Soy yo mismo perdido entre mis
voces.
Xavier Abril
I. UNA LUCHA CONSTANTE
Cuando
escolar, nunca tuve la suerte de hallar en los colegios en que estudié (y
fueron cuatro) a profesores que contaran historias. No tengo en la memoria la
imagen de alguien contándome algún cuento, alguna leyenda, algún mito en un
salón de clases. Cuando pienso en estas experiencias orales, inmediatamente
viene a mi recuerdo mi casa. En casa sí se contaban historias, como lo he dicho
en varias oportunidades. Mi padre aprovechaba algunas noches en que estábamos
sentados en la mesa familiar y nos contaba apasionantes historias que nos
hacían olvidar nuestro entorno y todo, milagrosamente, se convertía en
escenario de esas aventuras.
¿Por qué
cuento historias?, me han preguntado y me he preguntado. La respuesta a la que
llego es porque busco que los alumnos se acerquen a los libros, a la lectura,
sin temor, con la confianza y la convicción de saber que están pisando
territorio amigo. Alguna vez, hace ya varios años, lo logré (y lo digo sin
jactancia) con mi hermano menor: de tanto contarle historias, se convirtió en
un lector, en un buen lector, así como mi padre lo logró con mi hermana y
conmigo. Debo decirlo: Yo soy lector no por el colegio sino por mi padre.
Es la casa
donde debería empezar esta aventura de leer, son los padres quienes deben
provocar esa primera chispa, la curiosidad por descubrir qué es aquello que
provoca que el padre, que la madre se olvide de todo (o casi) y se embarque en
ese silencio misterioso para el niño; es decir, los hijos deberían ver a sus
padres leer y cuando el niño quiera agarrar un libro, no prohibírselo, más bien
habría que facilitarle el contacto con ese objeto que despierta su curiosidad, realizar
acciones que permitan relacionar al libro no con la prohibición ni con el
castigo.
Que un
joven lea no como obligación es un grandísimo triunfo. Ha sido y es uno de mis
constantes empeños. Jorge Eslava escribió en uno de sus libros esta idea:
“Tratemos de que el estudiante asuma, desde el principio, la lectura como un
acto de felicidad y comunicación”. Pero, la lectura, ¿para qué? No como fin,
obviamente, sino como medio, como puente, como “herramienta de sociabilización”
que permita el desarrollo de otras capacidades, la expresiva, por ejemplo.
El mismo
Jorge Eslava dice, unas líneas más adelante, de la cita anterior: “Lo que
importa ahora es insistir en la necesidad de que los docentes, a pesar del
maltrato social y económico, comprendan que leer no es solo un ejercicio para
incrementar el vocabulario y exhibir una mayor cultura general, sino un arma de
resistencia contra la animalidad y una auténtica conquista humana”. “Un arma de
resistencia”, tamaña labor la que debemos enfrentar a diario con los jóvenes.
Siempre lo
tuve claro, hay que contar historias, pero también sugerir libros para que
lean. No cualquier libro, hay que darse un tiempo y seleccionarlos, buscar
libros que funcionen como ganchos, anzuelos para que se enamoren de la lectura.
Estos afanes brindan también experiencias agradables: interesantes
conversaciones con mis alumnos. Qué grato es escuchar a las personas hablar de
libros, más aún si estas personas son alumnos (justo el día de hoy conversaba
con Yomi, una alumnita, sobre Aura, la nouvelle de Carlos
Fuentes, escuchaba complacida sus percepciones y descubrimientos en ese breve
libro: una conversación enriquecedora que le agradezco).
