miércoles, 30 de agosto de 2023

UNA PEQUEÑA CALLE DE BARRANCO

 


                                                                          Ese mar también era otro mar…

                                                                                 Enrique Peña Barrenechea




I.


   Lo he comentado muchas veces: las caminatas muy de mañana por el malecón de Barranco resultan relajantes, permiten largas conversaciones con Rita, incursionar en los recuerdos de la infancia y la adolescencia, disfrutar de este paisaje marino que nos sabemos de memoria, pero cuya lectura nos resulta siempre esquiva, elusiva.






   La compañía del mar, cuyo rumor llega a nosotros nítidamente, siempre es una invitación para contemplar su inmensidad, detenerse para a veces adivinar su horizonte cubierto por la bruma marina, perderse en la música insistente de sus olas. Misterioso, fantasmal, nuestro mar gris se confunde con el cielo gris (“panza de burro”, lo llamó Sebastián Salazar Bondy) y por esos territorios echamos a volar nuestros ojos cargados de sueños, de imaginación.






   A la izquierda el mar y sus extraños mensajes. A la derecha, casas antiguas, tradicionales ranchos con rejas, sobrevivientes de tiempos de mayor silencio y menos ansiedades; pero también edificios, enormes moles que ocultan la salida del Sol y prodigan una bienvenida sombra en temporadas de verano. Entre el mar y esta arquitectura particular, diversa, árboles (molles, sobre todo y palmeras), arbustos, flores multicolores (rosas, buganvilias, mastuerzos…) y un muro bajo que se extiende como una larga serpiente de piedra.






II.


   Si debo mencionar un lugar que a Rita y a mí nos agrada transitar, antes de llegar al malecón, es la calle Domeyer. Caminamos complacidos por esta calle arbolada de apenas tres cuadras, la última de ellas pequeña y que acaba bordeando el acantilado. Al llegar a este punto final de Domeyer, tenemos a la derecha la bella casa del Víctor Delfín y al lado izquierdo, lo que fue la estación del funicular, del que solo queda el recuerdo de aquellos tiempos en que se bajaba o regresaba de la playa (los Baños de Barranco) a través de este diminuto vehículo. 








   ¿Domeyer? ¿Qué o quién fue Domeyer? Durante mucho tiempo desconocí el origen de esta palabra que, a todas luces, viene de tierras lejanas. Esta palabra de extraña sonoridad que nombra a la calle fue tomada de un personaje llamado Federico Domeyer, un ciudadano alemán, propietario de algunas tierras en Barranco, allá por la segunda mitad del siglo XIX.










   Las tres cuadras de esta calle tienen un especial encanto, además de conservar construcciones de la típica arquitectura barranquina de inicios del siglo XX, hay un silencio (sobre todo en las dos últimas cuadras) que no es roto por algunos restoranes o cafés que hoy funcionan en ese espacio y cuyas mesas, algunas, se ubican en las aceras. Transitar por la calle Domeyer es como sumergirse en aquellos tiempos cuando las casas en Barranco eran construidas con adobe, quincha, madera, yeso y sobre sus techos destacaban las ventanas teatinas dirigidas al sur para el ingreso del aire y permitir la ventilación de los ambientes. Una vista panorámica de Barranco de entonces nos mostraría algo que ya desapareció: sus molinos.





   En aquellos lejanos tiempos, el balneario poseía un paisaje particular, era un pueblo pequeño, lo sigue siendo, aunque ahora haya más gente porque las compañías constructoras han alterado la paz aldeana de Barranco con un sinfín de edificios con departamentos minúsculos, liliputienses. Las casas, ranchos y palacetes barranquinos entonces poseían un molino. ¿La razón? Al no contar las casas con instalaciones de agua potable, los pobladores obtenían agua del subsuelo a través de esos molinos. Ya al instalarse las tuberías de agua potable, fueron innecesarios los molinos y estos fueron desapareciendo. De esta antigua realidad, solo quedó una perífrasis: Barranco, la Ciudad de los Molinos. Así también se le conoce a este pequeño territorio junto al mar.














III.


   No lo puedo negar, cada que paso por esta calle, me lleno de recuerdos y ciertos fantasmas surgen. En la segunda cuadra de la calle Domeyer (la cuadra que más me gusta) vivieron hace varios años atrás el señor Bravo, un profesor cusqueño. Aún recuerdo a su esposa, antigua empleada del correo y a sus dos hijos, el mayor era músico y tocaba en un grupo llamado Revolver en claro homenaje a The Beatles. Ellos habitaron una de las casas del primer piso de una enorme construcción de dos niveles. En la vereda del frente, habitaba una bella casa de un solo piso una pequeña familia (mamá, hija, luego llegó un sobrino) cuyas raíces estaban en la selva del Perú. Nunca supe sus nombres o los he olvidado, solo conservo su apellido: Gamarra. A ambas casas algunas veces ingresé: a la casa del profesor porque un verano me dio clases particulares de matemáticas; a la casa de la señora Gamarra, porque a veces le ayudaba con algunos desperfectos. Las dos casas eran antiguas, de techos altos, piso con listones de madera, puertas y ventanas amplias, en algunos casos con herrería. En tiempos donde impera la destrucción, esas casas han sobrevivido, es más, han sido restauradas. Sus antiguos moradores fallecieron hace muchos años y sus hijos hicieron sus vidas por otros lados. Ambas casas hoy son cafés o restoranes.












IV.


   Domeyer es, para mi gusto, la más bella calle de Barranco, o, en todo caso, una de las más bellas. Es un lugar que conserva ese espíritu silencioso de lo que alguna vez fue este distrito. Sus viejas construcciones están marcadas con recuerdos de mi infancia y mi adolescencia, sus árboles no solo prodigan sombra sino esa agradable discusión de los pájaros (especialmente de los tordos) que nos permiten alejarnos momentáneamente de tantas preocupaciones. Toda esa atmósfera íntima vuelve entrañable a esta calle, retornable.





   En dos días volveremos a pasar por Domeyer y, como de costumbre, estaremos embarcados en conversaciones, las risas iluminarán nuestros rostros y, para variar, tomaré infinidad de fotos: es mi pequeño homenaje a una calle que no solo llevo en el recuerdo, sino en el corazón…














   Continuará…




                                          Morada de Barranco, 30 de agosto de 2023