viernes, 24 de diciembre de 2010

JUVENTUD, DIVINO TESORO...

                                                                          ¡Alegraos de esta vida, que es mía!
                                                                                   Enrique Peña Barrenechea

   Revisando las pocas fotos que poseo de mi etapa escolar, me encuentro con dos que tienen algo en común: en ambas aparecemos los mismos jóvenes de entonces (Javier Alvarado, Gustavo Salinas y yo), claro que en años diferentes.
   La primera foto es del segundo campamento que hicimos en el año 1979. El primero de la fotografía, desde el lado izquierdo, es Javier, de quien recuerdo su madurez intelectual desde esas lejanas épocas escolares, su facilidad de palabra, ese don que le permitiera ser un activo líder y dirigente escolar. De esas cada vez más lejanas épocas recuerdo en él su amor por Lima, las largas conversaciones que sostuvimos sobre precisamente ese tema: Lima colonial; no olvido tampoco sus intenciones de fundar un partido que el llamaba ASCLA, sus deseos, algún día, de ser presidente. Justamente este año, Javier se lanzó como candidato a la alcaldía de Barranco, no ganó, pero los barranquinos de corazón tenemos la esperanza de que en futuras elecciones ocupe el cargo para el que está preparado como nadie. A continuación yo con quince años, cargando mi pesada mochila y con mi frazada "Tigre" en una mano. El último de la foto es Gustavo, viejo amigo a quien no veo hace muchos años. Él era integrante de la Selección de Atletismo del colegio Arnaez que campeonó varias veces en los Juegos Interescolares de Atletismo en Barranco y en Lima Metropolitana. Era velocista y no olvido sus intervenciones en los 100 metros planos. Compañero mío desde primero de secundaria. Recuerdo de él que era impetuoso,  extremadamente irascible, un fosforito. Hoy es gerente de un importantísimo laboratorio.



   Atrás de nosotros se ve un paisaje que incansablemente se repetiría en una marcha que fue toda una odisea, kilómetros de kilómetros caminando bajo un sol agobiante, sin agua y sin comida preparada para comer en el instante, salvo las manzanas que cogíamos de las chacras que rodeaban algunos sectores del camino, recuerdo que llegué a Huinco con las plantas de los pies desolladas.
   LLegar fue un triunfo, a pesar del martirio, sin embargo, a la distancia lo veo como una de mis experiencias más entrañables.
   Mencioné mi frazada, esa frazada Tigre sí me protegió del inclemente frío. Un año antes había llevado a otro campamento una vieja y delgada frazada que no abrigaba nada, no sé cómo es que no morí congelado, no puedo olvidar como temblaba mi mandíbula por el frío nocturno, la delgada frazada casi mojada y mi cuerpo más helado que un chup o "marciano". Por eso al año siguiente llevé la famosa frazada Tigre que fue bien efectiva. Recuerdo que para ese campamento también llevé un primus dorado, de ésos que ya no se ven, una grabadora antigua que parecía un pianito, pesaba como un yunque, lo recuerdo. ¡Ah!, y mucha alegría y algo de temor, éramos apenas unos mozalbetes liberándose del yugo de nuestros padres.
   La segunda foto es de 1980 y corresponde al tercer campamento. Nos encontramos en la campiña de Huaral. En realidad habíamos salido de Barranco para llegar a las Lomas de Lachay. Lo hicimos, pero no pudimos permanecer allí mucho tiempo, porque esas lomas, por entonces, estaban en trabajos de recuperación. Lo más notorio de la foto es mi melena. En la hamaca se encuentra Gustavo Salinas que sufría en esos momentos de una terrible resaca y con gorro y pelado, Javier Alvarado que acababa de ingresar por partida doble a San Marcos y la Agraria.



   Recuerdo que cuando llegamos a Huaral, recorrimos brevemente el pueblo y salimos de él, preguntamos a unos lugareños por las lomas. Nos dijeron que estaban muy cerca, que siguiéramos por la carretera una media hora y luego dobláramos a la derecha y que camináramos aproximadamente una hora. Todo aparecía como muy sencillo, pero ni cerca estaban las lomas y jamás nos dijeron que la caminata de una hora era en medio de un árido y calcinante desierto. Tener ante nosotros el típico paisaje costeño, nos llevó a pensar, recordando la experiencia de campamentos anteriores, que nuevamente se abría ante nuestros ojos el martirio. Con todo, nos adentramos en el arenal, llevábamos caminando una media hora, cansados más que nunca porque caminar en una superficie donde se te hundían los pies provocaban un agotamiento que te hacía sentir como que tus pulmones estaban hechos de polvo de yeso. Recuerdo que la carretera ya no aparecía ni como un hilo a la distancia, estábamos aparentemente extraviados en medio de dunas y con un sol que sancochaba todo. Y lo peor, no teníamos agua.
   Era mediodía y estábamos completamente extenuados, recuerdo que nos peleábamos por beber unas gotas de un tarrito de leche Gloria, que oportunamente había llevado Gustavo (aunque antes nos habíamos burlado del hecho que a un campamento se llevara leche y encima de ese tamaño). Cuando ya sentíamos que la muerte nos esperaba, a lo lejos y en medio del desierto divisamos un jeep, llamamos su atención, desvió su trayecto y se acercó a nosotros. Iban en él unos jóvenes ingenieros y biólogos que trabajaban en las lomas. Luego de recriminarnos por nuestra actitud que hubiera tenido terribles consecuencias si no hubiera aparecido el carro, nos invitaron a subir en el jeep y nos llevaron hasta las lomas. Una vez allí, nos guiaron muy gentilmente, nos explicaron que a determinadas horas había tal bruma que la gente se podía perder con facilidad, que en ese medio agreste había zorros, pumas, venados y hasta el cóndor se dignaba a visitar las Lomas de Lachay. Nos explicaron que no podíamos quedarnos y en el mismo jeep nos dejaron en Huaral (cosa que agradecimos) y de allí, caminando nos aventuramos por su campiña.
   Acampamos junto a un riachuelo y en medio de chacras de maíz amarillo. Luego de la primera noche donde bebimos alcohol, cantamos hasta quedar afónicos, nos acostamos a la intemperie totalmente cansados y a la mañana siguiente, arrastrando la resaca (sobre todo Gustavo), posamos para la foto.
   ¡Ah!, viejos tiempo en los que éramos jóvenes (más jóvenes, quiero decir) y sentíamos que éramos dueños del mundo, aunque a veces éste nos hiciera sentir que no era tanto así.
   Continuará...
                                        Morada de Barranco, 24 de diciembre de 2010.

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