…del lado
mismo al mismo lado…
Rafael Méndez Dorich
Uno
de los momentos más felices de la poesía peruana ocurrió cuando, como una
tromba, irrumpió el Vanguardismo. Iconoclasta, innovador, ecléctico, diverso, este movimiento terminó
por liquidar al Modernismo que desde hacía unos años se encontraba agonizante y se jugaba ya los descuentos. Curiosamente el Vanguardismo duró muy poco
(apenas si quince o dieciocho años), menos que el Modernismo, pero la huella
que dejó es indeleble y definió el camino que seguiría desde entonces la poesía
del Perú, a diferencia de otros países, como México, por ejemplo, cuya poesía
está signada por la presencia del Modernismo de la que no ha podido desligarse, otro camino igualmente válido.
Este
movimiento internacional cuyo nombre, como sabemos, es una expresión fracesa de origen militar (avant garde) tuvo en el Perú como mayores representantes a una
pléyade de poetas como César Vallejo (aunque curiosamente él no sentía afecto ni
por la vanguardia ni por los vanguardistas), Alberto Hidalgo, Martín Adán,
Carlos Oquendo de Amat, Xavier Abril, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen,
Enrique Peña Barrenechea, Juan Parra del Riego. No fueron los únicos, junto a ellos marcharon un gran
número de poetas cuyas obras no alcanzaron la magnitud de los anteriormente
nombrados, la lista es larga: Federico Bolaños, José Varallanos, Serafín
Delmar, Nicanor de la Fuente, Juan José Lora, Francisco Sandoval, Mario Chabes, Armando Bazán, Alberto Guillén, César Alfredo Miró Quesada, Nazario Chávez Aliaga, Julián Petrovick, Dante Nava,
Emilio Armaza, Luis de Rodrigo, Emilio Vásquez, Óscar Imaña, Rafael Méndez Dorich…, en fin, la
lista es larga, muy larga.
Detengámonos
en el último poeta mencionado: Rafael Méndez Dorich (Mollendo, 1903 - Lima, 1973) de
quien Carlos Oquendo de Amat escribió alguna vez en la revista Rascacielos N° 3 (noviembre de 1926): “rafael
mendez dorich – poeta anfibio, algunas frases suyas nos cojen del brazo para
recoger la luna y la vida, alquila sus paisajes de chocano, perez domenech y
del mediocre de amat”. "Poeta anfibio", curiosa definición.
Bien, mencionaré una curiosidad que involucra a Méndez Dorich con un importante poeta español, el "Andaluz universal". Corría
el año 1928, cuando Federico García Lorca publicó un libro que causaría mucho
impacto, ese poemario es probablemente su libro más conocido, me refiero a Romancero gitano, al hojear dicho poemario uno
se topa con el siguiente poema:
REYERTA
A Rafael
Méndez
En la
mitad del barranco
las
navajas de Albacete,
bellas
de sangre contraria,
relucen
como los peces.
Una
dura luz de naipe
recorta
en el agrio verde,
caballos
enfurecidos
y
perfiles de jinetes.
En la
copa de un olivo
lloran
dos viejas mujeres.
El
toro de la reyerta
se
sube por las paredes.
Ángeles
negros traían
pañuelos
y agua de nieve.
Ángeles
con grandes alas
de
navajas de Albacete.
Juan
Antonio el de Montilla
rueda
muerto la pendiente,
su
cuerpo lleno de lirios
y una
granada en las sienes.
Ahora
monta cruz de fuego,
carretera
de la muerte.
*
El
juez, con guardia civil,
por
los olivares viene.
Sangre
resbalada gime
muda
canción de serpiente.
Señores
guardias civiles:
aquí
pasó lo de siempre.
Han
muerto cuatro romanos
y
cinco cartagineses.
*
La
tarde loca de higueras
y de
rumores calientes
cae
desmayada en los muslos
heridos
de los jinetes.
Y
ángeles negros volaban
por
el aire del poniente.
Ángeles
de largas trenzas
y
corazones de aceite.
En efecto, el poema está dedicado a Rafo Méndez (como lo llamaban sus amigos). Y es
que Rafael fue amigo de muchos grandes poetas con quienes mantuvo correspondencia,
aparte de García Lorca podemos mencionar a Rafael Alberti, César Moro, Carlos
Oquendo de Amat, Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Gabriela Mistral. Se han conservado algunos retratos suyos que demuestran que también cultivó la amistad de pintores
y dibujantes como Macedonio de la Torre, Manuel Domingo Pantigoso, Paco Abril,
entre otros.
