sábado, 26 de marzo de 2016

APUNTES SOBRE EL BESO






                                                  Como daba besos lentos duraban más sus amores.
                                                                                   Ramón Gómez de la Serna







   Corría el año 1972. Para entonces, la televisión era en blanco y negro y los televisores eran aparatos pesados como tanques. Por aquellos años, Perú, México y Argentina eran los principales exportadores de programas para televisión, sobre todo de las famosas telenovelas, esas historias interminables que captaban la atención no solo de madres sino de la sociedad entera: pienso en El derecho de nacer, por ejemplo, telenovela (que antes fue radionovela) que fue rotundo éxito de sintonía.









   Aquí en el Perú, luego del éxito de telenovelas como Simplemente María y Natacha, se hizo una telenovela que resultó un soberano éxito, hablo de la coproducción peruano-argentina llamada Nino, los protagonistas eran el actor argentino, ya fallecido, Enzo Viena y la peruana Gloria María Ureta (ahora afincada en España). Aún recuerdo cuánta expectativa despertó el capítulo aquel donde Nino y Bianca se dieron un beso, un beso que no solo fue apasionado sino de larga duración: cronómetro en mano duró cincuentaidós segundos. Ese beso, que hoy sería un asunto inocente y blanco, motivó que el capítulo fuera repetido al día siguiente debido a los insistentes pedidos de los televidentes. Cosas de la vida, como decía en parte de la letra de la canción de esta telenovela: un beso motivaba un cambio en la programación de un canal.









   El beso, manifestación o expresión de cariño, respeto o amor, está presente desde tiempos inmemoriales en la vida del hombre. Por cierto, hay besos diversos como diversas las intenciones, los hay en la frente, en las mejillas, en la boca, en la mano, en el cuello, en..., en fin, la lista es larga. 






   Al beso se le menciona ya en la India muchos siglos antes de Cristo, está presente en los dos pueblos que son los pilares de la cultura occidental: Grecia y Roma. Tengo entendido que la primera vez que se menciona la palabra beso en un poema occidental es en un texto del gran y atormentado Catulo, cuyo nombre completo es Gaio Valerio Catulo (87 a. de C. a 57 a. de C.), el poema está dedicado a Clodia, mujer casada y amante del poeta, a quien bautizó poéticamente  como Lesbia, nombre que es un homenaje a la poeta griega que tanto admiró Catulo, nos referimos a Safo de Lesbos.







POEMA V


Viuamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt;
nobis cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut ne quis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.



   Cuya traducción, según Luis Ramírez Ruiz, es esta:



POEMA 5


Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego cien más,
después otros mil, después otra vez cien.
Luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos,
cuando sepa que fueron tantos nuestros besos.






   En la cultura hebrea, un beso famoso, bíblico, es el de Judas a Cristo en el huerto de Getsemaní, este beso fue para identificar al maestro y entregarlo a sus captores a cambio de treinta monedas. De aquí nace la famosa expresión “beso de Judas”, que es un sinónimo de traición. En el arte pictórico hay muchas muestras de este acto que Dante Alighieri consideró como el más grande pecado que el hombre podía cometer, de tal manera que en la Divina Comedia, Dite (el demonio) destroza a mordiscos por toda la eternidad a tres grandes traidores: Bruto, Casio y, por supuesto, a Judas. He aquí un fresco del gran Giotto di Bondone (Italia, 1267 – 1337) en la Capilla de los Scrovegni, en Padua.






   Una curiosidad del beso es el de los esquimales, el “beso” de ellos es particular, consiste en que la pareja se frota la nariz. ¿Cuál es la explicación para este gesto tan particular? Para empezar, por las bajas temperaturas en Alaska, los esquimales tienen todo el cuerpo cubierto con pieles, solo el rostro está descubierto, pero no se dan besos en la boca porque si lo hicieran, sus labios quedarían pegados y al despegarlos, estos terminarían desollados, de ahí que expresen su amor frotándose la nariz.






   Otra de las curiosidades del beso es el que ocurre en Argentina, donde es muy común que dos varones se saluden o despidan con besos en la mejilla, pero el que se produce en Rusia es el que más llama la atención. Nos explicamos, sucede que allá, parece ser, es muy común el beso de dos varones en la boca. La siguiente foto es una muestra de lo que venimos escribiendo: es una toma de 1979 donde se ve al Primer Ministro soviético Leoniv Breznev saludando con un soberano beso en la boca al dirigente de Alemania Oriental, Erich Honecker, foto que inclusive se convirtió en un famoso mural del ya desaparecido Muro de Berlín.








