Alguna vez existió un hombre
marcado por el estigma crudelísimo de la música.
Luis Hernández
Cinco de la mañana. Hay tranquilidad y
silencio en casa, también en la calle. Duermen Rita y Kathia, desde donde estoy
“cuido” su sueño. Sentado en el sofá, oigo ese disco (álbum, le llaman ahora) del cada
vez más lejano año 1965, me refiero al Rubber
Soul, de The Beatles, ese
impecable y sólido disco que diera origen a algunas reacciones (perdonen si
parece que escribiera en clave) que cambiarían el mundo musical (y cultural), más de lo que
ya había cambiado cuando aparecieron como una tromba tres años antes,
en definitiva ese disco es un must have,
más que recomendable para todo aquel que quiere pasar algunos minutos (casi
treintaiséis) acompañado de buena música: Drive My Car, Norwegian Wood, Nowhere Man, You Won't See Me, Michelle, Girl, I'm Looking Though You, In My Life, If I Needed Someone, son algunos de los temas.
Una hora después, con el silencio cómplice
de estas horas (y más si es domingo), voy hacia la mesa con varios libros
elegidos para la ocasión, tras de mí se ubica mi biblioteca (que pareciera
protegerme) y sus casi infinitos libros, ese laberinto de labios que asoma y
que con unos simples movimientos de mis manos y ojos están a mi disposición. De
esos libros que llevo entre las manos, ya sentado, elijo uno: Las islas aladas (edición del sello Pesopluma, Lima, 2015), una publicación que recoge los tres únicos poemarios publicados por el legendario
Luis Hernández, poeta peruano perteneciente a la llamada Generación del 60
(entre cuyos integrantes se encuentran Javier Heraud, Rodolfo Hinostroza, Juan
Ojeda, Arturo Corcuera, Marco Martos, Antonio Cisneros, César Calvo, Guillermo Chirinos Cúneo,
Mirko Lauer).
De los tres poemarios que integran Las islas aladas, el que me interesa
releer en esta mañana fría y silenciosa es el titulado Las Constelaciones,
curiosamente publicado el año 1965. Un libro incomprendido en esos años,
criticado por lo que entonces parecía de mal gusto y que con el paso de los años
quedaría como una de sus virtudes: el uso de palabras procaces (lisuras las
llamamos aquí por estas tierras antiguas) o provenientes de la jerga, inusual en la poesía peruana. La miopía
crítica de entonces casi aplastó al libro y al mismo poeta quien no volvió a
publicar libro alguno. Pero Hernández no abandonó la escritura, como bien
sabemos, abandonó el mundo editorial y pergeñó “con su bella letra”, en cuadernos escolares y con plumones, los
¿libros? que conformarían su posterior obra reunida bajo el título de Vox Horrísona. Pero eso es ya harina de otro costal.
Las
Constelaciones obtuvo el año 1965 el segundo premio de un concurso poético prestigioso que se realizaba cada cinco años en la ciudad de Trujillo: “Premio
el Poeta Joven del Perú”, concurso hoy desaparecido (hay que recordar que en la primera
versión del año 1960 compartieron el primer lugar Javier Heraud y César Calvo, ambos amigos de Hernández).
La decisión del jurado causó sorpresa entonces y hasta el día de hoy uno se
sigue preguntando cómo es que pudo suceder, pues el libro de Hernández era, junto
con el libro de Juan Ojeda (Elogio de los
navegantes) que también participó del concurso, de lejos el mejor libro. Cosas raras de estos certámenes, nada nuevo en realidad.
Este libro del año 1965 (publicado bajo el
sello Cuadernos Trimestrales de Poesía) fue punto crucial para el desarrollo de
nuevos discursos (poesía coloquial, conversacional, lúdica, desfachatada) en la
poesía del Perú que todavía arrastraba influencias superrealistas, francesas.
Con Las Constelaciones se abren las
puertas y se ponen de manifiesto la influencia (que no copia) de la poesía de
habla inglesa (Thomas Stearns Eliot, Ezra Pound, Dylan Thomas, por ejemplo), ese
libro y su ya legendario “che’ su madre” fue el pie de inicio, el arranque de
lo que desarrollarían poetas posteriores como los de la Generación del 70 (Juan
Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, por mencionar a algunos). Pero también fue el inicio de su marginalidad, de la confección de sus coloridos cuadernos que iría obsequiando a los amigos (y también a los desconocidos) como una manera especial y extraña de transmitir "el halago de la poesía".
Una muestra de esa poesía adelantada y renovadora del lenguaje, que a pesar del tiempo transcurrido, no ha perdido sorpresa y frescura, consigno a continuación.
