Tú
estás aquí como la brisa o como un pájaro
Carlos Oquendo de Amat
I.
Ya no es común ver a alguien con un libro. En los parques, en los medios
de transporte, en las calles es una imagen ausente. Ver a alguien leyendo un
libro es todavía más difícil, pareciera solo ser un recuerdo cada vez más
lejano, el celular ha reemplazado al libro, pareciera. Ese bendito aparato cuyo
mal uso lo vuelve un peligro, incluso puede desarrollar una adicción, nomofobia
la llaman
Ahora no resulta raro ver a gente que sale a caminar, supuestamente para
relajarse, para entrar en contacto con la naturaleza, pero ni siquiera miran a
su alrededor, no pierden sus miradas en la distancia: no toman conciencia de la
importancia de los espacios, sus ojos han recortado sus miradas a la simple
pantalla de un celular, tanto es así que no miran ni por dónde caminan, es en
verdad lamentable.
Sin embargo, hace pocos días pude ver a alguien leyendo, una joven
sentada en una banca del Parque Municipal de Barranco, abandonada al placer de
leer (obsérvese a los otros, casi todos con celular). Fue como hallar, por la
dificultad lo digo, un trébol de cuatro hojas o una herradura en mi camino,
puedo parecer hiperbólico, pero esa fue la sensación y me dio mucha alegría, no
todo está perdido. De ahí la foto, quise entonces capturar el momento,
perennizarlo.
El placer de leer, el que se experimenta porque nada ni nadie te obliga:
leer porque quieres, porque te da la gana hacerlo. Gran deuda para con uno
mismo si nunca se experimentó el placer de embarcarse en las páginas de un
libro. Pero ¿por qué leer? Por muchas razones. Antes precisemos que la lectura no
es un fin sino un medio, un camino o posibilidad de vivir vidas paralelas, de
abandonar momentáneamente la realidad real y sus preocupaciones, un puente para
informarnos y asimilar (si se vuelve hábito) los recursos verbales que emplean
los escritores, de esta manera ampliamos, enriquecemos nuestro vocabulario,
ello nos permitirá que logremos expresar de manera precisa y fluida lo que
realmente queremos decir; o sea, la lectura como el medio que nos conducirá a
desarrollar nuestra capacidad expresiva. En la medida que lo logremos,
tendremos más seguridad y sin dudas ni temores nos relacionaremos de mejor
manera con nuestro entorno, a final de cuentas, estamos hechos de palabras. De
ahí mi preocupación, insistencia y mi lucha porque la lectura se vuelva
práctica constante, una actividad habitual en la vida de cada uno de mis
alumnos.
II.
Lo comentaba en
la entrada anterior, esta Navidad ha sido pródiga (suerte la mía) en regalos,
los más esperados, hablo de libros (quién no ama la lectura no entenderá esta
alegría). Los libros que me llegaron esta Navidad, y los
mencionaré sin ningún ánimo de jactancia, son: Claus y Lucas de la
húngara Agota Kristof, Los recuerdos del porvenir de la mexicana Elena
Garro, El maestro y Margarita del ruso Mijaíl Bulgakov, Las aventuras
de Pinocho del italiano Carlo Collodi, Encrucijadas del
norteamericano Jonathan Franzen, El loro de Flaubert del inglés Julián
Barnes, Cuentos de la era del jazz del norteamericano Francis Scott
Fitzgerald, Gargantúa y Pantagruel del francés Francois Rabelais, Los
cuadernos de don Rigoberto del peruano Mario Vargas Llosa, Almendra
de la surcoreana Won-pyung Sohn. Regalos de mis hermanos, de mi hija y de
algunos amigos (y autorregalos, por cierto).
Unos días después llegaron a
mis manos unos libros más, en esta oportunidad fue por mi cumpleaños. Los
nombro: Suave es la noche del norteamericano Francis Scott Fitzgerald, Jakob
von Gunten del suizo de lengua alemana Robert Walser y unos autorregalos: las
novelas El conformista del italiano Alberto Moravia, El incendio y
las vísperas de la argentina Beatriz Guido y Misa de Gallo y otros
cuentos del brasileño Joaquim Machado de Assis. Definitivamente joyas. Mi
panorama de lecturas para estos días y los meses que se vienen se pinta más que
atractivo.
III.
La lectura ha sido para mí una forma de conocerme más o de reconocerme,
de saberme alguien que muchas veces ha olvidado, por el tráfago de la vida
práctica y material, algunos aspectos aparentemente insustanciales. La lectura
como forma de resistencia, otra manera de seguir luchando, de enfrentar una
realidad cuyos alcances mayores se dirigen a los puros logros materiales. Es
imposible no percibir cómo se abren nuevas puertas hacia otros horizontes que
nos hacen comprender y aceptar que no estamos solos, que la diversidad más que
dividir enriquece la vida, nuestras vidas.
Me será imposible olvidar
ciertas experiencias de lectura como cuando me identificaba con las ambiciones
y dudas de Julián Sorel en Rojo y negro o las de Rastignac en Papá
Goriot, de las peripecias de Jean Valjean en Los miserables, de las
tribulaciones del niño Ernesto de Los ríos profundos, de las aventuras
de Ismael en Moby Dick o de Edmond Dantès en El conde de Montecristo,
de la locuacidad de Pierre Bezujov en Guerra y paz, de las angustias
e inseguridades del niño sensible de En busca del tiempo perdido, en
fin, podría pasarme el tiempo mencionando personajes que me recuerdan cómo fui,
títulos que me dicen cómo soy.
Una vez Oscar Wilde dijo sobre
un personaje de Honoré de Balzac: “La muerte de Lucien de Rubempré es el gran
drama de mi vida”. Para alguien que no ha disfrutado de la lectura, esta cita
de Wilde puede resultar exagerada, pero es que muchos de estos personajes
ficticios pueden dejar (y dejan) una huella perdurable en nuestras vidas,
incluso mucho más marcada que las que podrían dejar personas de carne y hueso:
a mucha gente que conocí las he olvidado, a los personajes que acabo de
mencionar (y algunos otros más), están y estarán siempre presentes en mi
vida...
Continuará…
Morada de Barranco, 27 de enero de 2025
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