lunes, 18 de agosto de 2014

APUNTES INVERNALES




                                                                      En silencio recorro la ciudad sumergida.
                                                                                                    Xavier Villaurrutia





   Desde hace unas semanas ha empezado el frío, la garúa hace acto de presencia y con sus finas agujas lo humedece todo. Las calles que ya de por sí son peligrosas, se tornan más peligrosas aún si con descuido se transita por ellas, pues sus veredas son campo propicio para los resbalones, las caídas. Con todo, y no es una novedad si lo digo, el invierno es mi estación preferida en Barranco: el paisaje se difumina, se torna territorio de brumas, todo se hace fantasmal, se impregna de una pátina que conduce hacia el misterio, hacia la sospecha.







   Barranco, territorio de fantasmas, predio donde el invierno se instala “como en una casa querida”. Y así, invadidos por el frío y la humedad invernal, nada hay (o en todo caso muy pocas cosas) como salir temprano y caminar por sus calles silenciosas (claro está, me refiero a los fines de semana), adivinar si alguna silueta que emerge de entre la neblina es de alguien conocido, descifrar rostros entre el paisaje mientras otros te observan tratando de adivinarte: Barranco, territorio de fantasmas, sí, pero también el de las lecturas permanentes (y no hablo de libros).







   Sin embargo, por estas fechas tenemos la costumbre de salir por pocos días fuera de Lima, abandonar la urbe, el “mundanal ruido” y entrar en contacto con la naturaleza, volver a las fuentes, a las raíces que siempre llaman y se imponen. Son ya once años de viajes, once años, no es poca cosa. El año pasado, por ejemplo, viajé con toda mi familia (hablo de mi esposa e hija, de mis padres y hermanos) hacia las tierras milenarias de Áncash. Viaje emocionante en el que tuve por primera vez contacto con la impresionante Cordillera Blanca que posee algunas de las montañas más altas y bellas del mundo (el Huascarán con sus casi 7 000 metros es uno de ellos). Inolvidable experiencia que espero repetir pronto.







   Entre las muchas cosas sorprendentes que viví en Áncash, debo mencionar el haber conocido el complejo arquitectónico de Chavín de Huántar con sus más de 3 000 años de historia: toda una explicación del mundo, hoy silenciosa, ante mis ojos sorprendidos, conmovidos: sus viejos dioses dormidos todavía infunden respeto. 









   Si algo llama la atención de este espacio sagrado es el trabajo primoroso que lograron al labrar la piedra, al esculpirla con detalle y minuciosidad para representar su cosmovisión. Cada piedra tallada de Chavín de Huántar habla de hombres refinados y astutos que utilizaron la religión y el miedo para ejercer dominio y consagrarse a la eternidad. Impresionante.







   Pero el año pasado fue un año de viajes. A las pocas semanas de conocer Áncash, otra salida fuera de la ciudad y sus preocupaciones: Pachacámac, el gigantesco complejo ubicado en el valle de Lurín, al sur de Lima, lugar que alberga a uno de los más importantes santuarios del antiguo Perú, espacio donde construyeron sus templos culturas como la de los ichmas, huaris e incas. Ruinas prestigiosas, como las de Chavín, que te hablan de la religiosidad del antiguo hombre del Perú, de su afán de explicar el mundo que les tocó vivir o simplemente, como lo dije antes, el empleo con astucia de la religión para mantener un status quo que favorezca a una casta dominante.







   Es desde Pachacamac, desde un promontorio con estructuras incaicas que se columbra en el mar un par de islas. Un mito muy antiguo cuenta el origen de estas e irremediablemente viene a mi memoria las veces que lo he contado en las aulas. He aquí este mito del antiguo Perú:

