miércoles, 28 de marzo de 2012

NO SE LO RECOMIENDO NI A SUPERMAN

            


                              En Lima hay una cosa que siempre está de moda: que la gente escriba mal.
                                                                                                                                   Xavier Abril




   Corría el año de 1977. Ese año por primera vez compraría un libro de poesía. Desde entonces no he parado de hacerlo. El libro fue Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. Libro breve, sí, pero con tanto por decir, sobre todo a un adolescente enfebrecido y apasionado. Era imposible no quedar deslumbrado con la sencillez de su lenguaje, con la sinceridad con la que expresaba su esperanza o desesperanza en el amor (viejos problemas del hombre de cualquier época). Como lo dije alguna vez, por esos años de adolescencia, Bécquer fue dios en mi vida. Pero poco a poco su lugar iba a ser ocupado por diversos poetas, por diversos libros: Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, Los heraldos negros de César Vallejo…, por mencionar solo un par de ellos. Conforme los libros llegaban a mis manos, un nuevo dios se situaba en el altar mayor de la poesía.


César Vallejo

   Precisamente Los heraldos negros (1918) fue el primer libro de poeta peruano que compré e invadió mis fueros internos con la intensidad y fuego de su palabra (“Quien toca este libro toca un hombre”, escribió Walt Whitman). Fue una clásica edición que salió en la época del Gobierno Revolucionario de Juan Velasco Alvarado: pasta azul, franja amarilla y con curva, libro de una vieja colección de nombre rimbombante: Biblioteca Peruana, editado por PEISA. Ese tomo pequeño y humilde en realidad contenía los dos primeros libros de poesía de Vallejo, el mencionado Los heraldos negros (devorado, digerido con pasión) y Trilce (1922), libro este último que por esos años, por su lenguaje oscuro, quebrado, no era para mí de poesía, tal era y es la fuerza renovadora del lenguaje de ese libro mítico. Sencillamente no lo comprendí (seré sincero, hoy tampoco puedo decir lo contrario, sigo pujando con su lectura, tal la riqueza de este libro).


César Vallejo

   
José María Eguren
   
   Si me limitara a recordar los libros de poetas peruanos que fueron llegando a casa, debo mencionar el libro de Poesía completa de Javier Heraud, una Antología poética de José María Eguren (después vendría el libro con toda su poesía, libro que todavía frecuento muy entusiasmado), y las obras de poetas entrañables y que cimentaron la tradición poética del Perú, me refiero a los libros de César Moro, Xavier Abril, Carlos Oquendo de Amat, Emilio Adolfo Westphalen, Enrique Peña Barrenechea, Martín Adán, Alberto Hidalgo, Juan Parra del Riego, Juan Ríos, Vicente Azar.


Martín Adán


Xavier Abril


César Moro


Carlos Oquendo de Amat
  
Enrique Peña Barrenechea
   
   Consumidor consuetudinario de poesía, la pequeña casa de mis padres fue engrosando sus paredes con los muchos libros que a casa llegaron, así fueron desfilando ante mis ojos, y la de mis hermanos, la poesía de Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Carlos Germán Belli, Alejandro Romualdo, Javier Sologuren, Washington Delgado, Pablo Guevara, Antonio Cisneros, Luis Hernández, Rodolfo Hinostroza, Marco Martos, Enrique Verástegui, José Watanabe, Juan Ramírez Ruiz, en fin, casi toda la poesía peruana.


Juan Parra del Riego
   
   Alejado de toda arrogancia, con la humildad de un simple lector de poesía, puedo expresar que es innegable la importancia de la tradición poética peruana. Junto con la chilena, la mexicana, la nicaragüense, la argentina y la cubana constituyen las cimas de la poesía latinoamericana, sin que esto signifique menospreciar la importancia y el aporte de los poetas de otros países, pero no se puede desconocer el alto nivel alcanzado por poetas como Neruda, Lezama Lima, Rubén Darío, Octavio Paz. Y la historia continúa, sin mayores sobresaltos: el nivel de los nuevos poetas en estos países se mantiene. Pienso en el Perú, en sus poetas inmersos en el silencio, en el fuego  y en las oscuridades de la palabra.


