PORQUE
MIS OJOS ERAN NIÑOS
Carlos
Oquendo de Amat
Aquellos viejos tiempos en los que uno iba al cine y sabía que los otros
también iban al cine, como uno, a ver la película. Ir al cine, entonces, no era
ir a cualquier sitio, era un asunto casi ritual que demandaba preparativos, más
si se iba con la familia: tenías que vestir el mejor traje, los zapatos no solo
limpios, refulgentes, bien peinado, recientemente peinado, con la cabellera
húmeda y la raya del peinado marcando cual cicatriz tu cabeza… Hoy, muchos van
al cine, sobre todo, a comer, entran a la sala cargando unas descomunales
bandejas donde llevan montañas de pop corn y gigantescos vasos con gaseosas.
Insoportables, si te tocan como vecinos, los ruidos que hacen de tanto comer se
convierte en un lamentable “soundtrack” de la película. No te queda otra que
cambiarte de sitio para, probablemente, encontrar a otro tragaldabas como nuevo
vecino.
Otro
problema con el que me he visto en una sala de cine es, ya no digamos los que
suelen contar la película conforme esta va pasando (problema antiguo, por
cierto, siempre han habido deslenguados), sino la de aquellos irrespetuosos que
manipulan sus “benditos” celulares: reciben o hacen llamadas o lo que es peor,
se ponen a jugar con él en plena función y mortifican a los demás con sus “lucecitas”.
Una plaga, realmente. Entonces uno se hace esta pregunta medio ingenua: ¿No que
la tecnología era para estar al servicio del hombre y no al revés?
Un
tercer problema que ocurre ahora es que muchas salas (sino todas) ya no
proyectan las películas extranjeras subtituladas sino dobladas. Para mí es un
problema. Pertenezco a una generación que desde niños nos hacían ver películas
subtituladas (salvo que las viéramos en la televisión que ahí era inevitable).
Todavía me recuerdo viendo películas como Los
diez mandamientos o Un millón de años
antes de Cristo, por mencionar un par de ellas que vi no sé cuántas veces
en mi infancia, sin haber aprendido todavía a leer y con las imágenes que
desfilaban ante mis ojos, no entendía la película, entonces yo mismo les creaba su historia apelando a mi
imaginación porque, como dice Oquendo, mis ojos eran niños.
En estos tiempos, muchos ya no valoran la versión original de un film, porque visionar una película implica también oír la voz de los actores. Para mí es vital. Es lamentable, pero se han acostumbrado, los han acostumbrado a lo fácil, quieren brindarle (por fines netamente comerciales) todo digerido al espectador. Pésimo.
En estos tiempos, muchos ya no valoran la versión original de un film, porque visionar una película implica también oír la voz de los actores. Para mí es vital. Es lamentable, pero se han acostumbrado, los han acostumbrado a lo fácil, quieren brindarle (por fines netamente comerciales) todo digerido al espectador. Pésimo.
Disculparán el pesimismo de mis comentarios, pero es una realidad que
hoy se vive y pareciera que, salvo unos cuantos, nadie protesta ni reclama
nada. A todo esto se agrega la pésima cartelera de nuestra capital, probablemente
la más pobre de América del Sur. Casi todo lo que se proyecta en nuestros cines son
películas de pésima calidad, netamente comerciales, puramente comerciales (con todo
lo negativo que este concepto implica), previsibles y que responden a esquemas
por todos conocidos; es decir, ya de antemano se sabe cómo ha de terminar la
película, pero así y todo hacemos colas para ver algunos de esos bodrios
plagados de persecuciones, estallidos, voladuras de carros, muertes, sangre,
mucha sangre, películas de acción las llaman.
Me acabo de enterar que este 2017, que avanza a pasos acelerados, los que vivimos en Lima no veremos la secuela
de esa película de culto que es Trainspotting
ni tampoco tendremos la oportunidad de visionar la más reciente película de
Woody Allen, lo que en otros países será cosa corriente, aquí nos impiden, nos niegan la
posibilidad de espectar, por ejemplo, estas dos películas. Todo esto resulta
increíble, sobrerrealista.
Hace mucho que no voy a una sala de cine, es cierto, pero no he dejado de visionar películas. En estas vacaciones últimas, prácticamente con Rita hemos visto una película por día: sesenta películas en dos meses, no está mal. Sé que la emoción no es la misma, visionar un film en el cine es diferente, pero ante lo expuesto en párrafos anteriores, prefiero ver tranquilamente en casa películas sin la presencia de tragaldabas, sin individuos manipulando sus celulares, sin doblajes y visionando buenas películas.
Continuará…
Morada de Barranco, 28 de marzo de 2017.
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