Me ha brotado mucha luz en estos días…
Juan Ramírez Ruiz
Creo que no fueron más de dos veces que vi y
conversé con Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946 - Trujillo, 2007). Fue a mediados de 1994 que me contacté con él
gracias a Willy Gómez Migliaro. Con Willy y con Pablo Landeo, entonces,
editábamos una revista de poesía llamada Tocapus.
En todos los afanes de preparar el tercer número (que saldría en setiembre de
ese año), acordamos en publicar a Juan Ramírez Ruiz entre los nueve poetas
(digamos que era una formalidad de la revista publicar siempre nueve poetas, de
los cuales tres tenían que ser jóvenes) y para formalizar la invitación quedé
en encontrarme con Juan en el ya mítico Queirolo
de Lima, a eso de las 7:00 de la noche.
Yo sabía de él, de su poesía, gracias a dos
libros: Estos 13 (selección preparada
por José Miguel Oviedo y que salió a la luz en 1973) y por la Antología de la Poesía Peruana (cuya
selección se debía a Alberto Escobar y que también salió publicada en 1973). En
estos dos libros entré en contacto por primera vez con la poesía de Juan. Me
llamó la atención la frescura de sus poemas impregnados de calle, de lenguaje
urbano, con una intensidad que muy pocos de su generación mostraban. Ya después llegarían sus libros: Un par de vueltas por la realidad (1971), Vida perpetua (1978).
Muchos de sus versos, desde entonces, me han
seguido y perseguido y los repito cual oraciones, yo que tengo mala memoria
para aprenderme poemas, cargo con estos versos como si estuvieran tatuados en
mi cerebro: “Y te voy a encontrar para que nadie diga / que es imposible / la
amistad en este mundo Irma Gutiérrez”, o “Atención. Este es el júbilo, este es
el júbilo / huyendo del silencio, viene, viene, se queda…” o “Conozco a Julio
Polar. / De la mañana a la noche de Lima, en una calle sorpresivamente,
hablamos de pintura / y de su hermana Juana la única, la soltera, la que nació
dos años después que él…” o “Yo quiero que seas amado, tú, traicionado por la
fidelidad, / quiero que tengas bellas conversaciones, que comas, / tu plato
favorito, fumes tu cigarro y que tarde mucho en caerte la enfermedad…”.
Puntual llegué a la cita. Efectivamente,
Juan Ramírez Ruiz me esperaba sentado en una mesa del Queirolo, estaba acompañado. Me estrechó la mano y me senté frente
a él, el ya legendario poeta de los 70, el fundador e ideólogo de Hora Zero. Por terceros sabía que muchas
veces era quisquilloso y reservado con los desconocidos, que muchas veces
trataba mal a los impertinentes, aquellos que se atrevían a invadir su
silencio, su soledad, me lo habían referido. Conmigo siempre fue cordial y su
generosidad me conmovió sobremanera, como alguna vez lo comenté con Willy,
quien conoció más y mejor a Juan Ramírez Ruiz.
Recuerdo que Juan Ramírez pidió una botella
de cerveza del cual bebí algunos vasos. Conversamos sobre poesía indigenista,
hablamos sobre el Boletín Titikaka, sobre
los Orkopatas y recuerdo bien que sus muchas y atentas lecturas le hacían
infalible en los datos. En algún momento mencioné Un chullo de poemas, poemario de 1928, del poeta arequipeño
Guillermo Mercado, Juan habló del libro como si recién lo hubiera leído el día
anterior. Luego de una larga conversación, quedamos en que iría a buscarlo unos
días después, en la mañana, a su casa ubicada en la calle Ancash N° 444 (es
curioso, pero José Cerna, en el libro Estos
13, puso como domicilio la misma dirección, probablemente porque en esos
años los poetas compartían todo o casi todo) para darme los poemas que saldrían
en la revista.
Unos días después, muy de mañana, llegué al
Centro. Yo bien sabía cuál era la casa que buscaba pues desde pequeño había
transitado con mis padres las zonas aledañas a la iglesia y convento de San
Francisco. Sin saberlo, desde pequeño le había “echado el ojo” a esa casa que
siempre me pareció abandonada. No sabía que ese era el domicilio del poeta.