En este
plano de confidencias, recuerdo que hace poco unas alumnas me comentaron con
entusiasmo que sus libros preferidos eran Carta de una desconocida de
Stefan Zweig, La tregua de Mario Benedetti, El túnel de Ernesto
Sábato, Siddhartha de Herman Hesse y Crónica de una muerte
anunciada de Gabriel García Márquez. Que jóvenes hablen de libros para mí es un
gran logro y lo disfruto. Hablar de libros es hablar de la vida misma, no
porque la reemplace sino porque brinda herramientas para enfrentarla, ofrece
compañía, amplía horizontes, profundiza miradas…
Esa es la lucha
diaria, conducir a los jóvenes alumnos hacia la lectura. La lectura, lo
decíamos, como medio, como camino o posibilidad de vivir vidas paralelas, de
abandonar momentáneamente la realidad real y sus preocupaciones, de informarnos
y asimilar (si se vuelve hábito) los recursos verbales que emplean los
escritores, de ampliar y enriquecer nuestro vocabulario que permitirá que
logremos expresar de manera precisa y fluida lo que realmente queremos decir; o
sea, la lectura como el medio que nos conducirá a desarrollar nuestra capacidad
expresiva. En la medida que lo logremos, tendremos más seguridad y sin dudas ni
temores nos relacionaremos de mejor manera con nuestro entorno, a final de
cuentas, estamos hechos de palabras.
II. GRANDE, SÓCRATES
Atenas,
ciudad maravillosa de la antigüedad, signada por la leyenda y por la verdad
histórica, cuna de grandes hombres que engrandecieron y dieron prestigio a la
cuna de la cultura occidental. He aquí algunos nombres: los políticos
Pisístrato, Milcíades y Pericles, el historiador Jenofonte, el poeta Píndaro,
los dramaturgos Aristófanes, Eurípides y Sófocles, los filósofos Platón,
Aristóteles y Sócrates. Toda una pléyade de luminarias que enriquecieron el
mundo antiguo y cuya luz no se ha extinguido, a pesar de los siglos
transcurridos.
De ellos,
en esta oportunidad, me interesa el misterioso Sócrates, de quien poco se sabe.
Sabemos que era poco atractivo, veamos: gordito, bajito, calvo, ojos saltones.
Lo que sabemos de él es gracias a sus discípulos, sobre todo por Platón, quien
en sus diálogos nos lo presenta extremadamente agudo. Sabemos también que
gustaba del arte de la conversación, que le gustaba dialogar con sus discípulos
no en espacios cerrados sino al aire libre y que el recurso que empleaba fue el
de la mayéutica que consiste en el diálogo a través del cual el alumno descubre
la verdad por sí mismo.
Sócrates
parece ser que gustaba de fingir ignorancia (recordemos esa frase que se le
atribuye: “Solo sé que nada sé”) y de ser un gran tonto, con la finalidad de
dejar en ridículo a través de razonamientos al que más, y lo que es peor, ante
los demás. Esta “ironía socrática”, le hizo ganar antipatías y muchos enemigos
que después se lo cobraron con creces. Fue acusado de introducir nuevos dioses
y de llevar por malos caminos a la juventud. Como se puede ver, el hombre muy
poco ha cambiado: los que tienen el poder aplastan a quien pone en peligro sus
intereses, para ello se valen de la mentira y de la prepotencia. Nada nuevo en
verdad, pensemos sino en nuestro país.
Jostein
Gaarder publicó hace unos treinta años un libro que resulta un magnífico pie de
inicio para el mundo de la filosofía, hablo de la novela El mundo de Sofía.
En sus páginas encontramos pasajes que nos aclaran un poco más sobre el
enigmático Sócrates, Gaarder apela a las comparaciones para saber algo más de
este personaje, por ejemplo, compara a Sócrates con Jesucristo y nos dice que
ambos se parecieron mucho a pesar de pertenecer a culturas y tiempos
diferentes. Apelaré a mi memoria. Tanto Sócrates como Cristo fueron sabios y
maestros, ambos prefirieron vivir en humildad y pobreza, gustaban de los
espacios abiertos para compartir su sabiduría, jamás cobraron por sus
enseñanzas, nunca escribieron obra alguna, de ambos sabemos por sus discípulos,
incluso, los dos murieron siendo consecuentes con sus ideas: atrevidos y
desafiantes con los poderosos, a quienes criticaban y denunciaban, esta actitud
decidió sus destinos, la muerte, la cual encararon con valentía.
