domingo, 16 de septiembre de 2012

ALGUNAS HISTORIAS ANÓNIMAS






                                   ¿Quién os ha imaginado y qué voces os han cantado…?
                                                                                                 Azorín




   Siempre me llamó la atención aquellas obras cuyos autores son anónimos, las motivaciones que llevaron a permanecer incógnitos, pienso en las jaryas mozárabes, por ejemplo, poemillas escritos en un español muy antiguo y mezclado con ciertas palabras árabes. El contenido de estos breves poemas es amoroso generalmente y fueron creados en el siglo XI. Yo que no soy muy dado a recordar poemas, sin embargo, hay uno que conservo en la memoria y que utilizo mucho en mis clases de Tercero:


Tan’t amare, tan’t amare,
habib, tan’t amare,
enfermaron uelios gaios
e dolen tan male.


   Que traducido a un español contemporáneo dice así:


Tanto amar, tanto amar,
amigo, tanto amar,
enfermaron unos ojos antes alegres
y que ahora duelen tanto.


   También, como recordamos, hay otras obras medioevales españolas cuyos autores se desconocen, allí están el Cantar de mio Cid y los romances viejos.  Con respecto al primero, incluso se dice que no sería uno el autor sino varios juglares. Sea una u otra la verdad, suelo frecuentar, desde que lo descubrí y hablamos de una buena punta de años, un texto de Azorín incluido en su libro Al margen de los clásicos titulado El cantor del Cid donde con una prosa sencilla nos hace imaginar a quien sería el único autor, habitante solitario de un pueblo con “callejuelas tortuosas y sombrías”, pergeñando “misteriosamente sobre unos blancos cueros” los versos donde “se cuentan las hazañas portentosas de un héroe”.




   Sobre los romances viejos mucho se ha escrito, lo que yo pueda decir sobre ellos nada nuevo agregaría al asunto, sabido es que estos no consignan autores, razón por la que Azorín se hacía estas preguntas: “”Estos romances populares, ¿los ha compuesto realmente el pueblo? ¿Los ha compuesto un tejedor, un alarife, un carpintero, un labrador, un herrero? O bien, ¿son estos romances la obra de un verdadero artista, es decir, de un hombre que ha llegado a saber que el arte supremo es la sobriedad, la simplicidad y la claridad?”. Entre los romances que han llegado a nuestros días y que suelo leer y analizar con mis alumnos están Romance del enamorado y la muerte, Romance del desengaño, La misa de amor y uno de los romances más breves que haya leído, me refiero al siguiente:


ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era, por mayo,
cuando los grandes calores,
cuando los enamorados
van servir a sus amores,
sino yo, triste, mezquino,
que yago en estas prisiones,
que ni sé cuándo es de día,
ni menos cuándo es de noche,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor;
matómela un ballestero.
¡Dele Dios mal galardón!




   Una obra de 1554, la novela picaresca El Lazarillo de Tormes conserva hasta el día de hoy su autor en el anonimato, aunque por allí alguna vez se le atribuyó a diversos personajes como un tal Alfonso de Valdés. Los temas tratados en la obra (críticas a la sociedad y a la Iglesia) es probable que hayan llevado al autor a la decisión de publicarla sin su nombre para evitar castigos.




   Aquí, en el Perú, también hay textos de carácter anónimo, toda la literatura prehispánica tiene esta condición (mitos, leyendas, fábulas, poemas como los harauis, huayñus, aya taquis, etc.). He aquí uno de ellos:


HARAUI

Una paloma
yo he criado,
con toda el alma
la he querido,
por eso ahora
me abandona
sin que le diera
ningún motivo.


   De la época de la caída del Tahuantinsuyo,  trancribo un par de coplas creadas no por indígenas sino probablemente por toscos y vulgares soldados de la Conquista y de la guerras civiles entre los conquistadores (para mayor precisión, entre pizarristas y almagristas).


COPLA

Pues señor gobernador
mírelo bien por entero
que allá va el recogedor
y aquí queda el carnicero.




COPLA

Almagro pide la paz,
los Pizarro, guerra, guerra;
ellos todos morirán
y otro mandará la tierra.


  El anonimato de estas coplas se puede explicar y justificar, como en el caso del autor del Lazarillo, pues se trató de evitar represalias por las denuncias y burlas que se ejercían.