Vicente Azar

   Pero no siempre fue así. Antes de la aparición, como una estrella fulgurante y solitaria, de José María Eguren, la poesía peruana estaba sumergida en una chatura y medianía que no dejaba avizorar mayores cambios. ¿Qué poetas peruanos anteriores a Eguren pueden ser considerados de primer nivel? Me atrevo a decir que ninguno. Quizá José Santos Chocano (1875-1934), pero su excesiva producción y el desnivel de esta abruma, tal vez una antología rigurosa diera la talla que muchos le niegan (incluso sin haber leído su obra) al Cantor de América. Lo que sí es innegable es que los mejores poemas de Chocano nos llevan a pensar que si hubiera sido más autocrítico y menos abandonado “a sus solas posibilidades expresivas”, a su ego desmesurado, a su vida absolutamente desordenada, otro sería el cantar y probablemente estaríamos hablando de Chocano como el par de Rubén Darío, el padre y maestro mágico, el liróforo celeste. Pero son solo suposiciones.


José Santos Chocano



LA MAGNOLIA

En el bosque, de aromas y de músicas lleno, 
la magnolia florece delicada y ligera, 
cual vellón que en las zarpas enredado estuviera, 
o cual copo de espuma sobre lago sereno. 

Es un ánfora digna de un artífice heleno, 
un marm6reo prodigio de la Clásica Era: 
y destaca su fina redondez a manera 
de una dama que luce descotado su seno. 

No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto. 
Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto, 
en la que una paloma pierde acaso la vida: 

porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve, 
como un rayo de luna que se cuaja en la nieve, 
o como una paloma que se queda dormida.



NOSTALGIA

Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!

Quien vive de prisa no vive de veras,
quien no echa raíces no puede dar frutos.

Ser río que recorre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdo ni rastro ninguno,
es triste y más triste para quien se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.

Quisiera ser árbol mejor que ser ave,
quisiera ser leño mejor que ser humo;
y al viaje que cansa
prefiero el terruño;
la ciudad nativa con sus campanarios,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisieran separarse mucho...

Estoy en la orilla
de un sendero abrupto.
Miro la serpiente de la carretera
que en cada montaña da vueltas a un mundo;
y entonces comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje es mustio...

¡Señor! ¡Ya me canso de viajar! ¡Ya siento
nostalgia, ya ansío descansar muy junto
de los míos!... Todos rodearán mi asiento
para que les diga mis penas y mis triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré en esta frase de infortunio:
—¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!



DE VIAJE

Ave de paso, 
fugaz viajera desconocida: 
fue sólo un sueño, sólo un capricho, sólo un acaso; 
duró un instante, de los que llenan toda una vida. 

No era la gloria del paganismo, 
no era el encanto de la hermosura plástica y recia: 
era algo vago, nube de incienso, luz de idealismo. 
No era la Grecia: 
¡era la Roma del cristianismo! 

Ida es la gloria de sus encantos, 
pasado el sueño de su sonrisa. 
Yo lentamente sigo la ruta de mis quebrantos; 
¡ella ha fugado como un perfume sobre la brisa! 

Quizás ya nunca nos encontremos; 
quizás ya nunca veré a mi errante desconocida; 
quizás la misma barca de amores empujaremos, 
ella de un lado, yo de otro lado, como dos remos, 
¡toda la vida bogando juntos y separados toda la vida!



BLASÓN

Soy el cantor de América autóctono y salvaje: 
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal. 
Mi verso no se mece colgado de un ramaje 
con vaivén pausado de hamaca tropical... 

Cuando me siento inca, le rindo vasallaje 
al Sol, que me da el cetro de su poder real; 
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje 
parecen mis estrofas trompetas de cristal. 

Mi fantasía viene de un abolengo moro: 
los Andes son de plata, pero el león, de oro, 
y las dos castas fundo con épico fragor. 

La sangre es española e incaico es el latido; 
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido 
un blanco aventurero o un indio emperador.


   Alguien mayor que Chocano, un aristócrata limeño que solía aislarse en su hacienda de Mala (al sur de Lima) y abandonar el mundanal ruido, dedicaba sus horas, entre sus múltiples ocupaciones campestres, a escribir, leer y traducir directamente a poetas alemanes, ingleses y franceses (algo poco común por estas tierras). Me refiero a Manuel González Prada (1844-1918), anarquista y ateo, observado por los cucufatos de entonces como el propio demonio por su posición netamente anticlerical. Algunos libros suyos como Minúsculas (1901), Exóticas (1911) y Baladas peruanas (1935), sobre todo los dos primeros libros, contienen innovaciones métricas y estróficas que anunciaban ya las preocupaciones modernistas, lamentablemente ambos libros fueron publicados de manera tardía. Cronológicamente, él se constituye en el primer antecedente modernista de América, si es que no el primero, pero su poca ambición para sacar a la luz estos libros lo convirtieron en un poeta desconocido (pero no para los jóvenes poetas peruanos que saludaron sus libros con entusiasmo, pienso en Eguren, en Vallejo, por ejemplo). Todo lo contrario sucede con su acerada y rotunda prosa en sus libros Horas de Lucha y Pájinas libres (sic), donde expresa sus ideas, sus rechazos, sus venganzas, estos son de circulación masiva. Generalmente cuando se habla de Gonzáles Prada se habla del prosista, poco, casi nada, del poeta.


