domingo, 21 de junio de 2015

UNA FOTO Y ¿DOS POETAS PERUANOS DE INCÓGNITOS?





                                                   Tú eres una cosa larga, nervuda, roja, movilísima,
                                                   que lleva una Kodak al costado…
                                                                                                   Martín Adán






   En estos días estoy leyendo y releyendo algunos libros de poetas chilenos, Arte de morir y La muerte es una buena maestra del poeta Óscar Hahn, por ejemplo. Me topo en ambos libros con un poema breve e inquietante cuyo título es Fotografía, el poema tiene un epígrafe del poeta superrealista chileno Braulio Arenas (epígrafe que en la selección del segundo libro mencionado ya no aparece), este es el poema:



FOTOGRAFÍA


                                 alguien desarrollaba
                          el negativo de su existencia.
                                          Braulio Arenas



En la pieza contigua,
alguien revela el negativo de tu muerte.
El ácido penetra por el ojo de la cerradura.
De la pieza contigua, alguien entra en tu pieza.
Ya no estás en el lecho:
desde la foto húmeda miras tu cuerpo inmóvil.
Alguien cierra la puerta.









   Alguien revela el negativo de tu muerte…  Alguien revela el negativo de tu muerte… Se queda uno pensando en el verso, en todo el poema. La fotografía siempre me atrajo, el misterio de las imágenes congeladas, esa suerte de sustracción de un instante al tiempo siempre me ha inquietado, de ahí que cada que me cruzo con alguna foto que llama mi atención inmediatamente entra a formar parte de un pequeño archivo virtual de fotos que me han conmovido y han motivado alguna reflexión, alguna preocupación.








   Una de esas fotos (daguerrotipo, en realidad) es aquella que es considerada como la foto más antigua. En un artículo de Helena Celdrán, ella expresa lo siguiente sobre esta primera foto: “Tras su exposición en Sydenham (Inglaterra) en 1898, la foto más antigua se perdió hasta 1952, cuando Helmut Gernsheim, en un trabajo de años de investigación, la encontró dentro de un baúl en un almacén de Londres. El descubrimiento y posterior estudio permitió al coleccionista datar la foto 13 años antes de lo que se pensaba (de 1839 a 1826) y fijó así una nueva fecha para el nacimiento de la fotografía”. Esta es pues la primera foto y es de 1826, cinco años después de la independencia del Perú, dos años después de las decisivas batallas de Junín y de Ayacucho.






   Otra foto que conservo, más que por su belleza por la curiosidad que implica, es aquella que está considerada como la primera foto a color, es una toma de 1860 (aunque algunas fuentes dicen que es de 1861), obra del escocés James Clerk Maxwell, dicha foto, que en realidad fueron tres fotografías sucesivas, fue posible ya que la misma imagen fue tomada con tres filtros diferentes: azul, rojo y verde. Esta es la fotografía.





   Si se trata de comentar sobre algunas fotos, entre ellas se encuentran unas imágenes que me impactaron porque reformaron la imagen que conservaba de un personaje, de un poeta que es un mito, una leyenda: son cuatro fotos de Arthur Rimbaud, el siempre joven adolescente Rimbaud, esas imágenes muestran ya no al muchachito de ojos azules, cara redonda, saco y corbatín de lazo por todos conocido, sino el de un personaje con atuendos ligeros y en medio de paisajes extraños (probablemente Etiopía), ya no la París de la segunda mitad del siglo XIX ni la compañía de Pauvre Lelian.














   Una de esas fotos que me conmovió mucho fue la del poeta Robert Desnos poco tiempo antes de su muerte terrible en el campo de concentración de Terezin en 1945, la fotografía es dolorosa, muestra al poeta en condiciones infrahumanas, de abandono absoluto y de inhumanidad propia de la escoria nazi con el débil y el desprotegido.











   Hablar de fotografía es un asunto amplio. Aquí en el Perú hubo un poeta llamado José María Eguren, entrañable personaje de nuestras letras, que creó, no solo un universo particular poblado de personajes y paisajes que se difuminan, sino también de una pequeña cámara fotográfica para lo que empleó un carrete de hilo y con ella tomó fotos que él mismo revelaba, las fotos eran pequeñas, generalmente redondas, no mayores al tamaño de una uña. Tuve oportunidad de ver ese álbum fotográfico en la Biblioteca Nacional, una curiosidad de este poeta mago que también fue pintor.