   Pero, ¿adónde quiero llegar con esta introducción sobre algunas obras de autores anónimos? Porque es a un punto al que quiero llegar. Bueno, contaré que hace ya muchos años, en mis incansables búsquedas de libros di con una joya preciada en una librería de viejo: Obra poética de César Moro. Hasta allí nada nuevo ni especial. Como suele suceder con ciertos libros de segunda, uno puede encontrar dentro de ellos algunas cosas curiosas. Recuerdo que, por mencionar un caso, una vez al comprar un viejísimo libro del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade Registro del mundo, publicado en Quito del año 1940, encontré entre sus páginas una tarjeta del poeta presentándose como Cónsul General del Ecuador.







   Mas lo que quiero contar está relacionado con el libro de César Moro. Hojeaba yo el libro antes de pagar por él cuando hallé una doblada hoja amarilla y escrita a máquina, no la leí, solo la dejé donde estaba. Una vez que el libro fue mío, al llegar a casa, me dispuse a leer la hoja que contenía dos breves cuentos y un tercero inconcluso (con apenas tres líneas tipeadas). Debo reconocer que los cuentos me agradaron, sus finales sorpresivos me sorprendieron. Inicié entonces una búsqueda para dar con el autor de los cuentos y hasta el día de hoy no he dado con él. ¿Quién los escribió? ¿Adónde fue o fueron a parar las otras hojas donde probablemente estaba el nombre del autor? ¿Quién lo puso allí? Hoy estos breves cuentos como las primeras obras que mencioné, salvando distancias, se mantienen con autor anónimo y ese misterio les presta un cierto encanto.




   Tuve, sí,  la precaución de pasar ambos textos a mi computadora hace unos siete años, de ese archivo que había olvidado los rescato y lo pongo a la luz y consideración de los amigos lectores. Ya para terminar con mis líneas, debo decir que la hoja amarilla con los cuentos se me  traspapeló con la reciente mudanza y, supongo, que algún día lo he de encontrar.




EL REGRESO DE ARCHIBALDO

   Archibaldo regresó después de mucho tiempo a su casa. Era allí donde había crecido y compartido juegos con sus hermanas y algunos amigos. Lo que más extrañaba de ella era su cuarto, su cama pegada a la pared, los pocos libros acomodados en un librero de madera, su pequeña pero entrañable colección de estampillas.
   Entró con facilidad a la casa. En medio de la oscuridad avanzó con seguridad: ninguna duda, ningún tropiezo, en realidad se la sabía de memoria. Caminó despacio por la sala y el comedor, muy pero muy despacio y sin hacer ruido, no quería despertar a nadie, no quería asustar a nadie. En el camino reconoció algunos adornos, ciertos cuadros, un viejo espejo.
   Una vez en el patio, vio la puerta del cuarto de sus papás y la de sus dos hermanas, y al fondo, casi escondida, la puerta de su dormitorio. Emocionado se dirigió hasta ella. Entró silenciosamente. Todo estaba oscuro, pero no tenía necesidad de prender la luz, sentía que podía ver todo: su cama, su pequeña mesa, la foto de cuando tenía diez años, sus libros… todo estaba igual, igual que antes de su partida. Emocionado se dijo: “Estoy de nuevo en casa”.
   Caminó hasta el librero, y cuando estuvo a punto de agarrar uno de sus libros sintió pasos que se aproximaban hacia su cuarto o hacia el baño, que estaba al frente. Se puso nervioso, muy nervioso. Los pasos estaban cada vez más cerca, de pronto una tos le hizo saber que era su madre quien se acercaba. Deseó salir y abrazarla, decirle que le amaba y que siempre había pensado en ella, pero no podía hacerlo, por más que quisiera, no podía hacerlo.
   Al sentir que la puerta de su cuarto lentamente se abría tomó la decisión de escapar. Y así lo hizo: como quien introduce las manos en el agua, salió de la casa como había entrado, es decir, a través de la pared.



LA ESPERA

   Desde hace mucho tiempo, Francisco quería ver un fantasma. Sucedió que un día se enteró que el  más famoso fantasma de su ciudad era uno que sentado en las gradas, en la entrada de la iglesia principal, parecía esperar muy elegante y nervioso a alguien. Francisco había intentando desde hacía varias semanas ver al fantasma y nada. Sin embargo, algo le decía que esta noche sería la ocasión en que podría verlo por fin. Se preparó como nunca y llegó muy nervioso hasta el lugar de las apariciones, se sentó como de costumbre en una de las gradas de la iglesia y esperó, esperó… y nada, el fantasma no apareció. “¡La próxima vez lo veré!”, pensó. Y cansado por tanto esperar, Francisco se alejó lentamente, confundiéndose poco a poco con la neblina y la oscuridad… hasta meterse en su sepultura.





   Continuará…



                                      Morada de Barranco, 16 de setiembre de 2012.




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