Si
no fuera porque Méndez Dorich creó muchos poemas y publicó varios poemarios,
diría de él que es un perfecto poeta bisiesto; es decir, un poeta que no publicó libro alguno y solo escribió un
poema, pero no cualquier poema sino un gran poema que lo salve de la muerte y cuyo recuerdo se conserve en la memoria de las generaciones posteriores. Pero Rafael
Méndez no es un poeta bisiesto.
EL TELEGRAFISTA MUERTO
Detrás de la trinchera, después de la
tragedia
que llegó de improviso sin que nadie la
viera,
con los auriculares de caucho colocados
aún en los oídos
y el gesto siempre atento,
seguía recibiendo órdenes
el telegrafista muerto.
Como un ejército
desorientado, de recuerdos,
velaba sus pupilas
el alfabeto Morse de los sueños.
Todavía estaba acústico
el telegrafista muerto:
vibraban los sonidos en sus manos abiertas
y sus oídos fríos
percibían las ondas astrales del silencio…
El telegrafista muerto, como se puede
leer, es un magnífico poema vanguardista (la presencia de la tecnología es obvia), que pudo haber sido un rotundo “poema bisiesto”,
pero el texto de tema bélico (hacía poco había terminado la Primera Guerra Mundial) salió publicado en el libro Dibujos
animados del año 1936 junto a unos (agárrense) aproximadamente ciento
treinta poemas (la verdad es que uno se cansa hasta de contarlos), número
excesivo, según mi parecer, pues entre tantos poemas fallidos y de mediana factura,
destaca este con luz propia, es la perla de otro lote que nos lleva a pensar que
Méndez Dorich no aquilató o no conoció el silencio, error garrafal que lleva a
algunos poetas a creer que todo lo que se escribe es publicable. Fatal.
Esta
falta de contención no solo ocurrió con el poemario del año 36, también está
presente en sus otros libros (no puedo hablar de Sensacionario, del año 1924, poemario que no conozco). Por ejemplo,
en la Salutación escrita por Ernesto
More para el tercer poemario de Méndez, titulado Cantos rodados del año 1968, se encuentran estas líneas: “Sin
intentar una selección rigurosa, y hacer con ella una plaqueta, el vate ha
preferido mostrar a todos los hijos de su imaginación”. Y es cierto, quien
revise el libro hallará en él poemas escritos desde 1918 (cuando el poeta tenía
quince años), muchos sonetos formalmente perfectos pero que no aportan nada
nuevo (pienso en los sonetos de Martín Adán) y varios poemas definitivamente circunstanciales cuya publicación no se
justificaba, como este dístico titulado Colofón
(La borra borra la borrachera / David: la vid da vida entera.”).
Pero
entre tanto poema fallido hallamos en Cantos rodados tres poemas de notable calidad, me refiero a
Ocupado en dormir, César Moro y Pablo Picasso, poemas que están en la línea del surrealismo.
Recordemos que junto con César Moro y Emilio Adolfo Westphalen escribieron
filudos panfletos contra el poeta chileno Vicente Huidobro (“el obispo
embotellado”), escritos que fueron publicados en el único número de la revista El uso de la palabra del año 1939. Pero no
persistió en el surrealismo, creo yo que fue otro error: Rafael Méndez Dorich “surrealizaba”
bien. He aquí los poemas.