   Y si de fotos hablamos, hay dos fotografías de besos que están entre las más famosas de ese arte, nos referimos a una toma de Alfred Einsenstaedt del año 1945, en ella se ve a un marino norteamericano besando a una enfermera en Time Squard, de Nueva York, para celebrar el término de la Segunda Guerra Mundial.






   La segunda foto es de Robert Doisneau y es del año 1950, esta foto representa a dos jóvenes parisinos dándose un beso en la calle para reflejar el amor después de la guerra. Lo curioso del caso es que esta foto no es una toma natural sino preparada, pero eso no le resta méritos a esta icónica imagen del siglo XX.






   El beso se ha representado en la pintura desde siempre. Uno de los primeros cuadros que recuerdo haber visto en una revista es de Francesco Hayez, pintor italiano (1791 -1882), considerado como el máximo exponente del romanticismo de su país. La pintura a la que aludo, lleva precisamente el nombre de El beso, en ella se ve a una pareja medieval idealizada que se da un apasionado beso al pie de unas gradas que no sabemos a dónde conducirán.   






   El beso es una pintura de 1892 del noble Henri de Toulouse-Lautrec (Francia, 1864 - 1901), pintor posimpresionista, que representa a dos jóvenes desnudos en una cama, abandonados a un beso mientras sus brazos se estrechan y sus delicados cuerpos se pierden entre almohadas y sábanas.






   El noruego Edward Munch (1863 - 1944), autor del famoso cuadro El grito, también pintó el beso en tres lienzos: uno de 1892, otro en 1897 y el último de 1907. De los tres, el más famoso es el de 1897, aunque el que más me gusta a mí es el primero, ese de atmósfera etérea y un tanto borrosa donde prima el color azul y se ve a una pareja besándose tras la cortina de una ventana que da hacia la calle.






   Pero las pinturas de beso que más me gustan son tres, pinturas que conocí desde niño y que me han acompañado como referentes importantes de ese arte. El primero es un cuadro de Gustav Klimt, lienzo pintado entre 1907 a 1908, donde se ve a una pareja joven que, ¿reminiscencia a la pintura bizantina?, pareciera envuelta en un manto dorado (obtenido gracias a la aplicación de unas laminillas de oro), aunque en realidad cada uno de ellos lleva su propio vestido, ambos personajes parecieran fundirse en un solo cuerpo, absortos en su amor y aislados completamente de su entorno.






   La segunda pintura es un óleo en cartón del ensoñador Marc Chagall, quien en su cuadro titulado El cumpleaños, de 1915, representa una escena de beso que rompe toda lógica: de perspectiva (objetos como si fueran dibujados por niños), de tiempo (en una ventana se ve la calle de día y en la otra de noche), incluso uno de los protagonistas está por los aires (el varón realiza una contorsión para lograr el beso ansiado). El cuadro que es un ejemplo de la carga  poética de la pintura de Chagall aludiría a que el amor hace vivir su propia realidad a los amantes a pesar de los malos tiempos y del tiempo.






   El tercero es un óleo de René Magritte del año 1928, aunque en realidad el cuadro se llama Los amantes, en ella se ve la imagen de una misteriosa pareja que se besa, dentro de una tónica superrealista, con los rostros cubiertos por paños. ¿Qué quiso representar con esta imagen, Magritte? ¿Un amor prohibido? ¿El amor es ciego? o a pesar de amar a una persona ¿nunca la llegamos a conocer? Muchas preguntas en torno a este cuadro y ninguna respuesta concreta. El lienzo tiene otra versión, pero el que más me gusta es el primero.






   En el cine, los ejemplos son muchísimos, basta con recordar esa escena del beso entre Burt Lancaster y Deborah Kerr entre la arena y las olas en la película De aquí a la eternidad, pero se me ha venido al recuerdo la escena final de una película de Guiseppe Tornatore: Cinema Paradiso, film de 1988, en el que se ve a Salvatore (el pequeño Totó), ahora un director de cine de éxito, que descubre que el fallecido proyeccionista del pueblo, Alfredo, le ha heredado todos los recortes de cinta que la censura del sacerdote hacía a los filmes: varios minutos de besos de diversas películas que son en esta película un homenaje sentido al cine y también al beso, como expresión de amor y pasión que algunas veces gobiernan nuestras vidas.













   Continuará…







                                                             Morada de Barranco, 26 de marzo de 2016.








martes, 1 de marzo de 2016

A LA MEMORIA DEL POETA JOSÉ PANCORVO

                                                               





                                                                   Y todo lo que diga ya es tu aurora.
                                                                                           José Pancorvo







   Tenía pensado escribir la continuación de la entrada anterior sobre ciertas curiosidades de Barranco, mi morada. No será así, la parca que inesperadamente asoma lo trastoca todo. He dejado pasar las horas para tratar de asimilar la partida de un viejo amigo, un viejo y querido amigo, el poeta peruano José Antonio Pancorvo Beingolea. Pero me resulta difícil.





