sábado, 28 de enero de 2017

LOS NOCTURNOS DE LOS HERMANOS VARGAS







                                                              Hoy la luna está de compras
                                                                 Carlos Oquendo de Amat






   No soy un especialista en fotografía, soy alguien que cuando descubre una foto que le gusta, se detiene a verla en sus mínimos detalles, se involucra con ella, vive la atmósfera que esta crea. Alguna vez me ocurrió una experiencia que para mí fue muy importante, fue ya hace una buena cantidad de años, tantos que me sorprendo del tiempo transcurrido: la breve historia que viví al ver unas fotos sucedió en la primera mitad de la década de los ochenta.










   Era como las seis de la tarde cuando por azares del destino llegué a la puerta del Museo de Arte, en Paseo Colón. Ingresé al museo y me enteré que en el primer piso se exhibían postales antiguas de Lima, algunas de ellas (pocas) coloreadas. Recuerdo que la mayoría de las postales eran imágenes de la década de los veinte, los “locos años veinte”, tiempos del gobierno de Augusto Bernardino Leguía cuyo empeño por embellecer Lima hasta ahora lo podemos constatar, tiempos donde se desarrollaron una pléyade de intelectuales y artistas peruanos de primer orden, pienso en José Carlos Mariátegui, César Vallejo, Martín Adán, Carlos Oquendo de Amat, Raúl Porras Barrenechea, Jorge Vinatea Reinoso, César Moro, José Sabogal, Julia Codesido, en fin, la lista es larga



Museo de Arte Italiano







   En el hall del museo me enteré que el ingreso a la exposición era gratuito. Mi amor por Lima y mi afán por saber más de ella me llevó a ingresar prestamente. Cada imagen era para mí un universo, era entrar a un mundo perdido pero perennizado en una toma, inmortalizada en imágenes que mis ojos escrutaban ávidamente. Me quedé mucho rato observándolas, una por una, como dije, al detalle. Fui literalmente raptado por ese mundo perdido: esas fotos, trozos de una realidad que ya no existía o si existía era completamente diferente: muchas de las casas habían desaparecido, las calles tenían ahora otro perfil arquitectónico, definitivamente la gente que aparecía en las postales ya estaba muerta o en su defecto, muy ancianas. Como fuere, el asunto es que me involucré con ese mundo, fui raptado, como lo expresé líneas arriba.










   Recuerdo claramente que cuando terminé de verlas, yo era como un fantasma de los años perdidos trasladado a la década de los ochenta, recuerdo vivamente que me acerqué en una suerte de estado de gracia a la puerta de la salida, de pronto ante mis ojos estallaron el tráfico desordenado, la bulla de la gente que buscaba carro para regresar a sus casas, las luces escarbando la noche... fue como un golpe emocional, sentí en ese momento que a la fuerza salía de la atmósfera casi pueblerina de esa Lima de inicios del siglo XX al cual me había transportado gracias a las imágenes que acababa de ver. E inicié medio atolondrado el regreso a casa, mi morada de Barranco.











  Lo reitero, abandonar el museo fue literalmente un choque, un golpe que no he olvidado: salir de ese espacio de imágenes estáticas y enfrentarme a mi realidad, abandonar el territorio al que no pertenecía para volver a la propia: una Lima cercada por la violencia y el desorden. Quizá lo que cuente no sea más que la metáfora de lo que los peruanos vivíamos entonces, de cosas peores que ocurrirían y de las que hemos salido con mucho esfuerzo, sangre y dolor que nos han marcado como individuos y como sociedad.





   El poder de la fotografía (como el de toda expresión artística) me  había provocado ese estado y si bien esa fue la primera experiencia con la fotografía, no ha sido la única. Hace un tiempo quedé completamente absorto al observar las fotografías de dos hermanos arequipeños, los hermanos Vargas: Carlos (1885 - 1979) y Miguel (1887 - 1976). Nunca había visto fotos suyas y si de fotografía en el Perú algo sabía era Courret y de Chambi, después nada. Las fotos de estos hermanos arequipeños fue un real descubrimiento, sus imágenes tienen (como toda buena foto) una carga poética que me impactó y me impacta. Desde entonces me complazco en buscar nuevas imágenes en la red, cada descubrimiento fotográfico para mí es un acontecimiento estético


Los hermanos Vargas



Martín Chambi flanqueado por los hermanos Vargas

   Como en la experiencia primera que conté, el contacto con las fotos de los hermanos Vargas me raptó de mi entorno. Placentero, por cierto. Mucho se habla y con justificada razón del maestro puneño Martín Chambi, cima de la fotografía en el Perú, pero no es el único. Los hermanos Vargas son también maestros del arte fotográfico, como se puede constatar en estas fotos que presento a continuación.






















   Sin embargo, las fotos que me llevaron a una suerte de arrobo (perdonen la exageración) fueron sus nocturnos. Una serie de fotos que capturan el espíritu nocturnal de una Arequipa de las décadas del veinte y treinta, la maestría de esas fotos donde percibimos el misterio y el encanto de esas noches las hacen únicas. No comentaré mayor cosa sobre esas fotos porque aquí están algunas de ellas para “hablar” por sí mismas. 








































  Quiero, para terminar, tomar prestadas estas palabras para calibrar la magnitud de los nocturnos de los hermanos Vargas, fotos que, a pesar del tiempo transcurrido, han vencido contundentemente al tiempo y se han impuesto por el peso y calidad estética de sus imágenes: “Si bien no fueron los primeros en tomar fotografías nocturnas, la calidad de su trabajo era sobresaliente. Ninguno de sus contemporáneos peruanos los superaba en técnica o intuición creativa. Como muchos otros artistas, escritores y compositores de la época, los hermanos Vargas sentían una fuerte atracción por la noche y se dedicaron a captar su poesía. Algunos de sus esfuerzos tienen carácter sentimental y costumbrista; otros, como los paisajes urbanos, pueden haber sido inspirados por los nocturnos de Goyzueta en Lima y Montero en Piura. Sin embargo, los Vargas pronto incursionaron en nuevos espacios. Inspirados en parte por el cine mudo, comenzaron a montar escenas elaboradas utilizando luz de luna, hogueras, fogatas, magnesio, farolas y postes de alumbrado. Estas imágenes teatrales requerían hasta una hora de exposición y una muy precisa atención al detalle. Los nocturnos tardíos, como las imágenes de Tingo, Cayma, la Av. Parra y La Cabezona, marcan el apogeo del arte de los hermanos Vargas. En estas espléndidas fotografías, que auguran el surrealismo y el film noir, los Vargas lograron crear un mundo de encantamiento y extraña belleza”.










   Continuará…







                                           Morada de Barranco, 28 de enero de 2017.





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