Una muestra de esa poesía adelantada y renovadora del lenguaje, que a pesar del tiempo transcurrido, no ha perdido sorpresa y frescura, consigno a continuación.
GÉMINIS
Es extraña nuestra
canción. Es demasiado triste y antiguo lo que cantamos. Nuestra canción no nos
pertenece. Y si se nos oye en las noches en las ferias, es porque no somos
ajenos al cansancio y la gloria, porque la paz que encontramos alcanzará a
cubrir por un día el deseo.
Hemos llamado en nuestra
ayuda a la fatiga. Hemos subido los muros. Hemos dejado en casa al hermano, al
mismo hermano que guarda quizás sea que volvamos el gastado cuaderno de sus
labios.
Hemos ascendido los
mares, uno a uno llegado. Y es que Nave, lo más Sur y vencido, nos aguarda. Y
tal vez este juego que inventamos, este juego en que ardemos confundidos, ha
venido de sus manos a las nuestras.
Y en nuestro corazón,
que jamás fue duro, es poniente ahora. Porque pese a que fuimos simples e
inalcanzables, hemos sobrevivido al hermano. Lo hemos dejado, ciego y amargo,
en sus viajes no emprendidos: sólo trazos de los dedos silenciosos sobre el
mapa.
EL BOSQUE DE LOS HUESOS
Mi país no es Grecia,
Y yo (23) no sé si deba admirar
Un pasado glorioso
Que tampoco es pasado.
Mi país es pequeño y no se extiende
Más allá del andar de un cartero en
cuatro días,
Y a buen tren.
Quizá sea que ahora yo aborrezca
Lo que oteo en las tardes: mi país
Que es la plaza de toros, los museos,
Jardineros sumisos y las viejas:
Sibilinas amantes de los pobres,
Muy proclives a hablar de cardenales
(Solteros eternos que hay en Roma),
Y jaurías doradas de marocas.
Mi país es letreros de cine:
gladiadores,
Las farmacias de turno y tonsurados,
Un vestirse los Sábados de fiesta
Y familias decentes, con un hijo
naval.
Abatido entre Lima y La Herradura
(El rincón de Hawai a diez kilómetros
De la eterna ciudad de los burdeles),
Un crepúsculo de rouge cobra banderas,
Baptisterios barrocos y carcochas.
Como al paso senil del bienamado,
ahora llueve
Una fronda de estiércol y confeti:
Solitarios son los actos del poeta
Como aquellos del amor y de la muerte.
EZRA POUND: CENIZAS Y CILICIO
1
Tower of Pisa
Alabaster and not ivory. Y eterno,
Para ferias de fascistas
Quien la canta.
Y ebrio ya de belleza y en demencia
(Puede ser que sus ojos sean nuestros)
Rojo mar y el adriático crepúsculo
Y dos guerras herrumbradas en su
frente:
Frente a la lívida amenaza de la
historia:
Ezra Pound,
Ezra
Y su ejército perenne en pie
De muerte.
Torre de Pisa
Et cinis et cilicium.
2
Ezra:
Sé que si llegaras a mi barrio
Los muchachos dirían en la esquina:
Qué tal viejo, che' su madre,
Y yo habría de volver a ser el muerto
Que a tu sombra escribiera salmodiando
Unas frases ideales a mi oboe.
El milagro se oculta entre lo oscuro
Donde olvido y memoria son tan sólo
Los reflejos de lo áspero y amado,
La ilusión que ha surgido del enebro
Duramente recuerdo tus poemas,
Viejo fioca,
Mi amigo inconfesable.
DIFÍCIL BAJO LA NOCHE
1
Alguna vez existió un hombre marcado
por el estigma crudelísimo de la música. Durante sus primeros años vivió
solitario en su espíritu, demasiado difícil bajo la noche.
Una tarde, sin embargo, escuchó que
sus manos jamás se habían posado sobre algún mortal. Abandonó entonces su
habitación y su flauta, y dijo: Noche ondulante, húmedo viajero. Hace ya tiempo
que desde el silencio de mi corazón te acechaba. Sin deseo he vagado de ventana
en ventana. Debo ahora ascender en tus brazos incontables, noche gemela de las
muchas noches.
2
Una melodía inimitable lo colmó, y no
fue más la luna presagio de desdichas. Los altos muros de granados, los
densos muros lo acogieron en sus sombras. Dijo su alma a los astros, los jamás
solitarios e infinitos: muchas veces soñé con la marea, con el lento reflujo de
las rosas en el dulce planeta inconcebible. Sé que de mi corazón y su luz
brotarán los días nuevos, sé que la lluvia habrá de negarme para siempre el
infortunio.
