Prosa dura y magnífica…
Martín Adán
El verano aprieta. Jamás hubo uno tan
caluroso como este, y junto a las altas temperaturas: la radiación que torna al
Sol en un enemigo peligrosísimo. Pero a pesar del sofocante verano, uno
aprovecha las vacaciones y se lanza a la aventura refrescante a través de
lecturas y de la visión de películas.
Si de películas hablamos, todas las tardes tenemos
una cita con el cine Rita y yo, son las ventajas que las vacaciones otorgan. Han
desfilado ante nuestros ojos, en esas tardes incendiarias, películas de John
Ford (¿Quién mató a Liberty Valance?,
Pasión de los fuertes, El sargento negro); de Francois Truffaut (Fahrenheit 451, Disparen sobre el pianista,
Las dos inglesas y el amor); Luis Buñuel (Viridiana, El río y la muerte, Bella de día); Jean Renoir (La regla del juego); Roman Polanski (El pianista, Repulsión); David Lean (Doctor Zhivago); Ingmar Bergman (El séptimo sello)…, entre otros
directores y películas. Como se ve, clásicos.
Por estos días, también ando enfrascado en
la lectura de poesía, por ejemplo estoy leyendo profundamente sorprendido una
antología de la poesía de Emily Dickinson en traducción de Silvina Ocampo, un
obsequio de hace veinte años de mi hermano Willy Gómez Migliaro. Releo
complacido una selección de poemas de Fernando Pessoa, el de las múltiples
máscaras, en traducción de Rodolfo Alonso. Dos libros de poetas peruanos me
acompañan en estos días calurosos: Diario
de poeta de Martín Adán y la Poesía
completa de César Vallejo. Como puede verse, ando en muy buena compañía.
Hace unas semanas comenté que por estos
tiempos mis preferencias en la narrativa iban por la lectura de novelas breves,
ese “género a caballo entre el cuento y la novela”, según decía de ellas Julio
Cortázar. Entonces me puse a recordar algunas de ellas que un tiempo atrás
habían pasado por mis manos y mis ojos para nunca más abandonarme: Pedro Páramo de Juan Rulfo, El perseguidor de Julio Cortázar, La metamorfosis de Franz Kafka, El coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada, ambas
de Gabriel García Márquez, Carta de una
desconocida o 24 horas en la vida de
una mujer de Stefan Zweig, Las batallas en el desierto de José emilio Pacheco…, en fin, la lista es larga.
Fue así como en mí surgió esta pregunta: ¿Y
qué novelas cortas de autores peruanos había leído? Y concluí que todas las que
había leído (no muchas en realidad) eran magníficas novelas, todas ellas
sólidas en su brevedad: Siempre hay
caminos, Los cachorros, Los Ingar, La iluminación de Katzuo Nakamatsu y La conciencia del límite último, para el que las ha leído, no me
dejará mentir: todas son obras maestras.
Cuando se habla de Ciro Alegría, siempre se
mencionan sus tres primeras novelas (algunos por desconocimiento dicen “sus
tres únicas novelas”): La serpiente de
oro, Los perros hambrientos y El mundo es ancho y ajeno. Cometen un grave
error: el de olvidar una joya literaria que fue publicada después de la muerte
del autor: Siempre hay caminos, una nouvelle misteriosa que cuenta de la
aparición inexplicable de una mujer, presencia que trastocará las vidas de
Candelario, Micaela y la pequeña Domi. Una novelita más que recomendable.
Escribió Dora Varona, la viuda del escritor: “La nouvelle en referencia fue comenzada por Ciro Alegría en Santiago
de Chile, bajo el título La flauta de pan,
allá por el año 1940. Estaba entonces ambientado en los Andes chilenos y en
ella se movían personajes campesinos de esas latitudes. Años después, en 1959,
viviendo en Cuba, retomó el hilo de la historia. Situó la trama en la sierra
norte del Perú y la llamó esta vez La
desconocida. Aún no había terminado cuando se vio precisado a regresar a su
país. Ya en el Perú decide terminarla, y lo logró en 1961 bajo el hermoso
título de Siempre hay caminos”.
En 1955, Carlos Eduardo Zavaleta, quien es más
conocido como cuentista, publicó una novela breve titulada Los Ingar, bella novela cuyo lenguaje cargado de sutileza poética y
dramática me atrapó cuando lo leí en mi adolescencia, entonces comprendí que así
como es importante lo que se cuenta, también lo era la manera cómo se debía contar
la historia. Y en esto, Los Ingar iba
parejo, Carlos Eduardo Zavaleta había dado en el clavo con esta breve novela cuyo
ambiente son las milenarias tierras de Áncash y donde desfilan personajes como
Llica, Alberto, el Zorzal… El autor escribió en un texto titulado La novela poética peruana del siglo XX lo
siguiente: “En 1955, publiqué otra
novela corta, Los Ingar, la cual me satisface hasta ahora. Sólo puedo hablar de
mis intenciones; por ello diré que esta vez fui guiado por el aura trágica de
William Faulkner (a quien ya había
estudiado en una primera tesis universitaria de 1952 y en varios otros
artículos), así como por las claras y
minuciosas enseñanzas de un ensayo
singularísimo: La crítica en la edad
ateniense, por Alfonso Reyes. Pero esas influencias sólo sirvieron en torno
a un cuadro rural auténtico, lleno de injusticias, vivido por mí en el pueblo
de Corongo, Ancash, en los años 30’. En todo caso, lo que importa aquí es mi
intención de exaltar la prosa, perseguir el esplendor verbal, dibujar
personajes trágicos mediante monólogos y diálogos, urdir, en fin, una atmósfera
de fatalidad, sin olvidar los elementos internos de la narración, incluso
alterando adrede el orden temporal. Al lector le toca decir si logré o no mis
fines”. Bello libro que aún espera a sus
lectores.
Mario Vargas Llosa publicó en 1967 una
novela breve titulada Los cachorros (aunque
la obra se iba a llamar en un primer momento Pichulita Cuéllar). Esta nouvelle
cuenta la historia de un niño (Cuéllar) que es emasculado por un perro (de
curioso nombre: Judas) luego de un entrenamiento de fútbol y las lógicas
consecuencias en la vida del protagonista y en la de su entorno. La “interminable”
inmadurez, los afanes por demostrar su virilidad a través de la práctica de
deportes y de sus reacciones cada vez más agresivas por parte de Cuéllar hacen
de esta novela la historia de aquel, que marcado por un triste sino, nunca logra
acomodarse o adaptarse en una sociedad regida por apariencias e hipocresías. Vargas
Llosa alguna vez escribió sobre Los
cachorros: “Quería que Los cachorros
fuese una historia más cantada que contada y, por eso, cada sílaba está elegida
tanto por razones musicales como narrativas; no sé por qué, sentía que, en este
caso, la verosimilitud dependía de que el lector tuviera la impresión de estar
oyendo, no leyendo: la historia debía entrarle por los oídos”. Novela trágica y
siempre actual, probablemente una de las mejores obras del autor.
Continuará…
Morada de Barranco, 27 de febrero de 2017.
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