martes, 26 de septiembre de 2017

UN SINGULAR PEDIDO DE HACE DOS AÑOS





                                                                  Mirando los ojos inmóviles del tiempo…
                                                                                          Leopoldo Chariarse





   Los días andan muy fríos. En los momentos de descanso, ya en casa, cojo los libros en los que ando embarcado y me abandono a su lectura: La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro y La historia interminable de Michael Ende y algunos libros más de poesía. Me parece increíble, pero por estos días, el sueño no es mayor, me levanto a las 4 de la mañana, y leo complacido los libros mencionados.






   Antes de iniciar estas líneas, pensaba de qué temas escribir. Hay ocasiones en que los temas escasean y por un golpe de suerte, este aparece, como me acontece ahora. Sucede que después de un tiempo me topé con una hoja de cuaderno y en él, escrito con lápiz, un pedido que en su momento me hizo sonreír y que hoy conservo como un grato recuerdo. Pero ¿qué había escrito en la hoja? Lo dejo para el final.






   Corría el año 2014, estaba en un salón e iniciaba la clase con una de las historias que suelo contar (como motivación) y que los alumnos disfrutan mucho. La historia era en realidad un mito milenario del antiguo Perú: Cuniraya Viracocha y Cavillaca. La historia cuenta más o menos lo siguiente:







CUNIRAYA VIRACOCHA Y CAVILLACA



   El valle de Lurín tuvo un especial significado religioso en la antigüedad prehispánica; por ello, en torno a esta zona se tejieron muchos mitos, cuentos y leyendas. Una de estas leyendas tiene que ver con la aparición de las islas que se hayan frente a la playa de San Pedro:
   En los primeros tiempos, el dios Cuniraya enseñaba a los pobladores de la sierra a construir andenes y canales de riego. Por su lado, la princesa Cavillaca era la mujer más hermosa de aquellos días; ella prefería seguir soltera a pesar de su juventud. Conocedora de su belleza ella rechazaba a cualquier hombre que le propusiera unirse con ella. Los pretendientes no podían hacer nada frente a la decisión tomada.
  Cuenta la historia que cuando ella se encontraba trabajando en su telar debajo de la sombra de un lúcumo, Cuniraya (que pasaba por ahí) quedó enamorado de la gran hermosura de esta princesa. Amor a primera vista. Conociendo la fama de Cavillaca y lo difícil que era llegar a su corazón, el dios Cuniraya se convirtió en una pequeña ave y desde una rama colocó su semen en una lúcuma y la hizo caer en el regazo de la princesa. Ella se comió la olorosa lúcuma y disfrutó de su sabor, tiempo después quedó embarazada.
   A los nueve meses la princesa Cavillaca dio a luz a un niño, sin embargo, ella no sabía quién era el padre de este. Esta pregunta rondaba su cabeza y cuando el niño cumplió un año ella decidió conocer la verdad.
   Para esto, ella organizó una fiesta invitando a todos los curacas y personajes importantes de la región en Anchicocha (antiguo Huarochirí). Los invitados estaban lujosamente vestidos, brillantes e imponentes. Como ninguno de estos le daba información sobre la paternidad de su hijo, ella le dijo al pequeño que corriera y abrazara a su padre. Cuniraya estaba disfrazado de mendigo y por ello, relegado a una esquina de la habitación totalmente alejado del salón principal. El niño caminó entre todos los elegantes curacas y no paró hasta llegar y abrazar al menesteroso Cuniraya. El niño se sentó en su regazo y sonrió con él.
   Cavillaca, conmocionada y triste de que el padre de su hijo sea un mendigo, cogió del brazo al niño y corrió hacia el mar desesperadamente. Al llegar a la orilla se arrojaron a las aguas y las olas los transformaron en las dos islas que se encuentran frente a la playa de San Pedro de Lurín. La princesa es la isla grande y su hijo la más pequeña.
   Por su lado, Cuniraya al ver lo que sucedía se quitó las ropas andrajosas y se mostró como el más hermoso y resplandeciente de los dioses. Ni sus gritos ni súplicas pudieron evitar que Cavillaca y su hijo se arrojaran al mar los persiguió encontrándose en el camino con el diversos animales; Algunos de ellos le dijeron que la encontraría y otros le dijeron que no la encontraría. Dependiendo de sus respuestas, él los premiaba o los maldecía. Estos animales fueron: Cóndor, Zorro, Halcón, Puma, serpiente y Loro. Al quedarse hablando con ellos, Cuniraya perdió valioso tiempo para evitar que Cavillaca se arroje al océano y cuando llegó al mar ella y su hijo ya se habían convertido en islas.





   Andaba enfrascado en relatar este mito cuando de pronto, del salón vecino, uno de los alumnos del salón de 4to, a los que ya no enseñaba, deslizó en el salón donde estaba contando la historia (sería 2do de secundaria, probablemente) una hoja de cuaderno con un pedido. Al leerlo sonreí, no había otra, me sentí halagado. Esta es la hoja.







   Así que sin llegar a los gritos no tuve otra alternativa que alzar la voz, digamos que los alumnos de cuarto tenían derecho a escuchar también la historia. Lo que no sé es si realmente me llegaron a escuchar: las paredes cumplen su labor y las buenas intenciones no son suficientes. En todo caso, ese gesto simbólico de alzar la voz, lo asumí como que se enteraron y disfrutaron de los avatares de Cuniraya y Cavillaca. 







   De esta experiencia han transcurrido unos dos años, aproximadamente, y una pregunta siempre me quedó y aunque la respuesta la hubiera llegado a saber cuando ocurrió la anécdota, en el momento quise dejarla así, en pura pregunta y así ha quedado: ¿Quién escribió en esa hoja? Como decía un personaje de una telenovela brasileña (la inolvidable doña Milú): ¡Mis - te - rio!











   Continuará…





                                                  Morada de Barranco, 26 de setiembre de 2017.