Desde hace
años, no solo desarrolló el área de Comunicación, también tengo una hora a la
semana el curso de Filosofía (en estos días estamos enfrascados en las teorías
del conocimiento de Platón, Aristóteles, Descartes, Locke, se vienen Berkeley,
Hume, etc.). Tengo siempre en la memoria un par de anécdotas atribuidas al gran
Sócrates, dos historias que empleo como motivación y que los alumnos escuchan y
celebran. La primera le he puesto el título de "Las 500 dracmas" y la
segunda, "La prueba de los tres filtros". Quiero en esta oportunidad
trasladar este par de anécdotas a este espacio para que las disfruten y, por
qué no, motivar alguna reflexión. Aquí va la primera.
Cuenta la
anécdota que Sócrates iba con sus discípulos caminando cuando de pronto un
hombre se les atraviesa, era uno de los más ricos comerciantes atenienses. Se
dirige a Sócrates y le dice entusiasmado: “¡Maestro, lo vengo buscando hace
días!”. El sabio le responde: "¿En qué te puedo servir, buen hombre?”.
"Necesito que te encargues de la educación de mi hijo y quiero saber
cuánto me ha de costar tus servicios”, agitado le respondió el rico
comerciante. Sócrates que nunca había cobrado por sus enseñanzas, para ponerlo
a prueba le dice: “La educación de tu hijo te costará 500 dracmas”. El
comerciante lo mira sorprendido y le dice al viejo filósofo: “¿500 dracmas?,
pero eso es mucho, con 500 dracmas puedo comprar un burro para transportar mis
mercaderías”. Sócrates lo mira y con suma tranquilidad le responde: “Entonces
ve y compra ese burro, llévalo a tu casa, así tendrás dos burros”.
La segunda
anécdota cuenta que Sócrates y sus discípulos iban conversando amenamente por
una plaza de la antigua Atenas, cuando de pronto un hombre extraño se les
acerca y le dice al sabio ateniense: “¡Maestro, maestro, tengo algo que
contarte, es sobre un amigo tuyo y recién me acabo de enterar!”. “¿Un amigo
mío, dices?”, le respondió el viejo maestro. “En efecto y sé que te va a
interesar”. Sócrates lo miró con desconfianza y le dice: “Antes que me digas
algo sobre ese amigo mío, vamos a ver si eso que me vas a contar pasa por la
prueba de los tres filtros”. Sorprendido el hombre mira a Sócrates y escucha
que este le dice: “Veamos si pasa por la primera prueba que es el de la verdad,
¿estás completamente seguro de que lo que me quieres decir es cierto?”. El
hombre mira a Sócrates y nervioso le dice: “Creo que no, pero se…”. “O sea, no
sabes si es cierto o no, bien, entonces lo que me quieres decir no ha pasado el
primer filtro. Pero quizás pase la segunda prueba que es el de la bondad: ¿Eso
que me quieres contar sobre ese amigo mío es algo bueno?”. “No, definitivamente
no”, respondió por segunda vez el lenguaraz. “Entonces eso que me quieres
contar no ha pasado por el segundo filtro, tal vez pase la tercera prueba que es
el de la utilidad: ¿Lo que me quieres contar me va a ser útil? “No creo”,
respondió el hombre. Sócrates entonces miró al deslenguado y con absoluta
seguridad le dijo: “Si lo que quieres contarme no es cierto, tampoco es bueno
ni es útil, no quiero escucharlo”. Entonces el extraño hombre se retiró
avergonzado. ¿Comentarios? Muchos, ahí se los dejo.
Continuará…
Morada de Barranco, 29 de octubre de 2025