martes, 16 de abril de 2013

MAÑANAS CON ROHMER






                                             No hay nada tan hermoso como estar enamorado.
                                                                                            Rafael Alberti




   La temperatura por estos días está variable. Hay horas en que hace frío (sobre todo muy de mañana y en las noches) y el ambiente está cargado de brumas, tanto así que no se puede ver bien unos pocos metros más allá de tus ojos. En otros momentos, el sol despliega sus rayos invadiendo con su luz todos los rincones y hace improbable, con su intensidad, todo amago de sombra. Estamos en otoño y recién en dos meses estará instalándose el invierno en estos predios marinos de Barranco. Sin embargo, el invierno ya se anuncia con estos fríos matutinos y nocturnales.







   Justamente, aprovechando las bajas temperaturas de las mañanas, como en los viejos tiempos, he vuelto al cine de Rohmer, Eric Rohmer, el gran cineasta francés de la Nouvelle Vague. De sus más de veinte películas filmadas, reconozco que he visionado unas catorce o quince películas. Hace unos seis años, cómo olvidarlo, me embarqué en ellas. Nos embarcamos, diré mejor. El descubrimiento de cada una de sus cintas fue todo un acontecimiento para mí y para mi hermano Arturo.




   Luego de esa seguidilla de catorce o quince películas, hemos vuelto, cada cierto tiempo, a uno que otro film del director francés para reafirmar esa pasión por el cine sencillo y sabio de Rohmer que no ha de fenecer. Entonces desfilan en mi recuerdo algunas de sus películas que más amo: Mi noche con Maud; La rodilla de Clara; La buena boda; Pauline en la playa; El rayo verde; Cuento de invierno; Cuento de verano; Cuento de otoño, por mencionar algunas.
























   Desde hace unas tres semanas, en esas mañanas brumosas y de bajas temperaturas, como hace seis años, salgo de la cama como un sonámbulo y voy al televisor, película en mano y en absoluto silencio, acompañado de una humeante taza de café, me abandono a las imágenes del cine de Rohmer: ese cine sencillo que sabe aprovechar al máximo sus recursos, ese cine que se afinca en sus diálogos nada pretenciosos pero que con precisión van definiendo a los personajes, ese cine donde algunos rostros se repiten obsesivamente en sus amadas películas. Actores, actrices, sobre todo actrices. Diría yo que así como se habla de “las chicas de Almodóvar”, tendría que hablarse de “las chicas de Rohmer”, las chicas inteligentes y firmes pero también (aunque parezca contradictorio) frágiles y llenas de dudas de Rohmer: Marie Riviere, Beatrice Romand, Amanda Langlet, Arielle Dombasle, Francoise Fabian, son algunas de ellas. 
















   Incluso podemos verlas en diferentes etapas de sus vidas: niñas o adolescentes, jóvenes y ya maduras, es el caso, se me ocurre mencionar, por ejemplo a Beatrice Romand en La rodilla de Clara; La buena boda y en Cuento de otoño.













   O pienso en Amanda Langlet en películas como Pauline en la playa; Cuento de verano y en Triple agente.













   En otras oportunidades, no siendo protagonistas, a algunas de ellas las vemos en breves apariciones como en el sueño de Frederic en el film El amor después del mediodía: Laurence de Monahgan (Clara), Francoise Fabian (Maud), Beatrice Romand... o a Marie Riviere en Cuento de invierno.

















   Tres semanas ya y la comunión con el cine de Rohmer continúa. Y va para largo y uno agradecido. Apenas visiono nuevamente una de sus películas, casi inmediatamente voy a la casa de mis padres y hermanos y le dejo la película (como ha sucedido hoy con Triple agente, a pesar de que estoy algo enfermo) a mi hermano Arturo, amante de las novelas de Marcel Proust y Balzac, como yo de las de Stendhal, ese camaleónico observador del corazón humano.




   Lo que sucede con aquellos que amamos al cine de Rohmer es parecido, y perdonarán el atrevimiento por la comparación, a lo que ocurre con los amantes lectores de las dos novelas de Henry Beyle (me refiero a Rojo y Negro y a La cartuja de Parma): las amamos como realmente se ama, es decir, sin concesiones, pero aquellos que no… quién los aguanta: alguna vez un ex alumno mío, al enterarse de mi amor por las películas de Rohmer me soltó a quemarropa esta frasecita que no he podido olvidar: “No sé qué le ven a las películas de Rohmer, en ellas nunca sucede nada”. No las entendió, pero ese no es un problema del cine de Rohmer, es un problema suyo (me refiero al joven de marras de cuyo nombre no quiero acordarme).




   Espero con ansias las mañanas en que visione nuevamente El rayo verde; El amor después del mediodía; Cuento de primavera; La mujer del aviador; La coleccionista. Ya les llegará su mañana fría en que religiosamente, mientras Rita y Kathia duermen, navegue en las aguas aparentemente calmadas de Rohmer, aparentemente, pues tras de cada uno de sus personajes suceden terremotos emocionales que construyen las imágenes que invaden nuestros ojos con su sencillez cotidiana.  














   Ya después ocurrirán las agradables conversaciones en que nos embarcaremos mi hermano y yo comentando estas películas como si fuera la primera vez que las visionamos, conversaciones estas en que las cintas del gran Eric Rohmer se vuelven por la palabra, pequeñas fiestas de amor por su cine entrañable.







   Continuará…



                                         Morada de Barranco, 16 de abril de 2013.




2 comentarios:

  1. Interesante!!! me gusta ese estilo, pero donde venderán esas películas tan antiguas creo. Espero su respuesta!!!

    ResponderEliminar
  2. Luiggi, gracias por tu comentario. Algunas de estas películas las puedes conseguir por ejemplo en Miraflores en "Vía Music". Un abrazo.

    ResponderEliminar