Cuando llegué y toqué la puerta nadie contestó, insistí, nadie respondía. De
pronto escuché que me llamaban desde la vereda del frente. Era el poeta de Vida perpetua que
desde la puerta de una casona lo hacía. Ya frente a él me dijo que me iba a
invitar un desayuno. En el angosto zaguán de la casona, una humilde señora
tenía su mesa con mantel de plástico y una banca larga. Con confianza, Juan
Ramírez le pidió dos tazas de café con leche y dos panes con huevo, creo, para
cada uno. No he podido olvidar jamás ese desayuno, la leche tibia en esas tazas
despostilladas de metal blanco con asa y bordes azules, como tampoco cuando el
poeta, con total confianza, le hizo apuntar la cuenta a la señora en un
cuaderno.
Al llegar a la puerta de su casa y en tanto
la abría, me pidió que tuviera cuidado pues estaba oscuro. Efectivamente,
emocionado entré tras él a su casa, los ambientes estaban oscuros, el suelo con
cartones y periódicos, un laberinto aparentemente interminable hasta que
llegamos a su cuarto, el cuarto del poeta, pequeño, recuerdo su lecho angosto,
humilde, entre los muchos papeles que había en el ambiente sacó, creo, un
fólder que reventaba de las muchas hojas que tenía. Hojeó con tranquilidad y
fue seleccionando los poemas de un libro que entonces no estaba publicado: Las armas molidas. Con los poemas
escogidos salimos y los hice fotocopiar. Fotocopias que hasta el día de hoy
conservo. He aquí los poemas:
EL DÍA ENTERRADO
¡El día enterrado vuelve por mis pies
a mis ojos!
¡Los postes saltan como pelotas de
jebe!
¡Y las mujeres abrumadas tiemblan en
la oscuridad redonda!
¡El apagón pasa!
¡El apagón pasa con todas las montañas
empujadas!
¡el viento corre como patíbulo nómade!
¡bailan los edificios como corderos
desolados!
¡Se buscan los rostros- se busca el
suelo
porque el miedo estruja las fachadas
y un tropel de animales negros desata
cada esquina!
¡Dentro- en la luz de una vela toda la
oscuridad brama!
¡Las sirenas aúllan contra un faro. –y
desde el faro
como cuchillo- la luz
corta la noche negra y
salta por los aires
un arbusto- una pista-
una marca de tránsito…!
¡El viento corre como
patíbulo nómade!
¡El viento se detiene
entero en las ventanas!
¡Y el tableteo de pasos
descolocados
rompe la paciencia de
los rostros
y los llena con ojos y
narices desechables!
“¡Una
linterna!”.- pero el patíbulo nómade
ya ejecutó a una
muchedumbre!
“¡Una
linterna!”.- pero las pistas
ya resbalaron y los
cuerpos ya cayeron
fuera del suelo!
¡Y se llama Dios! ¡Y se
vuelve a llamar a Dios!
¡Se ha llamado a Dios!:
los cuerpos se vacían como vasos!
¡Se erigen con ojos
monumentos crispados!
¡Y se vuelve a llamar a
Dios!:
¡Los hombres pequeños de
verde
o jaulas de gatos
electrocutados- corren!
¡Las mujeres o jaulas de
lagartijas frenéticas- tiemblan!:
¡el apagón los busca y
los halla con una cautela feroz!
¡Los vehículos llenos de
oscuridad arañan las pistas-
¡se detienen- arrojan
muchachas de terror- y parten!
¡Sobre puertas y
ventanas embutidas con gente raspada.-
agua negra- tumba el
apagón.-
hincha las esquinas
tibias
troca en celdas cada
traje y sigue-
sale de la ciudad- toca
las raíces del mar.-
y desde allí empuja al
día enterrado
que así por desde mis
pies
vuelve a mis ojos!
EL RETRATO
Llevando a casa todos mis
paraderos
encontré un retrato- y
vi (¡increíble!)
que ese era yo hace
muchos años…
Increíble- ese era yo en
años pasados…
igualito al flanco
húmedo del espacio-
igualito a un parque
atado
por un aerolito.
…y el mismo paisaje
vestido
con una casa… el mismo
calor de cara…
Los pies de versos –igual.
Las manos de prosa-
también,- increíble…
Parecido a una estampida
de jaguares…
parecido a un extenso
lingote de mamíferos…
…y la misma campanada
verde- el mismo ojo
De duna recitando un
cataclismo (¡increíble!)
(¡increíble!).- igualito
a la calle-
igualito a cuando salgo
ahora fuera
de mi cráneo- y el cielo
es una pared
y la tierra otra pared…
…igualito el apoyar del
hombro en el norte
como si el norte fuera
un poste…
(…increíble) así iba
donde yo me tenía…
así cumplía- parte por
parte- mi tarea…
…(no lo puedo creer)…:
todavía un cutis cantor-
Todavía una celda
química…ojo del ojo…
…todavía fuera de
cualquier lado…
No
tú vienes- yo soy.- murmuré
y de inmediato
(¡increíble!)
mi nombre completo hallé
en ese retrato.
