No
hay nada tan hermoso como estar enamorado.
Rafael Alberti
La
temperatura por estos días está variable. Hay horas en que hace frío (sobre todo
muy de mañana y en las noches) y el ambiente está cargado de brumas, tanto así
que no se puede ver bien unos pocos metros más allá de tus ojos. En otros momentos,
el sol despliega sus rayos invadiendo con su luz todos los rincones y hace
improbable, con su intensidad, todo amago de sombra. Estamos en otoño y recién
en dos meses estará instalándose el invierno en estos predios marinos de
Barranco. Sin embargo, el invierno ya se anuncia con estos fríos matutinos y
nocturnales.
Justamente, aprovechando las bajas temperaturas de las mañanas, como en
los viejos tiempos, he vuelto al cine de Rohmer, Eric Rohmer, el gran cineasta
francés de la Nouvelle Vague. De sus
más de veinte películas filmadas, reconozco que he visionado unas catorce o
quince películas. Hace unos seis años, cómo olvidarlo, me embarqué en ellas. Nos
embarcamos, diré mejor. El descubrimiento de cada una de sus cintas fue todo un
acontecimiento para mí y para mi hermano Arturo.
Luego
de esa seguidilla de catorce o quince películas, hemos vuelto, cada cierto
tiempo, a uno que otro film del director francés para reafirmar esa pasión por
el cine sencillo y sabio de Rohmer que no ha de fenecer. Entonces desfilan en
mi recuerdo algunas de sus películas que más amo: Mi noche con Maud; La rodilla de Clara; La buena boda; Pauline en la
playa; El rayo verde; Cuento de invierno; Cuento de verano; Cuento de otoño,
por mencionar algunas.
Desde
hace unas tres semanas, en esas mañanas brumosas y de bajas temperaturas, como hace seis años, salgo
de la cama como un sonámbulo y voy al televisor, película en mano y en absoluto
silencio, acompañado de una humeante taza de café, me abandono a las imágenes
del cine de Rohmer: ese cine sencillo que sabe aprovechar al máximo sus
recursos, ese cine que se afinca en sus diálogos nada pretenciosos pero que con
precisión van definiendo a los personajes, ese cine donde algunos rostros se
repiten obsesivamente en sus amadas películas. Actores, actrices, sobre todo
actrices. Diría yo que así como se habla de “las chicas de Almodóvar”, tendría
que hablarse de “las chicas de Rohmer”, las chicas inteligentes y firmes pero
también (aunque parezca contradictorio) frágiles y llenas de dudas de Rohmer:
Marie Riviere, Beatrice Romand, Amanda Langlet, Arielle Dombasle, Francoise
Fabian, son algunas de ellas.
Incluso podemos verlas en diferentes etapas de sus vidas: niñas o adolescentes, jóvenes y ya maduras, es el caso, se me ocurre mencionar, por ejemplo a Beatrice Romand en La rodilla de Clara; La buena boda y en Cuento de otoño.
O pienso en Amanda Langlet en películas como Pauline en la playa; Cuento de verano y en Triple agente.
En otras oportunidades, no siendo protagonistas, a algunas de ellas las vemos en breves apariciones como en el sueño de Frederic en el film El amor después del mediodía: Laurence de Monahgan (Clara), Francoise Fabian (Maud), Beatrice Romand... o a Marie Riviere en Cuento de invierno.
Tres semanas ya y la comunión con el cine de Rohmer continúa. Y va para largo y uno agradecido. Apenas visiono nuevamente una de sus películas, casi inmediatamente voy a la casa de mis padres y hermanos y le dejo la película (como ha sucedido hoy con Triple agente, a pesar de que estoy algo enfermo) a mi hermano Arturo, amante de las novelas de Marcel Proust y Balzac, como yo de las de Stendhal, ese camaleónico observador del corazón humano.
Lo que
sucede con aquellos que amamos al cine de Rohmer es parecido, y perdonarán el
atrevimiento por la comparación, a lo que ocurre con los amantes lectores de las
dos novelas de Henry Beyle (me refiero a Rojo y Negro y a La cartuja de Parma): las amamos como realmente se ama, es decir, sin concesiones, pero aquellos
que no… quién los aguanta: alguna vez un ex alumno mío, al enterarse de mi amor
por las películas de Rohmer me soltó a quemarropa esta frasecita que no he podido olvidar: “No sé qué le
ven a las películas de Rohmer, en ellas nunca sucede nada”. No las entendió,
pero ese no es un problema del cine de Rohmer, es un problema suyo (me refiero al joven de marras de cuyo nombre no quiero acordarme).
Espero
con ansias las mañanas en que visione nuevamente El
rayo verde; El amor después del mediodía; Cuento de primavera; La mujer del
aviador; La coleccionista. Ya les llegará su mañana fría en que religiosamente, mientras Rita y Kathia duermen, navegue en las aguas aparentemente calmadas de Rohmer, aparentemente, pues tras de cada uno de sus personajes suceden terremotos emocionales que construyen las imágenes que invaden nuestros ojos con su sencillez cotidiana.
Ya después ocurrirán las agradables conversaciones en que nos embarcaremos mi hermano y yo comentando estas películas como si fuera la primera vez que las visionamos, conversaciones estas en que las cintas del gran Eric Rohmer se vuelven por la palabra, pequeñas fiestas de amor por su cine entrañable.
Continuará…
Morada de Barranco, 16 de
abril de 2013.
Interesante!!! me gusta ese estilo, pero donde venderán esas películas tan antiguas creo. Espero su respuesta!!!
ResponderEliminarLuiggi, gracias por tu comentario. Algunas de estas películas las puedes conseguir por ejemplo en Miraflores en "Vía Music". Un abrazo.
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