   Ahora que ha partido, he de extrañar (es más, ya extraño) su don de gentes, la amabilidad y sonrisa que siempre mostraba, su espíritu joven y curioso que lo llevó a estar como una certera compañía de los más jóvenes, de los que se iniciaban. Ya no está más con nosotros, ha partido hace dos días, pero su estro poético pervivirá por siempre, su voz ha vencido ya a la muerte, eso lo tengo seguro. Intentaré recordar al gran amigo.



Foto: Paria Audiovisión



   La primera vez que vi al poeta Pancorvo fue en el suelo, puede parecer que estoy desvariando, pero no, la primera vez que lo vi fue en el suelo, gateando, para mayor precisión. Fue en la presentación de los dos primeros números de la revista Tocapus, en febrero de 1993, en el desparecido teatro Manuel Beltroy, ubicada en la también desaparecida Lagunita de Barranco (¡ah, “juventud, divino tesoro…”!).






   Recuerdo muy bien que estábamos leyendo poemas, en la mesa se hallaban las poetas Dalmacia Ruiz Rosas, Rossella Di Paolo, entre los varones Víctor Coral, Tulio Mora y los tres coeditores: Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo, cuando en eso se oyó un estrepito que asustó a todos, miramos hacia el fondo del salón y ahí descubrimos a alguien gateando e intentando pararse, era José Pancorvo (hombre bastante alto y entonces con sobrepeso) en cuya silla,  blanca y de plástico, las patas habían cedido y él con toda su humanidad fue a dar al suelo. Fue la primera vez que lo vi, aunque quizá antes ya había escuchado de él, no lo puedo precisar.






   Pero no fue la única vez en que el querido poeta fue a dar al suelo, por lo menos frente a mí, la siguiente vez sucedió en una de las fechas del ciclo de recitales que organizamos Willy, Pablo y yo, en la Biblioteca Municipal de Barranco y que titulamos “Jueves será…”, allá por abril de 1994. En pleno recital oímos un ruido semejante al del Manuel Beltroy, era el poeta Pancorvo que había vuelto a caer y que, sospechábamos, parecía tener un pacto secreto con el suelo. Nuestra amistad se fue afianzando pues al término de cada fecha de los recitales, en grupo nos íbamos a celebrarlo, sobre todo al bar Piselli, y ahí solía estar el entrañable José Pancorvo.






   Desde entonces mantuvimos una amistad que nos llevó a visitarnos, quizá no con la frecuencia que uno hubiera querido, a pesar de que un tiempo fuimos vecinos, y muy cercanos. Recuerdo que para el quinto número de Tocapus, habíamos decidido publicar entre los nueve poetas a Roger Santiváñez, Francisco Bendezú, Alejandro Romualdo, José Antonio Mazzotti, Arturo Corcuera y José Pancorvo. Willy lo invitó a publicar y luego José me llamó por teléfono y concertamos una cita para conversar sobre su participación en la revista. Llegó la noche pactada y nos fuimos a un pequeño café que funcionaba cerca a mi casa, ahí me di cuenta de su sabiduría y su amplio corazón. Me entregó unos sonetos que todavía conservo y que jamás salieron publicados porque, extraño sino de las revistas, Tocapus estaba condenado a una vida breve.





   Otro recuerdo que conservo de él ocurrió en noviembre de 2002. Mi libro En el barranco acababa de salir de la imprenta. Decidí visitarlo una mañana en su casa de Barranco, en la avenida San Martín. Le entregué mi libro y nos abandonamos a una larga conversación de varias horas. Hablamos de poesía, de literatura en general, de Arguedas y la danza de tijeras, de su pasión por el arpa (tocó algunas piezas y hasta cantó), de la rivalidad histórica del Perú con Chile (supongo que de nuestras coincidencias en este tema viene la dedicatoria de uno de sus libros), de Carlos Oquendo de Amat, de su tío Manuel Beingolea (de quien me obsequió un libro), en fin, larga y deslumbrante charla. Ese día llegué a mi casa con dos libros suyos, obsequios de José, me refiero a Profeta el cielo y Tratados Omnipresentes Perfec Windows, ambas con generosas dedicatorias.











   Algunas de las cosas que recuerdo de esa larga conversación fue que él me dijo que no veía televisión, que no le gustaba y cuando hablábamos de los libros de Arguedas, de cómo la obra del autor de Los ríos profundos de alguna o muchas maneras era una muestra de que el Perú era un país fracturado, le pregunté a boca de jarro si había leído Visión de Anáhuac del mexicano Alfonso Reyes, me dijo que no conocía el texto. Cuando le dije que ese ensayo era casi la contraparte de la obra de Arguedas, que era como una prueba de cómo los mexicanos habían asumido su pasado y su presente con más armonía que los peruanos, quedó interesado en leerlo. Le prometí hacerle llegar las fotocopias del escrito de Reyes, lamentablemente por descuido mío no sucedió así.