HACIA LA FAMILIA HANAN
Después de aniquilar pensamientos fríos
sin como cuchillos
publicar en la respiración
el saber que el hombre acoge
cuando avaricia el suelo
caminando…
Publicar
el saber que el hombre atrapa
cuando acaricia con el cabello
al viento detenido…A.
la galaxia
que en la garganta residía
y la sangre que moja
todavía
la memoria- los ojos y los retratos…B.
Publicar los tropiezos con lo sublime-C.
el único vientecillo
que raja las canciones
feroces
y el acto de sembrar un radar
y cosechar una pampa.
Publicar el encuentro con la maldad
y el asesinato de la
bondad-CH.
publicar la cadena
hecha con mentes que se elevan
a los cielos
y al subsuelo bajan luego eslabón por
eslabón.
Publicar parte por parte una
biocronografía-
Aunque sea una sola
biocronografía D.
______________
A. Una poesía en tiempo de guerra-
camina por- con la ruta del sismo
reubicando las huellas digitales…
______________________
B. Un poeta en tiempo de guerra-
ve en- con el suelo
a los rojos y rosados elegidos
llevando en una mano goznes
y en la oscuridad buscando eslabones…
_______________________
C. Un poeta en tiempo de guerra-
oye a los rojos lingotear el arco
iris
y talco del acero derivar…
________________________
CH. Un poeta en tiempo de guerra-
ve al planeta
mudando a pedestal de estatua solitaria…
________________________
D. Un poeta en tiempo de guerra-
toca la piedra por donde van los resultados yendo…
Antes de salir a
fotocopiar sus poemas, Juan tuvo un gesto que lo pintó. Sacó ya no recuerdo de
dónde unas postales antiguas de una exposición de pintura. Me las obsequió. Al
entregármelas no puso un énfasis especial, simplemente me las entregó. En un
primer momento no comprendí el gesto. Ya después percibí que en esa aparente acción
ingenua había una muestra de agradecimiento, era su forma de agradecer, creo
yo. Esas postales todavía las conservo, no las tengo a la mano, sé que están en alguna caja con varios papeles y archivos que conservo, producto de mi última mudanza. Ya las
buscaré.
Algo que ha llamado mi atención es que he buscado y no he hallado el original de su
presentación en la revista. Me explico. Como parte de la formalidad de Tocapus, nosotros solicitábamos a los
poetas unas líneas donde podían comentar brevemente los poemas publicados o
cómo escribían o su visión sobre la poesía, en fin, total libertad. Conservo los originales de esas
presentaciones de todos los números de la revista, menos los del tercer número, ¿qué
pudo haber pasado? No lo recuerdo. Pero su texto impreso en Tocapus N° 3 dice:
Juan Ramírez Ruiz
(Chiclayo, 1946)
Por un extraño designio
que no logro descifrar plenamente toda mi actividad mental y vital, desde los
12 años, siempre completa su círculo (dentro y fuera de mí) con y en poesía.
Desde entonces todo lo quemo y lo he quemado en esa hoguera.
A mi libro no publicado, Las
Armas Molidas, pertenecen los escritos que aquí se reproducen. Me
considero un poeta casi inédito: he escrito mucho y sólo dos libros he
publicado. Este es un tormento cotidiano. Para mí, poesía es respirar.
Luego de esta experiencia de conocer al poeta de Un par de vueltas por la realidad no volví a verlo más. Cuando salió el tercer número de Tocapus, supongo que los ejemplares que le correspondían se los entregó Willy Gómez Migliaro, este detalle no lo tengo claro. Años después, en el año 2002, caminando por las calles nocturnas de San Isidro, junto con Willy, me comentó que no veía bien ya al poeta. Me afectó mucho su muerte, más como le llegó esta: atropellado por un ómnibus en una carretera de Trujillo, enterrado luego como un NN hasta que un año después fueron reconocidos sus restos. La muerte trágica del poeta Juan Ramírez Ruiz golpeó a todos los que lo conocieron. Me incluyo.
Sirvan estas líneas para recordar al gran
poeta Juan Ramírez Ruiz, uno de los más grandes en la tradición poética de
nuestro país, un poeta al que hay que leer, necesariamente habría que leer.
Continuará…
Morada de Barranco, 22 de marzo de 2015.
Genial!!!
ResponderEliminarGracias por leerme.
ResponderEliminar