Ya ha principiado el invierno en
Barranco…
Martín Adán
El insoportable verano se aleja de a pocos,
se resiste, pero se va alejando en tanto un tímido otoño “asoma” inseguro, poco
decidido; pareciera temeroso, sin personalidad, pero en los días de su
atrevimiento, la neblina hace acto de presencia y cubre con misterio el paisaje.
Los días fríos son un anticipo de la estación que tanto amo, los disfruto:
siempre preferí al verano el invierno, no es una novedad.
Cómo se hace extrañar el invierno que es
capaz de crear atmósferas íntimas. La esperanza de su llegada me hace anticipar
con nostalgia e imaginación mañanas y tardes, aquí en mi faro del cuarto piso,
de lecturas impagables y de jornadas de películas bien abrigado y con una
inseparable taza de café recién pasado que llegarán y serán bienvenidas,
recibidas con los brazos abiertos, como en los viejos tiempos.
Si la experiencia de la relectura de ciertos
libros le proporciona a uno momentos de descubrimiento y crecimiento, visionar
nuevamente ciertas películas, y en invierno, tiene un encanto insuperable pues crea
momentos íntimos y de complicidad con Rita, o sea, de felicidad, trozos de
paraíso en el tercer planeta: ¿es que acaso El
hombre quieto del maese John Ford o alguna otra joya no justifican una
mañana o una tarde de abandono y admiración, por ejemplo, de la eternamente
bella Maureen O’Hara (esa su inolvidable cabellera roja) o de algunas de las
heroínas de El rayo verde o Cuento de verano de ese maestro del
diálogo que fue Eric Rohmer?
Para este invierno tengo ya el firme
propósito de embarcarme en algunas sesiones de lectura de dos o tres novelas breves
del frágil y siempre grandioso Stefan Zweig: pienso en Amok, tantas veces postergada, en Ardiente secreto y en Carta de una desconocida, toda una joya narrativa, esta sí relectura. A raíz de haber visionado, en estos días, En el corazón del mar, una película que cuenta la historia trágica del Essex, barco hundido por un cachalote, se me despertó el afán de releer una
monumental novela de Herman Melville que hace muchísimos años no visito: Moby Dick y varios de sus cuentos (el
ineludible Bartleby el escribiente, Billy
Budd, marinero y Benito Cereno) y
poesía, mucha poesía: Vallejo, Celan, Pessoa.
Mientras tanto voy transitando por algunos
libros de poesía que hace una buena punta de años no frecuentaba (a no ser de
manera aislada o uno que otro poema), clásicos latinoamericanos que desde la
segunda década del siglo XX irrumpieron con su voz novedosa y que desde hace
unos meses literalmente devoro: Pablo Neruda, Vicente Huidobro, José María
Eguren, Martín Adán, José Lezama Lima, Oliverio Girondo, Octavio Paz, y el
mismo César Vallejo, antes nombrado, todos ellos con libros fundamentales, pilares que sostienen con solidez la riqueza y variedad de la poesía de este lado del mundo (¿alguien podría
negar la importancia y el valor de Poemas
humanos, Residencia en la Tierra,
Altazor, Escrito a ciegas o Canción de las figuras?).
Hay un libro que no es de poesía, que voy leyendo de manera desordenada, cada que puedo, sin prisa, sin esa disciplina de lectura de la obra de los poetas anteriormente mencionados. Hablo de un libro de un autor a quien muy pocos ahora leen: José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, conocido como Azorín, el libro a que hago referencia es Al margen de los clásicos, un libro que recoge pequeños apuntes, glosas sobre algunos de los personajes más representativos de la literatura española de siglos pasados (Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega, Góngora, Quevedo, Bécquer, entre otros).
Su prosa de frases breves, sencillas, delicadas, describe con rápidas pinceladas, por ejemplo, el retrato de algún escritor, poeta o con notable maestría describe un ambiente o un paisaje como el que se dibuja ante los ojos de un absorto Gonzalo de Berceo frente a la perfección de la naturaleza: "Desde la ventanilla de la celda se ve el paisaje fino y elegante: Se ven unos prados verdes, aterciopelados, un riachuelo que se desliza lento y claro, y un grupo de álamos que se espejean en las aguas límpidas del arroyo". Pintura con palabras, no encuentro otra definición para los textos de este bello libro.
Su prosa de frases breves, sencillas, delicadas, describe con rápidas pinceladas, por ejemplo, el retrato de algún escritor, poeta o con notable maestría describe un ambiente o un paisaje como el que se dibuja ante los ojos de un absorto Gonzalo de Berceo frente a la perfección de la naturaleza: "Desde la ventanilla de la celda se ve el paisaje fino y elegante: Se ven unos prados verdes, aterciopelados, un riachuelo que se desliza lento y claro, y un grupo de álamos que se espejean en las aguas límpidas del arroyo". Pintura con palabras, no encuentro otra definición para los textos de este bello libro.