   Días después, para ser más preciso, el 16 de diciembre, se iba a realizar un recital con la participación de varios poetas peruanos, entre ellos Leopoldo Chariarse, en el Centro Cultural Ricardo Palma de Miraflores. Decidí ir y obsequiar algunos ejemplares. Recuerdo que fue una tarde soleada y que luego de ir a las casas de Antonio Cisneros y Washington Delgado, como era todavía temprano, caminé por varias calles miraflorinas haciendo hora hasta llegar a la avenida Larco. Una vez llegado al Centro Cultural de Miraflores, entretenido me encontraba viendo unos carteles en el hall cuando escuché una voz potente: “¡Orlando Granda!”, giré y descubrí que quien me hablaba era el poeta José Pancorvo. Al enterarse de por qué estaba allí me dijo: “Chariarse está hospedado en un hotel muy cerca de aquí, si quieres vamos y te lo presento”. Acepté.





   Nos encaminamos al hotel cuyo nombre he olvidado. Leopoldo estaba en el hall del hotel con el  poeta Alfonso Cisneros Cox (recuerdo que él estaba acompañado de una bella chica). Cuando nos acercábamos, no sé por qué razón, Chariarse se puso de pie y se alejó, al rato regresaría. Mientras tanto, José Pancorvo me presentó a Cisneros Cox, algo conversamos, ya no recuerdo qué, supongo que de literatura japonesa. Alfonso ya era reconocido, entonces,  como un connotado haijin. Me llamó la atención la cabellera completamente blanca de Alfonso Cisneros, un hombre relativamente joven por esos tiempos. Recuerdo que le obsequié mi libro que recibió complacido. Hace unos pocos años ocurrió su prematura muerte y lo lamenté mucho. 






   Al regresar Leopoldo Chariarse, Pancorvo me lo presentó: un hombre cordial y fino en el trato y con una sorprendente apariencia juvenil. En mi morral había llevado un libro suyo, me refiero a la primera edición de Los ríos de la noche, del año 1952. Cuando Chariarse vio el ejemplar, se emocionó mucho y me comentó algo que ya sabía: "Este libro tiene un dibujo de Sérvulo Gutiérrez". Le pedí una dedicatoria que él con gentileza aceptó.





   Como ya se acercaba la hora de la presentación, nos dispusimos a ir al centro cultural. Era ya de noche. Alfonso Cisneros Cox y su acompañante se despidieron (luego los vería en el auditorio). Leopoldo Chariarse, José Pancorvo y yo nos dirigimos al local caminando entre calles penumbrosas. Cuando intenté ingresar al auditorio con mi morral me lo impidieron, me dijeron que tenía que dejarlo encargado en el hall. No acepté ese hecho, llevaba algunos libros que quería entregar a algunos poetas asistentes. No me lo permitieron, a pesar de mi protesta, incluso José reclamó y hasta el mismo Leopoldo Chariarse protestó. Pero era la regla, así que saqué algunos ejemplares y dejé el morral. Ya adentro nos separamos. A la distancia vi a Pancorvo conversar animadamente con una bella señorita. Tenía ese don de socializar y caer bien. Allí donde llegaba José Pancorvo siempre era bien recibido.





   El tiempo pasó, nos veíamos esporádicamente, pero cada vez que coincidíamos, nos dábamos un tiempito para charlar. Siempre sentí que el poeta José Pancorvo me tenía una gran consideración, cosa que le agradezco. Era, definitivamente, un hombre de gran fineza y siempre dispuesto a la conversación y al intercambio de ideas, una mente abierta, como se dice. 






   Algunos años después, en 2014, cuando mi libro Donde mi calle acaba salió publicado, lo busqué para pedirle que sea uno de los presentadores del libro. A quienes pregunté me dijeron que ya no vivía en Barranco. Pero nadie me daba razón de él. Nunca lo llegué a ubicar. Me quedé con la espina porque para la presentación había pensado en Willy Gómez Migliaro, Omar Aramayo y José Pancorvo. Nunca más lo vi hasta que me enteré hace dos días de la triste noticia de su muerte. Como me escribió Pablo Landeo desde Francia, el día de ayer: “Me queda de él (de José) su grandeza de poesía y los pocos momentos que compartimos, allá en los tiempos de Tocapus”. He querido recordarte con una sonrisa, a pesar del dolor. Lo he intentado, caro amigo.








   Continuará…







                                    Morada de Barranco, 1 de marzo de 2016.