasado el tiempo, ya cuando la
muerte empezó a visitar a los hijos, todos ellos escogieron como lugar de
muerte una montaña que ubicada al frente de la caverna donde estaba su madre
transformada. Allí murieron los trece hijos, cada que moría uno de los hijos,
inmediatamente se transformaba en piedra, razón por la que esa montaña tiene
trece puntas de piedra y se le conoce como la Montaña de los Trece Guardianes,
porque desde ahí pareciera que los trece hijos están cuidando a su madre.
Lamentablemente la mujer de piedra no se
conserva. Annie nos contó que hace varios años, unos hombres intentaron
llevarse a Mama Huari y en su intento esta se vino abajo destruyéndose
totalmente, hoy en la caverna solo se ve a una mujer pintada en la pared de la
caverna, obra de un artista moderno, un recuerdo de lo que antes hubo ahí. Una lástima.
Unos días después, ya en los dos colegios
donde trabajo, conté ambas leyendas y los alumnos (incluido un joven profesor) quedaron sorprendidos por las dos historias fantásticas, tanto que un grupo de alumnos de quinto de secundaria harán su viaje de promoción a Tarma, porque entre
otras cosas quieren conocer el lugar donde estuvo Mama Huarmi y donde están los
trece guardianes. Buena decisión, no se arrepentirán.
Continuará…
Morada de Barranco, 27 de agosto de 2016.
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