FEDERICO CHOPIN
Que has muerto es verdad, así como es
posible
Que nazca quien con encanto
Pueda oírte trinar:
Sea quizá que al morir no recordaras
Que tu blanca y abatida,
Tu Polonia,
Harta estaba del pincel
Del romántico y las ninfas
Sabiamente aferradas a esta tierra.
Hoy el lento esparcimiento del estuco
te recuerda.
Las personas que un Sábado prefieren
La tristeza que juzgan elevada
Te retratan y admiran tus cabellos,
Sobre el piano los yesos de la fama,
Mascarillas de muerte, tu suspiro
Ultimo, y tu mano cercenada
Por el tajo fugaz del contrapunto.
CANTO PRIMERO
Digamos que eres un muchacho,
Acaso el que tallara
La sortija del durazno,
Pensemos que ella fue creciendo en tu
dedo
Hasta hacerse lejana como un astro.
Digamos que eres un muchacho
Que juega en una nave de piedra
Al abordaje.
Pensemos que atrapaste tu vejez
Con unos garfios,
Inútilmente.
Inútilmente dibujaste sobre tu cuerpo
Al vagabundo cruel
De las islas aladas:
Sin deseo, sin prisa, sin belleza,
Eres solo en la noche del espacio.
Gran año ese 1965, año del Rubber Soul y de Las Constelaciones, año maravilloso
de esa década fascinante donde a cada paso uno se topaba con expresiones
mayores del espíritu, sea en música popular o en la poesía (y por qué no en el
cine), por mencionar solo algunos aspectos. Jamás olvidaré la anécdota aquella
que se cuenta a raíz de la salida de este disco de The Beatles. Cuando el líder de The
Beach Boys, Brian Wilson, oyó el disco, reconoció que era el disco más
maduro de los cuatro de Liverpool, un disco donde cada canción aportaba con su
fuego creativo a hacer aparecer al Rubber
Soul no como un disco que solo “recogía” canciones dispersas sino un puñado de
canciones maduras y misteriosas que formaban “un conjunto sólido”, preámbulo de
lo que serían esos llamados discos conceptuales.
Luego de oír Rubber Soul, Wilson asumió el reto de crear algo mejor: "Realmente
no estaba preparado para algo así. Parecía como si todo el contenido del álbum
formara un conjunto. Rubber Soul era
una colección de canciones [...] que de alguna manera se fueron conjuntando
como en ningún álbum antes hecho, y quedé muy impresionado. Le dije a la banda:
Eso es todo, realmente me siento desafiado a hacer un álbum mejor." Y lo
intentó, mejor dicho, contra viento y marea (pues ni sus propios compañeros de
banda entendían el disco y ni lo querían grabar) compuso y dirigió la grabación de ese fabuloso disco
llamado Pet Sounds (para algunos el mejor disco de pop de todos los tiempos), que salió cinco
meses después del disco de The Beatles (ya en el año 1966).
La cosa no acabó ahí, luego The
Beatles sacó al aire otro discazo: Revolver,
ese mismo año de 1966. Wilson para entonces preparaba otro álbum que tendría que ser
mejor que Pet Sounds, se llamaría Smile (una de las canciones sería ese
fabuloso e inolvidable tema Good
Vibrations), pero The Beatles
estaba en su mejor época y lo que vino después haría colapsar a Brian Wilson,
me refiero que la salida del disco (45 rpm) Strawberry
Fields Forever, adelanto del mítico álbum Sgt, Pepper’s Lonely Hearts Club Band, del año 1967, lo afectó de
tal manera que abandonó el proyecto de Smile
que recién saldría en 2011 (como The
Smile Sessions). ¿El origen de todo este periplo musical?: Rubber Soul, gran disco, enorme deuda contigo mismo si no la has oído todavía.
No me había percatado, pero ahora que
escribo sobre este álbum y este libro, caigo en la cuenta de dos cosas: que en este 2015 se conmemora los cincuenta años de ambos. Buen motivo para celebrar a
lo grande los dos acontecimientos. Curioso. Pero más curioso todavía fue confirmar que
el disco de The Beatles salió al aire
el tres de diciembre y que en ese mismo mes salió publicado el libro de Luis
Hernández. Ambos partieron el mismo mes para seguir sus distintos derroteros. Curiosa la coincidencia. Curioso que eligiera en este domingo leer, oír y escribir sobre ambos. Hasta la próxima.
Continuará…
Morada de
Barranco, 30 de agosto de 2015.
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