Junto a las lecturas mencionadas, el empeño
y la curiosidad para conocer un poco más sobre pintura (estoy escribiendo un
libro donde la pintura es, diría, el leivmotiv)
me lleva por caminos donde descubro la sorprendente obra de personajes como el
norteamericano-alemán Lyonel Feininger (Nueva York, 1871 - 1956), personaje de quien antes nunca supe
nada, pero que, investigando algo sobre su vida, me entero que fue compañero de
ruta de uno de los pintores que más admiro: Paul Klee, cuya pintura la emparento, salvando distancias, con la poesía del peruano José María Eguren: hay en ambos un espíritu de infante que se expresa y bucea por extraños mundos y atmósferas inquietantes, irreales, oníricas. Veamos.
EL
CABALLO
Viene
por las calles,
a la
luna parva,
un
caballo muerto
en
antigua batalla.
Sus
cascos sombríos...
trepida,
resbala;
da
un hosco relincho,
con
sus voces lejanas.
En
la plúmbea esquina
de
la barricada,
con
ojos vacíos
y
con horror, se para.
Más
tarde se escuchan
sus
lentas pisadas,
por
vías desiertas
y
por ruinosas plazas.
FAVILA
En
la arena
se
ha bañado la sombra.
Una,
dos
libélulas
fantasmas...
Aves
de humo
van
a la penumbra
del
bosque.
Medio
siglo
y en
el límite blanco
esperamos
la noche.
El
pórtico
con
perfume de algas,
el
último mar.
En
la sombra
ríen
los triángulos.
PEREGRÍN
CAZADOR DE FIGURAS
En
el mirador de la fantasía,
al
brillar del perfume
tembloroso
de armonía;
en
la noche que llamas consume;
cuando
duerme el ánade implume,
Los
órficos insectos se abruman
y
luciérnagas fuman;
cuando
lucen los silfos galones, entorcho
y
vuelan mariposas de corcho
o
los rubios vampiros cecean,
o
las firmes jorobas campean;
por
la noche de los matices,
de
ojos muertos y largas narices;
en
el mirador distante,
por
las llanuras;
Peregrín
cazador de figuras,
con
ojos de diamante
mira desde las ciegas alturas.
mira desde las ciegas alturas.
EL
DIOS CANSADO
Plomizo,
caminando
y
con la barba verde,
el
ritmo pierde
el
dios cansado.
Y va
con tristes ojos
por
los desiertos rojos,
de
los beduinos
y
peregrinos.
Sigue
por las obscuras
y
ciegas capitales
de
negros males
y
desventuras.
Reinante
el día estuoso,
camina
sin reposo
tras
los inventos
y
pensamientos.
Continúa
ignorado
por
la región atea;
y
nada crea
el
dios cansado.
De la pintura de Feininger he de decir que está
influenciada por varios movimientos vanguardistas (fauvismo, cubismo,
expresionismo), pero no se puede decir que sea un fiel adscrito de tal o cual
movimiento innovador, su obra es independiente, y más que pertenecer al cubismo,
por ejemplo, su estilo pertenecía a lo que él mismo llamó como prismaísmo, ese afán por fracturar o quebrar la realidad de sus cuadros (sea a través de líneas o trazos o con los mismos colores). No
quiero profundizar mucho sobre la obra de este magnífico pintor, ya habrá
oportunidad para ello, quiero sí mostrar algunas de sus pinturas y compartir el asombro ante una obra tan poco mencionada, pero de notable personalidad.
En fin, los días pasan, el tiempo va
cambiando y uno aquí, en su morada, esperando el cambio definitivo: “Nieblecita
del pequeño invierno, cosa del alma, soplos del mar, garúas de viaje en bote de
un muelle a otro, aleteo sonoro de beatas retardadas, opaco rumor de misas,
invierno recién entrando…”, como escribiera, hace muchos años, un jovencito genial llamado Rafael
de la Fuente Benavides, más conocido como Martín Adán.
Continuará…
Morada de Barranco, 30 de abril de
2016.
Interesantísimo descubrimiento el del pintor, que me parece arroja una nueva luz como precursor de Fernando Zóbel, un pintor que admiro y a quien tuve la dicha de estrechar la mano.
ResponderEliminarPuedo decir que, con Juan Ramón, Azorín es mi escritor predilecto. A mi juicio, es un escritor donde importa tanto lo que escribe como lo que calla. Al margen de los clásicos es un libro admirable que abre las puertas a entender la esencia de muchos escritores. Si no recuerdo mal, allí encontré motivo para leer el Persiles y admirar un poco más a Cervantes desde entonces. Tal vez los dos escritores más incomprendidos de España: todo Azorín y el Cervantes del Persiles.
Un abrazo.
Gracias, apreciado amigo, que bueno es saber de ti. Para mí fue toda una sorpresa agradable descubrir la pintura de Feininger, sus cuadros me abren a nuevos campos y espacios que recorro complacido.
ResponderEliminarCon respecto a Azorín, cada que puedo lo leo, la sencillez como pinta las cosas siempre me admiró, como que uno lee y se impregna de su sabiduría (ojalá fuera cierto), de esos sus ojos que veían lo que nuestros ajos no alcanzan a ver. Imprescindible para mí el leerlo.
Por cierto, Martín Adán, cuando adolescente, fue un devoto lector de Azorín y su influencia se nota en su primer libro titulado "La casa de cartón".
Un abrazo y gracias por tu comentario.