OCUPADO
EN DORMIR
A Juan
Luis Velásquez
Luego
de arribar sin freno de tempestad a tempestad
unos skies
de tertulia que ruedan por los muslos
desbaratan
el hilo de alfileres maduros
esperando
al reloj que pedalea debajo del agua
desde
el foete de tantas bocas
que
succiona una nube incompleta
que
se entretiene en dar migas de algodón
a los
pelícanos
cuando
todavía una luz baila
en la
cabeza sangrando de la espina
mientras
la oruga
arruga
las cejas de su menor contento
se
retrata el cañón abrupto en un lago de madera
se
afeitarán con llanto las palomas de acero
estremecidas
con una doble trompeta en la frente
entre
las sombras silbantes
con
una cuerda que empapela la nueva hora
donde
deletrean
las
cardinales orejas de piloto perseguido
descubierto
con una palmera en cada ojo
se
sube al mar desde sus señas
con
el aspecto de otro nombre
de la
sandalia boca abajo
hacia
el sombrero boca arriba
en la
voz adorada paralela a un huevo dorado
con
una mano caída de bruces
tras
los estambres de la lámpara
de la
cola devastada
con
una cuchilla a medio crecer
contempla
el manantial
el
trompo vagabundo que inauguró el incendio
distendiendo
los brazos de una brújula agobiada
en
costras otoñales
que
se agrupan junto a la lluvia cautiva
pastoreando
puñales con la punta del pie
al
empolvar los dientes despeinados de la pilastra
con
una sortija en los labios
alargados
a menos no poder
sin
palanquear la alfombra que se calmó al volar
desgrana
las escamas en los frascos
yacentes
al borde de la sábana
cuando
teje magnolias vertidas en la pared
la
lengua que patina por los bosques de sal
del
sueño medio al medio sueño en medio del sueño
el
fuego que no tiene raíces en el patio
ancla
sobre la fruta
la
verja trasplantada
que
se coloca de perfil contra el aire
una
garza en sazón porfía con las pulseras
en
vidrios de perfume
donde
chispea la garúa de ortigas japonesas
con
un árbol debajo del brazo sacuden en la torre
al
elefante embriagado que despeña pañuelos
cogido
en un cascabel de la marea acribillada
está
al rojo vivo
que
al tocarlo se endulzan los tímpanos
de la
araña rosada
que
vuela entre la axila petrificada
levantando
una ciudad de viento reducida a las tinieblas
mientras
estrecha los ojos de ambos sexos
hasta
el rayo que el mar hamaca pacientemente
con
elegancia ahorcada o considerable
violada
en las cuerdas
de un
ejercicio poco aplaudido
la
flor con dos hojas gachas
es
apenas un perro saludable
muy
alegre camina sin brazos sin cabeza y sin nada
sobre
el punto borrado de un caballo desvanecido
sin
ir mañana por las ojeras del tallo
para
que caiga el humo de la puerta fermentada
invernada
en la frente
se
clava la estrella de musgo
mejor
vista es el pie a tanta distancia del suelo
del
lado mismo al mismo lado
ensangrentando
las probetas
el
paquidermo elástico retratado en la cisterna
en la
caverna en la taberna y en la pierna
ganoso
de perder en la ruleta de los polos
tocados
por la pluma con el reverso de la flecha
alcanzando
los campos de ensalada
del
horizonte comestible
las
lianas de marfil próximamente proyectado
hasta
el mástil baldío
que
nos dobla la edad el tamaño y el viaje
desde
los muros errantes
por
el cabello manuscrito
emparedando
al mediodía con sus luciérnagas de harina
una
voz embarcada en el incendio es apenas un hilo
te
hundo mientras tú llegas
y
subiré contigo por el agua
porque
la estación no se defiende
de la
pavesa hecha astillas
inflada
hasta semejar una gruta de plomo blanco
en
las ramas de fuego
que
ha mellado todas las hachas conocidas
tan
solo alcanza al hombro y medio cuerpo duerme
de
tan pequeño el párpado que no se llega a cerrar
la
ceniza desciende…
1934
CÉSAR MORO
Con mudable galope
desde el ángulo facial de los pies poblados
de cejas
variante despejada doble nariz cruzada a la
rodilla
en el cinturón de una flor aletea un platillo
en los hombros con raíces de algas
sobrenada un mar inmediatamente dormido
relincha un hipocampo por el cactus
restaurado
la lengua de un botín en la corbata
fotografiada
dos botones muy claros en el botín muy claro
al correrse de hilachas las medias del
establo.
Si damos crédito
al rinoceronte generoso y académico
se tratará de una maniaca gelatina.
Se puede ver cómo una medusa logró amarrar el
agua
pero es un gusano desbocado bajo la lluvia
hasta la mujer recortada
que se baraja dando las espaldas
a un mar que brota de la cámara obscura.