MITO DE CAVILLACA Y CUNIRAYA VIRACOCHA

   Cuniraya Viracocha era una divinidad muy bromista, siempre tomaba la apariencia de un hombre anciano y muy pobre; por su apariencia, murmuraban al verlo: "Es un miserable piojoso". Y así era conocido. Pero este dios, en realidad, tenía poder sobre todos los pueblos. Con solo desearlo, podía tener lo que quería. Se dice que enseñó al hombre a hacer los andenes y los canales de riego. Así andaba por el mundo, haciendo cosas y bromeando a los dioses y a los hombres. 
   En ese tiempo lejano, había una divinidad femenina llamada Cavillaca. Muy hermosa, tanto que los muchos dioses que habían andaban enamorados de ella. Pero ninguno consiguió lo que pretendía. Ella se conservaba doncella.
   Pero cierto día se puso a tejer al pie de un árbol de lúcuma. Entonces Cuniraya, como era poderoso, se convirtió en un picaflor y voló hacia el árbol. Se acercó a un fruto, y dejó su semilla en él e hizo que el fruto cayera delante de Cavillaca. Ella muy contenta comió la fruta pues tenía hambre. Y de ese modo, Cavillaca, quedó embarazada. 
   Nueve meses después nació su hijo. ¿Hijo de quién será?, se preguntaba. Cuando su hijo cumplió un año, la madre hizo llamar a los dioses de todas partes. Quería que reconocieran a su hijo. Los dioses, al oír la noticia, se vistieron con sus mejores trajes y acudieron al llamado de la bella Cavillaca. 
   La reunión se hizo en la sierra, en Anchicocha que era donde ella vivía. Y allí cuando ya los dioses de todas partes estaban sentados, Cavillaca les dijo: "Dioses poderosos quiero que reconozcan a esta criatura. ¿Cuál de ustedes es el padre?". Y preguntó a cada uno de ellos, pero ninguno de ellos contestó. 
   Cuniraya Viracocha, sentado humildemente, con su apariencia de un hombre anciano y muy pobre, fue al único al que Cavillaca no le preguntó nada.  Pero como nadie reconocía al niño, entonces ella le habló a su hijo: "Anda tú mismo y reconoce a tu padre".  A los dioses les dijo: “Si alguno de ustedes es el padre, él misma tratará de subir a los brazos de quien lo sea”. La criatura empezó a gatear y fue hasta el sitio en que se encontraba el dios harapiento. Apenas llegó ante el pobre, muy contento y al instante, el niño abrazó las piernas de Cuniraya Viracocha. Cuando la madre vio esto, se enfureció mucho al saber que el padre de su hijo era alguien tan miserable.  Rápidamente cargó a su hijo y corrió en dirección al mar, hacia Pachacamac. 
   Al ver esto, Cuniraya tomó su real apariencia de dios esplendoroso con su traje de oro, y luego de espantar a todos los dioses que habían asistido dijo: “Cavillaca, mira a este lado y contémplame; soy yo, Cuniraya Viracocha”, hizo relampaguear su traje y se cuadró muy enhiesto, con todo su poder. Pero ella ni siquiera volteó hacia el sitio en que estaba el poderoso Cuniraya.
   Entonces se inició la persecución. Como Cavillaca le había sacado una gran ventaja, Cuniraya iba preguntando a cada animal con el que se cruzaba si había visto a una mujer con un niño en brazos correr. De acuerdo a cómo le respondían, el dios iba premiando o castigando a los animales.
   Mientras tanto, Cavillaca seguía huyendo hacia la costa, y al ver que ya no podía escapar pues tenía ante sí la inmensidad de las aguas, se arrojó al mar de Pachacamac, desde entonces se ven allí dos islas, una grande y otra pequeña, son Cavillaca y su hijo transformados para siempre.







   Este año, no podía ser la excepción. Los primeros días de agosto partimos con Rita y Kathia hacia la sierra de Lima, a tres horas de la fría capital, Canta, mi arcadia, ubicada entre montañas que se pierden en un "cielo como ninguno". Este viaje nos permitió volver a un lugar al que conocimos el año 2004. Desde entonces no habíamos vuelto a Cantamarca, ciudadela de los atavillos, ruinas quizás menos prestigiosas que las dos anteriormente mencionadas (¿tal vez esté ahí la explicación del descuido, del abandono en que se encuentran?).







   Enclavada en la cima de una montaña, se levantan las estructuras circulares (la mayoría) y pétreas de Cantamarca. Quizá en su arquitectura no haya el primor con el que trabajaron la piedra los antiguos hombres de Chavín o los propios incas (aunque por ahí hay estructuras donde se denota la presencia de los cusqueños), pero ahí están para el asombro, pues uno se pregunta cómo pudieron construir ese complejo en un lugar si bien hermoso pero agreste, difícil. 






   Dos cosas llamaron nuestra atención: la dimensiones pequeñas de las construcciones (sus puertas diminutas, por ejemplo) que llevan a pensar en una estatura liliputiense (quizás exagere) de sus antiguos pobladores. Otra cosa que llamó nuestra atención fue que los atavillos emplearon la piedra para techar sus viviendas con una "falsa" bóveda sostenida por una columna hueca y central. ¿Techos de piedra? Sorprendente (pienso en las majestuosas construcciones de los incas cuyos techos eran de madera y paja). Pero la piedra también cede y el tiempo, la desidia y el huaqueo van deteriorándola y llevándola hacia la destrucción, la desaparición. Una lástima.









   Ahora, por estos días, embarcado nuevamente en la rutina, voy pensando seriamente, quizá en un par de meses, hacer un pequeño viaje, el tiempo lo dirá, esta vez hacia Caral, la ciudad más antigua de América y una de las más antiguas del mundo, sus 5 000 años de historia, sus pirámides truncas, su plaza circular, sus milenarias piedras, supongo que me esperan. Ya veremos si sucede o no.








  Mientras tanto, aquí en Lima, en mi morada de Barranco, vivo uno de los inviernos más fríos que yo recuerde, pero contento, porque nada hay como regresar a casa, luego de una jornada de trabajo, y saber que las dos mujeres de tu vida (mi esposa y mi hija) me esperan y al calor de nuestra pequeña casa, de nuestro faro, tomar una taza de un negro y humeante café que ayude a contrarrestar el frío y sirva de compañía para nuestras infatigables y cálidas conversaciones.








   Continuará…



                                               Morada de Barranco, 18 de agosto de 2014.





2 comentarios:

  1. Profesor!! Está increíble su publicación , Barranco es un lugar muy misterioso, con historia y mucha cultura además de arte!! Muchos saludos Profesor Orlando

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  2. Gracias, querida Naomi por tu comentario. Sí, tú que has vivido por estos lares sabes bien a qué me refiero cuando digo el misterio de Barranco, creo que ahí está parte de su atractivo. Gracias, nuevamente. Un abrazo.

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