   Un buen tema a desarrollar es el de la fotografía y los poetas peruanos, los poetas peruanos de la vanguardia, especifico. En una entrada que publiqué en esta bitácora, allá por mayo de 2013,  me refería al hecho de las poquísimas fotos de poetas peruanos: Enrique Peña Barrenechea, el gran poeta de Cinema de los sentidos puros, alguna vez escribió refiriéndose a Oquendo de Amat: “Me es imposible ubicar la calle donde vivía, lejos del centro de la antigua Lima. En cambio tengo nítidos los detalles de mi primer encuentro con él en una casa espaciosa y vetusta cuyo propietario alquilaba una pequeña habitación al fondo de un segundo patio. Para llegar a ella había que atravesar muchas otras, bastante amplias, unas en penumbra otras a oscuras, superpobladas todas de inquilinos de distintas edades que dormían un sueño de piedra. Xavier Abril, guía hipersensible y precoz me conducía como de la mano por ese, para mí azoramiento juvenil, dédalo kafkiano. Se trataba no de una casa de huéspedes sino de uno de esos refugios para la noche que aparece en los relatos de los rusos. (…) Y esto sucedió ya avanzada la noche, cuando Xavier me dijo: ‘Vamos a ver a Oquendo’. Poco después, tras ese recorrido, nos encontrábamos ya al lado del lecho humilde en que semivestido y descalzo dormía Oquendo. ¿Qué soñaría? Xavier le tomó un brazo y le dijo: ‘Aquí estoy con Enrique Peña’. A su retorno súbito a la vigilia, se incorporó ágil, abrió desmesuradamente los ojos y sin decir nada calzó en los pies desnudos sus zapatos. No tenía sobretodo. Para afrontar la frígida noche que nos aguardaba afuera, tomó, como sola defensa una bufanda. Ya los tres en la calle, encaminamos nuestros pasos hacia un café del barrio que permanecía abierto hasta el amanecer”. Tres de los más altos poetas peruanos deambulando por la noche como fantasmas, como sonámbulos. Un deseo baladí me aborda. Una cámara, me digo, una cámara para perennizar en una foto ese instante eterno del encuentro de esas tres aves mayores de la poesía peruana y continental…














   En efecto, una cámara para perennizar algunos momentos claves de nuestros poetas. Siempre me llamó la atención el perfil bajo de los poetas peruanos, ese afán por pasar desapercibidos. Siempre fueron muy poco dados a la figuración y al protagonismo. Salvo excepciones, como en todo, pienso en el ego desmesurado de poetas como José Santos Chocano, Abraham Valdelomar o Alberto Hidalgo. Pero en líneas generales los poetas peruanos han rehuido siempre a la figuración, a las cámaras y flashes. Incluso sobre los tres mencionados, si hablamos de fotos, hay muy pocas y casi podríamos decir que sus egos vivieron de espaldas a las cámaras fotográficas. Hallar una foto inédita de algún poeta peruano, reconocerlos medio perdidos en alguna fotografía es casi fiesta nacional, como en este caso en que creo haber reconocido (¿será realmente reconocimiento?), entre muchas personas, a un par de poetas peruanos en una foto que indudablemente pertenece a los locos años veinte, en el apogeo del vanguardismo.











   Sucede que, por estos días, estuve viendo algunas fotos colgadas en la red. Fotos del Amauta José Carlos Mariátegui, intrigado, pues algunos biógrafos han comentado y escrito sobre la gran amistad que lo unió a Carlos Oquendo de Amat, el poeta de 5 metros de poemas, se dice que inclusive el poeta puneño en ciertos momentos guiaba la silla de ruedas del gran pensador peruano, a pedido del mismo Mariátegui, pero no hay una foto, una siquiera donde estén juntos. Es extraño, si se toma en cuenta que el archivo fotográfico de Mariátegui es amplio y el Amauta aparece con casi toda la intelectualidad de entonces en sendas fotografías. Revisé detenidamente muchas fotos para ver si por un golpe de suerte ubicaba una donde Oquendo apareciera escondido, nada. Pero hallé una foto (un descuido mío me hace no poder mencionar la fuente) que no está en el Archivo José Carlos Mariátegui.




   En la foto se ve al Amauta en su silla de ruedas rodeado de mucha gente, pero entre la mucha gente distingo a dos personajes jóvenes cuyos nombres no aparecen en la leyenda de la foto, me refiero a los poetas, entonces vanguardistas, Martín Adán (autor de La casa de cartón) y Enrique Peña Barrenechea (autor de Cinema de los sentidos puros).




   El primero de los mencionados (1), según mi parecer, es el primero de la izquierda, medio comido por el borde de la foto, aparece al lado derecho de Mariátegui, lleva terno oscuro y sostiene su sombrero con los brazos cruzados; el segundo es el penúltimo de los que están en primer plano, lleva el terno oscuro y sostiene con la mano izquierda su sombrero también oscuro (2), para mayor precisión está delante de la única persona que lleva su sombrero puesto. Para comprobar lo que afirmo, incluyo algunas fotos que son de la misma época para constatar el parecido físico y que demostrarían que los dos personajes de la foto son los dos poetas mencionados.



  


  






   Decía Susan Sontag en un conocido ensayo sobre la fotografía: "La manera de mirar moderna es ver fragmentos". Fragmentos=fotografías. Entre otras cosas, en eso estoy por estos días, leyendo mucha poesía y embarcado en ese mundo de instantes, sumergido en horizontes a través de fragmentos, de esos "detalles" necesarios que "se parecen a la vida".












   Continuará…





                                                        Morada de Barranco, 21 de junio de 2015.






No hay comentarios:

Publicar un comentario