Servirá postre de frutas en el verdadero
desnudo
desde un canasto de moras, pepinos y fresas
chapoteando hasta que todas las palabras
sean un mismo sonido
quién habrá puesto una cabeza de cuero
tan bien horneada al parecer en el paisaje
que no podrá César
cae a medio caer una hoja que ya no cae
con las raíces de yuyo
los traspuntes de un maíz elegancia
en un bosque cualquier estrella sobre la nuca
eco poderoso de un horno
de un grito lanzado debajo del agua
ave foxtrot romano vamos a bailar
escoja su pareja colgada en aquella pared
se podría remover la cadena de la marea
con un mondadientes
ya lo conoce
como si nunca le hubiera estrechado los
dientes
le mira correr por el salón como un condenado
se ha devorado la cancha ha soplado la cancha
no ha confundido la cancha el tiempo es
variado.
1934
PABLO PICASSO
Cae lepra de agua
Sobre los racimos grises
que recorren las arañas volátiles.
Las falenas dilatan el aire con los ojos
Plumas brotan del reverso de las flechas
heridas
La tortuga de vidrio del discóbolo
Injertada en pestañas de hueso irremediable
crece en la verde boca que pastorea el puñal
Estrepitosamente tibio de ondular a los
gorriones
Se descubren impactos microscópicos
Desapercibidos y cercanos idénticos a la voz
De la cebra enfundada en la escala de los
bolsillos
Tras la rejilla de miel que picotea la
caricia
En el vertiginoso desamparo de un caimán en
reposo
Se alcanza a oír la costra del mapa
desgarrado
Todos los picos serán curvos hasta la palma
de los ojos
Que arranca los vaivenes del muslo evaporado
Abierto como una daga
Sobre los poros negros de la estrella
Que suda en los cabellos fatigados del mármol
Lívidos garfios de púrpura que fermentan en
el índice
Del mundo al sacudir los escombros de
desesperación
Tierna pastilla de carne que trasplantan los
pájaros
Se asoman en la nieve ventanas de animales.
1935
En
1972 publicó una amplia selección de su poesía titulada Profundo centro, en los más de ochenta poemas seleccionados nos encontramos nuevamente con El telegrafista muerto y con Pablo Picasso. En 1973, a poco de
morir, salió editado su último libro titulado Globos cautivos, poemario que contiene cinco textos inéditos,
cuatro de ellos largos poemas.
A la
distancia, tengo para mí que Rafael Méndez Dorich se preocupó en no dejar ningún poema inédito, me parece que publicó todo: su abundancia y su dispersión creo que malograron su obra en conjunto. Un error que no supo ver o no quiso corregir.
Alguna vez Mirko Lauer dijo que allá por 1975, Luis Alberto Sánchez había escrito sobre Dibujos animados que ese libro “bastó para consagrarlo”, pero que en verdad “no lo salvó del olvido”. Suena cruel, algo de cierto tiene, pero ese poema, ese solo poema titulado El telegrafista muerto rescataría a cualquiera del anonimato. En lo personal, no me canso de leerlo (su musicalidad y su misterio me atraen) y cada que puedo recuerdo algunos de sus versos. Gran poema que, imagino, lo creó en un estado de iluminación que lamentablemente no se repitió en él, sino estaríamos hablando de uno de los grandes poetas de la tradición poética peruana.
Alguna vez Mirko Lauer dijo que allá por 1975, Luis Alberto Sánchez había escrito sobre Dibujos animados que ese libro “bastó para consagrarlo”, pero que en verdad “no lo salvó del olvido”. Suena cruel, algo de cierto tiene, pero ese poema, ese solo poema titulado El telegrafista muerto rescataría a cualquiera del anonimato. En lo personal, no me canso de leerlo (su musicalidad y su misterio me atraen) y cada que puedo recuerdo algunos de sus versos. Gran poema que, imagino, lo creó en un estado de iluminación que lamentablemente no se repitió en él, sino estaríamos hablando de uno de los grandes poetas de la tradición poética peruana.
EL TELEGRAFISTA MUERTO
Detrás de la trinchera, después de la
tragedia
que llegó de improviso sin que nadie la
viera,
con los auriculares de caucho colocados
aún en los oídos
y el gesto siempre atento,
seguía recibiendo órdenes
el telegrafista muerto.
Como un ejército
desorientado, de recuerdos,
velaba sus pupilas
el alfabeto Morse de los sueños.
Todavía estaba acústico
el telegrafista muerto:
vibraban los sonidos en sus manos abiertas
y sus oídos fríos
percibían las ondas astrales del silencio…
Continuará…
Morada de
Barranco, 30 de octubre de 2015.
el bebedor de la noche buen escritor me encanta
ResponderEliminarGracias por tu visita y por tu comentario. Un abrazo.
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