Manuel González Prada


 
EL AMOR


Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

Si eres un mal en el terrestre suelo
¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?

Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

¿Por qué la sombra, si eres luz querida?
Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?
Si eres muerte, ¿por qué me das la vida?



VILLANELA


 No me pidas una flor,
que en el jardín y el vergel
eres tú la flor mejor.

 A mí -tu firme cantor-
 pídeme laude y rondel;
no me pidas una flor.

Por tu aroma y tu color;
venciendo a rosa y clavel,
eres tú la flor mejor.

Diosa, pídeme el loor;
reina, pídeme el dosel,
no me pidas una flor.

Para dar sabor y olor
a los panales de miel,
eres tú la flor mejor.

Pídeme siempre el amor
y la constancia más fiel;
no me pidas una flor:
eres tú la flor mejor.


LOS CABALLOS BLANCOS
(Polirritmo sin rima)

¿Por qué trepida la tierra
y asorda las nubes fragor estupendo?
¿Segundos titanes descuajan los montes?
¿Nuevos Hunos se desgalgan abortados por las nieves
o corre inmensa tropa de búfalos salvajes?
No son los bárbaros, no son los titanes ni los búfalos:
son los hermosos Caballos blancos.
Esparcidas al viento las crines,
Inflamados los ojos, batientes los hijares,
pasan y pasan en rítmico galope:
avalancha de nieve, rodando por la estepa,
cortan el azul monótono del cielo
con ondulante faja de nítida blancura.
Pasaron. Lejos, muy lejos, en la paz del horizonte,
expira vago rumor, se extingue leve polvo.
Queda en la llanura, queda por vestigio,
ancha cinta roja.
¡Ay de los pobres Caballos blancos!
Todos van heridos,
heridos de muerte.



LAUDE


Todo goce, todo ría,
con la luz del nuevo día.

Monte, selva, mar y llano
alcen himno tan pagano
que hasta el pecho del anciano
se estremezca de alegría.

Y ¡oh Sol, hemos de perderte!
lo espantoso de la muerte
es no verte más, no verte,
oh gloriosa luz del día.


   Y paramos de contar. Por allí surgen los nombres de Mariano Melgar, Carlos Augusto Salaverry, pero sus obras no alcanzan el nivel de los grandes poetas peruanos. Del primero, su obra quedó trunca, su muerte temprana impidió desarrollar sus magníficas intuiciones emparentadas con las raíces quechuas (el haraui), pero sus yaravíes son una muestra mestiza de lo que su poesía pudo ser si la parca traicionera no se lo hubiera llevado a tan corta edad. Del segundo, bueno, su poesía arrastra el lastre de la excesiva palabrería que vuelve a su romanticismo en una mera impostación.


Alberto Hidalgo


   La poesía: espacio del reconocimiento, territorio del deslumbramiento. Lo decía bien Luis Cardoza y Aragón: "La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre". Es curioso, pero ahora que escribo sobre poetas, sobre poesía, viene a mí el recuerdo de una frase que se decía sobre el Virreinato de la Nueva España (lo que hoy es México): “En Nueva España hay más poetas que estiércol”, frase vulgar y ofensiva. Del Perú diré (es la constatación de una realidad) que siempre ha habido (desde Eguren y Vallejo) muchos poetas de notable calidad lo que hace que en el Perú la poesía goce de buena salud. Aunque por aquí hubo un poeta, el querido Manuel Morales, que en tono irónico aconsejaba alguna vez : “Ser poeta en el Perú no se lo recomiendo ni a Superman”. 


Emilio Adolfo Westphalen y esposa



   Continuará…

                                              Morada de Barranco, 28 de marzo de 2012.

2 comentarios:

  1. Interesante tu blog. Buscaba fotos de Martin Adan y así llegué aquí. Fue una grata sorpresa. Saludos.

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  2. Gracias, espero siempre tu visita (o visitas) y tus comentarios. Un abrazo.

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